DGD: Redes 194 (clonografía), 2012 |
(VIII) Herencia y
exilio / Memoria y olvido
En el momento en que surge el tótem, las leyes de la
herencia se transfiguran: el padre ya no sólo transmite a sus descendientes los
bienes materiales sino también y sobre todo los valores inmateriales. El
clasicismo inglés heredó ese antiguo concepto a través de la palabra memory. En el primero de sus sonetos,
Shakespeare dice:
But as the riper
should by time decease,
His tender heir
might bear his memory:
[“y cuando el ser maduro decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria su joven heredero”.]
To bear posee
numerosos significados: soportar, llevar, tener, admitir, merecer, ejercer,
pagar, dar, resistir, profesar, acompañar, consentir o tener paciencia; dos de
ellos son muy pertinentes: dar a luz (bearing
a child) y desempeñar un papel en algo (to
bear a part); otros dos resultan aún más relevantes: tener presente (to bear in mind) y dirigirse hacia (the ship bore east). Bear his memory: es un lugar común el que el heredero porta y
perpetúa la memoria de sus ancestros, pero en dos sentidos: uno, el literal,
implica que los recuerda; otro, el metafórico, que los tiene presentes, y aún más, que va
hacia ellos.
*
Bellamente dice esto Lezama Lima en Paradiso: “Siempre vio en su familia cercana, su esposa y sus
hijos, el único camino para llegar a la otra familia lejana, hechizada,
sobrenatural”. Habla del tótem, que convierte a la familia cercana (endogamia)
en camino para llegar a la otra
familia, la humana (exogamia). Casi puede decirse que, antes de la aparición
del tótem no existía la humanidad: lo que había era una familia, la “mía”,
cuyos integrantes, sólo reconocidos como tales por la consanguinidad, eran los
únicos que poseían derechos (a la vida, al placer, a la libertad, a la
realización física y espiritual), es decir, era los únicos reales. Fuera de “mi” familia quedaban los “demás”, no sólo
carentes de derechos sino de realidad. (Lezama Lima menciona en Paradiso “la tesis de la perfección de
determinados familiares, a la que todas las familias creen pertenecer, otorgándole
todos los dones, todas las esencias cualitativas”.)
El tótem abre
todos los encierros y por medio de un gran conjuro mágico (simbólico,
metafórico) hace que cualquiera pueda y deba decir “mi” ya no respecto a sus
parientes literalmente consanguíneos, sino a todos, con los que ahora está
emparentado de manera metafórica —pero no menos real: incluso más real que
antes—; ahora existe un nivel en el que ya no hay “los demás”; ahora todos son
“míos”, en el sentido de que todos tienen los mismos derechos (ahí está la
semilla; otra cosa es que sólo hasta la Revolución francesa se le ponga nombre
y contenidos enunciados y enunciativos). Nace la humanidad como un conjunto de
seres reales, como un flujo, un ritmo, un ciclo. Nace, pues, el tiempo (porque
no hay otro tiempo que el tiempo humano: no hay otra significación). Antes del
tótem había un estancamiento, un enrarecimiento análogo al encierro del clan
endogámico; después del tótem hay tiempo. Aceptar el tiempo es aceptar el
pasado (la memoria) y el futuro (la esperanza), pero es también aceptar un
compromiso; los encierros sólo son responsables de mantenerse como tales, pero
la apertura a la intemperie es ahora responsable de comprometerse con un pasado
(la memoria, la experiencia acumulada y el aprendizaje que se desprende de
ella) y a la vez con un futuro (la aplicación de ese aprendizaje que ya no es
endogámico, es decir sólo hacia adentro de las “líneas de sangre”, sino
exogámico, es decir hacia afuera en todas direcciones que abarcan ya no sólo a
los seres humanos sino al universo entero, en líneas de sangre metafóricas).
Porque la exogamia no se detiene, no puede ya detenerse, en los límites de la
familia humana, sino que debe seguir adelante, siempre adelante (eso es el
tiempo humano). El tótem convierte al hombre en un pariente directo de las
estrellas (exogamia metafórica) pero también en consanguíneo de los insectos.
El macro y el microcosmos están ligados por el mismo gran ciclo que la familia
humana. La gran apertura se ha dado: lo humano es lo cósmico.
