DGD: Morfograma 69, 2019. |
Ciencia y religión expandidas
“Está
científicamente probado” es un exordio que indica que lo que se va a oír es
mentira.
Jorge Luis Borges
Hierofanía
Hacia los años setenta del siglo XX, el
biólogo inglés Rupert Sheldrake comienza sus investigaciones con prudencia. En
1981, la publicación de su primer libro, A New Science of Life: the
Hypothesis of Formative Causation, despierta la suficiente resistencia de
las áreas académica y científica como para demostrarle que va por buen camino.
Así, el celebrado científico John Maddox, editor emérito la revista británica Nature,
se limitó en las páginas de esta revista a solicitar que el libro fuera
quemado. Entrevistado
trece años más tarde por la cadena BBC de televisión, Maddox declaró:
“Sheldrake está poniendo a la magia antes que a la ciencia, y eso debe ser
condenado con el mismo exacto lenguaje con que el Papa condenó a Galileo, y por
la misma razón: es herejía”. Este tipo de declaraciones
revela que, a despecho de los “avances” de que se ufana el mundo científico, la
ortodoxia de la ciencia no ha cambiado en actitud desde tiempos de Galileo.
Es
por ello que, antes de hablar de una ulterior reconciliación de ciencia y
espiritualidad, Sheldrake prefiere aludir a una “ciencia expandida”. Declara:
“Cuando la ciencia rompa este reducido mecanismo que ha sido su camisa de
fuerza por tanto tiempo, y se aproxime a una visión más holística de la
naturaleza, entonces habrá más posibilidades de una interacción fértil entre la
ciencia y lo espiritual.” Y en otra parte:
Mi misión como científico es tratar de abrir el mundo
de la ciencia de tal modo que fenómenos que son hoy ignorados o despreciados
puedan ser traídos dentro del dominio científico. Espero que a través de esta
ciencia expandida tengamos una mejor idea de las interconexiones entre nosotros
y los animales, las plantas, e incluso con el planeta como un todo y con el
universo. Esta ciencia expandida no estaría en conflicto con la espiritualidad
sino que le sería complementaria, y podría llevarnos a sanar la grieta abierta
entre ciencia y religión, grieta que tanto ha dañado a nuestra civilización y a
la gente dentro de ella.
Ese daño es explorado a fondo por Mircea
Eliade en Le Sacré et le Profane (1965), sustancioso análisis sobre las
enormes pérdidas que implica un mundo desacralizado en el que los individuos
intentan, de modos más o menos intuitivos y desesperados, permanecer tanto como
sea posible en el ámbito de lo sagrado. La principal pérdida de la modernidad
es, para Eliade, la de la hierofanía, el modo de manifestación de lo
sagrado a mitad de lo profano, es decir, la de un distinto orden de realidad en
plena experiencia humana.
El
londinense Sam Nico formula una crítica a la visión de Sheldrake en la que
enfoca esa tensión entre el científico que no quiere abandonar del todo su
territorio y el místico que ve avanzar su mirada más allá de lo previsible:
“Como todo científico que trata de decir algo nuevo, Sheldrake lucha por mantenerse
en el terreno del pensamiento aceptado y no hace más que inventar un nuevo
lenguaje: su concepción de los campos morfogenéticos no hace mucho más que la
vieja idea de los campos psi u holones, lo mismo que su idea de la
resistencia a los cambios se inserta en las ya tricentenarias leyes de la
inercia”. Aun los cambios más revolucionarios (y sobre todo ellos) son
reducidos a los viejos esquemas de lo previsible. Con esto se pospone la
aceptación generalizada y se dan más y más años de predominio de lo “malo por
conocido”. Sheldrake lo sabe:
La imagen de la ciencia que la mayoría de la gente
tiene, está cincuenta años atrasada, cuando no cien. No hay ninguna otra razón,
más que el hábito, para que sigamos enseñando a los niños en las escuelas la
vieja ideología de la ciencia. Las nuevas ideas científicas toman mucho más
tiempo que las políticas, artísticas o incluso de modas, para filtrarse en la
conciencia colectiva: décadas en lugar de meses. Por ejemplo, la revolución
cuántica en la física sucedió en 1927, pero no fue sino hasta finales de los
setenta que se convirtió en tópico y pudo ser discutida [...]. En el curso
normal de los acontecimientos, los cambios científicos de los que hablo
formarán parte de la conciencia popular alrededor de 2030. Eso puede ser
demasiado tarde.
“Demasiado tarde” porque el hecho de que esos
cambios científicos formen parte de la conciencia popular implica una
transformación radical del paradigma dominante, sustituido por otro que detenga
la sistemática destrucción que el hombre moderno perpetra contra su planeta
natal y contra sí mismo. Cuando la humanidad contemple a la Tierra misma como
un ser consciente, de cuya integridad depende la propia, puede ser ya demasiado
tarde para reparar los cuantiosos y severísimos daños causados día tras día en
los ecosistemas.
Es
cierto que las teorías (y sobre todo las científicas) aman inventar nombres
nuevos para fenómenos antiguos, en un esfuerzo más de originalidad que de
integración. Pero no fue así cuando Faraday usó “campo” como el nuevo nombre de
“alma”, o cuando Einstein cambió anima mundi por “campo gravitacional”,
aunque sí lo fue para sus seguidores. En primer lugar, Faraday y Einstein
acuñaron esos términos para integrar lo nuevo con lo viejo; en segundo lugar,
su objetivo fue que la noción milenaria pudiera ser aceptada por la ciencia
ortodoxa sin desencadenar los prejuicios de ésta hacia lo “supersticioso” y lo
“irracional”. Sin embargo, ambas intenciones fueron desechadas por los
científicos y teóricos que heredaron esos conceptos: ellos los usaron como algo
literalmente nuevo, algo que parecía haber apenas comenzado, que
era hijo de la modernidad y no debía nada al pasado. La vanguardia científica
se desentendió de estar utilizando el poderoso y antiguo impulso de la palabra
“alma”; dicho de otra manera, negó las raíces místicas y hasta éticas de
“campo” y “campo gravitacional”. Así, las teorías científicas nacen como
“comienzo desde cero”, “borrón y cuenta nueva”.
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Libros
citados
Sheldrake,
Rupert: A New Science of Life: the Hypothesis of Formative Causation,
J.P. Tarcher, Los Ángeles/Nueva York, 1981.
Eliade,
Mircea: Le Sacré et le Profane, Gallimard, París, 1965. / The Sacred
and Profane: The Nature of Religion, Harvest Books, Fort Washington
(Pennsylvania), 1968. [Lo sagrado y lo
profano. La naturaleza de la religión, Guadarrama/Punto Omega, 4ª
ed., Barcelona, 1981; trad.: Luis Gil Fernández.]
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