domingo, 25 de octubre de 2020

El misterio de los cien monos (LVII)

DGD: Morfograma 108, 2020.

 

 

Ciencia de la complejidad

 

El principio de serialidad supone que los sucesos se agrupan de acuerdo a su naturaleza o afinidad. Los seres humanos, por ejemplo, tienden espontáneamente a aglutinarse según idiosincrasias comunes; bajo la misma concepción se entiende un fenómeno frecuente en la vida cotidiana: cuando a alguien “le sale bien” algo, ello parece continuarse con una serie de aciertos, lo mismo que, después de un contratiempo, parecen aglutinarse sucesos igualmente aciagos. Dicho de otra manera: los sucesos favorables se agrupan en conjuntos favorables, y a la inversa.

          Estudiada por la “ciencia de la complejidad” (complexity science, un estudio interdisciplinario aplicado a encontrar patrones desatendidos por los respectivos especialismos), la serialidad ha sido enfocada por investigadores como el físico y astrónomo Victor Mansfield (Synchronicity, Science, and Soul-Making, 1995), quien usa la física cuántica en combinación con la filosofía oriental en busca de un marco teórico para la sincronicidad junguiana. La dispersión de estos estudios —así como su “base en el vacío” y su falta de “evidencias”— causó que tanto la sincronicidad como la serialidad salieran del campo de la ciencia para ser recogidos de forma variopinta por la hiperbólica New Age.[1]

          Uno de los primeros pasos teóricos de Paul Kammerer fue modificar la ley de acción-reacción, y para ello se basó en las observaciones que ya en el siglo XVII había realizado el holandés Christian Huygens, inventor del reloj de péndulo. Huygens observó que si se coloca un buen número de estos relojes en una habitación, tarde o temprano se sincronizarán por completo, sin importar cuán diferente era al inicio el movimiento de los péndulos respectivos. Kammerer concluyó de esto una “ley de imitación” (que luego se transformó en su concepto de causalidad): dos cuerpos o dos complejos de cuerpos en proximidad tienden a parecerse más y más a través de una “ecualización” de sus respectivas energías, y no sólo en el aspecto formal o material. Más tarde se ha comprobado esta suerte de mimesis en múltiples territorios, desde la biología hasta la antropología, desde las ondas de radio hasta las órbitas planetarias (e incluso en la intermitencia luminosa de las libélulas).

          La ciencia “dura” explica la experiencia de Huygens aduciendo que las ondas de sonido se comunican a través de las paredes de la habitación y terminan por sincronizar a los relojes: una relación causal. Para evadir la misma “regularización”, Kammerer se consagró a grupos de seres vivos, necesitado de demostrar que la psique actúa de un modo parecido aunque sin relación causa-efecto. Acaso de forma fatalmente inevitable, un cierto darwinismo interviene aquí: los sistemas más fuertes y regulares tienden a atraer (y “sincronizar” con ellos) a sistemas más débiles y de menor regularidad. Si el sistema sincronizador es retirado, el sincronizado tenderá a mantener su nueva pulsación (o frecuencia, o configuración).

          Kammerer ordenó sus observaciones a través de tres principales categorías: tipología, morfología y sistematización. La primera incluye series de nombres, números o sucesos similares; la segunda se aplica al número de secuencias consecutivas, y la tercera equivale a establecer series homólogas o análogas, puras e híbridas, invertidas, etcétera. Sus conclusiones iniciales se parecen demasiado a la ley de la inercia, en tanto el biólogo destaca la tendencia de cualquier sistema a repetir sus condiciones iniciales cuando dejan de actuar sobre él las fuerzas que lo originaron. Sin embargo, a continuación se da cuenta de que, para un “complejo de cuerpos sobre el que actúa una constelación de fuerzas”, la persistencia no es necesariamente lineal o rectilínea, como lo sería para un cuerpo aislado. Dicho de otra manera: en un grupo, las condiciones originales de su formación se diluyen y reaparecen, fluctuando con mayor o menor intensidad, y ello debido a nuevas causas no relacionadas. Hacia el final del mismo siglo, Rupert Sheldrake lo llamará resonancia mórfica.

