Georgette ante la mesa, ca. 1928. Museo Magritte. |
René Magritte (1898-1967) fue también un apasionado por la fotografía
y solía emplear sus instantáneas como estudios preparatorios para sus pinturas.
En uno u otro lenguaje su exigencia era alertar al espectador, hacerlo
consciente de la percepción precondicionada de lo real. En este sentido,
Magritte podría haber compartido plenamente aquella afirmación del gran Charles
Fort (1874-1932): “Siempre he encontrado interesante recorrer una calle, mirar
lo que me rodea y preguntarme a qué se parecerían todas estas cosas si no se me
hubiera enseñado a ver caballos, árboles y casas ahí en donde hay caballos,
árboles y casas. Estoy persuadido de que, para una visión superior, los objetos
no son más que constreñimientos locales fundiéndose instintivamente los unos
con los otros en un gran todo global”. Toda la obra de René Magritte podría
corresponder a la misma entrevisión.
El joven
Magritte tomó hacia 1928 una fotografía de su esposa, Georgette Berger, una
amiga de su juventud con la que se había casado en 1922 y que fue su modelo en
numerosas obras. Con su característica y virulenta sencillez llamó a esta
imagen Georgette ante la mesa. En un
interior hogareño, Georgette, ataviada con tonos oscuros, se encuentra en
efecto ante una mesa en la que se ven vestigios de una comida reciente (platos
con restos, una jarra, cubiertos, un pan recién cortado); sin embargo, la joven
no trasluce una postura casual sino que asume claramente la actitud de quien
posa. Porque en su insobornable búsqueda de una visión superior, Magritte no busca captar un instante “común” (es
decir, “realista”). En esta imagen rodean a Georgette los elementos usuales que
el espectador espera ver en una vivienda: además de la mesa hay una puerta, una
ventana, un mueble con repisas, un pequeño marco en la pared cuidadosamente
cortado por el encuadre para que introduzca la idea de los límites de una
imagen sin que ésta interfiera con el conjunto. Sin embargo, hay también un
elemento no tan usual ni común en un comedor: un caballete del que está suspendido
un lienzo blanco.
Georgette ante la mesa, detalle. |
Georgette está colocada ante este caballete con una
precisión absoluta: la rodea la suficiente blancura como para evitar que el
espectador la integre en la imagen, la encadene a lo cotidiano, le dé una
“explicación”.
Georgette ante la mesa, detalle. |
Magritte ha cuidado de tal modo la composición, que muy bien
podría pensarse en una fotografía dentro de otra. En efecto, el sujeto
fotografiado se confunde con el sujeto “real”. Georgette resulta, así, la
modelo y a la vez la representación de esa modelo: la instantánea de sí misma.
Magritte ejerce su magia esencial: Georgette es tanto la retratada como el
retrato.
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