DGD: Morfograma 93, 2020. |
lunes, 25 de mayo de 2020
El misterio de los cien monos (XLII)
Con los
ojos desnudos
El campo de experimentación abierto por
investigadores como Sheldrake, Heisenberg, Bohm, Schumacher, Henderson,
Bateson, Sorokin, Grof, Laszlo, Laing, Capra, Peirce o Durkheim es tan vasto
como los elementos a los que demanda redefinir; por ejemplo, en cuanto al poder
de la mirada, Sheldrake se pregunta: ¿qué sucede con actores, celebridades o
políticos que son vistos por millones de personas a la vez? ¿Se ven influidos
por esas miradas? ¿Es posible postular que sus personalidades se subjetivizan,
se vuelven receptoras de una mezcla de campos mórficos enviados por quienes los
miran? Otro territorio que podría reservar grandes sorpresas es la pintura: una
obra maestra como Las meninas de Velázquez, que durante siglos ha
ejercido una poderosa fascinación y que seguramente continuará provocándola
para siempre, ¿se debe al poderío de su campo mórfico, que literalmente atrapa
al espectador y le devuelve la mirada?
Las
preguntas pueden multiplicarse en todas direcciones: bajo esta luz, ¿seguirán
pareciendo azarosas (es decir, “ilusorias”) las figuras que a veces creemos ver
en las nubes, en la arena, en las formaciones de polvo flotante dentro de un
rayo de sol que penetra una habitación oscura (la célebre pareidolia)? ¿Y qué decir de los sueños, contemplados como campos
mórficos? ¿No resulta una vieja sospecha el que también las imágenes oníricas
se influyen entre sí prescindiendo del tiempo o el espacio? ¿Y qué hallazgo espera
en la forma en que los sueños, en tanto figuras, se relacionan con la
vigilia? “Nuestros campos perceptuales”, escribe Sheldrake, “podrían llegar
mucho más lejos que nuestros cerebros físicos. Cuando miramos las estrellas,
nuestras mentes podrían literalmente alcanzarlas. Prácticamente podría no haber
límite en la distancia a la que este proceso podría extenderse.”
En
este punto qué cerca está Sheldrake de conectarse con la gran intuición del
visionario Olaf Stapledon en su obra maestra, Star Maker, publicada
originalmente en 1937. Vagamente asociada con la ciencia-ficción, la novela de
Stapledon narra un intenso viaje cósmico a través del tiempo y el espacio que
se inicia cuando el narrador sube a una colina de noche y simplemente contempla
las estrellas con los ojos desnudos.
En
una anotación hecha en sus diarios, Mircea Eliade ofrece otra faceta de este
poliedro: “Las pupilas, excesivamente desplazadas, casi desaparecen en las
órbitas. Ciertos tipos de muerte provocan el mismo fenómeno. La salida del
mundo de las formas y del devenir elimina la pupila. Todo éxtasis tiende a
anular la mirada” (Fragments d’un journal, 1945-1969). En efecto, si la
forma de éxtasis más inmediata a la cotidianidad es el territorio de lo
erótico, los amantes dan prueba de ello cada día: sus ojos tienden
inevitablemente a cerrarse en los primeros contactos como si se tratara de
(para usar la terminología de Sheldrake) eliminar los campos mórficos
inmediatos y abrirse a otros más grandes. ¿Es que la comunicación con las esferas
superiores debe anular primero la interacción de las inferiores (ahí donde los
límites humanos son acaso impuestos por las personas entre sí por medio de la
mirada)? ¿El éxtasis consiste precisamente en ver todas las esferas como ellas son,
de forma integral?
Un
cosmos que posee inteligencia
en cada
uno de sus niveles
Sheldrake está consciente del poderío
intrínseco de la mirada: “No estoy de acuerdo con la ortodoxa idea de la
ciencia acerca de que el único modo en que podemos estudiar las cosas científicamente
es obligándolas a someterse a nuestros experimentos, porque si eso fuera cierto
la astronomía no existiría. No podemos hacer experimentos con galaxias, no
podemos pellizcar a una de ellas para ver hacia dónde se mueve, o dar un choque
eléctrico a un sistema solar para ver si se agita en una forma particular. Los
métodos regulares de experimentación jamás han sido aplicados a la astronomía,
que es una ciencia de observación, no de experimentación”. Agrega:
Puedo aprender sobre lo que pasa en el interior del
cuerpo de una persona a través de electroencefalogramas y electrocardiogramas,
etcétera, pero aun así no sabría qué sucede en su conciencia. La única forma
sería conocer a esa persona, estar con ella, hablarle, simpatizar o lo que sea.
