sábado, 16 de octubre de 2010

Una entrevista sobre Contra el amor (I de II)

DGD: Paisajes-Serie ártica 27 (clonografía), 2009
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[Con la primera mitad de esta entrevista hasta ahora inédita celebramos el segundo aniversario de este blog. Gracias a los amigos por su apoyo. (DGD)]

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La Otredad con mayúscula
Entrevista a Daniel González Dueñas
(Primera de dos partes)
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Ana Alonzo
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En tu obra, que recorre los géneros de poesía, novela, narrativa y ensayo, y que tiene énfasis en temas de cine y literatura, ¿qué te llevó a escribir sobre el amor?, ¿y por qué en este momento de tu vida?
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—Es el gran tema detrás de todos los temas, y el desafío no podría ser mayor: se trata de un camino que hay que recorrer precisamente en los terrenos en donde no hay caminos y ni siquiera terreno. No sé en qué medida puede hablarse de épocas o momentos: es un libro que viene escribiéndose desde hace tiempo y que sólo ahora sentí que podía arriesgarse a la intemperie.
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Uno de los aspectos más interesantes de Contra el amor es que da un carácter plural a algo que siempre enunciamos en primera persona y de manera íntima. La estructura de diálogo que tiene el libro, ¿cómo surgió?, ¿cómo explicarías esta estructura?
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—Dividí el libro en dos partes, una que conjunta muy diversos testimonios o anécdotas, y otra parte de reflexión, y las puse a dialogar. En los Fragmentos de un discurso amoroso Barthes nos hace ver que el discurso del amor (si puede llamarse discurso) sólo existe en fragmentos que nunca van a formar un todo. El fragmentario es el único que tiene alguna esperanza de atrapar lo inatrapable. Barthes recoge la lírica amorosa de todos los tiempos y se da cuenta de que todos la vivimos entera en cada encuentro significativo (cada encuentro es irrepetible y, sin embargo, plural).
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En ese sentido me gusta pensar en este libro casi como una novela, porque tiene una cierta estructura dramática y, aún más, como una novela en “primera persona plural” (algo que podría enunciarse como yo vivimos, a la vez en presente y en pasado).
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Uno de los aspectos más sobresalientes del libro es su coherencia y unidad, sobre todo porque a pesar de que existen muchas citas de otros autores, como Barthes, Bataille, Connolly, Porchia, Juarroz, etcétera, cada cita tiene el lugar privilegiado de la lucidez. ¿Qué criterio seguiste para ordenar estas citas? Esto equivale a preguntar: ¿cuáles fueron tus razones para ordenar los diferentes aspectos del amor que muestras?
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—Barthes arma su fragmentario en orden alfabético para ilustrar que los fragmentos (que él llama figuras) ocurren en la experiencia de los amorosos debido a un puro azar, tanto interior como exterior; en el caso de Contra el amor hay un cierto orden, sólo que no es evidente y se da más bien por magia analógica. Ese orden no es racional, ni sigue otra lógica que la de la propia intuición. La parte reflexiva del libro y la de relatos o testimonios se alimentaron una a otra de un modo que sólo tuve que respetar y apoyar. No hice sino dejar dialogar a esas dos partes entre sí y a ambas con la tercera y fundamental parte del libro, que es la antología de citas. Las tres partes del libro son fragmentarias y el lector puede jugar para recomponer a su manera, armando mosaicos que podrían llamarse provisionales o virtuales, y de eso se trata: de que la “cuarta” parte sean los fragmentos personales aportados por el lector.
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Los relatores están identificados con letras del alfabeto, “M”, “R”...
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—Sí, e incluso el género gramatical aparece solamente cuando es indispensable para entender una cierta anécdota; con ello se intenta que el lector de cualquier orientación, género o sexo pueda reflejarse en muy específicas situaciones sin que pierda las nociones de colectividad y de universalidad (y es también una forma de rehuir los sobreentendidos que a cualquier historia, por más anodina que parezca, la empapan de toda una erótica y una sexología oficiales).
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¿Entiendes los fragmentos (no sólo los testimonios sino también las citas) como lo hace Barthes, o sea como figuras casi en un sentido coreográfico?
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—Sin duda es la forma más sana de entenderlos. Si hay algún sentido en el armado de las partes del libro, es en efecto dancístico. Por ejemplo, había estado coleccionando citas sobre el amor y el desamor desde tiempo atrás, y el propio libro parecía indicarme cuándo apoyarse en estas voces fundamentales: en el ritmo de la escritura se abría una especie de intersticio como una indicación de que ese era el lugar preciso para una cita. En muchas ocasiones el azar me llevaba, por pura sincronicidad, al encuentro con citas que no tenía en mi colección y que parecían aportaciones directas, casi comentarios o glosas al capítulo que estaba escribiendo en ese momento.
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Las reflexiones de pronto cuentan anécdotas, y las historias reflexionan; incluso en un cierto sentido las citas son testimonios, además de reflexiones.