 

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Libro citado

Mansfield, Victor: Synchronicity, Science, and Soul-Making: Understanding Jungian Synchronicity Through Physics, Buddhism, and Philosophy, Open Court, Chicago, 1995.

 

Nota

[1] Ejemplos de este entusiasmo irrestricto son The Tao of Psychology: Synchronicity and the Self (Harper & Row, Nueva York, 1979) de Jean Shinoda Bolen; There Are No Accidents: Synchronicity and the Stories of Our Lives (Riverhead Books, Nueva York, 1997) de Robert H. Hopcke, o Tracks in the Psychic Wilderness: An Exploration of Remote Viewing, ESP, Precognitive Dreaming, and Synchronicity (Element Books, Boston, 1998) de Dale E. Graff.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LVIII).]

 

 

jueves, 15 de octubre de 2020

El misterio de los cien monos (LVI)

DGD: Morfograma 107, 2020.

 

 

Los cazadores de coincidencias

 

Science is the record of dead religions.

Oscar Wilde


 

Ciclos significativos en vidas individuales

 

Para elaborar su hipótesis, Paul Kammerer se nutrió de numerosas corrientes ocultistas, aunque sentía hacia el ocultismo una amplia desconfianza. En un curioso fenómeno que se mantiene prudentemente en silencio por ambas partes, a su vez el ámbito de las ciencias ocultas ha recibido una retroalimentación del trabajo del biólogo, de tal manera que a principios del siglo XXI los ocultistas han incluido a la serialidad entre sus propias leyes (mentalismo, correspondencia, causalidad, sincronicidad, vibración y polaridad). No en balde Kammerer cita a los pitagóricos en sus estudios del número siete y analiza la exclamación de Goethe acerca de “ciclos de buenos y malos días que se agitan dentro de mí”. Y aunque sólo menciona una vez a Freud, lo hace para señalar que éste también era afín a las coincidencias y agrupaciones, y que por ejemplo hacía notar (en su correspondencia con Wilhelm Fliess) que los números 23 y 27 podían combinarse para obtener ciclos significativos en vidas individuales. A fin de cuentas, Kammerer, como los místicos, era guiado por el asombro ante lo que en su libro llama “la milagrosa unidad de la naturaleza viva”.

          También la ciencia ha debido aceptar los postulados de Kammerer, como atestiguan los especialistas en sistemas generales George Land y Beth Jarman:

 

Kammerer originó un concepto que ahora puede ser visto como verdadero. Junto con el proceso de entropía [entropy], que es catabólica, hay otro que ocurre en paralelo, el de la “sintropía” [syntropy], anabólica: constantemente la información produce nuevas combinaciones, generando diversidad y más altos niveles de organización. [...] Se ha demostrado que los sistemas organizacionales y sociales tienen dos fases: la formativa y la normativa. Teóricamente existe una tercera: la integrativa. [Breakpoint and Beyond, 1998.]

 

Lamentablemente, la llamada teoría general de los sistemas (general system theory) es uno de los ejemplos más patentes de “mal uso”, ese epíteto que la ciencia conoce tan bien. En este caso se refiere a una corriente científica de ultraderecha que ha obtenido de esa teoría un determinismo radical, uno de cuyos más atroces resultados es la utilización de la cibernética para apoyar un darwinismo social genocida y un Estado corporativo-militar.[1]

 

 

La teoría de sistemas abiertos

 

Vieja es la discusión acerca de si realmente puede separarse el principio teórico, en su “pureza inicial”, de la mala aplicación práctica. De hecho, para marcar una diametral distancia contra tales utilizaciones, se habla ahora de una “teoría de sistemas abiertos” (open systems theory) que decididamente apela no sólo a la ideología contraria, sino al taoísmo y a otras antiguas escuelas no-dualistas, así como al “anarquismo biocéntrico”, en busca de una “democracia radical” basada en el cambio dialéctico de los sistemas abiertos: cada nivel de organización tiene un representante que transmite la decisión del grupo al siguiente nivel, tal como Marx establece en sus ensayos sobre la acción represora de la civilización.[2]

          En todo caso debe reconocerse que, al menos en su plataforma teórica, la teoría general de sistemas es también parte de la búsqueda por trascender la visión mecanicista sobre el universo. Ludwig von Bertalanffy intenta verla de esa manera:

