sábado, 25 de septiembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XIII)

DGD: Postales, 2021.

 

 La cólera

 

Sé de muchos que, por satisfacer su apetito, no dudarían en abolir a Dios junto con todo el universo.

Leonardo da Vinci

[Frammenti letterari o filosofici, Florencia, 1900; ed. Edmundo Solmi.]

 

Ahora lo llevaba, asfixiándolo y abrasándolo, la ira más terrible, la ira de la impotencia.

Mijail Bulgakov: El maestro y Margarita

 

La Naturaleza Divina nos hiere y quizá nos destruye por el mero hecho de ser como es. A eso llamamos ira de los dioses.

C.S. Lewis: Mientras no tengamos rostro

 

 

En Eneida I.11 Virgilio pregunta: Tantaene animis caelestibus irae? Este célebre epifonema (frase enfática que concluye un discurso) ha sido traducido de diversos modos: “¿Pueden tener tanta ira las almas divinas?” (Lorenzo Ríber); “¿Tal ira, tal coraje hay en los dioses?” (Gregorio Hernández de Velasco); “¿Tan grande es la ira del corazón de los dioses?” (Rafael Fontán Barreiro); “¿Cómo pueden las almas de los dioses incubar tan tenaz resentimiento?” (Javier de Echave-Sustaeta); “¿De tan profundo rencor están poseídos los espíritus de los dioses celestes?” (Estefanía Álvarez); “¡Tan grandes iras en las almas celestes!” (Rubén Bonifaz Nuño). Sea pregunta o exclamación, cierra el proemio de la Eneida y Virgilio pasa los siguientes doce libros del poema demostrando que, en efecto, puede haber tanta amargura en los corazones de los dioses como para obligar a Eneas, un hombre piadoso, a pasar por las numerosas pruebas que soporta.

          Ovidio responde a Virgilio en Metamorfosis: “La cólera también mueve a los dioses” (VIII.33).[1] El “también” alude a los otros móviles: deseo sexual, ambición, capricho, celos, envidia y hastío, no necesariamente en ese orden, aunque la cólera/ira/furia ocupa el porcentaje mayoritario.

          —Es el gran tema de la Ilíada y de la literatura greco-romana. La cólera se expresa por medio del rugido, y su elogio por medio del canto: “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades a muchas almas valerosas de héroes” (narrador, Ilíada I).

          —La cólera del Pelida Aquiles es menos un estado de ánimo que una esencia. Cuando Héctor, luego de matar a Patroclo, que portaba la armadura de Aquiles, viste esta armadura, se inviste de la esencia: “La armadura de Aquiles vino bien a Héctor; se apoderó de éste un terrible furor bélico, y sus miembros se vigorizaron y fortalecieron” (Ilíada XVII).

          —“[Meleagro] se dejó dominar por la cólera que perturba a la mente de los más cuerdos” (Fénix, Ilíada VIII).

          —“[L]a cólera de una deidad es terrible” (Eneas, Ilíada V).

          —“[N]o se mueve con tal furia sin que alguno de los inmortales lo acompañe” (Pándaro, Ilíada V).

          —“Más allá de lo que [nuestras fuerzas] permiten, nada es posible hacer en la guerra, por enardecido que uno esté” (Paris, Ilíada XIII).

          —La ira es acaso la pasión humana más profunda, y por ello la más misteriosa. Buen ejemplo se da en el Medievo cuando Gildas el Sabio escribe: “El fuego de la ira, justamente encendido por crímenes anteriores, corrió de mar a mar, alimentado en el Oriente por las manos de nuestros enemigos, y alcanzó el otro lado de la isla y hundió su roja y salvaje lengua en el océano occidental”.[2] En los primeros versos de la Ilíada, el poeta Homero exhorta a la diosa a cantar no la guerra de Troya sino la ira de Aquiles; ésta, “justamente encendida por crímenes anteriores”, se extiende como el fuego y contamina a los hombres. Acaso no de otro modo la Ilíada hunde “su roja y salvaje lengua en el océano occidental”.

          —El rayo de Zeus no sólo le sirve para matar y castigar, sino para expresarse: “El próvido Zeus atendió las súplicas del anciano Nelida, y tronó fuertemente” (narrador, Ilíada XV). De ahí su epíteto Zeus tonante (atronador, ruidoso, estentóreo, resonante, sonoro, es decir, irritable, irascible).

