DGD: Redes 194 (clonografía), 2012 |
lunes, 25 de febrero de 2013
Tradición y ruptura: el conflicto esencial. Apostillas (VIII: Herencia y exilio / Memoria y olvido)
(VIII) Herencia y
exilio / Memoria y olvido
En el momento en que surge el tótem, las leyes de la
herencia se transfiguran: el padre ya no sólo transmite a sus descendientes los
bienes materiales sino también y sobre todo los valores inmateriales. El
clasicismo inglés heredó ese antiguo concepto a través de la palabra memory. En el primero de sus sonetos,
Shakespeare dice:
But as the riper
should by time decease,
His tender heir
might bear his memory:
[“y cuando el ser maduro decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria su joven heredero”.]
To bear posee
numerosos significados: soportar, llevar, tener, admitir, merecer, ejercer,
pagar, dar, resistir, profesar, acompañar, consentir o tener paciencia; dos de
ellos son muy pertinentes: dar a luz (bearing
a child) y desempeñar un papel en algo (to
bear a part); otros dos resultan aún más relevantes: tener presente (to bear in mind) y dirigirse hacia (the ship bore east). Bear his memory: es un lugar común el que el heredero porta y
perpetúa la memoria de sus ancestros, pero en dos sentidos: uno, el literal,
implica que los recuerda; otro, el metafórico, que los tiene presentes, y aún más, que va
hacia ellos.
*
Bellamente dice esto Lezama Lima en Paradiso: “Siempre vio en su familia cercana, su esposa y sus
hijos, el único camino para llegar a la otra familia lejana, hechizada,
sobrenatural”. Habla del tótem, que convierte a la familia cercana (endogamia)
en camino para llegar a la otra
familia, la humana (exogamia). Casi puede decirse que, antes de la aparición
del tótem no existía la humanidad: lo que había era una familia, la “mía”,
cuyos integrantes, sólo reconocidos como tales por la consanguinidad, eran los
únicos que poseían derechos (a la vida, al placer, a la libertad, a la
realización física y espiritual), es decir, era los únicos reales. Fuera de “mi” familia quedaban los “demás”, no sólo
carentes de derechos sino de realidad. (Lezama Lima menciona en Paradiso “la tesis de la perfección de
determinados familiares, a la que todas las familias creen pertenecer, otorgándole
todos los dones, todas las esencias cualitativas”.)
El tótem abre
todos los encierros y por medio de un gran conjuro mágico (simbólico,
metafórico) hace que cualquiera pueda y deba decir “mi” ya no respecto a sus
parientes literalmente consanguíneos, sino a todos, con los que ahora está
emparentado de manera metafórica —pero no menos real: incluso más real que
antes—; ahora existe un nivel en el que ya no hay “los demás”; ahora todos son
“míos”, en el sentido de que todos tienen los mismos derechos (ahí está la
semilla; otra cosa es que sólo hasta la Revolución francesa se le ponga nombre
y contenidos enunciados y enunciativos). Nace la humanidad como un conjunto de
seres reales, como un flujo, un ritmo, un ciclo. Nace, pues, el tiempo (porque
no hay otro tiempo que el tiempo humano: no hay otra significación). Antes del
tótem había un estancamiento, un enrarecimiento análogo al encierro del clan
endogámico; después del tótem hay tiempo. Aceptar el tiempo es aceptar el
pasado (la memoria) y el futuro (la esperanza), pero es también aceptar un
compromiso; los encierros sólo son responsables de mantenerse como tales, pero
la apertura a la intemperie es ahora responsable de comprometerse con un pasado
(la memoria, la experiencia acumulada y el aprendizaje que se desprende de
ella) y a la vez con un futuro (la aplicación de ese aprendizaje que ya no es
endogámico, es decir sólo hacia adentro de las “líneas de sangre”, sino
exogámico, es decir hacia afuera en todas direcciones que abarcan ya no sólo a
los seres humanos sino al universo entero, en líneas de sangre metafóricas).
