DGD: Redes 143 (clonografía), 2012 |
a
Ludwik Margules
Amaba las frases sucintas que parecen no decir nada y lo dicen todo. En
el teatro de todos los tiempos, uno de sus ejemplos favoritos provenía del acto
tercero de Tío Vania de Chejov: “Ya estamos en septiembre. No sé qué
haremos durante todo el invierno”. Estas frases han tenido muy diversas
traducciones al español, acaso porque no se les reconoce una especial significación;
a veces el segundo enunciado se ha vertido de este modo: “No sé cómo
sobreviviremos al invierno”; algunos traductores prefieren “¡Veremos cómo
pasamos aquí el invierno!”, paradójicamente muy exacta en su rica ambigüedad;
en otras más afortunadas ocasiones se le ha intuido como pregunta: “¿Qué vamos
a hacer durante todo el invierno?” En una de las mejores versiones libres, tal
pregunta fue acaso devuelta a su sentido original: “¿Qué haremos ahora con
nuestra libertad?”.
Libertad, claro está, en
un sentido cósmico y teológico, es decir metafísico. Se trata de imaginar la
más ardua de todas las luchas humanas, tanto colectiva como individual —aquella
que busca alcanzar la libertad—, e imaginarle un final victorioso. Tanto el
género como el individuo logran por fin liberarse de toda cadena: ¿qué harán a
partir de ese impensable momento?
Aquellas eran sus frases
favoritas, y acaso le gustaría colocar, junto a ellas, la que formula la
pedagoga neoyorquina Penny Ritscher: “¿Qué haremos cuando seamos pequeños?”.
Tal vez, con esa risilla fáunica que nunca lo abandonó, terminaría por aceptar
que ese fue su lema y el núcleo de su rebeldía artística: no se trata sino de
recuperar la libertad del niño, el único que sabe perfectamente qué hacer con
su libertad.
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