sábado, 25 de junio de 2022

Creer (XII)

DGD: Postales, 2022.

 

Soy un poco más fuerte que mi creencia y mi incredulidad, y por tener ambas el semblante del cero, puedo así declararlo conservándome humilde.

Ramón López Velarde: “Metafísica” (El minutero)

 

Machado imagina un poema: “Confiamos / en que no será verdad / nada de lo que pensamos”. Y de inmediato nos informa de por qué lo ha imaginado: “Mejor diríamos: ‘Esperamos’, ‘nos atrevemos a esperar’, etc.”. Y es que, en efecto, todo es llevado a la confianza, comenzando por el conocimiento, la certeza, la seguridad, la objetividad y demás términos que son objetivos sólo porque se les deposita una confianza generalizada, convenida, ideológica, cultural, académica, contractual.

          Y a continuación Machado, en la pluma de Juan de Mairena, menciona la mayor de las incredulidades del hombre:

 

Que el ser y el pensar no coincidan ni por casualidad es una afirmación demasiado rotunda, que nosotros no haremos nunca. Sospechamos que no coinciden, que pueden no coincidir, que no hay muchas probabilidades de que coincidan. Y esto, en cierto modo, nos consuela. Porque —todo hay que decirlo— nuestro pensamiento es triste. Y lo sería mucho más si fuera acompañado de nuestra fe, si tuviera nuestra más íntima adhesión. Eso, ¡nunca!

 

*

 

Ni amar ni odiar” contiene la mitad de toda mundología [Weltklugheit]; “no decir nada y no creer nada”, la otra mitad.

Arthur Schopenhauer: Parerga y Paralipomena

 

Sin duda Schopenhauer ha estado más cerca que cualquier otro filósofo que se haya centrado en el acto de creer y todas sus implicaciones, porque lo llama voluntad. En efecto: todo podría verse como la voluntad de creer en esto o en aquello. Sólo que únicamente en una pequeñísima parte esa Wille (Voluntad) es la del hombre individual: desde muy diversos territorios del conocimiento, una y otra vez se ha intuido la existencia de una Voluntad global a la que la gran ciencia-ficción del siglo XX no dudó en llamar cósmica, y no en un sentido metafórico o simbólico, sino totalmente físico. En la novela Las sirenas de Titán (1959), Kurt Vonnegut imagina la mayor energía concebible en el universo: la VULS o Voluntad Universal de Llegar a Ser.

          La imaginación del lector bien podría preguntarse cuál es la relación que guardan entre sí los polos ser y nada, y en este sentido José Manuel Briceño Guerrero hace un apunte memorable:

 

La nada no necesita hacer ningún esfuerzo, es nada, mientras que los seres corren peligro de dejar de ser; como si se mantuvieran siempre en equilibrio inestable al borde de la nada, como los que agitan los brazos al borde de un precipicio para no caer. ¿Corre la nada peligro de ser?

 

* * *

 

Según una popular enciclopedia, creer significa “dar por cierto algo, sin poseer evidencias de ello”. Otra palabra clave: evidencia, falsamente equiparada a prueba y en el fondo relacionada con prejuicio. No otra cosa es ese “sentido común” que se hereda a todo individuo social y que sirve para discriminar lo que no es digno de ser creído. El apego a los prejuicios tiene un cierto sentido, puesto que son innumerables las corrientes que tienden a afectar en el individuo su voluntad de imponer o cambiar sus creencias (la publicidad y la propaganda, la política, la psicología, la religión...).

 

*

 

Todo el mundo tiende a creer en aquello que codicia, ya sea un billete de lotería o un pasaporte al Paraíso (en lo cual, por cómo lo describen, no veo nada demasiado tentador).

Lord Byron: Diarios (noviembre de 1813)

 

Se usa una diferenciación, basada en preposiciones, entre “creer que” y “creer en”. La primera es sobre todo aplicada a las ideas (“creo que la Tierra es redonda”), mientras que la segunda se aplica a personas concretas (“creo en su talento”, “creer en uno mismo”) o a entidades abstractas a las que se admite existencia (“creo en los fantasmas”, “creo en Dios”). De ahí el célebre problema de Gettier: ¿se cree en la existencia de Dios porque es evidente que hay Dios, o es evidente que hay Dios porque se cree en la existencia de Dios? Pero también podría aplicarse a la otra creencia: ¿creo que la Tierra es redonda porque tiene que ser redonda (o de otra manera la ciencia y la cultura entera me han mentido)? Y de aquí la insoluble pregunta de doble dirección: ¿creer es conocer, conocer es creer?