Porque la exogamia no se detiene, no puede ya detenerse, en los límites de la
familia humana, sino que debe seguir adelante, siempre adelante (eso es el
tiempo humano). El tótem convierte al hombre en un pariente directo de las
estrellas (exogamia metafórica) pero también en consanguíneo de los insectos.
El macro y el microcosmos están ligados por el mismo gran ciclo que la familia
humana. La gran apertura se ha dado: lo humano es lo cósmico.
*
Esta apertura es inaceptable, intolerable, para quienes
requieren volver al nivel de la endogamia, a los encierros, a los
congelamientos, a aquellas nociones de la literalidad que les permite
considerar “inferior” a todo lo que se encuentra fuera de su torre de marfil
literal. Así nace la manipulación del tótem. Si ya no puede darse marcha atrás,
entonces se manipulará a lo metafórico hasta lograr que la endogamia sobreviva
en islas de dominio. El gran ciclo, el gran péndulo, es congelado, y comienzan
así todos los desgarramientos que la Historia con mayúscula registra; esto es,
que la Historia recuerda, porque es
la memoria la que ha sido manipulada, tanto como lo ha sido la memoria del
futuro (la esperanza, la imaginación, el compromiso cósmico).
*
En el nivel literal, memory
es “el recuerdo” de una persona (de ahí los monumentos dedicados “a la memoria”
de alguien); en el nivel simbólico, parece implicar el conjunto de recuerdos que
formaron su historia individual y por tanto su identidad (Borges usa esta
ambivalencia en uno de sus últimos textos mayores, “La memoria de Shakespeare”).
Pero nadie
puede entrar en disposición absoluta de ese acervo de forma literal, ni
siquiera la persona que lo portó. Perpetuar la memoria de alguien no es entrar
en posesión de esa biblioteca de recuerdos o episodios grabados, sino, en
cierto modo, ser poseído por la identidad que tuvo ese nombre y esos recuerdos
(la identidad que fue esos recuerdos).
Y aún las
identidades se van diluyendo a medida que pasan las generaciones. La memoria
que se perpetúa es, entonces, la herencia totémica, la gran metáfora, la última
tradición: la humanidad. De ahí que el más frecuente significado de la palabra
tradición es memoria y que la ruptura es vista como olvido.
*
“Los
recuerdos son cosas fugaces. Se pueden falsificar, se pueden borrar, se pueden
incluso poner en duda.” Tal vez en esta observación de Joseph Conrad en el
cuento “El alma del guerrero” (“The Warrior’s Soul”, 1925) se encuentra la clave de la
manipulación que se ha perpetrado sobre la memoria esencial.
Acaso el motivo ulterior se nota en
otro pasaje conradiano. En el prólogo a su novela El negro del Narciso (1897) Conrad dejó las famosas líneas que eran
su declaración de principios literarios: “Por el poder de la palabra escrita
hacerte oír, hacerte sentir [...] y, ante todo, hacerte ver. Eso, y no más, y
eso lo es todo. Si lo consigo, encontrarás ahí, de acuerdo con tus carencias:
ánimo, consuelo, miedo, encanto —todo lo que pides— y, tal vez, también, el
vistazo de una verdad de la cual te habías olvidado”.
Así la vierte
al español la mayoría de los traductores. La última frase en el original reza: and,
perhaps, also that glimpse of truth for which you have forgotten to ask. Traducir
como “una verdad de la cual te habías olvidado” es correcto, pero el traductor
ha evadido enfrentar la complejidad de “una verdad de la cual te habías
olvidado de preguntar” (o de pedir). No son lo mismo una verdad olvidada y una
verdad obliterada.
En más de un
sentido, la parte sustancial de la tradición ha corrido esta suerte a través de
la manipulación: es una verdad que, sin haber caído en el olvido, deja de estar
presente en la vida humana porque los individuos han olvidado la necesidad de
formularla, de extrañarla (en el sentido de echarla de menos), de exigirla de
vuelta en el reino del hombre.
*
La tradición originaria consistía en abrir lo cerrado: el
tótem era la aceptación de un flujo, es decir del tiempo. Esa tradición fue
manipulada para aprovechar su impulso pero cerrarse de nuevo. Quien abraza al
poder abraza a la inmovilidad: el torrente de la modernidad, su vértigo
constante, es la contradictoria apariencia de una movilidad que es inmutable.
