jueves, 8 de mayo de 2025

Hermann Hesse: la sinceridad dolorida

 

DGD: Postales, 2022-2025.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Hermann Hesse: la sinceridad dolorida

D.G.D.

 

La influencia de Hermann Hesse (1877-1962), novelista y poeta alemán nacionalizado suizo, fue enorme en la época de la contracultura norteamericana por su celebración del misticismo oriental, su rebeldía ante toda forma de autoridad y su decidida apuesta por las búsquedas interiores. En las décadas siguientes, sin embargo, su renombre se fue apagando hasta casi desaparecer. Pero eso el propio Hesse lo había previsto en una carta de 1932: “Creo, mejor aún, lo sé con absoluta certeza, que muchos de aquellos para quienes mis escritos han sido interesantes y alentadores durante un cierto periodo, luego se sentirán desconcertados por ellos y tendrán que arrojarlos a un lado. En su lugar, vendrán otros para quienes seré útil durante un trecho de su camino hacia la madurez humana. Crezcan aquellos otros, busquen compañeros de viaje más vigorosos que yo, encuéntrenlos, y emprendan sendas más audaces. Yo permaneceré en la mía, por muy dudosa y cuestionable que pueda parecer, en ciertos momentos, a mí mismo y a los demás”.

               En estas líneas Hesse responde a los detractores que ya habían aparecido en su época, pero también, en cierta forma, a los que surgirían después; dos de los más notorios serían Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. En 1962 Borges comenta a Bioy Casares: “Ya les llegará el momento a Hermann Hesse y a Charles Morgan de quedar como impostores”; en 1974 añade a esa lista a Romain Rolland y agrega: “No sé por qué los alemanes insisten en escribir novelas, si no sirven para eso. Pero Hesse se portó bien. No fue nazi: emigró a Suiza y se hizo suizo”.

               En una página incluida en Diario de Andrés Fava hacia 1950, Cortázar afirma que el único libro de Hesse que leyó fue Demian, que le produjo tal repulsión que le retiró el deseo de conocer otros libros del autor. En 1977, año del centenario del nacimiento de Hesse, Radio Deutsche Welle organizó una conmemoración de este escritor, e invitó a Cortázar a intervenir en ella; éste grabó una fonocarta basada en aquella página de 1950 en la que califica a Demian como un libro falso, estafador y de una “sensiblería de modista” que, para colmo, colabora con la ideología burguesa: “Hesse es otro de los pilares de esa larga tradición que afortunadamente está siendo destruida como correspondía y como era necesario: la tradición del enclaustramiento individualista, de la realización individual sin tener en cuenta lo que sucede en torno, el pequeño nirvana propio, el pequeño paraíso a domicilio, la belleza y la felicidad metidas dentro de la heladera junto con los cubitos de hielo”.

               Las acusaciones de estafa, engaño y manipulación de las angustias existenciales de los jóvenes han perdurado en muy diversos lectores, escritores y críticos: ¿se trata de un “juicio de la posteridad” o de ese conjunto de opiniones que, como toda “tendencia”, ha de irse apagando hasta desaparecer? Y es que ese tipo de impugnaciones retroceden para un lector que emprende la obra de Hesse con la innegable transparencia que emana de esas páginas. Más que de un engaño sostenido a lo largo de la obra hessiana, ¿no puede hablarse más bien de una sinceridad dolorida, como toda sinceridad? En una carta en la que habla de Demian, Hesse escribe: “El camino de Demian no es [...] claro y llano [...]. Exige no sólo entrega, sino también vigilancia, desconfianza, autoexamen; no protege de las dudas, antes bien las busca. No es un camino para aquellas personas que necesitan ayuda mediante ideales y órdenes claros, unívocos y estables. Es un camino para desesperados, precisamente para quienes desesperan de la posibilidad de reducir a fórmulas lo sagrado, de la simplicidad unívoca de los ideales y deberes; un camino para aquellos a quienes abrasa el corazón la miseria de la vida y la angustia de la conciencia”. Y sobre todo: “Mi obra literaria, la confesión de un poeta que envejece, intenta, como muy bien dice usted, presentar lo irrepresentable, traer a la memoria lo inefable. Y esto es un pecado. Pero ¿conoce usted verdaderamente una poesía o filosofía cualquiera que intente otra cosa distinta que hacer posible lo imposible y atreverse a realizar lo prohibido con un sentido de responsabilidad? [...] Sin contrición, y sin el valor para llegar a esta contrición, ningún autor debería atreverse jamás a emprender la aventura de escribir y ningún crítico a emitir juicio sobre el autor”.