Lo mismo se aplica a la conciencia del sol o de la galaxia o de los seres
celestiales. Si vamos a comunicarnos con ellos, tendremos que hacerlo con los
medios de nuestra propia conciencia, a través de ella, tal vez por medio de
alguna clase de telepatía intergaláctica. Obviamente, esto se halla fuera de la
actual metodología de la ciencia física, pero eso no significa que vaya a estar
para siempre totalmente más allá de la investigación.
En efecto, la teoría de los campos mórficos es
capaz de provocar un viraje tan profundo en la cultura humana, que bien podría
verse en ella el salto tan deseado por las disciplinas esotéricas de todos los
tiempos. Para Sheldrake es necesario ir más allá de la dicotomía que Rudolf
Steiner, creador de la antroposofía, señala de este modo: “La ciencia esotérica
estudia lo que sucede esotéricamente, en el sentido de que no es percibido
afuera, en la naturaleza, sino ahí hacia donde mi alma se vuelve cuando dirige
su ser interior hacia el espíritu. La ciencia esotérica es el opuesto y la
contraparte de la ciencia natural” (An Outline of Esoteric Science,
1910).
Más allá de los opuestos y las
contrapartes, Sheldrake arriesga una visión total: “Esta
es la descripción de un cosmos que posee inteligencia en cada uno de sus
niveles, no una teoría que atribuye una conciencia a algo que emergió de la
materia inconsciente. La inteligencia consciente estuvo ahí desde el principio.
Debemos buscarla no en los átomos o los cuanta (aunque puede haber ahí alguna
clase de conciencia), sino en sistemas solares y galaxias y en el universo
entero. Pueden existir todos estos diferentes niveles de imaginación,
inteligencia y mente en todas partes de la organización cósmica. Todas las
doctrinas tradicionales que conozco han reconocido esto como un hecho”.
Campos
mórficos, anima mundi, dimensión vertical, universo holográfico, campo
unificado, gestalt, base analógica de la Creación, interconciencia, figura:
nombres diversos para un único misterio que cada vez llama al ser humano con
mayor urgencia.
*
Libros citados
Eliade, Mircea:
Fragments d’un journal. Tome 1: 1945-1969, Gallimard, París, 1973.
Sheldrake,
Rupert: The Physics of Angels: Exploring the Realm Where Science and Spirit
Meet, Harper & Collins, San Francisco, 1996.
Stapledon,
Olaf: Star Maker (1937), Orion Publishing Group, Londres, 1999. [Hacedor de estrellas, Minotauro, Buenos Aires, 1971, prólogo de Jorge Luis
Borges.]
Steiner,
Rudolf: An Outline of Esoteric Science (1910), Anthroposophic Press
(Classics in Anthroposophy), Nueva York, 1997.
viernes, 15 de mayo de 2020
El misterio de los cien monos (XLI)
DGD: Morfograma 92, 2020. |
La
profecía celestina
La forma de sensibilidad a la que Rupert Sheldrake
llama “la sensación de ser mirados” es explicada por este biólogo como la
influencia de un campo mórfico sobre otro, es decir la posible demostración de
que la mente está extendida en el tiempo y el espacio, y del mismo modo explica
el poder de la oración. Sheldrake lo hace con su proverbial cautela, necesaria
para mantenerse dentro del territorio científico y lejos de las desbocadas
áreas de la New Age. Sin embargo, en esta última corriente ha aparecido
lo que podría llamarse un “Sheldrake sin cautela”. En la célebre novela The
Celestine Prophecy (1993), James Redfield parece consagrarse a dar una
versión New Age de la teoría de los campos mórficos, y lo hace de tal
modo apegado a los puntos esenciales del trabajo de Sheldrake, que éste tendría
que admitir al menos cuatro puntos de la novela dentro del rango de sus propias
hipótesis. Estos puntos son la mirada, la sincronicidad, el campo y la oración
(esto sin contar que la novela de Redfield semeja una puesta en escena extrema
de la fábula de los cien monos, sobre todo en cuanto a la noción de masa
crítica).