Abrazar a esa movilidad inmutable equivale a abrazar a la inmovilidad; es el
precio que se paga por lo que el poder ofrece: una apariencia de estabilidad,
de seguridad, de permanencia, que contrarrestan el sentido individual de
fugacidad. Las cosas se repiten siempre en el mismo ciclo, y para que éste no
sea intolerable, a cada vuelta se le viste con diferentes vestimentas: para eso
sirve la ruptura convencional.
*
En uno de sus momentos de mayor lucidez, Oscar Wilde alude a
este punto: “Los secretos de la vida y de la muerte pertenecen únicamente a
aquellos a quienes afecta el terrible paso del tiempo y que poseen no sólo el
pasado, sino el futuro, y pueden elevarse o caer desde un pasado de gloria o de
oprobio”. La tradición manipulada por el poder tiende a que no afecte a la
humanidad el paso del tiempo en virtud de una apariencia de orden, de
inafectable repetición. El precio es desposeerse del pasado, lo cual implica
también deshacerse del futuro.
viernes, 15 de febrero de 2013
Tradición y ruptura: el conflicto esencial. Apostillas (VII: Éxito y fracaso)
DGD: Textil 104 (clonografía), 2009 |
(VII) Éxito y fracaso
El reino de Occidente es el de la literalidad, pero se trata
de una literalidad conveniente. Las
formas no convenientes de lo literal están férreamente reguladas. Un óptimo ejemplo
es el discurso del éxito. Los medios masivos insisten en estimular en cada
persona la iniciativa privada, alaban
a quien es audaz e imaginativo, rinden culto al que rompe las fórmulas
establecidas. Las artes narrativas exaltan una y otra vez al héroe que va
contra la corriente, que atenta contra lo previsible, que se impone metas
aparentemente quiméricas. Es a quienes hacen todo esto y se salen con la suya a los que el discurso occidental del éxito
llama ganadores (winners). La ruptura
parece, pues, ampliamente fomentada.
Sin embargo,
ay de quien tome esto demasiado literalmente y vaya más allá de cierta frontera
en donde lo literal deja de ser conveniente (es decir, deja de estar incluido
en el discurso de la conveniencia). Entonces un cúmulo de advertencias, primero;
de sanciones, después; y de duros castigos, finalmente, brotan en el camino del
“irruptor” y le muestran los límites.
Algunos de estos límites son convencionales y sirven para encender aún más la
flama del deseo de superación que mueve al irruptor (que en general es menos un
deseo de superarse a sí mismo que de superar a otros), pero se van volviendo
cada vez más severos en una especie de “desafío deportivo”, de “enfrentamiento
de caballeros”, de persecución del “éxito” en la línea de lo imprevisible.
*
El aparato de poder disfruta enormemente cuando constata el
ímpetu de ciertos irruptores obstinados, que a cada límite traspuesto refuerzan
la auto-confianza. No obstante, en un determinado punto de cualquiera de estas líneas
de lo imprevisible existe un límite que ya no es convencional, metafórico,
simbólico, y tampoco deportivo ni caballeresco. Es un límite literal: el aparato de poder ha perdido
la paciencia. Su reacción ya no es severa sino violenta.
En el cúmulo
de ejemplos posibles basta recordar las historias de Giordano Bruno y de Oscar
Wilde. Ambos pasaron el límite literal,
pese a todas las advertencias y sanciones crecientes, y fueron sometidos a la
hoguera de la Inquisición, con la única diferencia de que el primero lo fue de
manera literal y el segundo de modo simbólico —pero acaso aún más atroz.
*
En la mayoría de los casos el irruptor termina por detenerse,
es decir, por doblarse (“el que no se
dobla, se quiebra”, dice el sobreentendido lema del conservadurismo). La
iniciativa, la audacia, la ambición que mostrara antes de doblarse han servido
ampliamente al aparato de poder, puesto que han alimentado a este aparato con
lo que tanto necesita (modalidades y variantes); sin embargo, en cierto punto
el camino del irruptor deja de ser conveniente y a fuerza de choques él termina
por volverse atrás. Entonces ya es un perdedor (loser), y engrosará las filas de los que no lograron “salirse con
la suya”.