          —El rugido de la guerra parece alimentar a los dioses: “el férreo estrépito llegaba al cielo de bronce, a través del infecundo éter” (Ilíada XVI). “No braman tanto las olas del mar cuando, levantadas por el soplo terrible del Bóreas, se rompen en la tierra; ni hace tanto estrépito el ardiente fuego en la espesura del monte, al quemarse una selva; ni suena tanto el viento en las altas copas de las encinas, si arreciando muge; cuánto fue el griterío de troyanos y aqueos en el momento en que, vociferando de un modo espantoso, vinieron a las manos” (Ilíada XIV). “Con gran gritería y levantando nubes de polvo, corren hacia los bajeles; se exhortan a tirar de ellos para echarlos al mar divino; limpian los canales; quitan los soportes, y el vocerío de los que se disponen a volver a la patria llega hasta el cielo” (Ilíada II). “[S]e apresuraban a volver de las tiendas y naves al ágora, con gran vocerío, como cuando el oleaje del estruendoso mar brama en la playa anchurosa y el ponto resuena” (Ilíada II). “[E]ra tanto el estrépito, que el ruido de los escudos al parar los golpes, el de los cascos guarnecidos con crines de caballo, y el de las puertas, llegaba al cielo” (Ilíada XII).

          —Qué resonante es la súplica de Aquiles, cuando se lamenta ante su madre Tetis de la muerte de Patroclo: “Ojalá pereciera la discordia para los dioses y para los hombres, y con ella la ira, que vuelve cruel hasta al hombre sensato cuando más dulce que la miel se introduce en el pecho y va creciendo como el humo” (Ilíada XVIII).

 

 

La ira existencial

 

Independientemente de lo que lleva a un hombre a orar a un dios, el hecho de realizar el acto ritual es en sí mismo una forma de culto y un conocimiento, aun cuando el sentimiento de quien lo realiza sea falso.

Gore Vidal: Juliano el Apóstata

 

—Hay una contradicción tajante entre lo que afirma Lucrecio de los dioses: “en nada dependientes / De nosotros; ni acciones virtuosas / Ni el enojo y la cólera los mueven”, y lo que exclama Virgilio en forma interrogativa: “¿Pueden tener tanta ira las almas divinas?”.

          Evidentemente, más allá del temperamento de cada uno de estos poetas y su “contexto cultural”, hay aquí una vez más la presencia del discurso de la conveniencia. Lucrecio no niega la existencia de los dioses (ello sería tan peligroso como engorroso, puesto que le exigiría un largo exordio); le basta con alejar lo más posible a éstos y a los hombres para eliminar toda noción de dependencia o de necesidad de culto, planteado éste casi siempre como ritualidad tendiente a aplacar la ira de los dioses. La pregunta de Virgilio lo constata.

          —Hay otro matiz en Lucrecio: los dioses existen, pero precisamente existen para que el hombre consiga deshacerse de ellos no como culminación de la hybris sino del libre albedrío. Y el matiz correspondiente en Virgilio (con el que Ovidio se solidariza) implica una respuesta a su propia pregunta: los dioses son la ira humana, que no tiene su origen en la mera interacción social (esto es sólo la manifestación superficial) sino en un núcleo metafísico y existencial: es la furia del hombre al contemplarse de golpe en un universo al que no comprende (no es, desde luego, el que él habría creado si hubiera tenido esa posibilidad) y cuyas leyes lo horrorizan (el orden aparentemente basado en el caos, la devastación y la muerte). El caló norteamericano contemporáneo lo expresa con su llaneza característica: Life sucks, and then you die.

          —La ira es una baja pasión que actúa como el fuego: una vez desatada es indetenible y provoca los peores excesos. Tanto Lucrecio (vía Epicuro) como Virgilio (y Ovidio) implican que la rabia de los dioses actúa del mismo modo: es a la vez el pretexto para alimentar constantemente a la ira humana, la demostración de que es inevitable y, finalmente, la identificación de la rabia con el mal. El mal en el ser humano es una venganza contra “los dioses”, es decir, contra lo que sea que haya creado ese universo al que el hombre siente ajeno, hostil, brutal y finalmente letal.

