La voz del espacio, 1928. Museo Magritte. |
La voz del espacio, 1928, segunda versión. Museo Magritte. |
En pocas obras plásticas como la de Magritte el misterio es
reflejado en toda su potencia sin intentar “explicarlo”. El artista belga
despoja a los objetos de su cotidiana coraza verbal y los devuelve al punto
originario en donde aún no se han vuelto previsibles para la percepción. Los
cascabeles forman parte de sus objetos preferidos. En La voz del espacio (1928) estos objetos están suspendidos sobre un
paisaje bucólico con el mar de fondo, representado este entorno con una
virtuosa técnica de aparente realismo. Colocados en esta escala, los objetos
“comunes” adquieren dimensiones colosales. El mismo año Magritte emprendió una
versión nocturna de la misma escena. El paisaje, ahora sumido en la oscuridad
de la noche, ya no funciona como referente y contraste de tamaño: los
cascabeles podrían tener dimensiones “normales” y estar vistos muy de cerca; es
acaso por ello que la versión más conocida es la “diurna”. Sin embargo, al contemplar
juntas a las dos versiones, la diurna confiere su monumentalidad a la nocturna,
que se vuelve aún más misteriosa. Contribuye a este efecto el intenso reflejo
de la luna en las superficies metálicas. Cabe notar asimismo que en la versión
diurna hay tres cascabeles, mientras que hay uno más en la nocturna: la cuarta esfera
podría ser invisible durante el día.
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