El feliz donante, 1966. |
En El feliz donante,
Magritte hace otra combinatoria: el cascabel, el hombre del sombrero hongo y la
casa de El imperio de las luces. De
modo significativo, este paisaje que se ve en el interior del hombre es
totalmente nocturno: equivale a lo que sería el estado “normal” del cielo en El imperio de las luces.
Una
poderosa variante juega El pensamiento que mira: el hombre del sombrero
hongo proyecta su sombra en un fondo compuesto por paneles de madera; mientras
en el interior del hombre refulge un mar bajo un cielo diurno, dentro de su
sombra se aprecia la casa iluminada y encima el cielo nocturno, la luna
creciente.
El pensamiento que mira. |
El paisaje totalmente nocturno vuelve en La página en blanco, uno de los últimos
lienzos del artista.
La página en blanco, 1967. |
Los estudiosos de los mitos hablan del “plano de la
verosimilitud”. Como buen ejemplo puede citarse aquella escena del Canto XIX de
la Odisea, en donde Penélope
permanece plácidamente dormida mientras que en el piso de abajo se produce la
estentórea matanza que Odiseo hace de los pretendientes. No resulta del todo
inútil aplicar los rigores lógicos del realismo al propio mito, que en
numerosas ocasiones parece contemplar a la verosimilitud y se preocupa por
satisfacerla. Así, la misma Penélope más adelante explica, casi como una
justificación de lo que parece un “error de lógica”, que “no es posible que los
hombres estén sin dormir, porque los inmortales han ordenado que los mortales
de la fértil tierra empleen así cada parte del tiempo”. Sugiere, en un nivel
inmediato, que su sueño era pesado debido al cansancio, y en otro nivel (para
quienes esa “explicación” no satisfaga), que los dioses pueden haberla sumido
en la inconsciencia de modo deliberado porque en la trama del destino no estaba
previsto que despertara.
Si se
coloca a El imperio de las luces en
el “plano de la verosimilitud” no hay error posible, ni la menor posibilidad de
objeción: las reglas de lo verosímil están cumplidas a cabalidad en todos los
niveles: el cielo diurno se cubre de la luz previsible, el paisaje nocturno
está envuelto en la correspondiente tiniebla. La reunión de ambos en una sola
imagen no rompe la verosimilitud de cada uno (en cuyo caso podría hablarse de
mentira, de falsificación, de impostura); a la inversa: construye una verdad mayor, contra la cual no funciona
ninguno de los recursos de los que se sirve la lógica para desterrar a lo
imprevisible.
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