DGD: Redes 52 (clonografía), 2008 |
A nivel
teórico, el mal metafísico se relaciona con el orden o desorden del universo.
Los pensadores coinciden, al menos, en un punto elemental: todo mal es
esencialmente negativo, puesto que consiste en una ausencia, un vacío. De modo
muy significativo, el hombre ha visto siempre esa ausencia como despojo. El mal
no es la adquisición de algo sino la pérdida de un elemento necesario
para la perfección. Y una vez más puede preguntarse: ¿qué es la perfección sino
el estado divino? Una vez más aparece aquella perversa dinámica que
señalaba Gerrit
Berkouwer: la confusión de negatio con privatio. La perfección a la que tienden los deseos, necesidades y vocaciones de
los individuos, ¿se contentará con llegar al punto máximo de realización humana?,
¿o una vez llegado a este punto se verá que no es sino una “perfección todavía
imperfecta” y que ella aún ansía la única perfección ideal, la de la divinidad?
¿No lo dice aquella antigua fórmula a veces atribuida a los padres de la
Iglesia y a veces a los más sagaces heresiarcas, “Dios se hizo hombre para que
el hombre se hiciera Dios”?
Puede colocarse esto en forma de premisas: 1) el
hombre fue creado ex nihilo y de ello provienen sus limitaciones; 2) el
mal es la máxima limitación porque es lo más esencialmente negativo. De esto la
humanidad concluye que 1) el mal es la nada: a la vez el origen del ser humano y
su máximo límite; 2) el individuo ha sido despojado porque se le dio origen en
la nada y no en el todo. Pero si hubiera nacido del todo, precisamente
encontraría límites en todo: en cada parte de sí mismo y en cada parte
de su universo. De esta sospecha surge otra conclusión inferida: 1) de algo que
tiene su límite en la nada puede también decirse que es ilimitado; 2) el hombre
se siente sujeto de una trampa, de un engaño: fue creado de la nada pero es
limitado; la trampa consiste en que él mismo debe encontrar la forma de
“infinitizarse” (en el término acuñado por Néstor Martínez). Fue engañado
porque se le dio al mal como origen (la nada) y al bien como desafío (el todo).
“El deseo es dolor en sí mismo”, decía
Schopenhauer. ¿Es el mal metafísico el supremo deseo de ser dioses, aun al
precio de que si esto se consiguiera estaríamos condenados a crear otros universos
imperfectos en los que las criaturas sufrientes desearían ser como nosotros? ¿O
el mal metafísico es simple y sencillamente el deseo de tomar el cielo por
asalto, ya sin otros fines que la pura rebelión, la pura expresión de
libertad (como denuncia Dostoievski en Memorias del subsuelo)? ¿Es eso
justamente lo que intentó hacer el ángel caído, a quien se llama Nadie y cuya
rebelión no tuvo otro motivo que el de ejercer hasta las últimas consecuencias
lo que el creador le había dado, la tendencia hacia la perfección, la trampa
del bien supremo? Sin embargo, ¿cómo la libertad puede ser el objetivo si,
según se dice, el hombre fue creado libre? ¿Quieren ángeles y hombres liberarse
de la libertad, o precisamente de aquella que los llevó, a ellos o a Dios, a la
invención del mal?
“Querer que el mal sea imposible”, exclamaba
Joseph de Finance, “es querer que lo que no es Dios sea Dios; es querer la
contradicción.” Pero es que acaso se trata de eso precisamente, de buscar la
contradicción, de cumplirla, de reivindicar la suprema contradicción de la
divinidad. Es la pregunta operativa de Leibniz en su respectiva Teodicea,
tan poderosa antes de que Leibniz se aplicara a responderla: “Si Dios existe,
¿de dónde proviene el mal? Si no existe, ¿de dónde proviene el bien?”.
En éxtasis, santo Tomás profiere: “Si hay mal,
existe Dios”. ¿Qué tiene de verdaderamente herético o demencial el deseo de un
mundo sin mal, es decir, sin Dios? Si un universo en el que el mal no existe es
“absurdo e imposible”, ¿qué hay de ilusorio, disparatado o pueril en la
necesidad de lograr, entonces, lo imposible? (Así sea aniquilando en primer
lugar a la lógica, es decir, a la mentalidad racional y binaria que hace
imposible la existencia de lo absurdo e imposible: el círculo cuadrado.) ¿Actuó
de este modo el ángel caído, quien en un segundo adivinó que si no hay mal, no
existe Dios? (En el espejo mítico, Judas Iscariote habría adivinado lo mismo en
el momento de su máxima revelación: si no había traición, no habría crucifixión
ni, por tanto, redención.) ¿Luzbel actuó, pues, por amor, puesto que Dios le
había puesto en las manos ni más ni menos que la existencia de la propia
divinidad? ¿O actuó por maldad y quiso eliminar el mal y el sufrimiento de la
creación por medio de eliminar a Dios? La religión afirmará que toda criatura
tiende a fundirse en el Principio del que surgió. Pero la respuesta de la
historia humana es otra: no es en un “otro mundo” en donde el hombre desea ser
Dios, sino aquí mismo, en el mundo de la materia, y ahora mismo, en el tiempo y
no en la eternidad. El máximo (y más secreto) mal es el que impide el máximo (y
más secreto) deseo.
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Bibliografía
Gerrit Berkouwer: Sin,
William B. Eerdmans, Grand Rapids (MI), 1971.
Néstor Martínez: El retorno del
maniqueísmo en la teología de Andrés Torres Queiruga, Facultad de Teología
del Uruguay, Montevideo, 2001.
Joseph de Finance: Existence et
liberté, Emmanuel Vitte, Lyon, 1955.
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[De Libro de Nadie 3. Leer el capítulo siguiente.]