 

*

 

Al orador, es decir, al hombre que habla, convirtiéndonos en simple auditorio, le exigimos, más o menos conscientemente, no sólo que sea él quien piensa lo que dice, sino que crea él en la verdad de lo que piensa, aunque luego nosotros lo pongamos en duda; que nos transmita una fe, una convicción, que la exhiba, al menos, y nos contagie de ella en lo posible. De otro modo, la oratoria sería inútil, porque las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo.

Antonio Machado: Juan de Mairena

 

Creer es uno de los verbos más virulentos, y los hay en abundancia (conocer, pensar, amar... el clímax y la síntesis de todos ellos sería vivir). ¿Es indispensable el acto de creer? Este acto equivale a lo que uno se permite, lo que uno deja pasar de la inabarcable diversidad.

 

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[Leer Creer (XIII).]

 

 

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miércoles, 15 de junio de 2022

Creer (XI)

DGD: Postales, 2022.

 

Eso no es prueba suficiente, / y no lo puedes creer de quien no dudas.

Shakespeare: Cimbelino, II, iv

 

En ciertas excepcionales ocasiones, “no lo puedo creer” significa “no quiero creerlo porque si creo en ello lo vuelvo ordinario, y yo necesito seguir no creyendo en lo extraordinario”.

          ¿Por qué decirlo así, por qué ese uso tan extraño de una “negación afirmativa”? No creo en lo extraordinario, pero a cada tanto algo me recuerda precisamente a aquello en lo que no creo; podría decirse que lo tengo más presente que aquello en lo que sí creo. En efecto, resulta más poderoso un enfático y frecuente no creo, que su contrario. Podría incluso decirse que necesito más a la negación que a la afirmación. ¿Qué necesidad es esta de mantener constantemente a lo ordinario bajo sospecha?

 

* * *

 

Según la dispensa cristiana, nadie sabe a ciencia cierta si se salvará, ni siquiera el más recto, dado que un mero traspié en su fe podría tumbarlo de espaldas, como a un patinador, cuando ya estuviera deslizándose suavemente hacia su paraíso. Así pues, sea cual sea la certeza de fe que a uno quepa encontrar en los hechos, la certeza de los individuos en lo tocante a su propia felicidad o su propia miseria no es mayor de lo que era bajo Júpiter.

Lord Byron: Diarios (enero 25 de 1824)

 

El creer es universal e intemporal en ese sentido: en cualquier época y lugar parece consistir en encontrar en los hechos una determinada certeza de fe. (La gran pregunta es: ¿encontrar lo que ahí estaba oculto, o dar con lo que fue puesto ahí precisamente para ser “encontrado”?)

 

* * *

 

Probablemente con el acto de creer pase lo mismo que con las matemáticas. Éstas no son otra cosa que propiedades y las relaciones entre esas propiedades. Los especialistas más imaginativos y a la vez más críticos definen a la matemática como algo que es al mismo tiempo un inventar y un descubrir. El gran ejemplo es el descubrimiento de Plutón. Nadie suponía ahí un planeta desconocido sino hasta que Urano comenzó a desviarse de su órbita. No había razón para ese desvío, hasta que a alguien se le ocurrió aplicar la ecuación de Galileo/Newton sobre la gravedad: suponer que algo estaba atrayendo a Urano, algo que no podía verse y cuya existencia sólo era “matemática”, es decir imaginativa, hipotética, una invención. La invención dio paso al descubrimiento. El creer se quiere también una invención que inventa al descubrimiento; una hipótesis que fuerza a la tesis a existir; una cuestión totalmente mental que se convierte en un quod erat demostrandum (“lo que se quería demostrar”); una idea que modifica a la realidad.

          Gran ejemplo sería la teoría de la relatividad desde el año 1907 en que Einstein la publicó hasta los años veinte en que pudo ser demostrada. O los debates sobre la gran pirámide de Gizah o la isla de Pascua, que más parecen una carrera entre hipótesis que luchan por imponerse y modificar la realidad a su favor.

 

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En toda cuestión metafísica, aunque se plantee en el estadio de la lógica, hay siempre un conflicto de creencias encontradas. Porque todo es creer, amigos, y tan creencia es el sí como el no. Nada importante se refuta ni se demuestra, aunque se pase de creer lo uno a creer lo otro.

