DGD: Redes 64 (clonografía), 2009 |
10. Fragmentación,
reconstrucción. En el siglo XX, en Latinoamérica gracias a Borges, en México gracias a
Alfonso Reyes, el ensayo alcanzó la gran ventaja de ser considerado un género (lo
que significó ser tomado en serio) y
el ensayo literario fue visto como la manifestación más alta de ese género.
Liliana Weinberg sintetiza:
[T]al vez la mayor paradoja resulte en que buena parte
de la crítica haya desconocido su complejidad [del ensayo] y haya preferido
pensarlo como superficial, ligero, errático, asistemático, no comprometido con
la cosa, abierto temática y estilísticamente a cualquier impulso de una
subjetividad caprichosa. Nada más alejado del ensayo que esto último: en su
dimensión como poética del pensar, en su capacidad de ofrecernos nuevos
miradores para entender el mundo, en su más profunda ley intelectiva, el ensayo
se nos muestra como la más íntima forma de vivir lo social y la más pública
forma de dar a conocer nuestro singular modo de sentir el mundo.
Una
de las definiciones parciales del ensayo indica que éste se caracteriza por la
fragmentación; otro rasgo lo define como “un texto que parte del conocimiento
establecido para romperlo”. Theodor W. Adorno especifica de qué tipo de
fragmentación y de ruptura se trata cuando exclama que la primera ley del
ensayo es la herejía, la continua ruptura de toda certidumbre tranquilizadora.
En
su Tratado de la argumentación, Chaïm
Perelman llama “argumentos por división” a aquellos de los que se sirve el
ensayo: “en el argumento por división, las partes se enumeran de forma
exhaustiva, pero pueden elegirse como se quiera y de manera muy variada, con la
condición de que, por su adición, sean susceptibles de reconstruir un conjunto
dado”. Hay aquí una definición parcial, un rasgo concreto: la fragmentación de
un conjunto a la que sigue una reconstrucción desde partes de ese conjunto
libremente elegidas y combinadas. Estos tres rasgos se acomodan en secuencia:
ruptura, fragmentación, reconstrucción. Un modelo se deconstruye para
reconstruirse de una forma inesperada.
11. Diálogo, ensamblaje. Otro rasgo que no puede
desecharse consiste en que el ensayo, en sus orígenes, fue pensado como charla
y luego como discusión. Ya en la Grecia clásica se había considerado como un
género literario surgido precisamente de los Diálogos de Platón, continuado por los romanos (Cicerón, Luciano
de Samosata) y
revitalizado en el Renacimiento en latín (Erasmo) y en otras lenguas (Quevedo,
Juan de Valdés).
Podría remontarse el tiempo buscando rastros de esta estirpe de grandes
“charlistas”, entre los que se encontrarían sin duda los presocráticos y la
escuela pitagórica. Otro eminente charlista
sería Plinio el Viejo, un agudo observador y enciclopedista cuya obra magna es
la Historia Natural, una enciclopedia
que reunía una gran parte del saber de su época y que ocupaba 160 volúmenes con
la pretensión de “abarcar el mundo natural, o la vida”. En este inmenso tapiz
hay de todo: astronomía, matemáticas, geografía, etnografía, antropología,
fisiología humana, zoología, botánica, agricultura, horticultura, farmacología,
minería, mineralogía, escultura, pintura, joyería...
Otro ilustre antecedente de Montaigne fue el romano Aulo
Gelio, que vivió en la época de los emperadores Adriano y Marco Aurelio y que, con
el único propósito de entretener y educar a sus hijos, se propuso escribir una
serie de opiniones, cavilaciones, recuerdos, datos de la antigüedad,
curiosidades de la vida romana, enseñanzas, anécdotas, rarezas y hechos
insólitos que había oído o leído en su larga vida de lector ávido. Así redactó
los veinte volúmenes de las Noches áticas,
que no es un tratado sobre algo específico y en cambio sí una fascinante
colección de casi cualquier materia (historia, geometría, derecho, gramática, crítica
literaria, etimología, filosofía...). Como en el caso de Plinio, todos estos
fragmentos eran ensamblados solamente por la voz que los reunía.
Esta es la tradición que recoge y transmite Montaigne: el
ensayo como la voz que ensambla fragmentos, y no llevada por la compulsión de
ordenar (apropiarse por medio de la categorización arbitraria del mundo), sino por
el puro gusto de ver hasta dónde la voz personal puede ejercitar sus poderes, medir
sus fuerzas, experimentar sus capacidades genéricas: conocerse.
*
Bibliografía
Theodor W. Adorno: “El ensayo
como forma” (1958), en Notas de
literatura, Ariel, Barcelona, 1962; trad. de Manuel Sacristán.
Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca: Tratado de la argumentación: la nueva retórica, Gredós, Madrid, 2009.
Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca: Tratado de la argumentación: la nueva retórica, Gredós, Madrid, 2009.
*
[Leer Auras y rasgos del ensayo (V).]
No hay comentarios:
Publicar un comentario