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r e t r a t o s (e n) (c o n) p o s t a l e s
El todo sin palabras
D.G.D.
La declaración de principios de Antonio Porchia, que podría estar simbolizada en la suma (puesto que su obra lo incorpora e integra todo), era precisamente la resta: “Y seguiré eliminando las palabras malas que puse en mi todo, aunque mi todo se quede sin palabras”.
Conviene retomar la historia editorial de las Voces: en la Argentina de principios de los años cuarenta del siglo XX, los amigos de Porchia, integrantes de la “Agrupación de Gente de Arte y Letras Impulso” ubicada en el puerto de La Boca, y que admiran las sentencias que Porchia introduce en su conversación —a las que él llama voces—, le proponen reunirlas en una edición de autor (Voces, primera serie, 1943). Porchia no se asumía como escritor: publicó esta primera serie por insistencia de la gente de Impulso, pero la experiencia no fue feliz: apenas se vendió algún ejemplar, no hubo la menor reseña periodística y para colmo los paquetes, apilados en la pequeña sede de Impulso, terminaron por estorbar a los promotores del proyecto y Porchia decidió donar la edición entera al sistema de bibliotecas populares diseminadas por toda la Argentina.
Todo eso bastaría para desanimar a cualquiera, y más a un ser como Porchia, por completo ajeno a las maniobras literarias. Y sin embargo, cinco años más tarde repitió la experiencia (Voces, segunda serie, 1948). ¿Hubo algún suceso desconocido que explicara el origen de esta segunda serie? ¿Quizás alguien de Bibliotecas Populares le pidió “más”? ¿Acaso intervino la casualidad y ayudó el hecho de que un ejemplar de la primera edición llegara a la redacción de la revista Sur, a las asombradas manos de Roger Caillois, que luego las tradujo y difundió en Europa?
Un error frecuente es imaginar que Porchia escribió las voces de la segunda serie en el periodo de cinco años que separa a ambas ediciones de autor. La primera serie contenía 652 voces y la segunda 305, y su escritura ocupó seguramente un espacio de décadas. Es conocida la fecha de la primera publicación de Porchia, en un diario militante llamado La Fragua hacia 1923-1924, es decir cuando el autor tenía alrededor de 38 años de edad. Pero muy probablemente comenzó a escribir sus voces a los 20, 25 años. Si esto es cierto, entonces aquellas 625 voces le llevaron algo así como de 33 a 38 años, a razón de 16 a 18 voces por año; todo esto entra en correcta perspectiva si se recuerda aquella declaración de su sobrina Nélida: “A veces se tardaba un año para escribir una voz”.
Por tanto, es inverosímil pensar que en cinco años Porchia escribió 305 voces, a razón de 61 por año. Evidentemente las voces de la segunda serie son muy anteriores, es decir que fueron escritas en el mismo largo periodo que las de la primera serie. Y entonces es previsible que también para las dos ediciones de autor haya hecho una selección.
Pese a la indiferencia que rodeó a las dos ediciones de autor, las voces continuaron su camino de mano a mano, de boca a boca, y en 1956 la poderosa editorial Sudamericana se percató de estas admiraciones y ofreció a Porchia lanzar una edición masiva de Voces para un público amplio. El autor aceptó y en lugar de publicar el contenido íntegro de las dos ediciones de autor (la suma, como habría sido casi “lógico” en un escritor de oficio), hizo una rigurosa selección y retiró casi la mitad de las voces de ambas series (la resta, sin duda debida, en primer lugar, a un deseo de facultar la accesibilidad del lector).
Si cuando Sudamericana le hizo esa propuesta editorial, Porchia eliminó la mitad de las voces, ¿puede pensarse que de sus papeles, escritos desde los 20-25 años, hizo también una eliminación de la mitad cuando se trató de publicarlas en las dos ediciones de autor? (Así lo sugiere el hecho de que en la primera serie Porchia aisló la última voz con un especial tratamiento tipográfico, para destacarla a manera de epílogo o post scriptum: “Y seguiré eliminando las palabras malas que puse en mi todo, aunque mi todo se quede sin palabras”.)
