DGD: Morfograma 78, 2019. |
La Gran Biblioteca
La
influencia sobre lo similar
Una de las principales preguntas que Rupert Sheldrake
se plantea es ¿cómo se forma un organismo a partir de una semilla o de un embrión?
Escribe: “Sabemos lo que hace el DNA: codifica la secuencia de aminoácidos que
forma a las proteínas. Sin embargo, existe una gran diferencia entre codificar
la estructura de una proteína —un constituyente químico del organismo— y
programar el desarrollo del organismo entero. Es la diferencia entre hacer
ladrillos y construir una casa con ellos. Los ladrillos son necesarios para
construir la casa. Si tenemos ladrillos defectuosos, la casa tendrá defectos.
Pero el plano de la casa no está contenido en los ladrillos, o en los alambres,
o en el cemento”.
Las
células formativas de los brazos y las piernas de un individuo son idénticas:
ellas no determinan la forma tan distinta que cobran una u otra extremidades.
El DNA no explica la morfología del cuerpo humano, ni lo hace el neo-darwinismo
según el cual el DNA es el resultado de millones de años de evolución. Ciertas
áreas científicas comienzan a aceptar que los virus, los productos químicos y
los rayos cósmicos reprograman constantemente el DNA humano. La ciencia sólo
puede detenerse en este punto de incertidumbre, esperando que algún día
aparezca una teoría suficientemente “global” que lo explique. Mas ello no
congela a la intuición analógica (vertical, simultánea), para la cual esa
reprogramación podría ser parte de un orden orgánico universal.
Sheldrake
especula: “A través de los campos, por medio de un proceso llamado resonancia
mórfica —la influencia sobre lo similar—, existe una conexión entre campos
análogos. Eso implica que la estructura de los campos tiene una memoria
acumulativa basada en lo que ha sucedido a la especie en el pasado. Esa idea no
sólo se aplica a organismos vivientes sino también a moléculas, cristales e
incluso a los átomos”. Puesto que la biología sólo se preocupa de lo que sucede
dentro de los organismos, Sheldrake usa la analogía de un hombre del siglo
XVIII que de pronto tuviera frente a sí un aparato televisor: este sujeto sería
incapaz de comprender que las imágenes que ve en la pantalla provienen de
vibraciones invisibles generadas fuera del aparato y sólo sintonizadas
por él.
La
ciencia ortodoxa asume como un “hecho dado” el que las características físicas
de los organismos están contenidas en los genes; mas ¿qué sucede si el DNA
fuera análogo a los transistores y circuitos del aparato televisor,
sintonizados con las frecuencias adecuadas para traducir información invisible
en forma visible? “El desarrollo de la forma”, afirma Sheldrake, “es el
resultado tanto de la organización interna del organismo como de la interacción
de los campos mórficos a los que está sintonizado.” Lo que se conoce como
mutaciones genéticas sería sólo un cambio de sintonía con otro campo mórfico
distinto al que usualmente estaba conectado ese organismo.
Repercusión
a larga distancia / Auto-resonancia
A través de la resonancia mórfica, tanto los
monos de la fábula como los pájaros llamados bluetit aprendieron nuevos
comportamientos. Esta repercusión a larga distancia es capaz de afectar
incluso la forma que un organismo puede adoptar al desarrollarse, formas que
pueden serle heredadas por otros organismos aun cuando aquél no descienda
directamente de ellos. Esta insólita definición de la herencia lleva a una
novedosa forma de concebir evolución y memoria. La medida de la influencia es
la de la similitud. Un organismo es ante todo similar a sus propios estados en
el pretérito, y esta auto-resonancia —que lo mantiene estable aun cuando
los constituyentes químicos de sus células están cambiando sin cesar— equivale
a una especie de memoria corporal. Si tradicionalmente se ubica a la memoria en
el cerebro, Sheldrake se arriesga a considerar a éste más como un sintonizador
que como un archivo.
El
cerebro de cada individuo no equivaldría a una pequeña biblioteca particular,
fundamentalmente aislada de las demás, sino al respectivo sintonizador a una
única Gran Biblioteca.[1] ¿Por qué entonces
no disponemos de los recuerdos personales de otros individuos? Sheldrake, en
eco de Jung, responde que esa “consulta” no es imposible y que, de hecho, todo
el tiempo se afectan entre sí las respectivas memorias de distintos grupos
humanos. Y no sólo humanos: mientras que Jung delimitaba el inconsciente
colectivo a la humanidad, Sheldrake lo propone extendido a todo el universo. La
Gran Biblioteca que entrevé no podría ser más borgesianamente vasta, y tampoco
podría contar con un antecesor menos ilustre: el Registro Akáshico, del que
Oriente ha hablado desde la más remota antigüedad.
*
Nota
[1] Con esta visión coincide Israel Rosenfield en The
Invention of Memory (Basic Books, Nueva York, 1988).
Libro citado
Sheldrake, Rupert: The
Presence of the Past: Morphic Resonance and the Habits of Nature, Random
House, Nueva York, 1988.