*
Puesto que la “tradición” indica que sólo hay unos cuantos
ganadores y una legión de perdedores, la única “ruptura” posible será ajustarse
a la complejísima y severa codificación de la pirámide del poder: desde
ganadores cuya caída eventual sirve de purga a la frustración y resentimiento
de los que están “abajo”, hasta perdedores que se aferran a pequeñas victorias
parciales puesto que al menos ellas los colocan “por encima” de quienes ni
siquiera eso han conseguido.
(The bigger
they are, the harder they fall, dice el refrán estadounidense: “Mientras más
grandes son, más dura será la caída”; el sentido alude engañosamente a esa
equiparación estratégica de éxito y grandeza. El refrán debe ser entendido más
bien de este modo: a mayor altura a la que logran subir [en la pirámide del
poder], mayor y más oprobiosa será la caída.)
*
A veces los irruptores aprenden a detenerse sin volver atrás.
Eligen el último límite y ahí se quedan, sin traspasarlo pero también sin
desandar camino. El aparato los festeja y los llena de honores: cada uno es
especial a su manera, puesto que demuestra con el ejemplo que es posible llegar
al límite mismo de la tradición sin traspasarlo y en realidad volviéndolo
ruptura convencional.
*
En la novela Moneyball:
The Art of Winning an Unfair Game (2003) de Michael Lewis, una crítica a la
comercialización del beisbol norteamericano, el protagonista se opone al sistema
que ha corrompido a ese deporte, consigue una serie de victorias impensables
con un equipo de “perdedores” y suscita una violenta reacción del statu quo beisbolístico. Un antiguo
colaborador, pintado como noble y sabio, le dice: “Sé que te están criticando,
pero el primero en atravesar la pared siempre acaba sangrando. Siempre. Lo que
haces amenaza no sólo su modo de hacer negocios, sino el juego en sí [el
beisbol]. Estás amenazando su subsistencia, sus trabajos, su manera de hacer
las cosas, y siempre que pasa eso, ya sea en un gobierno o en un negocio, la
gente que tiene las riendas, la que controla el interruptor, se vuelve
completamente loca”.
Pero lo que
este personaje no dice es que esa misma gente requiere que su subsistencia, sus trabajos y su manera de hacer las
cosas esté constantemente bajo alguna forma de la amenaza: necesita volverse
loca porque es el único modo de mantener el control del interruptor. Si el
caballo no es rebelde y si no se opone a ser controlado, el que tiene las
riendas puede adormecerse y ser derribado, y entonces sustituido por sus
voraces competidores.
No obstante,
si bien necesita a la amenaza, tampoco quiere sucumbir a ella. Por eso la
tradición es el constante reacomodo de las rupturas convenientes y la cuidadosa
represión de las rupturas inconvenientes.
*
En la misma novela (llevada al cine en 2011), una vez que
“triunfa” el aguerrido protagonista que se ha rebelado contra la
comercialización, recibe de un potentado una abundante oferta monetaria; aquél titubea
en aceptarla, puesto que se ha prometido no caer nunca en la gran trampa del
capitalismo. Aquel amigo suyo, el colaborador realista y endurecido, intenta derrumbar sus escrúpulos morales por
medio de un simple cambio de perspectiva;
así, le hace la siguiente observación: “No estás aceptando por el dinero. Estás
aceptando por lo que el dinero dice.
Y dice lo que le dice a cualquier jugador que gana mucho: que lo vale [that they’re worth it]”.
El discurso
de la conveniencia encuentra siempre la terminología precisa, rotunda,
incontestable, a través de su manipulación de lo metafórico. Este caso es climático:
ceder a una abultada y tentadora cifra no es moralmente reprobable porque el
dinero es “sólo” un mensaje (sólo así
Occidente acepta sin burlas la presencia de la metáfora y el símbolo). Aceptar
dinero por el dinero mismo sería una mera literalidad inaceptable (equivaldría
simplemente a venderse y a ser comprado); entonces se echa mano de lo
metafórico conveniente: el dinero no “es” sino que dice, y lo que dice es que quien lo tiene, lo vale.
