sábado, 25 de febrero de 2023

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (XII y final)


 

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (XII y final)

Entrevista con Daniel González Dueñas

Praxedis Razo

 

La polémica entre dos formas del arte (literatura y artes plásticas) parece “robar cámara” y deja fuera otras formas del arte, como la música.

            —A propósito de esto, Leonardo extiende la contraposición: “La pintura sobrepasa en excelencia y señorío a la música, porque no muere luego de haber dado a luz sus creaciones, como ocurre a la desventurada música; la pintura, al contrario, prolonga su existencia mostrándonos sobre una simple superficie toda su vitalidad”.

            Acaso el mayor artificio de Leonardo radica en contraponer específicamente la pintura a la poesía y no —de un modo más general— a la literatura o al lenguaje mismo. Es así que imagina una leyenda en la que un cierto rey convoca a artistas de varias disciplinas para celebrar las excelencias de la amada del monarca y éste prefiere un retrato pictórico de ella a un largo poema que vaya a celebrarla; de ahí Leonardo saca esta moraleja: “¿No sabes tú que nuestra alma se compone de armonía, y que ésta exige contemporaneidad de las partes en la que los objetos se hagan ver u oír en justas proporciones?”. (Cuando dice “oír” no habla de la música, que ya ha quedado fuera de su consideración, sino de la palabra poética recitada. Y es claro, además, que cuando dice “contemporaneidad” está diciendo simultaneidad, que es sin duda la búsqueda esencial oculta en el núcleo mismo del problema.)

            Leonardo es un hombre de notables equilibrios, de admirables armonías: ¿cómo es que en este caso optó de modo tan decidido por el desequilibrio? Aun cuando reintegra al poeta algún mérito, se esmera en deparar una jerarquía: “Alabemos, pues, al que satisface al oído con palabras, y al que con sus pinturas satisface al gusto de los ojos, pero menos al primero que al segundo, porque las palabras son creaciones accidentales del hombre y no obras de la naturaleza, como las que el pintor imita, y que se le presentan en forma de figuras definidas por las superficies que las determinan”.

 

Leonardo defendió a la pintura por su capacidad de imitar a la naturaleza, pero en los siglos siguientes los pintores se rebelaron contra la mera imitación.

            —Sí, los pintores de los siglos siguientes rechazarían el “mérito” de la pintura en cuanto imitativa, y ríos de tinta (palabras) correrían para deslindar los mundos atisbados por el impresionismo, el expresionismo, el surrealismo, el abstraccionismo...

            El gran conflicto de Leonardo fue creer que cualquier artista podría alcanzar su nivel de conciencia si emprendía un esfuerzo semejante al suyo. Una cosa es imitar a la naturaleza como lo hace el propio Leonardo, y otra muy distinta lo que otros artistas con una percepción menos poderosa llaman imitación. Y para colmo, Leonardo presuponía como connatural en todos su grado de curiosidad suprema, su infinita sed de conocimiento. Aquí es en donde hay que entender lo que dice John Berger:



 

            Según Berger, el arte no imita al mundo creado sino al acto mismo de crearlo (no a la luz sino al instante en que ésta brota de sí misma: no lo hecho sino el hágase), a veces para atisbar otro mundo, a veces para ampliar “la breve esperanza que nos ofrece la naturaleza”. Sin duda lo que puede verse en el arte pictórico de Leonardo no es mímesis sino poiesis, no imitación sino creación, en el sentido exacto del Fiat lux. Es sin duda en este sentido que privilegia tanto a la imagen a la vez que desconfía de la palabra.

 

Pero lo hace hablando, lo hace por medio de la palabra.

            —Exactamente, y de ahí el conflicto. De una u otra manera, en nuestro mundo el desequilibrio se ahonda. El conflicto podría pensarse en estos términos: nadie piensa “en palabras”; el pensamiento “debo ir al correo” no consiste en estas palabras, sílabas y letras en negro sobre blanco, sino en una imagen mental: la de la carta a enviar, la de la oficina de correos... El gran poema convoca grandes imágenes, pero la gran pintura convoca grandes palabras. Ese es el equilibrio, la armonía, la “contemporaneidad de las partes en la que los objetos se hagan ver u oír en justas proporciones”.

            De aquel decir de Horacio, “Una pintura es un poema sin palabras”, Leonardo contrapone la forma inversa y correspondiente: “Un poema es una pintura sin imágenes”. Y aquí habría que recapitular en todo lo dicho: no se trata de que los territorios texto-visuales sean la solución a la crisis de la que hablamos. Desde luego que la pintura y el poema se bastan con sus propios medios. Lo que sucede es que áreas como el cómic o la “novela gráfica”, y desde luego el arte de la tarjeta postal, son signos de una reintegración necesaria, de la vuelta a un punto anterior a la separación (el jeroglífico, el emblema, el arcano).

            Una variante del dictum de Horacio es la que Voltaire plantea: “La escritura es la pintura de la voz”. Resulta posible, en la balanza, imaginar la contraparte: “La pintura es la escritura de la mirada”. Todas estas frases ¿son formas de diferenciar imagen y palabra, y mantenerlas lejos una de otra, o un llamado a reintegrarlas? Y ya de plano en el territorio que nos ocupa: ¿es en general la tarjeta postal el intento más o menos espontáneo de una poesía parlante combinada con una pintura vidente?