          —Los seres humanos en la antigüedad greco-romana no piden a los dioses en principio sino que calmen su ira (como si también los númenes se sintieran ajenos a los niveles superiores que les tocó de ese mismo universo) para que los hombres puedan vivir. La forma de calmarlos es sanguinaria y brutal: el sacrificio, primero de seres humanos, luego sustituidos por animales.

          —Los hombres son conscientes de la injusticia superlativa del sacrificio, pero no pueden hacer nada al respecto, porque, como exclama un epigrama anónimo en la Antología Latina, “la ley del talión no vale contra poderes divinos”.

          El traductor y anotador de la Antología Latina, Francisco Socas, explica que la llamada Ley del Talión “no es bíblica (según el error común), sino romana de pura cepa, y se documenta en los restos de las XII Tablas (talio esto, ‘aplíquese lo de tal por tal’)”. Aplicar la ley del “ojo por ojo” supondría que se sacrificaran dioses para aplacar la justa cólera de los animales. En cierto modo el cristianismo cumple esa venganza, en cuanto un sacrificio, el del cordero de Dios, centra la redención humana.

 

*

 

Notas

[1] Traducción de José Carlos Fernández Corte y Josefa Cantó Llorca.

[2] Citado por Borges en Literaturas germánicas medievales, 1966.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XIV).]

 

 

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miércoles, 15 de septiembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XII)

DGD: Postales, 2021.

 

 

La tierra va más sola ahora sin dioses / pero nunca blasfema.

Eugenio Montejo: Terredad (1978)

 

 Omnipotencia e inefabilidad de Zeus

 

—Un epíteto usado por la diosa Iris acaso lo define: “Zeus, el conocedor de los eternales decretos” (Ilíada XXIV).

          —“¡Padre Zeus! Dicen que superas en inteligencia a los demás dioses y hombres, y todo esto procede de ti” (Menelao, Ilíada XIII).

          —Zeus exclama: “¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, porque te resultará difícil aun siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú; pero lo que [yo] quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes ni procures averiguarlo” (Ilíada I): aun para los dioses las resoluciones de Zeus son inescrutables.

          —Si de los dioses se dicen que lo saben y presencian todo, estas capacidades en Zeus deben ser aún mayores. “Díganme ahora, Musas que poseen olímpicos palacios y como diosas lo presencian y conocen todo, mientras que nosotros oímos sólo la fama y nada cierto sabemos” (narrador, Ilíada II).

          —Lo que se interpreta como locura podría ser la parte esotérica de la conducta de Zeus y sus inexplicables cambios de humor: “[S]i entonces el largovidente Zeus ofuscaba a nuestra razón, ahora él mismo nos impele y anima” (Héctor, Ilíada XVI).

          —Pese a todo, ni siquiera Zeus/Júpiter es omnipotente.

 

 

El secreto de los dioses: el icor

 

—Escribe Graves en La guerra de Troya: “Los dioses y las diosas nunca sangran, pero un líquido incoloro llamado icor manaba de la herida producida por la lanza”. Aquí radica la clave: “[E]l icor; que tal es lo que tienen los bienaventurados dioses, porque no comen pan ni beben el negro vino, y por esto carecen de sangre y son llamados inmortales” (narrador, Ilíada V). Según la mitología griega, el icor era o bien el mineral presente en la sangre de los dioses, o bien la propia sangre de éstos; tal sustancia, de la que se decía que también estaba presente en la ambrosía o el néctar que los dioses comían en sus banquetes, era lo que los hacía inmortales. Cuando un dios era herido y sangraba, el icor tenía una apariencia dorada, era venenoso para los mortales y mataba inmediatamente a todos los que entraban en contacto con la sangre de un inmortal. Acaso por ello la antigua medicina heredó este nombre de la mitología para aludir al líquido que rezuman ciertas úlceras.

          —Otra clave se encuentra acaso en la sucesividad: tiene más poder el dios que nace antes. “Igual era el origen de ambas deidades [Zeus y Neptuno] y una misma su prosapia, pero Zeus había nacido primero y sabía más” (narrador, Ilíada XIII).

