sábado, 27 de abril de 2019

El misterio de los cien monos (III)

DGD: Morfograma 54, 2019.


El efecto de onda

Acaso sin quererlo, la novela Pay It Forward se encadena a movimientos mucho más “amables” de la New Age, como el de la empresa norteamericana Conari Press, creadora de la Random Acts of Kindness Foundation y de la semana del mismo nombre (“Actos de Bondad al Azar”), además de incontables libros dirigidos sobre todo a los niños. En sucesivas reediciones, los editores hablan de un “efecto de onda”, quizá no exponencial, pero sí acumulativo. Buscan, acaso, una “masa crítica” que termine por vencer al aparentemente indomable egoísmo (a veces incluso denominado “solipsismo autista”) que caracteriza al individuo occidental y que minuto a minuto es reforzado por los media.
          Sin embargo, hay una clara diferencia en los “actos de bondad” propuestos: la New Age asume un predominante carácter de exculpación burguesa, de limpia de la mala conciencia de clase; esto resulta notable en uno de los numerosos libros de esta corriente, Acts of Kindness,[1] cuyo subtítulo original era How to Create a Kindness Revolution y que fue cambiado por How to Make a Gentle Difference para no molestar a quienes son susceptibles a la palabra “revolución”, esto es, evitar la menor inferencia “roja” y garantizar más amplias ventas del volumen. Mientras que Pay It Forward exige emprender actos tan arduos que en cualquier otro contexto parecerían imposibles (por ejemplo, una mujer madura, tras una vida entera de rencor acumulado, logra perdonar las heridas emocionales causadas por su madre alcohólica), Acts of Kindness postula acciones en sí altruistas pero que no implican un verdadero sacrificio y no parecen sino extensión del propio egoísmo (como pagar el boleto del desconocido que sigue en la fila o donar comida sobrante a instituciones de beneficencia).
          En este punto conviene subrayar un elemento de la fábula de los cien monos: el cambio benéfico de conducta surge de la propia especie que la hereda y transmite. Es la legendaria Imo la que tiene la iniciativa, no los humanos que hacían “experimentos” con los monos (en una de las numerosas versiones de la historia, los primatólogos de Koshima ofrecen a los monos esas frutas para evitar que éstos ataquen las cosechas de los agricultores locales, pero en ninguna de las variantes les enseñan a lavarlas). De modo paralelo, ciertos individuos toman la fábula no como una vaga promesa de iluminismo reaccionario, sino como percutor de militancia pacífica. Así, el activista anti-nuclear Rick Springer, basado en las premisas de Keyes, creó un movimiento ecologista llamado “The 100th Monkey Project”.
          En estos casos, y desde un ángulo parapsicológico, el fenómeno asombroso —es decir, esa suerte de “telepatía espontánea” entre los monos— parece usarse como ejemplo de que un cambio de conducta puede extenderse, de formas misteriosas, en una comunidad que, como todas las comunidades, es renuente a los cambios. Esto sucede, de nuevo, en ambas direcciones, hacia adentro (sería muy arduo enseñar a los monos la técnica de la fruta sumergida en agua, puesto que habría que enfrentar una resistencia) y hacia fuera (existe también una dificultad para sacar de esa historia un método “práctico”, lo que no invalida la fascinación que genera). Pese a que la historia de los cien monos es ambigua y modular, también parece apuntar en una sola dirección.
          En 1989 Lyall Watson hizo a un lado la ambigüedad y se autonombró el iniciador de la ya para entonces muy prestigiada historia de los cien monos: “Es una metáfora que yo mismo hice, basada en un poco de evidencia y un mucho de rumor. Nunca pretendí otra cosa”. Más allá de la vanidad o la modestia —ambas presentes en su declaración—, este autor tiene el acierto de afirmar que esa historia nació como metáfora. Sin duda en esta palabra radica la mejor clave para examinar el fenómeno que esa historia ha generado, independientemente de sus “fuentes originales”.


Una metáfora modular

La imaginación es más importante que el conocimiento.