*
Las connotaciones simbólicas de este simple cambio de perspectiva son apabullantes. El protagonista de
la novela ha emprendido la ruptura individual de una tradición manipulada; se
lanza ciegamente a una gesta individual para defender a la que considera la
verdadera tradición, la del beisbol
como deporte. Así pues, de una manera valiente y arriesgada se opone a lo que
contempla como una ruptura inaceptable: la avaricia de quienes han manipulado a
esa tradición originaria para convertirla en un negocio multimillonario. En
toda su “gesta” se le describe a través de otra vieja tradición, la de la iniciativa privada: lo arriesga todo
pese a que tiene todo en contra; es el primero que rompe la pared y sangra;
despierta una crítica feroz y una oposición encarnizada..., y sin embargo
triunfa. Pero la novela (y la película basada en ésta) no descansa en el símbolo
de una tradición reivindicada, sino en aquel otro símbolo que es revelado en
esa secuencia del “cambio de perspectiva”.
El gambito
verbal es brillante: gracias a una simple permuta de palabras, este personaje
puede dar marcha atrás sin escrúpulos y venderse a un aparato que al ofrecerle
el jugoso cheque le reconoce su valor:
no el valor de un irruptor, desde luego, sino el de quien ha sabido detenerse
en el límite mismo.
*
Como tantos otros personajes de historias similares, el
protagonista de Moneyball cree que es
posible una pequeña revolución sensata en el seno mismo de un aparato corrupto que
ha extendido su dominio hasta el grado de ser ya inseparable del deporte en sí.
A fin de cuentas este personaje puede arriesgarlo todo, pero su última
finalidad es pertenecer a algo; ese
algo, la magnitud llamada beisbol, no es diferenciable del aparato de poder que
lo sustenta. Es en este punto en donde entra en funciones el discurso de la
conveniencia: el protagonista de novela y película conservará ante sí mismo al
menos una apariencia de dignidad por medio de ver lo que quiere ver (su
pertenencia a una tradición noble) y dejará de ver al aparato que no ha hecho
otra cosa que beneficiarse con esa “ruptura” para reforzar a la inamovible tradición
del poder en todas sus ramificaciones.
*
Lo mismo sucede en muchos otros niveles, por ejemplo en la
entrega de premios de la Academia hollywoodense de 2003 en la que se dio el
Oscar por mejor documental a Bowling for
Columbine de Michael Moore, una película que hace una crítica profunda de
la política que rige a Estados Unidos. Los miembros de la Academia votaron
mayoritariamente por esta película, pero su disidencia se da respecto a esa
política nacional (es decir a una entidad abstracta), no respecto a la Academia
ni a Hollywood, que son estructuras (instituciones) a las que se enorgullecen
de pertenecer.
El
protagonista de Moneyball actúa del
mismo modo: su disidencia surge respecto a las corporaciones que han corrompido
al beisbol, no al poder al que ellas representan y que no es distinto del que
maneja al país (y al mundo entero), puesto que ese poder está extendido en todos
los círculos concéntricos y ya no existe una forma precisa de diferenciarlo de
una u otra de sus manifestaciones (no es posible establecer la línea a partir
de la cual una institución es independiente del sistema general en el que está
insertada).
Es de esta manera
que el poder ha terminado por ser sinónimo del mundo mismo.
*
Se dice que hay una ambición desmedida en quien tiene el
poder, pero tampoco poder y ambición pueden ser diferenciados. En la película Wall Street: Money Never Sleeps (Oliver
Stone, 2010), alguien pregunta a un voraz multimillonario si existe una
cantidad tope, un monto ante el cual pueda decirse que ha satisfecho sus
ambiciones. El interpelado no responde con una cifra sino con una sola palabra:
“Más”. Pero no está diciendo “más dinero”, sino “más poder”.