*
Esta apertura es inaceptable, intolerable, para quienes
requieren volver al nivel de la endogamia, a los encierros, a los
congelamientos, a aquellas nociones de la literalidad que les permite
considerar “inferior” a todo lo que se encuentra fuera de su torre de marfil
literal. Así nace la manipulación del tótem. Si ya no puede darse marcha atrás,
entonces se manipulará a lo metafórico hasta lograr que la endogamia sobreviva
en islas de dominio. El gran ciclo, el gran péndulo, es congelado, y comienzan
así todos los desgarramientos que la Historia con mayúscula registra; esto es,
que la Historia recuerda, porque es
la memoria la que ha sido manipulada, tanto como lo ha sido la memoria del
futuro (la esperanza, la imaginación, el compromiso cósmico).
*
En el nivel literal, memory
es “el recuerdo” de una persona (de ahí los monumentos dedicados “a la memoria”
de alguien); en el nivel simbólico, parece implicar el conjunto de recuerdos que
formaron su historia individual y por tanto su identidad (Borges usa esta
ambivalencia en uno de sus últimos textos mayores, “La memoria de Shakespeare”).
Pero nadie
puede entrar en disposición absoluta de ese acervo de forma literal, ni
siquiera la persona que lo portó. Perpetuar la memoria de alguien no es entrar
en posesión de esa biblioteca de recuerdos o episodios grabados, sino, en
cierto modo, ser poseído por la identidad que tuvo ese nombre y esos recuerdos
(la identidad que fue esos recuerdos).
Y aún las
identidades se van diluyendo a medida que pasan las generaciones. La memoria
que se perpetúa es, entonces, la herencia totémica, la gran metáfora, la última
tradición: la humanidad. De ahí que el más frecuente significado de la palabra
tradición es memoria y que la ruptura es vista como olvido.
*
“Los
recuerdos son cosas fugaces. Se pueden falsificar, se pueden borrar, se pueden
incluso poner en duda.” Tal vez en esta observación de Joseph Conrad en el
cuento “El alma del guerrero” (“The Warrior’s Soul”, 1925) se encuentra la clave de la
manipulación que se ha perpetrado sobre la memoria esencial.
Acaso el motivo ulterior se nota en
otro pasaje conradiano. En el prólogo a su novela El negro del Narciso (1897) Conrad dejó las famosas líneas que eran
su declaración de principios literarios: “Por el poder de la palabra escrita
hacerte oír, hacerte sentir [...] y, ante todo, hacerte ver. Eso, y no más, y
eso lo es todo. Si lo consigo, encontrarás ahí, de acuerdo con tus carencias:
ánimo, consuelo, miedo, encanto —todo lo que pides— y, tal vez, también, el
vistazo de una verdad de la cual te habías olvidado”.
Así la vierte
al español la mayoría de los traductores. La última frase en el original reza: and,
perhaps, also that glimpse of truth for which you have forgotten to ask. Traducir
como “una verdad de la cual te habías olvidado” es correcto, pero el traductor
ha evadido enfrentar la complejidad de “una verdad de la cual te habías
olvidado de preguntar” (o de pedir). No son lo mismo una verdad olvidada y una
verdad obliterada.
En más de un
sentido, la parte sustancial de la tradición ha corrido esta suerte a través de
la manipulación: es una verdad que, sin haber caído en el olvido, deja de estar
presente en la vida humana porque los individuos han olvidado la necesidad de
formularla, de extrañarla (en el sentido de echarla de menos), de exigirla de
vuelta en el reino del hombre.
*
La tradición originaria consistía en abrir lo cerrado: el
tótem era la aceptación de un flujo, es decir del tiempo. Esa tradición fue
manipulada para aprovechar su impulso pero cerrarse de nuevo. Quien abraza al
poder abraza a la inmovilidad: el torrente de la modernidad, su vértigo
constante, es la contradictoria apariencia de una movilidad que es inmutable.
Abrazar a esa movilidad inmutable equivale a abrazar a la inmovilidad; es el
precio que se paga por lo que el poder ofrece: una apariencia de estabilidad,
de seguridad, de permanencia, que contrarrestan el sentido individual de
fugacidad. Las cosas se repiten siempre en el mismo ciclo, y para que éste no
sea intolerable, a cada vuelta se le viste con diferentes vestimentas: para eso
sirve la ruptura convencional.
*
En uno de sus momentos de mayor lucidez, Oscar Wilde alude a
este punto: “Los secretos de la vida y de la muerte pertenecen únicamente a
aquellos a quienes afecta el terrible paso del tiempo y que poseen no sólo el
pasado, sino el futuro, y pueden elevarse o caer desde un pasado de gloria o de
oprobio”. La tradición manipulada por el poder tiende a que no afecte a la
humanidad el paso del tiempo en virtud de una apariencia de orden, de
inafectable repetición. El precio es desposeerse del pasado, lo cual implica
también deshacerse del futuro.