Si de las 957 voces de ambas ediciones de autor, Porchia eliminó 486 y sólo eligió 471, ¿habría un acervo original de unas 2 mil voces, de las que sólo seleccionó la misma proporción para las dos ediciones de Impulso (menos de la mitad: 957)? Por esta vía de razonamiento es posible intuir la gran pérdida que eso representa: las voces que nunca llegarán a conocerse porque probablemente aquí sí el autor se deshizo de esos manuscritos fechables entre 1905 y 1943.
Puede considerarse una “tercera serie”, puesto que cuando en 1964 el editor Francisco Colombo le propuso una reedición de Voces, el autor añadió 130 textos inéditos hasta ese momento, bajo el rubro de “Voces nuevas”. (Esto podría verse como una suma en sí misma, pero también como una resta (en el sentido de números decrecientes): 652 voces (primera serie), 305 (segunda), 130 (“Voces nuevas”).
En este caso las “Voces nuevas” podrían datarse entre 1948 (fecha de la segunda edición de autor) y 1966 (año en que las incorporó en la edición de Colombo), es decir en un lapso de 18 años, a un razonable ritmo de siete por año. Así lo sugiere el propio título que Porchia eligió: “Nuevas”. Pero de igual modo podrían datar de aquella primera época (1905 a 1943) y haber recibido el nombre de “nuevas” sólo para diferenciarlas de las ya publicadas. Bien podrían ser parte de esos 2 mil manuscritos, una diminuta parte que Porchia decidió rescatar, lo que da una idea de su riguroso método de selección.
No hay dudas en cuanto a por qué Porchia “no seleccionó” todas esas voces (en cualquiera de las etapas mencionadas): su inimaginable rigor. Por eso es muy posible imaginar que si hoy se le ofreciera otra edición “definitiva”, muy probablemente “des-seleccionaría” la mitad. Y así iría quitando palabras a su todo. (A las ediciones de Impulso, Sudamericana y Colombo, se sumó en 1966 la poderosa editorial Hachette, cuya edición de Voces, la más difundida por muchos años, se fue imprimiendo y agotando regularmente en toda Latinoamérica.)
Cuando Laura Cerrato rescató para la imprenta las voces no seleccionadas por el autor, esta investigadora utilizó el rubro “Voces abandonadas”. Sin embargo, ese adjetivo no es del todo armónico con la vocación de las voces, que es el infinito. Antonio Porchia no abandonó esas voces: simplemente no las seleccionó. Continuaría quitando palabras a su todo. Mas no sería un todo abandonado. Así como cada parte del infinito es infinita en sí misma, aun el todo de Porchia sin palabras contiene a todas las palabras y a todas las voces.
Parafraseando
a Porchia, casi podría decirse: “Lo infinito no abandona a lo infinito: lo
acompaña. Se acompaña”. Acaso, pues, no esté del todo fuera de contexto una imagen
surgida precisamente de la historia editorial de la Voces: Porchia, habitante del infinito, es decir de lo simultáneo,
ve todo de un golpe de vista, pasado y futuro, y por tanto sabe que alguien rescataría
alguna vez, de una u otra forma, todas
las voces, las elegidas y las no seleccionadas, e incluso las escritas y
las no escritas. El todo sin palabras es una suma hecha de restas (pero suma al fin): basta destacar el hecho de que Antonio Porchia nos hizo llegar esa declaración de principios... a través de las palabras.
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Antonio Porchia: Voces reunidas, UNAM, Coordinación de Humanidades, México, 1999. | Alción, Córdoba (Argentina), 2006. | Pre-Textos, Valencia (España), 2006. | Gárgola, Buenos Aires, 2017. | Universidad Autónoma de Querétaro, 2020; ed. de D.G.D., Alejandro Toledo y Ángel Ros.
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P O S T A L E S / D G D / E N L A C E S