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—La intención era que no hubiera fronteras fijas entre las partes. Por ejemplo, en unos pocos casos no había realmente un relator: una determinada cita (o la conjunción de dos de ellas) me llevaba a inventar la anécdota en la que pudiera insertarse como la perla en su concha, algo así como aportar un pequeño contexto en donde esa cita pudiera acomodarse y soltar sus brillos ocultos.
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Las citas son, desde luego, voces maestras invitadas al diálogo. Esa colección sigue creciendo al azar de las lecturas más aparentemente desligadas con el tema del amor; me acaba de suceder ahora mismo, al releer Al filo del agua de Agustín Yáñez; de pronto Yáñez termina el “Acto preparatorio” (o prólogo) de esta novela con una línea que parece romper lo anterior, que no tiene antecedentes ni preparación específica en los párrafos precedentes y que, por derecho propio, si no estuviera ya publicado el libro, debería figurar junto a ciertas afirmaciones de Bataille, Connolly o Jouhandeau (o incluso del don Juan de Castaneda). Dice la figura de Yáñez: “El amor, que es la más extraña, la más extrema forma de morir; la más peligrosa y temida forma de vivir el morir”.
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Muchos odian al amor por eso, por miedo a su peligro, pero no es por ello que el libro se llama Contra el amor. Es decir que no se manifiesta contra ese amor trascendente del que habla Yáñez, algo tan grave y profundo como la vida y la muerte, sino contra esa serie de fruslerías estúpidas y fundamentalmente utilitarias y destructivas que los medios llaman “amor”.
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En el libro mencionas que una de las características del discurso amoroso de la modernidad es hablar de él en prosa, “con las mismas palabras que aparecen en cualquier otro discurso, como si el amoroso fuera un discurso ‘como cualquier otro’”.
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—Es el signo de un empobrecimiento voluntario: sabemos que el discurso amoroso no es “como cualquier otro” pero lo obligamos a serlo, a manera de venganza. Para Oriente, en cambio, la erótica no es susceptible sino a la poesía, y esto porque los amantes son metáforas y sólo puede hablarse de ellos metafóricamente.
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¿En qué sentido los amantes son metáforas?
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—En términos llanos, una metáfora es dar una cosa por medio de otra, generalmente mayor e inesperada, por ejemplo “tus ojos son como luceros”, en donde los ojos, que hasta ese momento eran un “todo”, por la pura comparación con otra cosa se revelan como partes de algo mayor. Esa es la primera función de la metáfora, abrir el campo de significación: los ojos pueden ser otra cosa, lo cual significa aceptar que son algo mayor de lo que parecen ser (la primera función de la metáfora es romper lo aparencial). La segunda función es ya mágica: los ojos no sólo se entienden, se sienten o se aprecian mejor cuando se comparan con luceros, sino que se convierten en luceros; y más aún: la metáfora nos obliga a reconocer que los ojos ya eran luceros desde siempre, pero no nos habíamos percatado hasta el momento del hallazgo. (Y a la inversa, porque toda metáfora actúa en las dos direcciones: los luceros son ojos.)
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Cuando me enamoro, me enamoro de una metáfora, es decir de alguien que me lleva a otra cosa mayor que no puedo prever (la intuyo pero no la puedo discernir; y no sólo la necesito sino que me es indispensable, aunque no sepa lo que es); yo mismo me vuelvo metáfora porque salgo de mí, o mejor dicho salgo de mis límites. La prosa habla de los límites; la poesía habla de lo ilimitado. Si hablamos del amor en prosa, nos mantenemos encadenados a los límites (todos ellos convencionales e impuestos). Sólo la poesía podría hacerme entender el deseo de salir de mí, de entrar en lo otro, e incluso el deseo de dos que salen del “nosotros” y entran... ¿en qué? Esa es la gran pregunta.
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Suele pensarse en el amor como la salida del “yo” para entrar en el “tú”, pero no como salida del “nosotros”.
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—Creo que es el gran paso que está ahí, como parte sustancial del amor, y que no damos por muy diversas razones: tal vez olvido, seguramente miedo. La entrada en lo otro no termina cuando el “yo” aborda al “tú”: eso es apenas un primer paso en la exploración de la otredad; sigue otro paso, portentoso y peligroso y temible y temido, que es salir del “nosotros” para entrar en algo que sólo podría llamarse Otredad con mayúscula.
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[Contra el amor (Notas para desarmar el modelo erótico de Occidente),
Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, Monterrey, 2010.]
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Happy Blogday tu you, Feliz aniversario, te quiero.

Anónimo dijo...

Happy bloggy day! Que cumpla muchos años y tenga visitas de a montón.Muchas gracias, porque aquí se aprende, se reflexiona, se piensa, se disfruta de la buena literatura. Gracias, Daniel,
Un abrazo

Anónimo dijo...

Me encantó la entrevista que me permite hacer una mejor lectura de tu precioso libro. ¡FELICIDADES POR EL SEGUNDO AÑO DE TU BLOG!. Para nuestro beneficio, espero que continúe muchos mas, tan vivo como hasta ahora. Enorme cariño de Úrsula

Unknown dijo...

La entrevista devela, tu libro revela, felicidades, Daniel.