DGD: Redes 49 (clonografía), 2008 |
Ningún acuerdo existe en la cuestión del origen
del mal, sin duda el mayor de los problemas metafísicos. Schopenhauer lo llamó
“el punctum pruriens [punto incómodo] de la metafísica”, pero en ese
punto, más que una mera incomodidad, hay angustia y hasta terror. “Piedra de
toque del ateísmo”, llamó Büchner al mal. En primer lugar, esto se debe a que
la cuestión no puede ser resuelta a través de un mero análisis experimental
sobre las condiciones reales de las que surge el mal. El problema no se refiere
tanto a las muy variadas manifestaciones del mal en la naturaleza, como a la
causa oculta que hace posibles (y hasta necesarias, según otros) a esas
manifestaciones.
Así como hay tres categorías del mal (físico,
moral y metafísico), se acepta que sólo puede haber tres posibles orígenes de él:
la divinidad (teoría angular), el hombre (teoría circular) o la naturaleza/el
azar/el destino (teoría radial). Aunque también deben considerarse las
combinaciones, como la ardua afirmación tomista causa mali est bonum
(“la causa del mal es el bien”), que es a la vez angular, circular y radial.
Tal argumento se basa en la idea de que toda causa positiva y real, por el mero
hecho de serlo, es un bien, puesto que toda entidad es buena. Cabe recordar
aquí que el tiempo en que escribía Tomás de Aquino era el reino de la teología
natural y que ésta no discutía sobre la religión sino sobre Dios. Más tarde
surgiría la filosofía de la religión, menos optimista y basada en una discusión
racional sin apoyo en la revelación por la fe. Esa línea generaría el gran golpe
asestado por Kant; antes de este filósofo, la teología era una racionalidad
basada en la fe; retirada esta base, la razón sola comenzó a soñar monstruos.
Pero aun en tiempos de la teología natural era claro que cada pensador estaba
luchando no por dotar de argumentos a la religión sino por salvaguardar su amor
personal a la divinidad de todas las pavorosas contradicciones que amenazaban a
ese amor. La mayor de todas, la imbatible, es el origen del mal.
En cuanto a este punto no hay siquiera
seguridades; no puede decirse que cada autor proponga una solución tentativa,
sino más bien que casi todos ellos se dedican a refutar propuestas y
contrapropuestas anteriores, todas ellas provisionales. Ningún sistema filosófico ha
logrado iluminar la oscuridad profunda en la que el problema sigue
prácticamente intocado. Si se admite que el mal consiste
en una determinada relación del hombre con su circunstancia, ¿cómo explicar que
todas esas “relaciones” parecen formas de una guerra eterna? Si se acepta que
el todo es bueno per se, pero que el mal brota en la relación entre sus
partes, ¿es entonces el mal la “interconexión” en sí, o un elemento infaltable
y hasta imprescindible sin el cual las partes no podrían relacionarse?
Hay quienes sostienen que el mal metafísico es
ni más ni menos que el “método de la naturaleza”, y que no significa sino una
continua redistribución de los elementos materiales en el universo; de ahí
surge el apoyo filosófico a todas las doctrinas políticas de dominio, conquista
y devastación más o menos “racionalizada”: se trataría simplemente de “ser
fiel” a la manera del cosmos, la guerra perpetua. No hacemos el mal —exclaman
estas ideologías—: somos el mal. Éste es ontológico y sólo cabe
“racionalizarlo”, es decir, mitigarlo (democracias) o utilizarlo
(imperialismos).
Porque la experiencia diaria indica que quien
incurre en la maldad nunca confiesa estarla haciendo directamente, sino que se
respalda en motivos, lemas, consignas, doctrinas, idearios... Una de las más
frecuentes ideas-de-apoyo es precisamente “el bien común”. El individuo que
lastima a sus hijos “por su bien” hace lo mismo que el dictador que perpetra un
genocidio. Es la figura del que Dostoievski llamó endemoniado, alguien que se
obsesiona por un específico fin que para él justifica a todos los medios y lo
hace dejar de ver las consecuencias de éstos. Las ideas políticas suelen ser la
clase más siniestra de este tipo de “fines”, como bien testimonian Hitler,
Stalin o Pinochet.
Freud se encargó de fundamentarlo desde el lado
de la psicología:
La verdad oculta tras de todo
esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura
tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se la atacara, sino,
por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe
incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le
representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un
motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad
de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su
consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para
ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. [El malestar en
la cultura (1930).]
El hombre es al mismo tiempo deseo (impulso,
instinto, barbarie) y límite de su deseo (contención, ley moral, civilización),
y él mismo se impone esos límites porque de otro modo se extinguiría. Para
Schopenhauer, el hombre “no puede querer lo que no quiere”, no puede dejar de
ser lo que es, ni actuar como si fuera distinto de lo que ya es. Y ¿qué es? La
suma de sus actos y no un “alma” que podría ser algo diferente de lo que hace.
A partir de este “determinismo ontológico”, Nietzsche concluye que “todos somos
inocentes”. Si no hay Dios, si no somos libres, si somos una “máquina”, ¿de qué
y ante quién podríamos ser culpables?
Sin embargo, a estas ideologías “negativas” se
oponen otras “positivas”, que a su manera se alían con la religión al exclamar
que el sufrimiento humano no es congénito sino opuesto a todo concepto de
unidad o armonía en la naturaleza y por tanto, prescindible y evitable. La
religión tiene menos problemas para sostener su tesis iluminista, puesto que
atribuye la creación a una divinidad absolutamente benevolente. Mas esto, que
debería ser la base tranquilizadora de todo juicio, es en realidad la fuente de
los mayores conflictos, angustias y pavores. Puesto que este mundo incluye
tanta maldad, ¿por qué debió haberlo creado un Dios absolutamente bondadoso?
Más allá de la razón febril está la imaginación
dolorida. En el fondo, casi todos los analistas sienten una única certeza: el
origen del mal, como el de todas las cosas, es inexplicable. El pragmático
William James lo dice desde el lado de la ciencia: “Por ninguna posibilidad
podemos entender el carácter de la mente cósmica cuyo propósito es plenamente
manifiesto por la extraña mezcla del bien y el mal que encontramos en este
particular mundo real. La simple palabra ‘plan’ no tiene por sí misma ninguna
consecuencia y nada explica” (Pragmatism, 1907). Desde esta declaración
no hay mucha distancia a aquella otra que intuye que tal “mente cósmica” debe
corresponder a una divinidad subsidiaria, o pueril, o ya francamente senil, por
no mencionar a aquella teoría gnóstica que tantos escándalos ha causado: la de
que se trata en realidad de un demonio disfrazado de dios.
*
Bibliografía
Sigmund
Freud: Das unbehagen in der kultur (1930), Fischer, Frankfurt, 1994. [Civilization
and its discontents, W.W. Norton, Nueva York, 1999. / El malestar en la
cultura, Alianza Editorial, Madrid, 1975.]
William James: Pragmatism: A New Name for Some Old Ways of Thinking, Harvard University, 1907; Hackett, 1981; Dover 1995. [Pragmatismo: un nuevo nombre para viejas formas de pensar, Alianza Editorial, Madrid, 2000.]
*
[De Libro de Nadie 3. Leer el capítulo siguiente.]
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