jueves, 18 de julio de 2024

Reunión (2)

 

DGD: Postales, 2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Reunión (2)

 

[En su autobiografía (In My Own Way, 1972; Memorias, Kairós, Barcelona, 1999), Alan Watts inventa una palabra, goeswith (“ir con” o “conllevar”), para referirse “a la relación íntima que existe entre diferentes aspectos de la misma cosa o proceso, como por ejemplo, entre delante y detrás, los dos polos magnéticos, la materia y el espacio, lo masculino y lo femenino, las abejas y las flores...”. Se trata de algo que acompaña al individuo y lo conforta, pero también de aquello a lo que éste transporta, actuando como un vehículo. Una de las manifestaciones de ese algo es vegetal: “Cada vez hay más pruebas”, escribe Watts, “de que ciertas personas tienen lo que podríamos llamar capacidades vegetales, porque aman a las plantas y hablan con ellas, ya que al parecer las plantas responden a la conducta humana con una intensidad que puede ser registrada por el electroencefalógrafo”. Este es el sentido de una frase de Watts referida a la poeta Elsa Gidlow: she goeswith a garden (“ella porta un jardín”). Como ejemplo cita un poema de Gidlow: “Montaña al anochecer, / lago bebedor de estrellas. / Sobre simples niños balbuceantes, / grandes con su propio misterio. / Los fenómenos más ordinarios / los vuelven videntes / aunque las pompas, / los desfiles / y otras vulgares maravillas / los dejen impasibles”.

      Watts dedica el capítulo “Otros egos” a reconocer a amigos y maestros que conoció en el camino, la mayoría caracterizados “por esa risa profunda de quien sabe que los niños nunca dejan de serlo”, y que por ello “transmiten la sensación de que el mundo cotidiano no sólo es maravilloso sino también mágico, es decir, no atemorizante sino misterioso y sagrado”. Uno de esos homenajeados, el maestro carpintero Roger Somers, era capaz de “moldear la madera casi como si fuera agua, algo que sólo es posible si se tienen en cuenta sus vetas, puesto que un árbol es un río estampado en la madera”. Otro amigo de Watts, el poeta James Broughton, es autor de esta estrofa: “Escuché en la caracola / el latido de cada una de las células / de las flores, las rocas y las plumas. / Pero el más intenso de todos los sonidos / era la voz silenciosa del Sí y del No / cantando al unísono”.

      Esa reunión convocada por Watts en las páginas de su autobiografía habla del niño como alguien que de modo inherente posee aquello de que carecen los sistemas religiosos: “Aparte de ciertos símbolos heráldicos —como el cordero de Cristo, el león de san Marcos, el toro de san Lucas y el ave fénix de san Juan—, el cristianismo no permite la entrada de los animales en el cielo y lo mismo ocurre, creo, con el judaísmo y el islam. Hasta los budistas llegan a afirmar que el nirvana sólo puede alcanzarse desde el estado humano, excluyendo así tanto a los animales como a los dioses, que, para ello, deberán esperar a una reencarnación en forma humana”. La diferencia estriba en que, para el adulto, la relación entre el Sí y el No es el combate encarnizado y brutal, mientras que para el niño es el canto. Una sola canción en distintas tesituras —mineral, vegetal, animal, humana—: este es el modo en que la poesía va con los que en verdad son poetas. (DGD)]

 


 


 


 


 


 


 

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sábado, 6 de julio de 2024

Borges y la poesía (4)

 

DGD: Postales, 2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Borges lector

 

