miércoles, 16 de junio de 2010

Los “errores” de Rayuela

DGD: Textil 124, 2010
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Incluso quienes están dispuestos (al menos en principio) a jugar el juego de Rayuela y verla como algo más que otro producto literario, hacen observaciones como esta de Carlos Battaglini en Internet:
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Y hay que decirlo. Rayuela también tiene defectos o errores y no todo el monte es orégano. Esas cosas. ¿Cómo es que el francés Etienne, por ejemplo, hable a veces con dejo argentino? ¿En qué se diferencian los razonamientos de Gregorovius de los de Oliveira? ¿Cómo es que casi todos los que participan en esta novela desarrollan un potencial intelectual tan alto, independientemente de sus estudios o clase social? ¿No está Perico Romero demasiado caracterizado como un español castizo que abusa del “coño” y de los toros? ¿No es por ejemplo la descripción que hace Ceferino Piriz de sus corporaciones alternativas un tanto insoportable? ¿No se pasa a veces Oliveira de surrealista, de existencialista, de Cocteau, Sartre, Breton y todos juntos, bing, bang, fuego?
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Es decir que se toman como “defectos” lo que en cualquier novela son considerados “errores de realismo”, “faltas de verosimilitud”, “atentados a la mesura”. Cortázar sabía que lo que hay de literatura en Rayuela corría el riesgo de ser juzgado con el mismo rasero que cualquier otro “producto literario”. Por eso llenó la novela de pistas, de alternativas, de señalizaciones: no sólo acepta esos “errores” sino los extrema. Cuestiones como la verosimilitud, la mesura, el apego respetuoso a las reglas del “realismo” lo tenían tan sin cuidado que dio a Morelli el mismo desapego; Perico Romero lo denuncia exasperado en el cap. 99: “le ocurre [a Morelli] que una enana de la página veinte tiene dos metros cinco en la página cien. [...] Hay escenas que empiezan a las seis de la tarde y acaban a las cinco y media. Un asco”. Del mismo modo sucede a Cortázar: en el capítulo 24, la Maga afirma: “A eso de las siete la muchacha de abajo empieza a cantar Les amants du Havre. Es una linda canción, pero a la larga...”, cuando en el capítulo 32, en la carta a Rocamadour, ella misma se refiere a “la chica del piso de arriba que canta todo el día Les amants du Havre”. ¿Error de Cortázar o de la Maga? ¿Pista Zen para lectores atentos? ¿Típico “error” de Morelli, como aquellos que denuncia Perico Romero, siempre necesitado de concreciones y lógica?
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No se trata de afirmar aquí que la novela es “perfecta”, ni que carece de errores, ni que todos sus errores son deliberados. El propio Cortázar estaba muy consciente de las zonas débiles de una propuesta riesgosa: “He tenido que vigilar cuidadosamente mis reacciones mientras corregía, porque más de una vez he sentido que se hubiera salido ganando de acortar, o suprimir determinados capítulos o pasajes. Pero cada vez me he dado cuenta de que al pensar eso, quien lo pensaba era ‘el hombre viejo’, es decir que era, una vez más, una reacción estética, literaria. Una reacción en nombre de ciertos valores formales que hacen a la gran literatura. [...] Se da así la paradoja de que muchísimas de las imperfecciones no puedo ni quiero quitarlas aunque me duelan y me fastidien”.[1] Ya en la “Encuesta a la literatura argentina contemporánea” había manifestado su “horror a todo profesionalismo, incluso hoy sigo viéndome como un aficionado, alguien que escribe porque le gusta y no porque tiene que escribir. De ahí los defectos posibles: falta de planes, de esquemas, pero siempre preferiré esos defectos al aburrimiento del método”.
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El propio universo de Rayuela se burla de las objeciones por inverosimilitud o atentado a la lógica. Tras la queja de Perico Romero respecto a la enana que en un mismo texto de Morelli reaparece como giganta, Ronald contrapone una pregunta de sencillez maliciosa: “¿Y a vos no te ocurre ser enano o gigante según andés de ánimo?”. Al lector que lamenta el error de que la muchacha que canta Les amants du Havre esté primero en el piso superior y luego en el inferior, bien podría responderle Ronald que, según el ánimo de quien la escucha, la canción podría provenir de arriba o de abajo. En la situación del capítulo 24 el sonido surge (o parece surgir) de lo bajo y es ligero y no demasiado repetitivo (una salmodia que comienza “a eso de las siete” y a la que la Maga y Oliveira toleran con irónica resignación), mientras que, recordado en la atmósfera anímica del capítulo 32 —que es precisamente la carta de la Maga a Rocamadour—, procede (o parece proceder) de lo alto, y resulta aplastante e intolerable (aquí la muchacha canta todo el día).
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En otro momento, Cortázar declara a Omar Prego:
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Pero entonces Oliveira agrega, y ahí creo que tiene razón (Morelli también lo dice muchas veces), que es absurdo pretender cambiar cualquier forma de la realidad si seguimos utilizando las herramientas podridas y gastadas y mentirosas de un idioma que viene cargado de toda la negatividad del pasado. El idioma está ahí, pero hay que limpiarlo, hay que revisarlo, sobre todo hay que tenerle mucha desconfianza. Y Rayuela fue escrito así. La verdad es que es muy posible que si nos pusiéramos a buscar vos y yo, encontraríamos con frecuencia lugares comunes, pleonasmos, repeticiones inútiles; pero no creo que haya tantas, porque si en alguna cosa me encarnicé (porque ahí yo era Oliveira) fue en cambiar el medio verbal que pretendía abrirse paso en cosas nuevas.[2]
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La paradoja es tan arriesgada como la forma de asumirla. En la parte medular de Rayuela late el inimaginable esfuerzo no por lograr una “novela perfecta” (y a fin de cuentas esto no existe: basta, por ejemplo, notar el esfuerzo retórico en Borges cuando califica de “perfecta” a La invención de Morel de Bioy Casares) sino por construir hasta el fondo la propia imperfección, hasta un punto en que el lector dispuesto pueda deshacerse de las tablas de valores que se le han impuesto y suelte sin miedo las amarras para arriesgarse en el terreno de la total incertidumbre.
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Notas*
[1] Ana María Barrenechea: “Conversación con Julio Cortázar”, en Nueva Narrativa Hispanoamericana, v. III, n. 1, Nueva York/Madrid, enero de 1973.
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[2] Omar Prego: Cortázar. La fascinación de las palabras, Buenos Aires, Alfaguara, 1997.
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[De Rayuela: cuaderno de lectura (Un tránsito por la novela de Julio Cortázar), Fondo de Cultura Económica / La Cabra Ediciones, colección Ensayo, México, 2014...]
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Ciclo Rayuela
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4 comentarios:

Álvaro Quintana dijo...

Hola de nuevo, Daniel.
Muy interesantes ambos post. Cierto que lo que algunos de los críticos denuncian como incoherencias tan sólo resulta una cierta incomprensión de la lógica interna de la novela. Una lógica que oscila entre lo férreo, lo ilógico y (siempre) lo lúdico.
Tengo una relación ambibalente con Cortázar. A veces lo leo embelesado y otras suelto el libro cagándome en sus muertos. Hace tiempo leí este artículo de Gonzalo Garcés que creo lo resume bien:

http://www.letraslibres.com/index.php?art=9669

Daniel González Dueñas dijo...

Hola, Álvaro. Mi relación con la obra cortazariana tampoco está exenta de disidencias, pero no deja de llamarme la atención el que éstas son muy diferentes a las objeciones que surgen a cada tanto, y que guardan tal similitud entre sí que parecen menos fruto de una relación personal, dialéctica, con esa obra, que una especie de consenso de élite. Y es que a cada tanto reaparecen esos críticos que escriben desde "la perplejidad de quien detesta y no puede dejar un libro", como dice Garcés obviamente respecto a Rayuela. Sin duda a Cortázar le gustaría conversar con estos detestadores-que-no-pueden-dejar-lo-que-detestan, pero hasta cierto punto porque a fin de cuentas hay quien quiere jugar y quien no desea hacerlo, pero aquellos que odian el juego y se adhieren a él no por el gozo lúdico sino porque no pueden abandonarlo, realmente no hacen un gran favor ni a sí mismos ni al juego ni a aquellos jugadores que sí están dispuestos a amar y a jugar sin culpabilidades ni remordimientos. Sin duda no es tu caso. Un abrazo.

Pollo dijo...

Muy bueno tu post.
Lo he linkeado aquí
saludos!

Marcelo dijo...

Qué buen texto! es un gusto compartir Rayuela