Antonio Machado: Juan de Mairena

 

En Santa Juana de Bernard Shaw, un arzobispo dice: “Un milagro, amigo mío, es un hecho que crea fe. Esa es la finalidad y la naturaleza de los milagros. Pueden parecer formidables a los ojos de los que lo ven y muy simples para quienes los realizan. Eso no importa: Si crean o confirman la fe, son verdaderos milagros”. Su escandalizado interlocutor le pregunta: “¿Incluso cuando son fraudes, quiere usted decir?”. El arzobispo concluye de manera tajante: “El fraude engaña. Un acto que crea fe no engaña: por tanto no es un fraude, sino un milagro”.

          De la misma forma podría decirse que todo lo que nos rodea crea fe, o al menos creencia, o al menos convicción, o al menos confianza, respecto a una u otra cosa. La cultura, la época, el zeitgeist, es la suma de estas cosas. Estas cosas, a la vista de quien diseña el poder, no engañan, porque crean fe. Por lo tanto no son fraudes, sino normalidad, naturaleza, destino, y en última instancia, realidad.

          Ese arzobispo pone un ejemplo para que su interlocutor, lento en entender las “sutilezas teológicas”, logre darse cuenta de la gran utilidad del acto de creer, de su precisa necesidad: “¿Podría hacer que sus ciudadanos pagaran impuestos de guerra o que los soldados sacrificaran sus vidas si supieran lo que realmente sucede en vez de lo que les parece a ellos que sucede?”. El creer que sucede es más importante que el suceder real. Y evidentemente ese parecerles no es fruto de una creencia personal sino de un convencimiento exterior convertido en convicción interior. Se les convence no de que tal o cual cosa sucede, sino de creer que sucede. (Eso no sólo significa aceptar la posibilidad sino colocarla por encima de las demás.)

          Creer es la manipulación de un impulso esencial para que, en el lugar del saber sea colocado un creer que se sabe (nadie supone realmente estar al tanto de la verdad, pero sí de la mayor cantidad de posibilidades de que eso bien podría ser verdadero). “Los milagros”, dice el arzobispo, “no son fraudes debido al simple hecho de que son con frecuencia (no digo siempre) muy simples e inocentes mañas por las que el sacerdote fortifica la fe de su rebaño.” Es claro que el poder dominante fortifica una sola cosa en el mundo dominado: no la fe del rebaño (que a fin de cuentas presupone la existencia de un mundo en el que el dominio no existe o no tiene por qué existir) sino la creencia básica (la de que no hay otra forma: ni del mundo ni del poder).

 

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 [Leer Creer (XII).]

 

 

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domingo, 5 de junio de 2022

Creer (X)

DGD: Postales, 2022.

 

Los pragmatistas —decía Juan de Mairena— piensan que, a última hora, podemos aceptar como verdadero cuanto se recomienda por su utilidad; aquello que sería conveniente creer, porque, creído, nos ayudaría a vivir. Claro es que los pragmatistas no son tan brutos como podríais deducir, sin más, de esta definición. Ellos son, en el fondo, filósofos escépticos que no creen en una verdad absoluta. Creen, con Protágoras, que el hombre es la medida de todas las cosas, y con los nominalistas, en la irrealidad de los universales. Esto asentado, ya no parece tan ramplón que se nos recomiende elegir, entre las verdades relativas al individuo humano, aquellas que menos pueden dañarle o que menos conspiran contra su existencia. Los pragmatistas, sin embargo, no han reparado en que lo que ellos hacen es invitarnos a elegir una fe, una creencia, y que el racionalismo que ellos combaten es ya un producto de la elección que aconsejan, el más acreditado hasta la fecha. No fue la razón, sino la fe en la razón lo que mató en Grecia la fe en los dioses. En verdad, el hombre ha hecho de esta creencia en la razón el distintivo de su especie.

Antonio Machado: Juan de Mairena

 

Frase suelta encontrada en una novela comercial: “Había un valor absoluto en ella, porque tenía seguridad en sí misma”. Esa es la palabra clave: seguridad. Es otra forma de decir “creía en sí misma”. Y la medida de su creencia era la de su seguridad. En un universo en el que lo único fijo es la inestabilidad, y lo único cierto la incertidumbre, el creer revela su poderío. Un poder exclusivamente práctico. Creer sirve para estar seguro, para fincar la ilusión de seguridad. Y lo único seguro termina siendo la creencia, a fuerza de ejercerla. No hay ninguna otra seguridad.

