DGD: Morfograma 77, 2019. |
Todo
está escribiéndose
Puesto que toda la filosofía práctica
occidental es el resultado de una angustia suprema, de una oposición ciega a
las formas de muerte representadas por los cambios, resulta “lógico” ver en la
naturaleza una brutal rapiña y reflejarse en ese espejo para justificar la
permanencia del poder y el sojuzgamiento en el reino humano. Mas es obvio que
el hombre moderno no se refleja en la naturaleza sino en lo que su “lógica” le
dicta que vea en ella.[1] En principio, la
noción “naturaleza”, en tanto concepto global y totalitario, tiende a ocultar
sus múltiples niveles. Lo muestra el poeta mexicano Raúl Bañuelos en tres
versos de irónica simplicidad:
En el desierto
el agua
es sobrenatural.
[Cantar de
forastero, 1988.]
La “naturaleza”, tal como la concibe la
modernidad, es la máxima convención. Desde la sensibilidad femenina, esa
convención queda plenamente denunciada por la poeta Emily Dickinson:
Naturaleza es lo que vemos,
la colina, el poniente,
la ardilla, el eclipse, el abejorro...
No, naturaleza es el cielo.
Naturaleza es lo que oímos,
el bobolink, el mar,
el trueno, el grillo...
No, naturaleza es la armonía.
Naturaleza es lo que sabemos
pero no tenemos arte para decirlo,
tan impotente es nuestra sabiduría
para tanta simplicidad.
[“Nature” is
what we see, 1924.]
A tal grado ha sido reducida la noción “naturaleza” para resaltar, por comparación, el mundo “civilizado”, que el acto de dejar el mundo como está termina por equipararse a optar por el mal menor. A esto se le llama “realismo”. Bien lo dice el refrán “Más vale malo por conocido que bueno por conocer”. La historia misma es la “prueba” de que lo nuevo equivale a catástrofe. Ello no contradice, sino confirma, la estrategia central del paradigma instituido en Occidente: fomentar lo nuevo, asimilarlo y apropiarse de ello con avidez para que todo continúe como está.
En
un mundo así resulta incluso ridículo el anarquismo de Kropotkin basado en la
cooperación. Mas éste es virtuosamente explicado por Ursula K. Le Guin: “No es
la cosa de la bomba-en-el-bolsillo, lo cual es terrorismo, no importa el nombre
con que trate de dignificarse; tampoco es el ‘neoliberalismo’ económico del
darwinismo social usado por la extrema derecha. Es el anarquismo prefigurado en
el más temprano pensamiento taoísta [...]; su principal tema moral-práctico es
la cooperación, la solidaridad, la ayuda mutua” (The Wind’s Twelve Quarters, 1975).
Para
la teoría de Rupert Sheldrake, los campos mórficos, desde el micro hasta el
macrocosmos, comparten una resistencia al cambio, tanto más poderosa cuanto más
compleja sea su estructura. Sin embargo, este teórico no pone el acento en la
palabra “resistencia”, sino en la palabra cambio. Apoyado en los conceptos
jungianos de arquetipo e inconsciente colectivo, Sheldrake intenta romper el
mecanicismo cartesiano que aún hoy es el principal paradigma en la vida
occidental, y abrir las perspectivas de la ciencia hacia una revisión de sus
principios: “La alternativa es la de que el universo es más como un organismo
que como una máquina. [...] Con esta alternativa orgánica, cobra sentido el
pensar en las leyes de la naturaleza más como hábitos. Acaso las leyes
naturales son costumbres del universo, y acaso el universo tiene una memoria
inherente”.[2]
Sheldrake
estudia la resistencia al cambio en los campos mórficos no como un hecho, sino
a partir de la certeza de que los cambios no sólo son posibles sino
representan el lenguaje mismo del cosmos, que es esencialmente creativo (“la
Creación en marcha”, dice el Zohar). Ese lenguaje está contenido en la
memoria inherente del universo, pero no en el sentido de que sea tal memoria la
que determina los cambios (lo que equivale al determinismo evolucionista
enunciable en la frase “todo está escrito”), sino en el sentido de que recordar
es cambiar (es la antigua enseñanza de la magia: “todo está
escribiéndose”). Una vez más, la teoría de los campos mórficos se conecta con
la metáfora de los cien monos, y ésta se revela diametralmente opuesta a
aquella otra imagen primatológica, la del “mono desnudo”.
La
física cuántica ha añadido un tercer elemento a las clásicas dicotomías; así,
algo puede ser cierto, falso... o incierto, es decir sin respuesta.[3] Una vez más, saber es recordar: el principio
de incertidumbre de Heisenberg se da la mano con la docta ignorantia de
Nicolás de Cusa. Durante largo tiempo la ideología de ultraderecha se ha
sentido apoyada en la “irrefutable” idea de que toda creación se basa en una
destrucción: se tira el árbol para construir la casa. Sin embargo, en el mundo
del espíritu (que no es detención sino danza), es decir en el dominio
simultáneo de lo incierto, la creación no depende de la destrucción. La
lógica no es absoluta, y sólo funciona en los campos provisionales que se crean
para contextos determinados; no es una ley sino un hábito, una convención para
definir experimental y perentoriamente lo que es falso o verdadero en un
específico subsistema. La destrucción sólo puede devastar lo ya creado. La
creación en sí no tiene límites.
*
Notas
[1] Cf. Neil Evernden: The
Social Creation of Nature, Johns
Hopkins University Press, Baltimore, 1992.
[2] Rupert Sheldrake:
“Mind, Memory, and Archetype. Morphic Resonance and the Collective Unconscious”
en Psychological Perspectives, C.G.
Jung Institute, Los Ángeles, 1987.
[3] Cf. Henri Atlan: Tout,
non, peut-être, Éditions du Seuil, París, 1991; Ilya Prigogine: La fin
des certitudes, Éditions Odile Jacob, París, 1996. [The End of Certainty, Free Press, Nueva York, 1997.]
Textos citados
Bañuelos,
Raúl: Cantar de forastero, Centro de Estudios Literarios, Universidad de
Guadalajara, 1988.
Dickinson,
Emily: “‘Nature’ is what we see”, en Complete Poems, Little Brown &
Company, Nueva York, 1924, 1976.
Le
Guin, Ursula K.: The Wind’s Twelve
Quarters: Seventeen Stories of Fantastic Adventure, Harper & Row, Nueva
York, 1975. [Las doce moradas del viento,
Edhasa-Nebulae, Barcelona, 1985.]
Zohar:
The Book of Splendor: Basic Readings from the Kabbalah (Ed.: Gershom Scholem),
Schocken Books, Nueva York, 1995. [Zohar. El libro del esplendor (5
tomos), Editorial Sigal, Barcelona, 1980.]
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