sábado, 6 de noviembre de 2010

El Andrógino y sus hermanos desterrados (I de III)

DGD: Textiles-Serie blanca 26 (clonografía), 2010

[Leí una versión abreviada de este texto —bajo el título El mito erótico primigenio y la trinidad desbalanceada— como ponencia en el XIII Encuentro Internacional de Escritores (cuyo tema general era “Sexualidad y Literatura”), organizado en Monterrey por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León del 29 de septiembre al 5 de octubre de 2008. Presento aquí el texto completo en tres partes.]



I


Una base trinaria del pensamiento

No hay grupo humano sin un mito fundacional. En cuanto a los esenciales terrenos del amor, la sexualidad y el género, Occidente se basa en el mito del Andrógino, y a tal grado, que de arquetipo se ha convertido en el estereotipo esencial. Así, la “idea” que la literatura y los medios masivos difunden del mito del Andrógino es la de un único sexo original; este ser poseía una mitad hombre y una mitad mujer y, arrebatado por la soberbia, quiso igualarse a los dioses y fue castigado con la demediación.

El relato original se encuentra en aquel pasaje de El banquete en que Platón pone en labios de Aristófanes una explicación de ese mito. En esas páginas, Aristófanes afirma que en el principio existían tres sexos: Hombre, Mujer y Andrógino. Curiosamente, de este último dice que “ya no existe y su nombre está en descrédito”, pero en un nivel arquetípico —como intentará entreverse aquí— sucede lo contrario: el Andrógino como mito es el único que existe y los otros dos no sólo desaparecieron sino que jamás tuvieron nombre. Aristófanes narra los sucesos posteriores a la rebelión:

Entonces Zeus y los demás dioses deliberaron; se encontraban ante un dilema, ya que ni podían matarlos ni hacer desaparecer su especie, fulminándolos con el rayo como a los gigantes —porque entonces desaparecerían los honores y sacrificios que los hombres les tributaban—, ni permitir que siguieran siendo altaneros. Tras largas reflexiones, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: “Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, y consiste en disminuir sus fuerzas. Ahora mismo, en efecto —continuó— voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número”. [...] Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y cuando se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos la una a la otra, llevadas por el deseo de recuperar su antigua unidad.

La lectura moderna que se hace de este mito es tan simple como Occidente requiere para “evadir toda confusión”: tras ser dividido, el Andrógino desapareció y sólo quedaron los dos sexos humanos fundamentales:




Ya en la época de Platón existía la tendencia a “evadir confusiones”, y cuando el autor de los Diálogos decide hablar de la confusión que ya entonces rodeaba al erotismo, lo hace no sin audacia y riesgo. De manera muy significativa, un muy oportuno olvido cubrirá en los milenios siguientes la explicación ofrecida en El banquete.

Aristófanes afirma que el Hombre Original procedía del Sol, la Mujer Original de la Tierra y el Andrógino de la Luna, “que participa de la Tierra y del Sol”. La “versión oficial” del mito usa a este último elemento para afirmar la sugerencia de que sólo el Andrógino se rebeló, debido a que era, como la Luna, cambiante e impredecible. Pero Aristófanes no solamente da esos elementos al Andrógino y en realidad se refiere a los tres sexos cuando dice: “De estos principios [Sol, Tierra, Luna] recibieron su forma y su manera de moverse, que es esférica. Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses”.

Por tanto, no es que el Andrógino en exclusiva quisiera igualarse a los dioses por ser sólo él cambiante como la Luna, sino que hubo soberbia (hybris) en los tres sexos, sencillamente porque todos ellos eran esféricos —y no menos impredecibles. En otras palabras: Zeus no sólo castigó la desmesura (insolencia, falta de moderación) de los Andróginos, separando a cada uno en dos individuos, sino también a los Hombres y las Mujeres originales —en la lógica del propio mito lo demuestra una mera consideración cuantitativa, puesto que se trataba de hacer a todos “al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número”.