La
hipótesis literaria de The Celestine Prophecy habla de un antiguo
manuscrito escrito en arameo y hallado en las selvas peruanas, que contiene
nueve revelaciones en torno a las cuales gira una profecía: la de que ellas
tendrán un profundo impacto en el futuro de la humanidad. Los individuos están
a tiempo de evitar catástrofes ecológicas y sociales si la mayoría de ellos se
da cuenta de las nueve “revelaciones” (insights) incluidas en ese
manuscrito, equivalentes a pasos para alcanzar una nueva era de conocimiento y
una evolución en el plano cósmico. La primera revelación es justamente la de la
“masa crítica”: la creciente inquietud existencial que experimentan hombres y
mujeres en el nuevo milenio es la angustia por encontrar un sentido profundo en
sus vidas; si los seres humanos dejan de sentirse solos y unifican sus
experiencias, tarde o temprano se provocará una masa crítica, un impulso
definitivo hacia una trascendencia. Para el autor de La profecía celestina,
este impulso comenzó de forma definitiva en los años sesenta del siglo XX: “Una
vez que entendamos lo que está ocurriendo, cómo acceder a este proceso y cómo
maximizar su aparición en nuestra vida, la sociedad humana dará un salto
cuántico a una forma de vida totalmente nueva —que concrete lo mejor de nuestra
tradición— y creará una cultura que ha sido el objetivo de toda la historia
hasta el momento”.
La
segunda revelación implica a la mirada. En estas páginas exaltadas, Redfield se
pregunta por qué a veces nos agrada de inmediato alguien a quien nunca antes
habíamos visto, y por qué del mismo modo otra persona nos desagrada a primera
vista, sin que existan elementos que apoyen de modo evidente una u otra
reacción. El autor de The Celestine Prophecy sugiere que cuando nuestra
mirada se topa con otra de modo casual (lo que la lengua inglesa llama eye
contact, “contacto de ojos”, subrayando la parte física del hecho y
semejándolo al concepto body contact o “contacto de cuerpos”) en un
sitio público, por ejemplo en un autobús o un tren, ello significa que ambas
personas tienen algo que decirse. ¿Qué tiene que decir el contacto de miradas? La sociología ortodoxa afirma que los individuos se miran para medirse
y compararse en términos de clase social; Redfield está de acuerdo pero sólo en
principio, y afirma que de lo que se trata es de
intercambiar un mensaje más profundo.
¿Cuál
es ese mensaje? En su tercera novela, Secrets of Shambhala (2001),
Redfield parece explicarlo a través de la noción de “campos de oradores” (prayer
fields), la combinación de miembros individuales de diversas comunidades en
un estado mental de expectación, deseo o intención. Por medio de las
miradas, los individuos mantienen no sólo a las sociedades en su estado de
sojuzgamiento y decadencia, sino al mundo mismo tal y como es cotidianamente
percibido: inamovible, objetivo y predecible. Sin saberlo, los seres humanos
son “oradores” capaces de imponer a la mente sobre la materia; puesto que su
forma de desear ha sido manipulada por el poder, y ya que la mecánica de las
miradas se lleva a cabo de modo inconsciente, el mundo equivale a una especie
de “deseo perverso”.