La ambición
no es el único motor del poderoso. El poder debe ejercerse y ampliarse a cada
momento, sin cesar: si se queda quieto un solo instante, si deja de extenderse,
se resquebraja (the harder they fall).
Ni siquiera es necesario restar: basta con dejar de sumar. El ganador debe
estar ganando a cada instante: un solo instante sin ganancia es una pérdida total. El que usa al poder no puede
detenerse, o lo pierde todo. En
última instancia el poder es la propia ruptura de sí mismo.
*
Una de las frases más frecuentes en los bandos es la
identificación de determinado individuo como “uno de los nuestros”, una
nombradía que de inmediato lo diferencia de “los otros”. Sólo Joseph Conrad
supo atrapar este lugar común y transfigurarlo al colocarlo en un registro
metafísico; en la novela Lord Jim (1900), del personaje protagónico se dice una y otra vez que “es
uno de los nuestros”, sin que se especifique el sentido en que esto se enuncia.
Jim podría
ser definido según lo que sea cada individuo que lo llama “uno de los nuestros”:
un colonialista, un conquistador, un militar endurecido, pero también podría
ser algo muy distinto, puesto que cuando a veces el personaje narrador (Marlow)
lo llama “uno de los nuestros” sin identificar específicamente un bando (Marlow
es un hombre de mar pero también un
hombre), podría estarse refiriendo a la familia metafórica originaria: a un
individuo que, por una extraña excepcionalidad, no dice “nuestros” desde un
bando sino desde la verdadera fraternidad.
miércoles, 6 de febrero de 2013
Tradición y ruptura: el conflicto esencial. Apostillas (VI: Lo literal y lo metafórico)
DGD: Redes 190 (clonografía), 2012 |
(VI) Lo literal y lo
metafórico
Hay dos maneras opuestas de interpretar el Oscar por mejor
documental que la Academia hollywoodense dio en 2003 a la película Bowling for Columbine (2002) de Michael
Moore. Una es que la tradición se apropia de sus más imprevisibles irruptores y
los incorpora en su constante necesidad de legitimarse. La otra interpretación
es que hay numerosos detractores dentro de la Academia y la propia industria
hollywoodense que se creían aislados y habían sido vencidos por la apatía, y
que de pronto se identificaron con la película y se solidarizaron con ésta para
hacerse oír, así fuera fugazmente (es decir, tímidamente, anónimamente, sin
perder sus privilegios individuales).
Acaso se
trate de una combinación de ambas formas de interpretar ese premio, pero lo que
permanece es una serie de preguntas: ¿qué es la tradición y por qué de forma
casi automática todo invita a considerarla como un sinónimo del aparato de
poder? ¿Fue así desde el principio (si existe un principio), en cuyo caso la
tradición no es sino el método de las estructuras dominantes para perdurar? ¿O en
algún momento la tradición (entendida como el sentido originario del tótem) fue
modificada, es decir manipulada, para que coincidiera con los intereses y
conveniencias del poder?
*
Si acierta la tesis de una manipulación, el intento de
averiguar cuándo y en dónde se originó es acaso impracticable; sin embargo, no
resulta tan arduo establecer quién la originó; basta hacerse la pregunta
detectivesca esencial ante un determinado hecho misterioso: “¿a quién
beneficia?”. El quién aparece por sí
mismo, puesto que la manipulación del tótem ha beneficiado, a lo largo de la
historia y sin excepciones, al poder instituido.
*
La prohibición del incesto literal fue violentamente
instaurada, pero el incesto metafórico fue manipulado para volverse, de nuevo,
literal en el siguiente nivel. El sentido originario del tótem (muy
posiblemente matriarcal) era sacar a las familias endogámicas de su encierro y
su estancamiento autodestructivos y dar a la colectividad un marco de
referencia abierto, transformándola en una única familia abierta y fluyente en
la que todos sus integrantes estarían ligados por una consanguinidad metafórica
(lo cual no significa “ilusoria” o “ficticia”, como lo entiende la modernidad,
sino todo lo contrario: una consanguinidad más real que la literal puesto que
actúa en un contexto mayor, cósmico).