La versión oficial se basa en una tergiversación de niveles: si ella acepta la existencia de tres sexos originales, es sólo para provocar de inmediato el sobreentendido de que, luego de la separación del Andrógino en una mitad masculina y otra femenina, estos nuevos seres quedaron equiparados, en el mismo nivel, a las Mujeres y los Hombres originales —aquellos que, según esta versión, no habrían sido divididos—; con ello, estos últimos son desacreditados y quedan fuera del mito en tanto meras “reiteraciones”: la mitad masculina del Andrógino “repite” al Hombre completo, mientras que la mitad femenina no representa sino una “redundancia” de la Mujer Original. (Obviamente no es así: resultaría un grave desequilibrio castigar al Andrógino con la separación y dejar intactos al Hombre y la Mujer, que superarían en fuerza y habilidad a las mitades de aquél.) Con esta maniobra se fundamenta la idea de un único sexo original y, por tanto, se da un exclusivo sustento mítico a la heterosexualidad.



Pero lo que explica Aristófanes es muy diferente: el Andrógino dividido dio origen al amor heterosexual (la mitad hombre busca a la mitad mujer), mientras que las Mujeres y los Hombres originales, tras la separación, dieron origen al amor homosexual (cada mitad busca a su semejante). Aristófanes afirma:

Cada uno de nosotros no es más que una mitad que ha sido separada de su todo como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre a sus mitades. Los hombres que provienen de la separación de estos seres compuestos, que se llaman andróginos, aman a las mujeres; y la mayor parte de los adúlteros pertenece a esta especie, así como también las mujeres que aman a los hombres y violan las leyes del himeneo. Pero a las mujeres que provienen de la separación de las mujeres primitivas, no llaman la atención los hombres y se inclinan más a las mujeres; a esta especie pertenecen las tribades. Del mismo modo, los hombres que provienen de la separación de los hombres primitivos, buscan el sexo masculino.

El esquema original del mito, pues, resulta muy distinto a como se le recuerda. Si se quisiera retornar a esa visión originaria, en el mismo nivel simbólico del Andrógino sería indispensable recolocar a los otros dos mitos eliminados de la memoria colectiva. Lo primero que destaca es que carecen de nombre, y por tanto deben ser bautizados; ello no sería arbitrario, puesto que sus apelativos están ya en la palabra Andrógino. De ese modo los propondremos aquí: a la Mujer Original la llamaremos Ginógina, y al Hombre Original, Androandro.


Primer paréntesis en torno a los nombres

Cuando de modo excepcional se trata de corregir la generalizada distorsión practicada en las descripciones míticas de El banquete, se dicen cosas etimológicamente absurdas, como esto que se asienta en una popular enciclopedia: “El filósofo de Atenas habla además de un andrógino compuesto —antes de la separación— por dos cuerpos de hombre y de un andrógino compuesto por dos cuerpos de mujer”. Ninguno de ellos puede llamarse “andrógino” si se quiere que los respectivos nombres reflejen en verdad su naturaleza; denominarlos “andróginos” es, así sea inadvertidamente, dar supremacía a uno de los tres modelos y fundamentar en los otros dos un carácter de “anomalías”.

La cuestión de los nombres resulta significativa a la luz de un análogo mito griego; en Las metamorfosis, Ovidio relata la historia de Hermafrodito, hijo de Hermes y Afrodita, cuyo cuerpo fue fusionado con el de una náyade, Salmacis o Salmácide, con el resultado de un individuo poseedor de las características de los sexos masculino y femenino. De manera no poco curiosa, Hermafrodito, cuando era sólo de sexo y género masculinos, ya tenía un nombre bigénero (este apelativo expresaba su descendencia de Hermes y Afrodita, pero también marcaba su destino), de tal modo que tras su integración con la náyade, si se hubiera querido conservar la fidelidad mítica del nombre a las dos vertientes de su naturaleza, debió habérsele llamado Hermafrócide.

Este numen corresponde, en la terminología moderna, a un hermafrodita simultáneo, a diferencia del secuencial o sucesivo; ejemplo de este último es Tiresias, el vidente ciego que figura en el ciclo de Edipo y en la Odisea (a Tiresias, nacido varón, la diosa Hera lo cambió a mujer durante siete años, al término de los cuales le devolvió la masculinidad). En ambos casos se habla de una transformación —o metamorfosis, en la terminología de Ovidio. Inquietante simetría especular: el Andrógino aludido en El banquete posee de nacimiento una naturaleza dual y es luego demediado, a la inversa de Hermafrodito y Salmacis, cuyas naturalezas originarias son individuales y resultan más tarde fusionados en un solo ser. La línea es clara: a toda demediación sigue la demanda de una reintegración.