          —Diomedes: “Con los bienaventurados dioses no quisiera combatir, pero si eres uno de los mortales que comen los frutos de la tierra...” (Ilíada VI); una cosa por otra: la diferencia entre ambas razas parece ser la alimentación, y no la “naturaleza”.

          —El rayo de Zeus era la única forma de morir que tenían los que habían probado la ambrosía. Así Zeus mató a Ixión, que había probado ese manjar celeste y presumió haber seducido a Hera. También es la única forma de morir que tienen los inmortales; Ares dice a los demás dioses: “No se irriten conmigo, ustedes los que habitan en olímpicos palacios, si voy a las naves de los aqueos para vengar la muerte de mi hijo; iría, aunque el destino hubiera dispuesto que me cayera encima el rayo de Zeus, dejándome tendido con los muertos, entre sangre y polvo” (Ilíada XV).

 

 

Sueño

 

—“[T]ambién el sueño procede de Zeus” (Ilíada I).

          —“Después se acostaron y el don del sueño recibieron” (Ilíada VII): el sueño es un don concedido por los dioses.

          —“Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho en donde acostumbraba dormir cuando el dulce sueño lo vencía” (Ilíada I): los dioses son susceptibles al cansancio y al sueño; y si el sueño procede de Zeus, él mismo decreta que el sueño lo venza.

          —“Las demás deidades y los hombres que combaten en carros durmieron toda la noche, vencidos por el dulce sueño” (narrador, Ilíada XXIV).

          —“[S]i todo no ha sido un sueño” (Helena a Príamo: Ilíada III). “Tal era yo entre los guerreros, si todo no ha sido un sueño” (Néstor: Ilíada XI), sospecha escalofriante.

          —Hera alude a la personificación del Sueño en un sentido que parece reconocerlo no como producto o don de los dioses, sino como superior a ellos: “¡Sueño, rey de todos los dioses y de todos los hombres!” (Ilíada XIV). Sin embargo, el Sueño revela que teme a la ira de Zeus: “me habría hecho desaparecer, arrojándome del éter al ponto, si la Noche, que rinde a los dioses y a los hombres, no me hubiera salvado”.

 

 

Vigilia

 

—“Nada sucede a los hombres sin los dioses”, exclama Eurípides. La más espuria interpretación es determinista: los dioses deparan todo suceso. Sin embargo, una cierta clave muy distinta se insinúa en dos preguntas recíprocas: ¿crean los dioses a los hombres para mantenerlos en movimiento, es decir para seguirlos creando y así mantenerse los númenes ocupados (existiendo)?, ¿crean los hombres a los dioses para mantenerse ellos mismos en alguna dirección, con lo que se implica que sin dioses las criaturas caerían en un letargo semejante al de los dioses antes de la Creación?

 

 

*

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XIII).]

 

 

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domingo, 5 de septiembre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XI)

DGD: Postales, 2021.

 

Desigualdad de Zeus

 

Zeus es la divinidad clave del panteón griego. Todos los dioses que integran el grupo de los doce están relacionados con él por ser hermanos o hijos suyos en al menos algunas versiones: Hera es su hermana y esposa; Démeter también es hermana suya y madre de una de sus hijas (Perséfone); Poseidón es su hermano; Atenea es hija de Zeus (nacida sin intervención de diosa); Apolo y Artemisa son hijos de Zeus y Leto; Afrodita es hija suya y de Dione; Hermes es fruto de su unión con la ninfa Maya; Dioniso es hijo de Zeus y la mortal Semele; Ares y Hefesto son hijos del matrimonio que une a Zeus y Hera. En este caso es fácil, por una vez, etimologizar el nombre del dios, porque el nombre de Zeus procede de la raíz indoeuropea *diew-, que ha dado como resultado, por ejemplo, el nombre latino del día, dies; en latín, el primer término de Iuppiter (Júpiter), equivalente romano de Zeus, contiene también la misma raíz, complementada con pater, “padre”. Zeus es, por tanto, dios del cielo despejado y de la luz del día. Debe tratarse de una figura heredada de la mitología indoeuropea, que había de considerarlo como dios supremo y como padre, en un papel que nos resulta familiar por aquello que vemos en los textos literarios del primer milenio a.C., en donde a Zeus, el dios que ejerce la primacía, se le llama (con expresión formular) “padre de hombres y de dioses”.