 

Comparada con el procedimiento analítico de la ciencia clásica, cuya esencial categoría es la de los elementos componentes y la causalidad lineal o de un solo camino, la investigación de conjuntos organizados con numerosas variables requiere nuevas categorías de interacción, transacción, organización, teleología. [...] Estas consideraciones condujeron al postulado de una nueva disciplina científica a la que llamamos teoría general de los sistemas. Su objeto es la formulación de principios que son válidos para los “sistemas” en general, sea cual sea la naturaleza de los elementos que los componen y las relaciones o “fuerzas” entre ellos. [...] La teoría general de los sistemas, pues, es una ciencia general de la totalidad. [General System Theory, 1976.]

 

Mas ¿quién define a la totalidad y cómo lo hace? El que aspira a una teoría general, aspira también a una aplicación general de ella. La ideología marca una diametral oposición entre teorías de sistemas abiertos y cerrados. En ambos casos se habla del dilema humano por excelencia: ¿cuál de los extremos apuesta por la humanidad en conjunto? Y sobre todo, ¿cuál de ellos heredará intuiciones como la de Kammerer, a su vez insertas en otras más antiguas que optan siempre por lo abierto?[3]

 

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Libros citados

Bertalanffy, Ludwig von: General System Theory: Foundations, Development, Applications, George Braziller, Nueva York, 1976.

Land, George, y Beth Jarman: Breakpoint and Beyond: Mastering the Future Today, Leadership 2000, Kansas, 1998.

 

 

Notas

[1] Cf. Morris Berman: “The Shadow Side of Systems Theory”, en Journal of Humanistic Psychology 36, Thousand Oaks, California, invierno de 1996; Fritjof Capra: The Web of Life, Anchor Books-Doubleday, Nueva York-Londres, 1996; Jeremy Rifkin y Nicanor Perlas: Algeny, Penguin Books, Nueva York, 1984. Slavoj Zizek dedica a esto el capítulo llamado “Cyberspace, or The Unbearable Closure of Being” en The Plague of Fantasies (Verso, Nueva York, 1997).

[2] Algunos de los detentadores de la teoría de sistemas abiertos dentro de la New Age, como Franklin Rosement y Mitch Cohen, han llegado a postular y divulgar un “marxismo Zen”. Cf. Chris Kortright: “The Tao and Biocentric Anarchism” (en Earth First! Journal 17, Tucson, Arizona, febrero de 1997) y John Clark: “The Tao of Anarchy” (en The Fifth Estate 33, The University of North Carolina, Chapel Hill, verano de 1998).

[3] La teórica eco-feminista Vandana Shiva ha acuñado el término “biopiratería” para marcar su claro rechazo no sólo a los sistemas cerrados, sino al dominio ideológico que se ha basado en ellos. En Biopiracy: the Plunder of Nature and Knowledge (South End Press, Boston, 1997), escribe: “La auto-organización es la esencia de la salud y de la estabilidad ecológica de los sistemas vivos. [...] Los problemas ecológicos surgen cuando se aplica a la vida el paradigma de la ingeniería. Este paradigma se refuerza a través del concepto de ingeniería genética, que tendrá graves implicaciones ecológicas y éticas. [...] La vida es vista más como instrumental que como poseedora de un valor intrínseco. Éste radica en la capacidad auto-dirigida de restauración. La facultad de reparar está, a su vez, relacionada con el salto conjunto [resilience, noción unitaria propuesta por Edward O. Wilson]. Cuando los organismos son tratados como máquinas, y manipulados sin reconocer su habilidad de auto-organizarse, su capacidad de sanar y de reparar se rompe, y requieren más y más control externo para mantenerse”.

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LVII).]

 

 

lunes, 5 de octubre de 2020

El misterio de los cien monos (LV)

DGD: Morfograma 106, 2020.

 

 

¿Natural o aprendido?