Los tres seres primigenios



En El banquete Aristófanes señala un efecto esencial de la separación en las tres criaturas primordiales: la insaciable ansiedad con que cada mitad busca a su “media naranja” (como bien dice la vox populi), pero no describe a los tres seres con igual aplicación. En el caso del Andrógino, generador de la heterosexualidad, se limita a mencionar el adulterio, es decir la poligamia; de la Mujer Original (aquí llamada Ginógina) parece cuidarse de hablar, y sólo aporta el ejemplo de las tribades —palabra procedente del verbo griego que corresponde a frotar, majar, apretar, trillar, triturar—; únicamente abunda en la descripción del Hombre Original (aquí llamado Androandro) y sus descendientes: “Mientras son jóvenes, aman a los hombres; se complacen en dormir con ellos y estar en sus brazos; son los primeros entre los adolescentes y los adultos, como que son de una naturaleza mucho más varonil. Sin razón se les echa en cara que viven sin pudor, porque no es la falta de éste lo que los hace obrar así, sino que, dotados de alma fuerte, valor varonil y carácter viril, buscan sus semejantes; y lo prueba que con el tiempo son más aptos que los demás para servir al Estado”. Aristófanes añade:

Hechos hombres a su vez aman a los jóvenes, y si se casan y tienen familia, no es porque la naturaleza los incline a ello, sino porque la ley los obliga. Lo que prefieren es pasar la vida los unos con los otros en el celibato. El único objeto de los hombres de este carácter, amen o sean amados, es reunirse a quienes se les asemejan. Cuando el que ama a los jóvenes o a cualquier otro llega a encontrar su mitad, la simpatía, la amistad, el amor los une de una manera tan maravillosa, que no quieren en ningún concepto separarse ni por un momento. Estos mismos hombres, que pasan toda la vida juntos, no pueden decir lo que quieren el uno del otro, porque si encuentran tanto gusto en vivir de esta suerte, no es de creer que sea la causa de esto el placer de los sentidos. Evidentemente su alma desea otra cosa, que ella no puede expresar, pero que adivina y da a entender [...], esto es, el deseo de estar unido y confundido con el objeto amado, hasta no formar más que un solo ser con él. La causa de esto es que nuestra naturaleza primitiva era una, y que éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y prosecución de este antiguo estado.

Ya en su época, Platón hace lo mismo que a lo largo de los siglos harán filósofos y poetas: buscar el mito fundacional, y lo rastrea no sin riesgo y con extrema cautela, acaso recordando la suerte mítica de Orfeo, que por tratar de convencer a los hombres de Tracia de practicar la pederastia fue desmembrado por las Ménades. Sin embargo, lo esencial es que Aristófanes (es decir Platón, es decir Sócrates, es decir la Grecia más profunda) enuncia su búsqueda del mito cosmogónico desde una base trinaria del pensamiento, totalmente ajena a la mentalidad binaria de nuestra modernidad; del mismo modo, Platón había dicho en la República que en un hombre que ha dominado tanto su espíritu (cabeza, intelecto) como sus apetitos (sexo, instinto), despierta una tercera parte en la que reside la sabiduría: “es entonces cuando mejor atrapa a la realidad”.[1]

*

Nota

[1] En Le Sexe incertain. Androgynie et hermaphrodisme dans l’Antiquité romaine (Belles Lettres, Vérité des Mythes, París, 1997), Luc Brisson examina la base trinaria de pensamiento no sólo en el Symposium platónico y el mito de Salmacis y Hermafrodito, sino en la mitología cosmogónica de la poesía de Hesiodo, las rapsodias órficas, el gnosticismo, el Corpus Hermético y los llamados Oráculos Caldeos. Ese estudio había comenzado en otro libro de Brisson: Platon, les mots et les mythes. Comment et pourquoi Platon nomma le mythe? (La Découverte, Textes à l’appui, París, 1982).

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

LO DICHO. MUUY INTERESANTE. CARIÑO. URSULA

Anónimo dijo...

Excelente análisis.