Ética
interpersonal
Sin embargo, los “campos de oradores” pueden
también ser capaces de lo opuesto: contrarrestar las energías negativas que
infestan al planeta. Aquí Redfield intenta dar un sentido místico a la
sincronicidad junguiana: “La sincronicidad es cuestión de ponerte en un
particular estado mental. Es fácil pensar acerca de la sincronicidad de modo
intelectual, pero a menos que entres en ese estado mental en donde tu campo de
oradores te ayude, todo lo que harás es tener pequeños atisbos”. Convertida la
novela en “manual de buenos oradores”, se insta al lector a “seguir la
sincronicidad”. Redfield lo llama “ética interpersonal”: una forma de “dar
ánimo” a quienes cruzan azarosamente nuestro camino. En este punto aparece de
nuevo el poder de la mirada: la “ética interpersonal” consiste en hablar con la
gente que espontáneamente hace contacto visual con nosotros y compartir
nuestras experiencias, sin importar cuán insólitas pudieran ellas resultar. El
modo de invertir el deseo perverso (“El despertar consiste en liberarnos de la
era moderna caracterizada por la preocupación secular, y abrir nuestra mente
hacia una nueva y verdadera forma de ver el mundo”) es hablar guiados por el
espíritu en vez de por el ego.
Según
Redfield, el poder dominante en el mundo se regenera sin cesar a partir de las
relaciones individuales de interdependencia, a las que llama “dramas de
control” sobre otras personas. Como el ser humano ha perdido su conexión con la
fuente de energía universal, procede a obtenerla de los seres que lo rodean
estableciendo enfermizas relaciones interdependientes basadas en el control.
Tales “dramas” son clasificados (y aquí brilla la manía de catalogación tanto
de la cultura norteamericana como de la New Age) en cuatro variantes del
vampirismo que van de lo activo a lo pasivo: los “intimidadores” roban energía
de los demás a través de amenazas; los “interrogadores” la obtienen juzgando y
cuestionando; los “reservados” atraen atención por medio de la coquetería, y las
“víctimas” manipulan a quienes las rodean haciéndolos sentir culpables y
responsables por ellas. “Todo conflicto en el mundo se ve reflejado en esta
batalla de energía humana. [...] La conexión con la energía divina resuelve
todo conflicto, puesto que ya no necesitamos energía de otras personas.”
La
fábula de los cien oradores
Bajo el lema de que “Atraemos los sucesos en
nuestras vidas”, Secrets of Shambhala invita a afinar las miradas y
atender con cuidado a “esas misteriosas coincidencias que pueden producirse en
un segundo para impulsar nuestra vida en una nueva dirección”. Ya conscientes
del poder del deseo y adoctrinados sobre cómo deben desear, los campos de
oradores se preparan para un cierto objetivo secreto que se clarifica poco a
poco a medida que avanza la cadena; cuando suficientes oradores estén
conectados, la profecía se cumple bajo la apariencia de realización del Gran
Deseo Humano: “Al usar la fuerza de nuestras expectativas, podemos atraer más
frecuentemente el proceso de sincronicidad. [...] Cuando te conectas dentro y
ves tu propio campo fluyendo frente a ti y actuando para llevar sincronicidad y
levantar a otros en el proceso sincronístico, puedes hacerlo con una
expectativa mayor”. Aunque no desde el lado iluminista, Sheldrake tendría que
estar, a menos en principio, de acuerdo con esos puntos. Con sus novelas
iluministas y no poco ingenuas, Redfield ha redactado una “fábula de los cien
oradores”.
Acaso
en el fondo del irrestricto entusiasmo de la New Age, y también de la
cautela con que ciertos científicos se aproximan a los mismos interrogantes, se
haya una sola intuición: la capacidad que nos permite ser llamados por otras
miradas y llamar con la nuestra podría ser educada e incrementada. Hacer
consciente el lenguaje de la mirada sería el primer ejercicio necesario para
habilitar nuestra capacidad de navegación consciente en el
inconsciente colectivo. Entonces ya no estaríamos “jalando” a los demás al
punto medio (“¿Sabes qué son los límites humanos? Las otras personas”, dice un
personaje del filme Hulk), sino impulsándolos: lo real dejaría de ser
confinamiento y promedio para volverse soltura y vuelo compartido.
*
Libros citados
Redfield,
James: The Celestine Prophecy, Satori Press, Palos Verdes (California),
1993. [Profecía Celestina, Grijalbo, México, 1999.]
——: The Tenth Insight, Warner Books, Nueva
York, 1996.
——: Secrets of Shambhala, Warner Books, Nueva
York, 2001.
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