Albert Einstein


El número cien

El origen de esta historia es misterioso tanto hacia adentro, es decir el contenido (el cambio benéfico de conducta en los monos se extiende inexplicablemente a través de grandes distancias) como hacia fuera, es decir la forma (quien escucha esta fábula experimenta un reacomodo de ideas). La fascinación que produce la historia de los cien monos no disminuye aunque se la confronte con la “historia real” que le dio origen. Sin duda, una parte de esa fascinación se debe al hecho de que los protagonistas son antropoides, lo que facilita la trasposición a seres humanos; bien conocido es el hecho de que las ficciones literarias o cinematográficas protagonizadas por antropoides resultan especialmente fascinantes para todos los públicos, desde Tarzán de los monos hasta King Kong, desde la secuencia inicial de 2001: Odisea del espacio hasta El planeta de los simios.
          Por otra parte, ciertas metáforas situadas en ese espectro precedieron a las de los “cien monos”, por ejemplo la “soga del mono”, el símbolo usado por Melville en Moby Dick (1851) para aludir al lazo invisible que une a los humanos no sólo entre sí, sino con su común origen antropoide.[2] Y curiosamente, otro grupo de monos había ya aparecido en el campo de las hipótesis científicas, en este caso la teoría de la probabilidad; en The Nature of the Physical World (1928), Arthur Stanley Eddington imaginó que “si un ejército de monos golpeteara máquinas de escribir, podrían escribir todos los libros del Museo Británico”.[3] De modo muy significativo, la memoria colectiva recogió esta idea y le dio cifras: “Si cien monos teclean al azar en cien máquinas de escribir, en cien años uno de ellos terminaría por escribir una obra de Shakespeare”. (En otra versión con más agudo sentido del humor, lo que este mono escribe es precisamente El origen de las especies de Darwin.)
          El número cien no parece especialmente cabalístico (como lo serían, por ejemplo, los numerales 77, 99 o 111), pero ello parece más una virtud que una “deficiencia mítica”. Frecuente en las fábulas, este número también aparece en la Biblia, por ejemplo en la parábola de las cien ovejas (Lucas 15:4-7). No menos antigua es la Sad-dar (“Las Cien Puertas o Capítulos”), parte de la literatura zoroástrica en Persia.)
          Si se quiere fatigar la aritmética, surge otra extraña evidencia; la forma en que se propaga la información es exponencial: 1:2, 2:4, 3:8, 4:16, 5:32, 6:64, 7:128, 8:256, 9:512, 10:1024, etcétera. Al llegarse al legendario número cien, la cifra resultante es descomunal; con mucho menos de cien de estas diseminaciones se cubriría la población entera del planeta. Mas el número cien parece tener su propia carga mágica; en este sentido, acaso no sea excesivo ver sus repercusiones en la cotidianidad política, como las asambleas de países conocidas como “Grupo de los Cien”; al elegir esta cifra, ¿se pretende que los acuerdos mundiales, o las formas de pensamiento que los determinan, sean simbólicamente transmitidos como modelos económicos o diplomáticos al resto de la humanidad?

*

Notas

[1] Meladee y Hanoch McCarty: Acts of Kindness: How to Make a Gentle Difference, Health Communications, St. Leonards (New South Wales, Australia), 1994.

[2] Este símbolo ha sido estudiado por Jerry M. Lewis en The Monkey-Rope: a Psychotherapist’s Reflections on Relationships, Bernel Books, Lexington, 1995.

[3] Arthur Stanley Eddington: The Nature of the Physical World, AMS Press, Nueva York, 1995.






martes, 16 de abril de 2019

El misterio de los cien monos (II)

DGD: Morfograma 53, 2019.




Cualquier problema creado
por la mente humana

Keyes enuncia la moraleja del “Principio” transformado en fábula:

Aunque el número exacto puede variar, este Fenómeno del Centésimo Mono significa que, cuando sólo un número limitado de personas conoce una nueva forma, ella permanece como la propiedad consciente de ese grupo. Pero cuando se da un punto en el cual sólo una persona más se conecta con esa nueva conciencia, un campo se fortalece de tal manera que esta conciencia es recogida por casi todos.