               Es la honestidad esencial de Hesse la que lo lleva a exclamar en otra carta, en agosto de 1929: “He fracasado, he naufragado. Con residuos más dignos y concesiones menores, quizá, que otros idealistas, pero he naufragado. Mi modo de escribir es personal, es intensivo, es con frecuencia, para mí mismo, portador de dicha y de paz; pero mi vida no lo es, mi vida no es sino disposición y prontitud para el trabajo. Y los sacrificios que he de hacer por mi vida en absoluta soledad, etcétera, no los hago desde hace mucho tiempo en consideración a la vida, sino en consideración al trabajo literario. El valor y la intensidad de mi vida se hallan en las horas en las que soy productivo desde el punto de vista literario, esto es, precisamente en aquellos momentos en los que expreso lo insuficiente y desesperado de mi vida”.

               La conclusión de Hesse es una invitación a detectar los verdaderos engaños, a combatir las verdaderas manipulaciones: “El hecho de que, pese a todo, yo viva, y de que esta época y esta atmósfera de mentira, codicia, fanatismo y tosquedad no me hayan matado ya, debo agradecerlo a dos felices circunstancias, a saber: la rica herencia de savia natural que llevo dentro de mí, y la circunstancia de que yo, aunque sea un acusador y un enemigo de mi época, pueda ser, al mismo tiempo, un creador. Sin esto no podría vivir, y aun así, mi vida es con frecuencia un infierno”. Por el tiempo en que, tras la publicación de El juego de abalorios, le fue concedido en 1946 el premio Nobel de Literatura, declaró: “Yo pertenezco a ese género de personas que albergan una desconfianza inicial contra la voluntad y contra lo querido por ella, y buscan una armonía entre el espíritu y la naturaleza, entre la voluntad y la gracia”.

 


 


 


 


 


 

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Hermann Hesse: Cartas escogidas (Selected Letters), Sudamericana, Buenos Aires, 1980.

Adolfo Bioy Casares: Borges, Ediciones Destino, col. Imago mundi volumen 101, Buenos Aires, 2006; ed. de Daniel Martino.

Julio Cortázar: Diario de Andrés Fava (1950), Alfaguara, Buenos Aires, 1995. | Fonocarta de Cortázar sobre Hesse: publicada al final del tomo 4 de J.C.: Cartas. 1969-1976, Alfaguara, Madrid, 2012; ed. de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga.

 

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lunes, 28 de abril de 2025

Miguel Hernández: el rayo que no cesa

 

DGD: Postales, 2022-2023.

 

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Miguel Hernández: el rayo que no cesa

 

[La obra del poeta español Miguel Hernández Gilabert (1910-1942) podría emplear como divisa el título de uno de los libros que la componen: El rayo que no cesa. En su homenaje a Hernández, Pablo Neruda hizo una transcripción óptima cuando lo llamó “arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz”. Otra entrañable traducción se encuentra en Jorge Guillén: “Era el don de sí mismo / con arranque inocente, / la generosidad / por exigencia y pulso / de aquel ser, criatura / de fuego —si no barro, / o ya vidrio con luz que lo traspasa”. El breve y doloroso camino biográfico de Miguel Hernández se refleja en el célebre terceto en el que este poeta enfrenta su vocación: “Como el toro me crezco en el castigo, / la lengua en corazón tengo bañada / y llevo al cuello un vendaval sonoro” (El rayo que no cesa). De ahí la declaración de principios: “No, no hay cárcel para el hombre. / No podrán atarme, no. / Este mundo de cadenas / me es pequeño y exterior” (Cancionero y romancero de ausencias). El poeta lo sabe todo, comenzando por el rostro del futuro: “Ya sé que en esos sitios tiritará mañana / mi corazón helado en varios tomos”. Porque lo que le importa es el presente intemporal: “Agredimos al tiempo con la feliz cigarra, / con el terrestre sueño que alentamos” (El hombre acecha). Hernández es el poeta amoroso por excelencia, por desnudez, por exactitud: “Cuando más se miraban más se hallaban: más hondos / se veían, más lejos, más en uno fundidos. / El corazón se puso, y el mundo, más redondos”; “Es tu risa la espada / más victoriosa”; “Ser de vuelo tan alto, / tan extendido, / que tu carne es el cielo / recién nacido” (Últimos poemas). Y, desde luego, el legado de Miguel Hernández, su enseñanza ulterior: “Soy una abierta ventana que escucha, / por donde va tenebrosa la vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida” (Últimos poemas). (DGD)]

 


 


 


 


 


 

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