DGD: Redes 198 (clonografía), 2012 |
Este es el enloquecedor núcleo de la cuestión:
Dios crea, es decir, se abre; crea al hombre libre y lo deja ser en-sí,
esto es, lo crea abierto; a continuación Dios se retira en un acto totalmente
incomprensible por la criatura (vuelve a cerrarse), y es este abandono el que
hace posible la existencia del mal (la gran cerrazón). Cuando en la historia
humana se habló de la “muerte de Dios”, este término era irónico y a la vez
desgarrador, puesto que no significaba sino la muerte de las mitologías teístas
o, en términos más “modernos”, la de-construcción de los grandes mitos
religiosos. Pero este “deicidio” sigue sucediendo en la élite de la razón, de
libro a libro de los grandes pensadores, cada cual más abstracto que el
anterior. Mientras tanto, en la imaginación colectiva, en las tradiciones
populares, el problema dista de haberse “superado históricamente”; ni el fin de
la Historia, ni la muerte de Dios, ni la de-construcción posmoderna han logrado
delinear al máximo arquetipo negativo: el de Nadie, el ser humano que hace del
máximo abandono (el mal) la única posible respuesta a su creador (o al
universo, o al destino): desear lo imposible.
Es aquí en donde el arquetipo de Nadie cobra su
máxima investidura. Se trata, pues, del supremo arquetipo negativo, abstracto y
absurdo, como la verdadera respuesta humana al problema de Dios. Si lo que la
divinidad hace es absolutamente incomprensible y absurdo, el hombre sólo
encuentra sentido en los actos que él mismo puede emprender con esas mismas
características. “Nadie” hace lo incomprensible, lo más absurdo: es el único
que en verdad se comporta como su creador y, por tanto, también el único que se
comunica con la divinidad, y no a partir de la pérdida de la identidad, sino
del acto plenamente consciente de asumir todas las pérdidas. Sólo así se
comprende la sentencia del maestro argentino Antonio Porchia: “El daño que tú
me haces no me mata; mas si yo te hiciera daño, me mataría”.
El mayor de todos los despojos es el mal.
“Nadie” lo asume, y no porque el mal sea lo humano, sino porque lo humano es el
acto mismo de asumir, y especialmente de asumir lo incomprensible, lo
absurdo: lo imposible. La supresión del sujeto es la única revelación de lo
absoluto como apertura hacia lo incognoscible. “Nadie” se abandona a sí mismo
tal como lo abandonó su creador. Al volverse Nadie, quita al mal todo lugar de
manifestación. Nadie es el que se abre hasta ser lo propiamente imposible.
Es en este punto que puede comprenderse el “más”
entrevisto por el ensayista Óscar del Barco:
Somos violencia y más que violencia, somos amor y más
que amor. “Somos” un que inaudito que no puede ser conocido porque es lo
otro del logos. Somos violencia, destrucción, sevicia, mansedumbre,
piedad, amor, y más. Este más, este exceso, que a su vez se entrega como
donación, es lo que somos como más-que-ser. Una espera sin esperanza, una
espera de nada y de nadie, la sola espera previa a todas las constituciones
egolátricas, la pasividad sin relaciones. Estas son las condiciones fácticas,
posteriores y previas a cualquier “Dios”, en las que la violencia del mal
pierde su posibilidad de ser.
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Bibliografía
Antonio
Porchia: Voces reunidas, Pre-Textos,
Valencia, 2006.
Óscar del
Barco: “Consideraciones sobre la violencia”, en Nombres, n. 18, Córdoba
(Argentina), diciembre de 2003.
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[De Libro de Nadie 3. Leer el capitulo siguiente.]