En No Boundary (1979), el filósofo Ken Wilber reflexiona acerca de cómo la mente humana crea a todas las divisiones y separaciones, a tal grado que casi siempre el individuo contempla a quienes lo rodean como “ellos”, y casi nunca como “nosotros”. Wilber agrega: “Limitamos cada vez más nuestro mundo y huimos de nuestra verdadera naturaleza para entonces abrazar límites, fronteras, barreras”.[1] Basado en esta premisa, Keyes urge a un cambio del paradigma “yo contra ti” por el de “yo y tú”, necesario para la supervivencia de las especies. En su ladera menos esotérica, la fábula de los cien monos ha servido para apoyar la idea de que la acción masiva posee efectividad no sólo en cuanto a afectar las circunstancias inmediatas, sino en cuanto a alterar los hábitos mentales separatistas (provenientes de una concepción del yo separado del mundo) que crearon el problema nuclear desde el principio. Keyes escribe:

Un grupo de nuestros mejores científicos, trabajando en el Proyecto Manhattan durante la segunda guerra mundial, desarrolló la bomba atómica en sólo cuatro años, desde la teoría hasta la práctica en Hiroshima. ¿Qué sucedería si un grupo igualmente dedicado y respaldado por los recursos de nuestra nación, trabajara para crear una conciencia mundial de nuestra humanidad y una unidad de corazones y mentes que volviera inútiles a todos los armamentos? Cualquier problema creado por la mente humana puede ser resuelto por ella misma. [...] En nuestro mundo, las energías en conflicto son hoy tan grandes que quizá necesitamos al “millonésimo mono” para proyectar la energía de totalidad y cooperación, de amistad y amor, de compartir todos la vida en este planeta. Cualquiera que sea el número crítico, cada uno de nosotros es necesario para salvar a la civilización. [...] La fuerza de nuestra especie no reposa en colmillos afilados o garras perforadoras, sino en la habilidad de usar nuestras mentes para cooperar unos con otros a medida que jugamos los juegos de la vida. Las mismas mentes poderosas que crearon las bombas nucleares y los misiles intercontinentales pueden también aprender a crear la unidad y la solidaridad.

A este apasionado libro de Keyes seguirá una larga lista de volúmenes y artículos que se multiplicaron como la propia acción inusitada del legendario mono. No menos asombroso resulta comprobar que esa idea, convertida en fábula por la vox populi, se ha difundido de un modo análogo: la historia de una transmisión enigmática se transmite enigmáticamente.


