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| DGD: Postales, 2020. |
Respuesta a la encuesta de Cristina Briceño
“¿Qué importancia tiene la poesía?”
En el terreno personal la más propia respuesta se traduce en una anécdota. En la adolescencia yo contemplaba a los árboles como objetos, es decir como “cosas” inmóviles sólo movidas por una fuerza exterior a ellas, lo cual significa que los consideraba inanimados. En esa época me encontré con un poema de Ricardo Reis, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, y especialmente con estos versos: “Más parece ondular por un temblor propio, / que por el viento, / lo que es hierba”.
En el universo mitopoético que Carlos Castaneda revela en sus libros, el gran protagonista es Don Juan Matus, un brujo yaqui que se convierte en su maestro. En un momento dado, Don Juan acuña la expresión el punto de encaje, en referencia a la coordenada exacta en que la realidad entra en el cuerpo humano. En la mayoría de las personas —dice Don Juan— ese punto permanece fijo durante toda su vida, es decir que reciben, asimilan y experimentan la realidad de un modo que les parece único y absoluto. Pero Don Juan asevera que ese punto está situado en una escala y puede ser desplazado a voluntad del brujo —tanto en sí mismo como en otros—, con la resultante de un cambio radical en la asimilación del mundo: no sólo se trata de ahondar el contacto con la realidad, sino de abordar otras realidades.
A nivel metafórico podría decir que algo similar me sucedió cuando di con esos versos de Pessoa (lo que prueba, para mí, que la poesía es capaz de mover el punto de encaje, tanto en el poeta como en su lector/escucha, de maneras más o menos definitivas). Fue toda una revelación que para siempre y por completo cambió mi “punto de vista”. A partir de ese momento ya no pude mirar al mundo vegetal como antes: comencé a ver a los árboles, los arbustos, el follaje, las plantas, al pasto mismo moverse desde dentro: palpan, tocan, expresan, danzan. En otras palabras: están animados. Y si están animados, tienen conciencia y todo lo que ella implica. Los primeros hombres deben haber visto así a los árboles: su movimiento no podría ser sino el que es propio de seres vivos y conscientes: esa vida, esa conciencia, hacían sagrada hasta a la más humilde hoja de hierba (Whitman es otro gran movedor del punto de encaje de aquellos que, más que sus lectores, son sus camaradas). Luego de esa revelación, supe que esa conciencia mueve tanto como es movida: no sólo dialoga con el viento sino que asimismo le da impulso.
Por supuesto que ya en los primeros años de escuela se me había hablado del caso de los girasoles, las enredaderas o las flores carnívoras, pero me habían sido presentados —como para casi todos en Occidente— como anomalías, “extravagancias de la naturaleza”. La ciencia nos enseña que el “heliotropismo” o “fototropismo” son formas rudimentarias de movimiento automático, y si el mundo científico reconoce una mínima sombra de conciencia en las plantas es sólo para privilegiar, legitimar o destacar la idea de la gran conciencia humana en comparación con los “organismos primitivos”. El resultado nos obliga a imaginar una escala en la que la conciencia humana queda en lo “más alto”, un concepto de la supremacía biológica que tanto daño ha hecho en nuestra mentalidad; no por nada a la proporción áurea (también conocida como número áureo, número de oro, número de Dios, razón dorada, media áurea, divina proporción) se le llama también “número irracional”, y esto porque “su expresión decimal no es ni exacta ni periódica”. Es sólo la razón la que nos hace imaginar a los reinos naturales como una escalera y no como distintos modos de la conciencia, sin que unos sean superiores a otros.
Tampoco en mí la lectura del poema fue una influencia únicamente “exterior”: ya algo en la intuición me lo decía, sólo que no contaba con las palabras exactas para hacer presente esa verdad, una verdad que además combatiera a la falsa percepción según la cual la hierba es una cosa como cualquiera otra y, por tanto, inanimada. “Ánima” significa alma: Pessoa/Reis me había ayudado a reconocer el alma vegetal, y su danza eterna.
Bien puede decirse que ahí radica la fundamental importancia de la poesía (si queremos usar esa palabra, que bien podría ser relevancia, o incluso esencialidad): la revelación de mundos ocultos por la costumbre, el enriquecimiento de la percepción, el reajuste del punto de encaje y, con ello, la devolución de los sentidos a sus verdaderas y más profundas potencialidades. No es que yo a partir del poema pasara a creer en una “ilusión óptica”, o que diera crédito a algo que va contra las leyes de la física o de la biología; el poeta mismo dice “Más parece ondular” y no “Ondula”: habla de apariencias, pero sutilmente sugiere que aquellas leyes podrían ser aún más aparenciales.
La revelación no consistía en que el poema me hiciera “imaginar” que los seres vegetales ondulan “por un temblor propio”, sino en que el poeta me había devuelto algo que yo había perdido: la capacidad de romper la cosificación del mundo y de acceder, de una manera palpable, inmediata y vivencial, a aquello que de la realidad profunda nos ha sido escatimado.
[DGD]
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P O S T A L E S / D G D / E N L A C E S


2 comentarios:
Siempre admiré a los poetas por la capacidad de expresar lo que intuía sin saber.
Así es: la poesía nos abre a los hombres todos los caminos para llegar y ver lo que no percibimos con los ojos.
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