José B. Torres: nota a Himnos homéricos[1]

 

—Poseidón teme que el foso que cavan los aqueos supere en fama al que él mismo y Apolo hicieron en torno a Ilión cuando la construyeron; Zeus le dice: “A un dios muy inferior en fuerza y ánimo podría asustar tal pensamiento, pero no a ti, cuya fama se extenderá tanto como la luz de la aurora” (Ilíada VII): la fuerza y el ánimo varían entre los dioses: no en todos fuerza y ánimo son iguales.

          —“[N]o es posible combatir con Zeus Cronión. A éste no lo igualan ni el fuerte [río] Aqueloo, ni el grande y poderoso Océano de profunda corriente del que nacen todos los ríos, todo el mar y todas las fuentes y grandes pozos; porque también el Océano teme al rayo del gran Zeus y al espantoso trueno, cuando retumba desde el cielo” (Aquiles, Ilíada XX),

 

Bien es verdad que Zeus, según cuentan los mitos de los griegos en época histórica, no siempre ha ocupado esta posición de mando supremo. Es el mito de Sucesión con el que los griegos (cfr. ante todo Hesíodo, Teogonía 154 ss.) explican la institución del orden divino. Después de que Urano fue depuesto por su hijo Crono, éste intentó conjurar el vaticinio de que un hijo suyo lo depondría también a él, y procede a tragarse a toda su progenie, según Rea la iba dando a luz. Sólo Zeus logra escapar de Crono. Al crecer, ayudado por sus hermanos (a los que entre tanto había recuperado), consiguió derrotar a Crono y a los hermanos de éste, los Titanes, e instaurar el orden divino al que conocemos como olímpico. Parte del acuerdo adoptado con Hades y Poseidón fue el reparto del mundo entre los tres: a Zeus le correspondería el cielo, a Hades el subsuelo y a Poseidón el mar, mientras que la tierra sería dominio común de los tres.

José B. Torres: nota a Himnos homéricos

 

          —“Suspendan del cielo una áurea cadena”, exclama Zeus al final de su arenga de Ilíada VIII, “aférrense todos, dioses y diosas, de ella, y no les será posible arrastrar del cielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, por mucho que se fatiguen, pero si yo me resolviera a jalar esa cadena, los levantaría con la tierra y el mar, ataría un cabo de la cadena en la cumbre del Olimpo, y todo quedaría en el aire. Tan superior soy a los dioses y a los hombres”. Príamo es físicamente igual a sus súbditos; Zeus se jacta de ser tan superior a los demás dioses como éstos lo son de los seres humanos. Casi como si perteneciera a una tercera raza. Acaso por ello se le llama “padre de los hombres y de los dioses”, separándolo de ambas denominaciones. Aunque tiene progenitura entre los dioses, a su esposa Hera y a su hija Atenea (que “destruye filas enteras de héroes cuando contra ellos monta en cólera”), en un momento en que se vuelven en su contra, las amenaza de un modo que subraya la diferencia de poder que guarda incluso con ellas: “ni en diez años cumplidos sanarán de las heridas que les produzca el rayo”.

          —Poseidón recuerda: “Tres somos los hermanos hijos de Crono, a quienes Rea dio a luz: Zeus, yo y el tercero Hades, que reina en los infiernos” (Ilíada XV). Con frecuencia, Zeus menciona su primogenitura como signo de supremacía sobre los demás dioses, pero lo que subraya es su mayor edad. También entre los dioses hay un elemento sagrado en los que han vivido más; Iris, la diosa mensajera, dice al rebelde Poseidón: “las Erinias se declaran siempre por los de más edad” (Ilíada XV).

 

El carácter olímpico de Zeus alude a su aspecto de dios de los montes. (Recuérdese que el monte Olimpo por antonomasia se encuentra en el norte de Tesalia, pero junto a éste existieron en Grecia otros “Olimpos”, por ejemplo, en Ática, Laconia, Eubea, Lesbos o Chipre. El nombre Olimpo pasa por pre-griego.) Este rasgo, como los de dios del tiempo atmosférico y de la vegetación (a la que hace crecer con la lluvia o amenaza con el granizo; recuérdese que Zeus es “el que reúne las nubes”; en griego es además usual la expresión “Zeus llueve” o “Zeus hace llover”) parece haberlos heredado de una divinidad mediterránea y pre-griega a la que se asimiló en Creta, en donde, paradójicamente, se mostraba la tumba de Zeus.