Profecías

Cualquiera que haya sido su origen (o bien el percutor que un día lanzó a los cuatro vientos a una historia que había estado “flotando en el aire” desde mucho antes), las frases one hundred monkeys y the hundredth monkey se volverán lugares comunes en numerosas publicaciones norteamericanas, surgirán grupos pacifistas, ecologistas y de artes escénicas con ese nombre y hasta una campaña presidencial se basará en ella: en 1992 John Hagelin, candidato del “Natural Law Party” financiado por el movimiento de la Meditación Trascendental, basó sus promesas en la idea de que el mundo podría cambiar si un número suficiente de personas se consagraba a la meditación.
          Maharishi Mahesh Yogi, el iniciador de la Meditación Trascendental (cuya amistad con The Beatles y en particular con George Harrison le abrió el universo de la contracultura y de los públicos jóvenes sedientos de respuestas) promovió ciertas experiencias para probar que si en una ciudad determinada un grupo de personas se conjunta en meditación, el índice de criminalidad y violencia desciende en las áreas vecinas, además de que la gente se lleva mejor y está dispuesta a interactuar más allá de los problemas personales.[2] El intento era crear una cadena de meditadores alrededor del mundo, bajo la creencia de que cada actitud y pensamiento individuales se convierten a la larga en una profecía que cada quien cumple; a nivel colectivo, ello significa que el planeta está cumpliendo las profecías creadas no sólo por los individuos, sino también por el “espíritu de los tiempos” (zeitgeist) y la ideología dominante.
          Entre los adeptos a la Meditación Trascendental, varios métodos son usados para eliminar la negatividad: el canto o la pronunciación de mantras, los actos de llorar o de hacer reír a otros, el masaje corporal. Según la teoría detrás de este último, los músculos cuentan con una memoria particular que retiene a los sentimientos negativos; la tensión muscular resultante impide que la energía fluya libremente. En ello se basó el ex-masajista Robert N. Calvert que, en Hundredth Monkey Conspiracy (1995), intenta una ficción en donde la fórmula de los cien monos se aplica a lograr la paz mundial a través de una conspiración por medio del tacto y el masaje.[3] Muchas otras personas han actuado con la misma íntima confianza que parece vencer a todo pudor y a toda “malicia intelectual”.
          En principio, la fábula de los cien monos podría ser vista como un eco tardío de los años sesenta del siglo XX. Puesto que al principio de la siguiente centuria ya no parece posible el entusiasmo colectivo que caracterizó a aquella década, el imaginario popular, que sigue añorando una revolución, sueña una que podría denominarse “políticamente correcta” en tanto que no implica la violencia. El pesimismo individualista del fin de siglo suele reducir a la contracultura sesentera, una corriente compleja y profunda, a las imágenes del movimiento hippie y a los lemas peace and love y make love not war, vistos como “insostenible ingenuidad”. Sin embargo, esos lemas reaparecen en la New Age con otras palabras y es precisamente por esto que la fábula de los monos encontró en ella terreno propicio, ya que conlleva la idea de una revolución no basada en la ideología sino en la mística: al alcanzarse un cierto número de individuos que despiertan, ese “umbral” posibilita y extiende tal despertar en los demás. Este marco teórico parece tan ingenuo como insostenible. No obstante, en la historia de los monos parece haber más que los referentes históricos que suelen relacionarse con ella en primera instancia.
          Los rastros de esta fábula están en todas partes aunque no se la mencione de modo directo. Buen ejemplo es la exitosa novela Pay It Forward (2000) de Catherine Ryan Hyde, basada en uno de los lemas de la New Age que sin duda desciende de la fábula de los monos: think globally, act locally (“piensa en el mundo, actúa en tu localidad”).[4] En esa novela, un maestro de ciencias sociales pide a sus alumnos de primaria la elaboración y puesta en práctica de un proyecto para mejorar el mundo de modo concreto e imaginativo. Uno de esos alumnos idea un método llamado pay it forward (algo así como “pagar hacia adelante”), convencido de que cambios positivos pueden ocurrir si él hace tres buenas acciones a otras tantas personas (no cualquier favor sino algo realmente difícil, comprometido y hasta arriesgado), y cada una de ellas, en lugar de regresarle el favor (pay it back), hace el bien a otras tres personas (pay it forward), que quedan obligadas a proceder del mismo modo. De forma inusitada, esto genera una cadena exponencial que se extiende de ciudad en ciudad hasta formar un movimiento, una “revolución basada en la bondad”. (La novela de Hyde fue llevada a la pantalla hollwoodense en el año 2000 con dirección de Mimi Leder y actuaciones de Helen Hunt, Kevin Spacey y Haley Joel Osment; el título del filme en español intenta trasladar la difícil noción del nombre original como Cadena de favores.)

*

Notas

[1] Ken Wilber: No Boundary: Eastern and Western Approaches to Personal Growth, Center Publications, Los Ángeles, 1979. [La conciencia sin fronteras, Kayrós, Barcelona, 1990.]

[2] Cf. John S. Hagelin et al.: “Effects of Group Practice of the Transcendental Meditation Program on Preventing Violent Crime in Washington, D.C.: Results of the National Demonstration Project, June-July 1993”, en Social Indicators Research, v. 47, n. 2, Springer Science and Business, Berlín, junio de 1999.

[3] Robert N. Calvert: Hundredth Monkey Conspiracy, Noah Publishing Company, Davis (California), 1995.

[4] Catherine Ryan Hyde: Pay It Forward: A Novel, Pocket Books, Nueva York, 2000.







viernes, 5 de abril de 2019

El misterio de los cien monos (I)

DGD: Morfograma 52, 2019.