 

Aparece aquí una pregunta fundamental: el hecho de que resulte casi imposible para un observador cuantificar adecuadamente los contenidos psíquicos y la “realidad objetiva” al mismo tiempo, ¿es un hecho dado, una ley, una fatalidad, o es el resultado de una (de)formación cultural, de un límite humano autoimpuesto? (En lengua inglesa, este tipo de cuestionamientos se sintetiza en uno solo: nature or nurture?, es decir, “¿natural o aprendido?”) En un esfuerzo por ir más allá de la mera analogía subjetiva, Kammerer debió confiar menos en la estadística que en la intuición. Dicho de otro modo: aunque era un hombre de ciencia y buscaba una base científica (“evidencias”), su territorio esencial fue el de la poesía, el ámbito de las grandes intuiciones.

          La única diferencia palpable entre sincronicidad y serialidad es explicada por el bio-ecólogo australiano Michael A. Forster en “Seriality, Synchronicity and Complexity Science: the Relationship” (2003): “La diferencia significativa es que la sincronicidad incluye a la psique humana y al modo en que los contenidos de ésta se relacionan con los objetos exteriores, de tal manera que con frecuencia un suceso sincrónico es, para un observador, una coincidencia significativa”. Buscando una diferenciación más clara, en noviembre de 2003 formulé a Forster esta pregunta por correo: “¿Otra forma de diferenciar ambos términos sería decir que la sincronicidad es esencialmente psicológica, mientras que la serialidad es física?” Su respuesta fue:

 

La diferenciación basada en colocar la serialidad en el reino físico y la sincronicidad en el psicológico es correcta. Sin embargo, la sincronicidad es esencialmente física en la naturaleza. Imagine a Kammerer sentado en su banca del parque concentrado en el vestuario de los viandantes. En la sociedad de su tiempo sólo había un cierto número de formas en que la gente podía vestir y, por tanto, sólo un cierto número de combinaciones que podían pasar ante sus ojos. Debido a las leyes del azar es inevitable que ocurriera un suceso serialístico. Ahora imagine a una persona que se sienta en esa banca del parque pensando acerca del mundo. Sólo existe un cierto número de cosas que esa persona puede pensar en cada fracción de tiempo. Ahora bien, si esa persona estuviera pensando en un gato negro con una mancha blanca en el lomo, y justo en ese momento viera pasar a un animal de esas características, entonces ello representaría para esa persona una coincidencia significativa. La sincronicidad ocurre cuando un pensamiento nuestro coincide con algún objeto en el mundo material. De tal manera puede verse cómo la serialidad y la sincronicidad son esencialmente lo mismo.

 

Forster hace incluso notar que, “en lugar de que las depresiones económicas o las guerras afectaran la investigación de Kammerer de un modo negativo, de hecho contribuían a los sucesos que daban origen a las observaciones serialísticas en primer lugar”. Es decir que Kammerer no sólo estaba consciente de las posibles “variables” que actuarían sobre su investigación sino que requería aprender a mirar el modo en que los sistemas se insertan y comunican unos dentro de otros.

 

 

Un nuevo principio de la naturaleza

 

El propio Einstein tuvo el libro de Kammerer en alta estima y afirmó que no era absurdo en absoluto. En el famoso ensayo “Sincronicidad: un principio conector no-causal” (1952), Jung da crédito a Kammerer por su búsqueda de una sincronicidad no causal, y agrega que en el fondo se trata del rastreo de un nuevo principio de la naturaleza, coexistente con la causalidad y la finalidad, y que explicaría los agrupamientos aparentemente azarosos de sucesos similares, es decir, lo que se llama coincidencias en la vida cotidiana (golpes de suerte, simultaneidad de pensamientos o de acciones, repercusión de lo lejano en tiempo o en espacio). En este sentido, la fábula de los cien monos sería un ejemplo extremo de serialidad.

 

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Libros citados

Forster, Michael A.: “Seriality, Synchronicity and Complexity Science: the Relationship”, en Complexity International, Charles Sturt University (School of Environmental and Information Sciences), Thurgoona (Albury, Australia), 2003.

Jung, Carl Gustav: “Synchronizitat als ein Prinzip akausaler Zusammenhange”, en Naturerklärung and Rsyche. Studien aus dem C.G. Jung-Institut, IV, Zurich, 1952. [Synchronicity; an Acausal Connecting Principle, Princeton University Press Princeton, 1973.]

 

 

[Leer El misterio de los cien monos (LVI).]