En 1980 Borges hizo una gira por Estados Unidos con el propósito de participar en una serie de diálogos organizados por las universidades de Chicago, Indiana y Columbia, entre otras. Cuando Willis Barnstone y Martín Hadis reunieron las transcripciones de estas charlas en el libro Borges: el misterio esencial (2021), Barnstone no dejó de subrayar en el prólogo un elemento esencial no sólo en estos encuentros sino en todas las entrevistas que se hicieron a Borges, y para ello da ejemplos elocuentes: “A lo largo de todos estos diálogos resaltan la timidez y la desconcertante modestia del autor de Ficciones. En la Universidad de Indiana, Borges declara: ‘Pienso que la gente ha exagerado mi importancia. Yo no creo que mi obra tenga tanto interés’. Y luego agrega: ‘Debo decir a todos ustedes que les agradezco que me tomen en serio. Es algo que yo no hago jamás’. Esta actitud, que en otra persona podría parecer una mera afectación, era en Borges frecuente y totalmente franca. Y es que no sólo hacía estos comentarios en público. Varios de sus amigos y familiares las escuchaban con frecuencia. Alicia Jurado solía recordar que una vez acompañó a Borges a cruzar la Plaza San Martín; mucha gente se acercaba para felicitarlo y ponderar sus textos. Borges, algo avergonzado y abrumado, agradecía una y otra vez sin decir nada. Pero al llegar a la avenida se puso serio y aclaró a Alicia: ‘Por favor, no vayas a creer lo que dice toda esta gente. Son todos ellos actores, contratados por mí. Creo que exageran, pero de todos modos hacen bien su trabajo, ¿no te parece?’. Otro testigo directo de estas situaciones fue su madre, Leonor Acevedo, que con frecuencia lo acompañaba en sus viajes. Al finalizar cada homenaje en el extranjero, Borges se volvía hacia ella y le susurraba perplejo: ‘Caramba, madre, ¡me toman en serio!’. Vale también aquí recordar aquella ocasión en que Borges se encontraba firmando ejemplares en una librería del centro de Buenos Aires. Un lector se le acercó con un ejemplar de Ficciones y le espetó: ‘¡Maestro! ¡Usted es inmortal!’, a lo que Borges respondió: ‘Bueno, joven, ¡vamos!... ¡No hay por qué ser tan pesimista!’”.

      En el transcurso de una entrevista realizada en el PEN Club de Nueva York en marzo de 1980 (incluida asimismo en El misterio esencial), el poeta Alistair Reid —también traductor de la obra borgesiana al inglés—, alcanza un momento de exasperación debida a esta actitud permanente del argentino y le pregunta: “Borges, ¿se le ha ocurrido alguna vez que usted a veces usa la modestia como un arma?”. Borges responde: “Lo siento. Les pido disculpas. No estoy usando la modestia, estoy siendo sincero”. Reid intenta retractarse: “Es sólo una observación, Borges. Discúlpeme usted a mí”. Borges: “¡No! Estamos todos juntos en esto”. Reid: “Sin embargo, para justificar lo grosero de mi anterior comentario, debo...”. Borges: “¡No!”. Reid: “...debo contar una anécdota que ocurrió hace unos años. En una ocasión en que nos encontramos en Escocia, usted me preguntó qué era lo que yo andaba haciendo últimamente, y yo le respondí que había escrito unos poemas. Entonces usted pensó por un minuto y dijo: ‘Ah... Yo también he escrito algunos versos’”. Borges: “Algunas líneas, sí, no versos”. Reid: “‘Algunas líneas’, sí. La modestia llevada hasta un extremo que me resultó un poco...”. Borges: “¿Incómodo?”. Reid: “Un poco incómodo, sí”. Borges: “Lo siento. Le pido disculpas”.

      En el mundo cultural, cuando la modestia y la humildad no son meros recursos escénicos y de trámite, se vuelven no solamente incomodidades sino actitudes sospechosas, y si se reiteran, casi escándalos. De ahí que el propio Borges tuviera que afirmar “No estoy usando la modestia, estoy siendo sincero”. Y en efecto, el más aclamado escritor de lengua española no miente. Aún más: es perfectamente posible decir que Borges carece de ego. Desde luego, sí lo tiene si el ego se define como la fuerza sostenedora de la vida individual, pero no si se le entiende como la natural posesión de la importancia personal del “hombre público”, esa personalidad-muralla de la figura de renombre, esa máscara que es el precio de la autoridad y del prestigio reconocido. En esto consiste la inmensa anomalía de Jorge Luis Borges, su misterio esencial. Para este escritor no era un mero lugar común la frase Estamos todos juntos en esto.

      La humildad de Borges lo lleva a casi disculparse por los libros que ha escrito, no así por los que ha leído (sobre todo de poesía, que sólo eventualmente podía estar cortada en versos). En el epílogo a El Hacedor (1960), asevera: “Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra”. En Elogio de la sombra (1969) pueden encontrarse los versos capitales: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he leído”. Y a Antonio Carrizo (Borges el memorioso, 1982) reitera: “Yo soy un lector, simplemente”. En esta entrada las postales aluden a algunos de los autores fervorosamente leídos por Borges. (DGD)

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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