La leyenda tropical de los cien monos



Umbral y masa crítica

En los años finales del siglo XX, una especie de fábula comenzó a brotar por todas partes. Bien podría llamársela una leyenda urbana, aunque su ubicación es en el trópico y no está protagonizada por seres humanos. Según afirma esta “leyenda tropical”, todo comenzó en una remota isla caribeña en donde un pequeño mono, tras tomar una de las frutas que constituían su principal alimento, descubrió que era más fácil pelarla si la mantenía bajo el agua por un tiempo. (En distintas versiones de esta historia, la protagonista es una hembra, y lo que ella hace es lavar la fruta antes de consumirla. En otras, aprende a desenterrar raíces de ciertas frutas.) Otro mono, que observaba al primero a cierta distancia, lo imitó; más tarde un tercero y luego otro, siguieron el ejemplo. En un corto tiempo, un centenar de monos había hecho suya esa acción. Entonces, monos similares en otra isla muy distante, sin contacto alguno con la isla en la que todo comenzó, empezaron a pelar las frutas de igual manera. Quienes narran esta historia (tan frecuente en Internet que ya puede ser considerada parte del “folclor de la red”) la visten de “suceso verdadero” y hasta aportan nombres de lugares y otros detalles que varían según el relator; lo curioso es que también varían las moralejas y los contextos en que aparece: lo que se trata de “demostrar” con esta narración es, en principio, tan vago como su origen.
          Las llamadas “leyendas urbanas” son historias generalmente impactantes que se transmiten de boca en boca como “realmente acaecidas” y que suelen ventilar las pesadillas de los núcleos citadinos. La curiosa historia de los monos tiene algo de esa cualidad, aunque significativamente carece de lo atroz o lo sórdido, y lo que hace es llamar la atención hacia una posibilidad que de otra manera continuaría insospechada. En efecto, esa historia funciona de un modo bastante menos elemental que las leyendas urbanas, es decir, no como un espejo deformante sino uno que da a otros espejos. Si se hurga lo suficiente, preguntando a los relatores dónde la escucharon y remontando este camino, surge la evidencia de que en sus inicios fue una hipótesis científica conocida como “Principio del centésimo mono”. En la extensa transmisión de esta idea, a veces se le refiere como “Síndrome de los cien monos”; en otras ocasiones la primera palabra es cambiada por “Fenómeno”, “Fórmula” y hasta por “Regla”.
          Al parecer, el primer registro de esta idea en libro (es decir, insertada en un aparato de ideas) se debió a Lyall Watson, que en 1979 incluyó, en las páginas de su Lifetide,[1] una historia “real” ocurrida 27 años antes en la isla japonesa de Koshima. Según Watson, en 1952 ciertos primatólogos llevaron ahí a cabo un experimento con un grupo de veinte monos de la especie macaca fuscata, consistente en poner a su alcance tomates dulces colocados sobre la arena. Imo, una joven mona, lavó su tomate en el océano antes de consumirlo. Con el tiempo (entre 1952 y 1958), otros monos de la misma especie de macacos aprendieron el “truco” y lo transmitieron a sus descendientes. En este punto, Watson escribe:

Uno tiene que reunir el resto de la historia a partir de anécdotas personales y trozos de folclor entre los investigadores de primates, porque todavía muchos de ellos no están seguros de lo que sucedió. Así que me veo forzado a improvisar los detalles. [...] Digamos, en beneficio del argumento, que el número [de monos que habían aprendido la nueva conducta] era 99 y que a las once de la mañana de un martes, uno más fue convertido de la manera usual. Pero la adición del centésimo mono aparentemente arrastró el número más allá de una especie de umbral, impulsándolo a través de una suerte de masa crítica.

Quienes leyeron esto, se desentendieron de la expresión “digamos” y de la frase “en beneficio del argumento”, y registraron una demostración, una evidencia. El “fenómeno” fue primero recogido con singular entusiasmo por la literatura de la New Age y luego por la memoria colectiva.