 

En todo caso, la relación entre imagen y palabra es más tensa de lo que parece.

            —El conflicto es hondo, aun para los pensadores más lúcidos. Pessoa escribió alguna vez: “Todo arte es una forma de literatura porque consiste en expresar algo. Hay dos formas de expresarlo: hablar y callarse. Las artes que no pertenecen a la literatura son la proyección de un silencio expresivo”.

            Pessoa es un escritor y por lo tanto habla de un silencio literario (si fuera pintor, diría que todo arte es una forma de la pintura; si fuera músico, de la música; si fuera matemático, de la matemática, etcétera); si una de esas artes que según él callan (la música, digamos, o la arquitectura) se decidiera a hablar, haría literatura. Pessoa, hombre de letras (“poeta que fue mil poetas”), sólo concibe dos formas de la expresión: una que habla y otra que calla (porque su juego estriba en llamar literatura a la expresión); acomoda las cosas de tal manera que expresarse es emitir o callar palabras: si un arte no pronuncia palabras es que las calla, y por lo tanto se expresa precisamente a través del acto de no emitirlas (pero las implica: pueden no ser pronunciadas pero están ahí de todas maneras), es decir, a través de un “silencio expresivo”.

            Leonardo, hombre de imágenes (y creador de la imagen más célebre de todos los tiempos, esa Gioconda cuya sonrisa seguirá para siempre siendo emblema del misterio), se vuelve contra esa idea de una sumisión de las artes a la literatura: según su opinión, no es que las imágenes callen palabras sino que tienen su propio lenguaje, superior a lo verbal. He ahí dos definiciones opuestas del silencio: para Pessoa es una mudez voluntaria, un expresarse por medio del acto de reprimir las palabras; para Leonardo, en cambio, las palabras son una forma muy rudimentaria de la expresión: el silencio de las imágenes no significa sino que se deshacen de esa forma verbal rudimentaria para expresarse de manera más profunda.

            Otras intuiciones destacan las capacidades de cada arte sin ponerlos necesariamente en contraposición bélica:



            El lector de Hofmannsthal queda invitado a intuir un tercer estadio: la literatura es el arte que puede llegar a transformar al espacio/tiempo en aleph. No olvidemos que el Aleph en Borges es una representación de la simultaneidad.

            Y en esa línea, cómo olvidar ese momento en que Lezama Lima llevó (o, mejor dicho, devolvió) esta contraposición a su territorio primigenio: la metafísica:

 


            Este es un silencio “sin más”, que no equivale ni a “callarse” ni a “decir mejor”, y que bien podría definirse de este modo: “Si esa magnitud que está callando se decidiera a hablar, haría más silencio”. (Porque aquí, evidentemente, se habla de un silencio que de ninguna manera es sinónimo de callar, de la misma forma que nuestro aleph o maelström cotidiano no se conjura simplemente optando por el vacío.) A su manera y en su medida, las postales combinan el silencio expresivo de la imagen con la expresión silenciosa de la literatura.

 

He visto que algunas personas en su primer contacto con tus postales las toman como cualquier otro “meme” en internet. ¿Qué opinas al respecto?

            —Es un riesgo asumido, desde el momento en que las llamé sencillamente “postales”. Si las hubiera llamado, por ejemplo, “textíconos” o cualquier neologismo suficientemente “singularizante”, quizás serían asimiladas a otros experimentos visuales (porque en internet todo es imagen, en el sentido invasivo, incluidas las palabras), aunque esto habría debilitado su contenido textual. Las postales no son “citas literarias de lujo”, pero juegan el juego de integrarse al universo de la red en una callada labor de conjuro. Ni siquiera las firmo como hacen los artistas plásticos ni reclamo un “copyright” (en ese caso únicamente podría reclamarlo respecto a mis collages). Es una forma de subirse al carro del anonimato que es tan característico del mundo informático.

            Hay una máxima de Chesterton muy oportuna: “La idea que no trata de convertirse en palabra es una mala idea, y la palabra que no trata de convertirse en acción es una mala palabra”. Chesterton marca una progresión, pero tal vez podría pensarse en un círculo y parafrasear de esta manera: “La imagen que no trata de convertirse en palabra es una mala imagen, y la palabra que no trata de convertirse en imagen es una mala palabra”. Sería una forma de entrever un equilibrio que se ha dado sólo en Oriente y muy esporádicamente en la historia de las artes occidentales.

 


 

            Si buscamos esa conciencia en Occidente, una vez más nos encontramos con esas voces primordiales cuya intensidad y profundidad no se miden por su celebridad sino por su sabiduría. Proust, por ejemplo:



Ese texto/imagen de Proust acerca de los equivalentes podría ser un grand finale para esta conversación.

            —Y ya que abrimos esta charla (aunque no hay principios que comiencen) citando a don Antonio Porchia, podríamos cerrarla (aunque no hay finales que terminen) con una de sus voces, precisamente aquella que él colocó siempre como la primera:

 


 

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[Leer Apostilla a la entrevista: La ventana de Victoria]

 

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

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