José B. Torres: nota a Himnos homéricos

 

          —Robert Graves enumera las características de Zeus: “Sólo Zeus, el Padre del Cielo, podía manejar el rayo y con la amenaza de su fulguración fatal dominaba a su familia pendenciera y rebelde del monte Olimpo. También ordenaba los cuerpos celestes, dictaba leyes, hacía cumplir los juramentos y pronunciaba oráculos”.[2] Además de tener una larga serie de aventuras amorosas, su ira es proverbial. Sin embargo, es vulnerable (“los olímpicos, con excepción de Hestia, lo rodearon de pronto cuando dormía en su lecho y lo ataron con correas de cuero crudo, enlazadas en cien nudos, de modo que no pudiera moverse”) y tiene sentenciado el final de su poderío. “Zeus había decidido extirpar a toda la raza humana, y sólo la perdonó gracias a la súplica apremiante de Prometeo”, pero retira el fuego de los hombres; Prometeo se los devuelve y de ahí su célebre castigo.

          —Una punición similar se depara al vidente Fineo, rey de Tracia; según algunas versiones, Zeus lo cegó y envió a las Harpías a perseguirlo como castigo por revelar a los humanos los secretos de los dioses. Otras versiones matizan: Fineo tenía dotes de adivino y sacrificó su vista para obtener una larga vida. Helios (asociado con Apolo), indignado por este hecho, le envió a las Harpías para que lo atormentaran retirándole o ensuciándole la comida cada vez que trataba de consumirla. También se dice que su ceguera se debió a otra causa: abusaba de sus dones proféticos revelando a los hombres secretos de los dioses, o había mostrado a Frixo el camino de Colco (la Cólquide), lo cual causó la ira de los dioses.[3]

 

También vale la pena preguntarse si queda alguna huella de ese aspecto arcano de Zeus como dios que transmite la vida a la naturaleza en los relatos del primer milenio a.C. que nos refieren las numerosas aventuras amorosas del dios y su capacidad procreadora. De los doce olímpicos (dejando de lado ahora el caso de Atenea), sólo dos (Ares y Hefesto) son hijos de Zeus y Hera; la madre de Afrodita es, según algunos, Dione, otra esposa de Zeus; pero Apolo, Artemisa, Hermes y Dioniso nacen de relaciones extramatrimoniales. La primacía de Zeus era reconocida en toda Grecia; sin embargo, parece que ninguna ciudad lo monopolizó considerándolo como su dios protector. Los cultos de Zeus eran consecuentemente escasos, y en rigor parece que el único festival de relieve dedicado al dios era el que se celebraba en Olimpia, pero aun en este caso debe tenerse en cuenta que Olimpia no era una ciudad sino un lugar de culto en el que Zeus debió compartir protagonismo con otras divinidades.

José B. Torres: nota a Himnos homéricos

 

          —Aquiles puntualiza: “En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en uno están los males y en el otro los bienes. Aquel a quien Zeus, que se complace en lanzar rayos, se los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y otras con la buena ventura, pero el que sólo recibe penas vive con afrenta, una gran hambre lo persigue sobre la divina tierra y va de un lado para otro sin ser honrado ni por los dioses ni por los hombres” (Ilíada XXIV).

 

*

 

Notas

[1] Himnos homéricos, Cátedra, Letras Universales, Madrid, 2005.

[2] Robert Graves: Los mitos griegos (1955). Es una magnífica descripción de las funciones de los númenes —ordenar los cuerpos celestes, dictar leyes, hacer cumplir los juramentos y pronunciar oráculos—, tan desbordante que es a veces repartida entre varios de ellos. De esas funciones sólo la tercera tiene relación con el libre albedrío humano: el juramento puede o no cumplirse. En Herodias 21, un personaje de Ovidio enuncia la sacralidad de este acto: “Se jura con la mente, y yo con ella no juré nada; ella es la única que puede dar valor al juramento”.

[3] Pierre Grimal: Diccionario de mitología griega y romana (1951), 6ª ed., Paidós, Barcelona, 1979.

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XII).]

 

 

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