 

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En inglés se dice To make sense, literalmente “hacer sentido”. El sentido no se tiene (inmanencia): se hace (trascendencia), es hechura, constructio, convención. Es hechizo, facturado, formado (o como dice la moda, performado), fruto del homo faber, no del homo symbolicus y menos aún del homo sapiens. ¿Es el creer la herramienta principal para esta hechura de sentido?

 

*

 

No soy crédulo. Tengo, por el contrario, una maravillosa propensión a la duda, y esta inclinación me impulsa a desconfiar del sentido común y hasta de la evidencia como de lo demás. A todo lo extraño que me dicen, me pregunto: “¿Por qué no?”. Ese “¿por qué no?” [...] me inclinaba a la credulidad, y es interesante advertir en esta ocasión que no creer nada es creerlo todo, y que no debe conservarse el entendimiento demasiado asequible por temor de que lo invadan aventuras de un género extravagante, impropias de inteligencias razonables y creyentes.

Anatole France: El asador de la reina Pédauque

 

En la religión católica hay una oración expresamente dirigida a eso. Pero el Credo no está diseñado para que yo lo pronuncie a solas: debe hacerse en comunidad. Debo declarar que creo frente a otras personas que están haciendo cada una lo mismo pero que en conjunto crean la fianza necesaria. La creencia, la credulidad, la credibilidad, la convicción, la confianza y en última instancia la fe son creadoras. Quizás en realidad no debería decirse “Creo en Dios” sino “Creo a Dios”.

          Todos esos matices, creer, ser crédulo, ser creíble, dar o generar confianza, tener la convicción, manifestar esperanza, tener fe, son siempre operativos, prácticos, pragmáticos: existen invariablemente en función de algo.

          Ejemplos: “Creo en Dios”; “soy crédulo respecto a las promesas de los políticos”; “un argumento determinado no es creíble”; “deposito mi confianza en mis maestros”; “tal o cual cosa ha generado en mí tal o cual convicción”; “demuestro a mis amigos que pueden confiar en mí”; “tengo esperanza en el futuro...”: “creo en mí, en el mundo, en el lenguaje, en la realidad”. Siempre respecto a algo: Dios, la política, los argumentos e historias, la educación, la amistad, el tiempo, la realidad, lo aceptable. Es imposible concebir el creer si no está en función de: demostrar, fundamentar, justificar, permitir.

          Y detrás de todos estos algos, hay un Algo ulterior al que mantengo vivo o activo cuando creo en tal o cual cosa en cualquiera de los matices del misteriosísimo acto de creer.

          No trato de hacer sentido. Ya bastantes sentidos se hacen a partir de mi credo y del credo de todos. Estoy tratando de deconstruir ese Algo y su sentido. O al menos eso creo.

 

*

 

Frente a los pragmatistas escépticos no faltará una secta de idealistas, por razones pragmáticas, que piensen resucitar a Platón, cuando, en realidad, disfrazan a Protágoras. Lo propio de nuestra época es vivir en plena contradicción, sin darse de ello cuenta, o, lo que es peor, ocultándolo hipócritamente. Nada más ruin que un escepticismo inconsciente o una sofística inconfesada que, sobre una negación metafísica que es una fe agnóstica, pretende edificar una filosofía positiva. ¡Bah! Cuando el hombre deja de creer en lo absoluto, ya no cree en nada. Porque toda creencia es creencia en lo absoluto. Todo lo demás se llama pensar.

Antonio Machado: Juan de Mairena

 

¿En dónde cae la categoría de “lo increíble”? Cuando alguien dice “no lo puedo creer”, es que algo escapa a sus parámetros de lo “creíble”, una vaga zona en la que cabe desde lo “probado” hasta lo “posible”. Creer lo increíble es reajustar los parámetros que para cada quien definen a la realidad. Bien lo sabía el sagaz Robert Ripley cuando a principios del siglo XX dibujaba su serie Believe It or Not!, en la que presentaba hechos sorprendentes y que se convertiría en una franquicia de éxito apabullante. La inferencia del título era simple: “Esto es real, ya sea que usted lo crea o no”. Para Ripley era muy claro que el acto de creer tiene que ver íntimamente con el de negar, y que lo “inverosímil” no es sino algo que no guarda similitud con lo que se cree que es la realidad, otra zona vaga basada menos en lo que se deja adentro (lo creíble, verosímil, verdadero) que afuera (lo increíble, inverosímil, falso).

 

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[Leer Creer (XI).]

 

 

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