Una transmisión pre-cultural

A finales de los años ochenta la fábula se había extendido tanto, que la revista Skeptical Inquirer, órgano del CSICOP (Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal), grupo dedicado a desacreditar evidencias de lo paranormal, encargó una investigación a Ron Amundson, maestro de filosofía en la Universidad de Hawai. Amundson contactó a Masao Kawai, quien fuera en la década de los cincuenta el jefe del grupo de primatólogos de la isla Koshima, y éste le confirmó que nunca hubo una “transmisión pre-cultural” del cambio de conducta entre los monos. Si bien entre 1952 y 1958 los monos jóvenes adoptaron la modalidad del lavado de la fruta, ello no fue adquirido por los monos adultos nacidos antes de 1950. Por lo demás, los “cien monos” eran en realidad sólo 36 en 1962. En los reportes originales, que Lyall Watson dice haber consultado, no hay rastro alguno de una transmisión inusual de conocimiento.[2] Amundson informa de esto en “The Hundredth Monkey Phenomenon” (Skeptical Inquirer, verano de 1985). La controversia resultante, así como las declaraciones de Lyall Watson, provocaron una mayor investigación y otros dos artículos de Amundson.[3] El caso fue tan resonante, que cuando la revista publicó en libro una antología de sus materiales más destacados, algunos de ellos con firmas de Isaac Asimov y Carl Sagan, fue el artículo de Amundson (el de 1985) el que dio título a ese volumen.[4]
          Curioso que se haya desatado tal polémica, cuando el propio Watson había advertido en Lifetide que su versión era en su mayor parte imaginativa. No obstante, tal advertencia manejaba con eficiente ambigüedad la línea entre hechos y fantasía: Watson no dijo claramente que la anécdota lo había llevado a imaginar una conclusión. Esa ambigüedad se convirtió en el perfecto caldo de cultivo para iniciar un árbol de transmisión que continúa hasta la fecha. La historia del centésimo mono —a la que Watson dio una envoltura científica sin cancelar su misterio de fondo— lanzó a numerosos autores en inusitados rumbos de búsqueda, o al menos les dio un principio sintético en torno al cual aglutinar ideas antes dispersas. En mayor o menor medida, lo mismo parece suceder a quien escucha la historia, que es lo suficientemente misteriosa como para trascender lo que tiene de mera hipótesis científica.
          El siguiente en incluir la fábula como demostración de una posibilidad insospechada fue Ken Keyes en un volumen llamado precisamente The Hundredth Monkey (1982). A estas alturas, la historia ya se había convertido en el muy serio “Fenómeno de los cien monos”, cuyo mensaje ulterior es descrito así por Keyes: “Cuando el suficiente número de personas toma conciencia de algo, todas las demás la adquieren. [...] ¡Hay mayor poder en los números de lo que jamás hemos soñado!”.[5] Ya no hay ambigüedad, sino un hecho que en este caso el autor usa en el contexto de una advertencia sobre el peligro de las armas nucleares. Tras acumular escalofriantes datos y estadísticas al respecto, Keyes propone que si un número suficiente de individuos decide que las armas nucleares son letales y que deben prevenirse a toda costa, los demás seres humanos llegarán a la misma conclusión: de ese modo podrá evadirse la demencia nuclear.

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Notas

[1] Lyall Watson: Lifetide: a Biology of the Unconscious, Simon & Schuster, Nueva York, 1979.

[2] Esos reportes se han vuelto en sí legendarios, puesto que son la “prueba” o “evidencia” requerida por el mundo científico para otorgar su credibilidad. Por lo pronto no se conoce a tales reportes sino por referencias y, desde luego, en los fragmentos citados no está exento lo asombroso; así, se incluye una hazaña más de la inteligente Imo. Según esta versión “citada”, los humanos hicieron otra prueba: rociaron granos de arroz sobre la arena y pidieron a los monos que los recogieran uno a uno. Imo los sorprendió lanzando un puñado de arena al agua: la arena se hundió mientras que los granos flotaron. Como puede observarse, en esta historia resulta muy delgada la línea entre los “hechos” y la fantasía.

[3] Ron Amundson: “Watson and the Hundredth Monkey Phenomenon” (1987), y “Senior Researcher Comments on the Hundredth Monkey Phenomenon in Japan” (1996), en colaboración con el físico alemán Markus Pössel.

[4] Kendrick Frazier (ed.): The Hundredth Monkey and Other Paradigms of the Paranormal: a Skeptical Inquirer Collection (1991).

[5] Ken Keyes Jr.: The Hundredth Monkey, DeVorss & Co., Los Ángeles, 1982.