DGD: Morfograma 63, 2019. |
La
Música de las Esferas
En efecto, los campos mórficos, los vasos
comunicantes que se hallan unos dentro de otros, resuenan: de las
células a las galaxias, de las miradas a lo invisible, del vasto ayer al mañana
no menos ubicuo. Contemplar al universo como una magna sinfonía compuesta de
resonancias, ofrece sin duda un nuevo sentido a la arcana expresión Música
de las Esferas.
(Pitágoras,
a quienes muchos consideran el primer científico y muchos el primer místico de
Occidente, fue sin duda el primero en estudiar la música de modo sistemático y
disciplinado. Así, describió los cielos como siete esferas, una dentro de la
otra y cada una conteniendo a un planeta conocido, con el sol como la esfera
central. El movimiento de este perfecto sistema no sólo producía música sino
que era música en sí mismo: la Música de las Esferas era la expresión
misma de la armonía celeste.)
Para
una concepción horizontal (sucesivista) del universo, una visión como la de los
campos mórficos simplemente sigue siendo imposible, y en todo caso,
“improbable”. No así para una mirada vertical (simultánea), sabedora de que
todo en el cosmos es interno y contemporáneo, de que “Lo que está
arriba es como lo que está abajo, y lo que está abajo es como lo que está
arriba, para perpetuar los milagros de una sola cosa” (Tabla Esmeralda)
y de que todo está incluido en la magna diversidad de la armonía cósmica. “Un
laberinto / sólo se encuentra / en otro laberinto”, dice Roberto Juarroz.
Entre
el acto de aplicar un oído al interior de un caracol para escuchar el rumor
marino, y la actitud de abrir los sentidos interiores a la Música de las
Esferas, no hay sino un paso. Asimismo, existe sólo un paso entre la arcana concepción de la
Música de las Esferas y la afirmación del teórico Slavoj Zizek, quien reconoce
el significado de la música como “la textura pre-ontológica de las relaciones”.
Zizek se pregunta:
¿Qué es la
música en el sentido más elemental? Un acto de súplica: un llamado a la figura
del Gran Otro (la Dama amada, el rey, Dios...) a responder, y no como el
simbólico Gran Otro, sino en la realidad de su ser (rompiendo sus propias
reglas al mostrar misericordia, confiriendo su amor contingente en
nosotros...). La música es, así, un intento de provocar la “respuesta de lo
Real”, de originar en el Otro ese “milagro” del que Lacan habla al referirse al
amor, el milagro del Otro extendiendo su mano hacia mí. Los cambios históricos
en el status de “Gran Otro” (grosso modo, en lo que Hegel se refiere
como “espíritu objetivo”), conciernen directamente a la música: acaso la
modernidad musical designa el momento en que la música renuncia al entorno para
provocar la respuesta del Otro. [Tarrying with the Negative, 1993.][1]
El todo se refleja entero en cada una de sus
partes en la realidad de su ser, como esas piedras hidroselenitas que cuando son sumergidas en agua
puede verse aparecer en su superficie una pequeña luna; o como aquellas otras
de las que hablaba Fotio, historiador bizantino de la época de Séptimo Severo,
“una piedra que, por un movimiento propio, e inherente a su naturaleza, giraba
cuando la luna giraba, y de la misma manera que ésta lo hacía, obra realmente
maravillosa de la naturaleza”. A esta presencia del todo en cada una de sus
partes se refiere Antonin Artaud en Heliogábalo o el anarquista coronado:
¿Existen momentos de la eternidad que puedan
determinarse como se determinan las notas de música y luego se los reconoce por
medio de los números?, ¿y están separadas esas notas? [...] En la cumbre de las
esencias fijas que corresponden a las innumerables modalidades de la materia,
está aquello que, en la sutileza de las esencias, en la violencia del fuego
ígneo, corresponde a los principios generadores de las cosas, que el espíritu
que piensa puede llamar principios, pero que, en relación a la totalidad
hirviente de los seres, corresponden a grados conscientes de la voluntad de la
energía.[2]
Artaud concluye: “Del mismo modo en que hay
cosas sólidas, y en las cosas sólidas, singularidades, y reuniones de materia
única que dan idea de lo perfecto, del mismo modo hay seres que manifiestan el
Ser que proviene de la Unidad”.
*
Notas
[1] Cf. Jamie James: The
Music of the Spheres: Music, Science, and the Natural Order of the Universe,
Grove Press, Nueva York, 1993.
[2] Antonin Artaud: Heliogábalo
o el anarquista coronado (1934), Fundamentos, Madrid, 1972; trad. Carlos
Manzano.
*