DGD: Morfograma 93, 2020. |
Con los
ojos desnudos
El campo de experimentación abierto por
investigadores como Sheldrake, Heisenberg, Bohm, Schumacher, Henderson,
Bateson, Sorokin, Grof, Laszlo, Laing, Capra, Peirce o Durkheim es tan vasto
como los elementos a los que demanda redefinir; por ejemplo, en cuanto al poder
de la mirada, Sheldrake se pregunta: ¿qué sucede con actores, celebridades o
políticos que son vistos por millones de personas a la vez? ¿Se ven influidos
por esas miradas? ¿Es posible postular que sus personalidades se subjetivizan,
se vuelven receptoras de una mezcla de campos mórficos enviados por quienes los
miran? Otro territorio que podría reservar grandes sorpresas es la pintura: una
obra maestra como Las meninas de Velázquez, que durante siglos ha
ejercido una poderosa fascinación y que seguramente continuará provocándola
para siempre, ¿se debe al poderío de su campo mórfico, que literalmente atrapa
al espectador y le devuelve la mirada?
Las
preguntas pueden multiplicarse en todas direcciones: bajo esta luz, ¿seguirán
pareciendo azarosas (es decir, “ilusorias”) las figuras que a veces creemos ver
en las nubes, en la arena, en las formaciones de polvo flotante dentro de un
rayo de sol que penetra una habitación oscura (la célebre pareidolia)? ¿Y qué decir de los sueños, contemplados como campos
mórficos? ¿No resulta una vieja sospecha el que también las imágenes oníricas
se influyen entre sí prescindiendo del tiempo o el espacio? ¿Y qué hallazgo espera
en la forma en que los sueños, en tanto figuras, se relacionan con la
vigilia? “Nuestros campos perceptuales”, escribe Sheldrake, “podrían llegar
mucho más lejos que nuestros cerebros físicos. Cuando miramos las estrellas,
nuestras mentes podrían literalmente alcanzarlas. Prácticamente podría no haber
límite en la distancia a la que este proceso podría extenderse.”
En
este punto qué cerca está Sheldrake de conectarse con la gran intuición del
visionario Olaf Stapledon en su obra maestra, Star Maker, publicada
originalmente en 1937. Vagamente asociada con la ciencia-ficción, la novela de
Stapledon narra un intenso viaje cósmico a través del tiempo y el espacio que
se inicia cuando el narrador sube a una colina de noche y simplemente contempla
las estrellas con los ojos desnudos.
En
una anotación hecha en sus diarios, Mircea Eliade ofrece otra faceta de este
poliedro: “Las pupilas, excesivamente desplazadas, casi desaparecen en las
órbitas. Ciertos tipos de muerte provocan el mismo fenómeno. La salida del
mundo de las formas y del devenir elimina la pupila. Todo éxtasis tiende a
anular la mirada” (Fragments d’un journal, 1945-1969). En efecto, si la
forma de éxtasis más inmediata a la cotidianidad es el territorio de lo
erótico, los amantes dan prueba de ello cada día: sus ojos tienden
inevitablemente a cerrarse en los primeros contactos como si se tratara de
(para usar la terminología de Sheldrake) eliminar los campos mórficos
inmediatos y abrirse a otros más grandes. ¿Es que la comunicación con las esferas
superiores debe anular primero la interacción de las inferiores (ahí donde los
límites humanos son acaso impuestos por las personas entre sí por medio de la
mirada)? ¿El éxtasis consiste precisamente en ver todas las esferas como ellas son,
de forma integral?
Un
cosmos que posee inteligencia
en cada
uno de sus niveles
Sheldrake está consciente del poderío
intrínseco de la mirada: “No estoy de acuerdo con la ortodoxa idea de la
ciencia acerca de que el único modo en que podemos estudiar las cosas científicamente
es obligándolas a someterse a nuestros experimentos, porque si eso fuera cierto
la astronomía no existiría. No podemos hacer experimentos con galaxias, no
podemos pellizcar a una de ellas para ver hacia dónde se mueve, o dar un choque
eléctrico a un sistema solar para ver si se agita en una forma particular. Los
métodos regulares de experimentación jamás han sido aplicados a la astronomía,
que es una ciencia de observación, no de experimentación”. Agrega:
Puedo aprender sobre lo que pasa en el interior del
cuerpo de una persona a través de electroencefalogramas y electrocardiogramas,
etcétera, pero aun así no sabría qué sucede en su conciencia. La única forma
sería conocer a esa persona, estar con ella, hablarle, simpatizar o lo que sea.
Lo mismo se aplica a la conciencia del sol o de la galaxia o de los seres
celestiales. Si vamos a comunicarnos con ellos, tendremos que hacerlo con los
medios de nuestra propia conciencia, a través de ella, tal vez por medio de
alguna clase de telepatía intergaláctica. Obviamente, esto se halla fuera de la
actual metodología de la ciencia física, pero eso no significa que vaya a estar
para siempre totalmente más allá de la investigación.
En efecto, la teoría de los campos mórficos es
capaz de provocar un viraje tan profundo en la cultura humana, que bien podría
verse en ella el salto tan deseado por las disciplinas esotéricas de todos los
tiempos. Para Sheldrake es necesario ir más allá de la dicotomía que Rudolf
Steiner, creador de la antroposofía, señala de este modo: “La ciencia esotérica
estudia lo que sucede esotéricamente, en el sentido de que no es percibido
afuera, en la naturaleza, sino ahí hacia donde mi alma se vuelve cuando dirige
su ser interior hacia el espíritu. La ciencia esotérica es el opuesto y la
contraparte de la ciencia natural” (An Outline of Esoteric Science,
1910).
Más allá de los opuestos y las
contrapartes, Sheldrake arriesga una visión total: “Esta
es la descripción de un cosmos que posee inteligencia en cada uno de sus
niveles, no una teoría que atribuye una conciencia a algo que emergió de la
materia inconsciente. La inteligencia consciente estuvo ahí desde el principio.
Debemos buscarla no en los átomos o los cuanta (aunque puede haber ahí alguna
clase de conciencia), sino en sistemas solares y galaxias y en el universo
entero. Pueden existir todos estos diferentes niveles de imaginación,
inteligencia y mente en todas partes de la organización cósmica. Todas las
doctrinas tradicionales que conozco han reconocido esto como un hecho”.
Campos
mórficos, anima mundi, dimensión vertical, universo holográfico, campo
unificado, gestalt, base analógica de la Creación, interconciencia, figura:
nombres diversos para un único misterio que cada vez llama al ser humano con
mayor urgencia.
*
Libros citados
Eliade, Mircea:
Fragments d’un journal. Tome 1: 1945-1969, Gallimard, París, 1973.
Sheldrake,
Rupert: The Physics of Angels: Exploring the Realm Where Science and Spirit
Meet, Harper & Collins, San Francisco, 1996.
Stapledon,
Olaf: Star Maker (1937), Orion Publishing Group, Londres, 1999. [Hacedor de estrellas, Minotauro, Buenos Aires, 1971, prólogo de Jorge Luis
Borges.]
Steiner,
Rudolf: An Outline of Esoteric Science (1910), Anthroposophic Press
(Classics in Anthroposophy), Nueva York, 1997.