La
manipulación (indudablemente patriarcal) se produjo a través del paradigma de
la guerra.
*
La guerra literal (entre clanes endogámicos) fue detenida en
el siguiente nivel gracias al tótem y su noción de fraternidad de todos los
hombres; sin embargo, nació entonces la guerra simbólica (entre clanes exogámicos),
que encontró la manera de volverse de nuevo literal sin descender de nivel. La
estrategia consistió en la formación de bandos masculinos cuyos miembros (no
ligados por una consanguinidad literal, que es inevitable, sino por una
consanguinidad metafórica, que se elige)
se comportan como hermanos incestuosos (fraternidades)
en una especie de endogamia metafórica que sigue apostando por lo literal.
*
La guerra es un conflicto, y la Historia con mayúscula,
sucesión de conflictos, es apenas
algo más que historia de la guerra. Resulta innegable que la Historia se ha
militarizado, junto con todas sus manifestaciones, las historias, privilegio de las artes narrativas y la ficción.
Se dice que
sólo hay historias cuando hay conflicto, y todo conflicto es bélico. El
paradigma es castrense, en todos los niveles. El ejército es prácticamente el
modelo de toda estructura narrativa, y la conflagración el único modo de
encuentro entre las fuerzas. Aun en las historias que menos parecen ser “de
guerra”, los personajes establecen conflictos bélicos consigo mismos, entre sí
o con el mundo que los rodea. No otra cosa es lo que se conoce, lo mismo en las
artes dramáticas que en la política, como realismo.
*
Occidente sólo acepta realidad en lo literal, lo cual no le
impide tomar los elementos de lo metafórico que por una u otra razón le son
útiles; lo hace, además, burlonamente, para acallar a la mala conciencia. La
burla alienta en el fondo del uso de lo metafórico en la cotidianidad; nadie
que diga “se me hace agua la boca” acepta literalmente estarse disolviendo, ni
cuando una persona reprocha a otra que “anda en las nubes” le está reconociendo
la capacidad de levitación. Hay en estos giros una ironía sangrienta soterrada,
un burlarse de la “ingenuidad” del lenguaje figurado. El uso, regido por la
conveniencia, racionaliza a lo
metafórico, a lo simbólico, a lo mágico; es lo que en última instancia hace el
reino de lo literal en todos los niveles: racionalizar, normalizar, comprimir.
*
La burla al lenguaje metafórico es esencial en la comedia
norteamericana, y la parte más hilarante (y más burda) de ésta se basa en tomar
literalmente a los lugares comunes. Buen ejemplo se halla en esa secuencia de
la película Spaceballs (Mel Brooks,
1987) en la que ciertos soldados afirman estar “peinando la zona” y, en efecto,
a continuación se les ve pasar por las dunas de un desierto enormes peines de
varios metros de longitud. En esencia se trata de la misma burla que el
racionalista ateo dirige a los mitos religiosos, por ejemplo a los seis días de
la creación, al que por cierto los científicos anteponen otro mito, el del Big Bang. La única diferencia entre
ambos mitos es el tipo de autoridad que los respalda.
Sin embargo,
ambas autoridades coinciden en un punto: el rechazo hacia la palabra “mito” por
inconveniente (ya que se define como ensoñación primitiva, superstición pueril).
La creación bíblica en seis días es un “dogma de la fe” o una “verdad
revelada”, mientras que el Big Bang es
un “modelo científico” o un “paradigma cosmológico que explica el origen y
evolución del universo”. El rechazo de la palabra “mito” desde ambos extremos
de la escala no es sino un ejemplo del empobrecedor discurso de la conveniencia.
*
En las artes narrativas la literalidad es el primordial
paradigma. El realismo no es otra cosa que la negación constante, y a la vez la
burla sangrienta, de los usos verdaderamente subversivos de la metáfora, del
símbolo y del lenguaje mágico. Son subversivos porque están prohibidos, es
decir, vueltos tabú en un mundo social en el que el tótem ha sido manipulado y
vuelto pura literalidad.
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