El espejo falso, 1928. |
El espejo falso (Le faux miroir), obra esencial de
Magritte, presenta a un enorme ojo sin pestañas cuyo iris contiene un brillante
cielo azul y una pupila en la forma de un disco negro. Este ojo de Magritte
funciona en numerosos niveles simultáneos: el espectador mira a través de él,
como en una ventana, pero a la vez es mirado por ese ojo. Y además, el título (provisto
por un amigo del autor, el escritor surrealista belga Paul Nougé) sugiere otra
dimensión: quien contempla esta imagen también se refleja en el ojo: ve lo que es; lo que es lo mira, y su mirada es capaz de ir a través, de ir más allá.
El gran surrealista
Man Ray, que fue dueño de esta pintura entre 1933 y 1936, reconoció esa
dualidad (o ambivalencia, o interconstructividad) cuando describió a El espejo falso como una pintura que “ve
tanto como ella misma es vista”. Por una vez, el hecho pictórico no se da en
una superficie que se ofrece a los ojos, sino en la relación entre éstos y la imagen, es decir que más que una pintura
es una mirada, en un eco del
portentoso poema de Machado: “El ojo que ves / no es ojo / porque lo miras. /
Es ojo porque te ve”. Aquí hay un ojo pintado,
es decir, representado, pero quien mira es la representación misma. El espectador del cuadro se mira representado
en ella, pero no sólo eso: se mira mirando, se contempla contemplándose. Y lo
que ve es tanto lo visible como lo invisible.
Resulta
revelador comparar a El espejo falso
con una pintura realizada treinta y cinco años después por el propio Magritte: El telescopio, uno de los más sutiles tratamientos que el artista hizo
de su fundamental tema de la ventana.
El telescopio, 1963. |
En principio, el espectador podría creer que se trata de un
armario, y no sin fundamentos, puesto que podría recordar otras pinturas de
Magritte, como Homenaje a Mack Sennett.
Homenaje a Mack Sennett, 1934. |
Sería posible pensar, pues, que en El telescopio se trata de un armario cuyas puertas han sido
“decoradas” con nubes. Con su característica sutileza, Magritte destruye esa
atribución: una esquina de la hoja derecha se transparenta y permite ver el
marco detrás: se trata de una ventana con cristales transparentes en cada hoja.
El telescopio, detalle. |
En El telescopio, como indica la “lógica”, a través de los cristales de
la ventana se ve el exterior, en este caso un paisaje marino. Pero una de las
hojas está entreabierta, de tal manera que, otra vez según la “lógica”, debería
seguirse viendo el paisaje, ya sin el intermedio del cristal. Pero he aquí que
la lógica estalla: en ese espacio no hay sino la más densa penumbra, el negro
absoluto. Estas hojas de la ventana corresponden al iris del ojo en El espejo falso. Al entreabrirse las
hojas queda a la vista un negro total, que sería el correspondiente a la pupila
negra de aquel ojo. O en otras palabras, a la realidad integral, que incluye a lo
invisible.
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