viernes, 25 de junio de 2021

Los dioses (Una tipología) (IV)

DGD: Postales, 2021.

 

Los hombres temen a los mismos dioses que han inventado.

 Lucano

Es verdad que los dioses dependen de la derrota; mas también es común que, ciudad tomada, los dioses la abandonan.

 Esquilo

y si Zeus es quien entona la risa en el círculo de los hombres dioses, es el hombre quien despierta la risa de / los dioses, / del mismo modo en que / en la incesante circulación del reconocimiento / entre serio y broma / la conducta del animal despierta la risa del hombre; / del mismo modo en que / el dios se reencuentra en el hombre, el hombre en el animal, / de modo que el animal es elevado por el hombre a dios, / mientras que el dios vuelve al hombre por el animal

 Hermann Broch: La muerte de Virgilio

 

Abandono de los dioses

 

Un personaje del Satiricón de Petronio se lamenta del abandono de los númenes “porque nosotros no somos piadosos”, y para ello utiliza la frase “los dioses tienen los pies forrados de lana”, lo cual significa que no manifiestan ni su presencia ni su asistencia. Lo explica un cierto personaje de Apuleyo que, para no delatarse, se pone calcetines de lana.

 

Invisibilidad de los dioses

 

—“¿Quién podría ver con sus ojos a un dios comiendo aquí o allá si éste no lo quiere?” (Odiseo, Odisea X). Las divinidades son visibles o invisibles según lo deseen.

          [L]os dioses no se hacen visibles a todos los mortales” (Odisea XVI).

          —Telémaco ve a su padre transformado y mira para otro lado porque cree ver a un dios (Odisea XVI). Teme ver lo invisible.

 

 La envidia de los dioses

 

—De especial relevancia es el tema de la envidia (fthónos) divina. “Son crueles, dioses, y envidiosos más que nadie” (Calipso, Odisea V).

          —“Los dioses nos han enviado el infortunio, ellos, que envidiaban que gozáramos de la juventud y llegáramos al umbral de la vejez uno al lado del otro” (Penélope, Odisea XXIII). Es un antiguo mitema: los dioses disponen de juventud eterna, lo que les impide conocer la unión humana en el umbral de la vejez.

          —En otra parte de la Odisea, Menelao atribuye toda la gesta de Odiseo a la envidia: “sin duda debía envidiarlo un dios que dispuso que él solo, desdichado, fuera privado del regreso” (IV.181-182).

          —En el año 492 a.C., Jerjes, hijo de Darío y rey de Persia, emprende la invasión de Grecia, y para ello considera la posibilidad de construir un puente hecho de navíos sobre el Helesponto, el mar que une a Asia y a Europa. Herodoto refiere que el tío paterno de Jerjes, Artábanos, la da una serie de consejos para la guerra con la Hélade, y entre ellos uno que le advierte ante todo que no enoje a los dioses, y de las creencias fundamentales de los griegos: “La divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes ver también cómo siempre lanza sus rayos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, porque la divinidad tiende a abatir todo lo que se encumbra en demasía” (Libros de la Historia, VII).

          Artábanos no hace más que hablar de la esencial característica de los dioses: “De ahí que un numeroso ejército pueda ser aniquilado por otro que cuente con menos efectivos: cuando la divinidad, por la envidia que siente, siembra pánico o desconcierto, con sus truenos, entre sus filas, el ejército, en ese trance, resulta aniquilado de manera ignominiosa. Y es que la divinidad no permite que nadie, que no sea ella, se vanaglorie”.

          Y sabe bien de lo que habla, puesto que los dioses deparan la derrota de Jerjes, pese a tener un ejército mucho más poderoso que el aqueo. En la tragedia Persas, Esquilo atribuye asimismo a la hybris la derrota de Jerjes, que no advirtió ni “el engaño del hombre griego ni la envidia de los dioses”.

          —En otro episodio relatado por Herodoto, la envidia divina destruye a Creso, un rey que se creía el más dichoso de los mortales y había despreciado los sabios consejos de Solón (I.34). De ahí el temor supersticioso que identifica a la hybris el proclamar la propia felicidad.

          —Un aspecto de la envidia son los celos. Y otro es el desprecio al superior que deliberadamente renuncia a su poder en función de un inferior. Así, los dioses olímpicos detestan la posibilidad de que una diosa se entregue con un mortal a los placeres del amor (mientras que el caso contrario es tan aceptado como en la sociedad humana el comercio carnal de los amos con las esclavas): Artemisa mata a Orión, elegido como amante por Eos; Zeus mata a Yasión, amante de Démeter, etcétera. Esta mecánica no es únicamente heterosexual: Céfiro, el dios del viento del oeste, rivaliza con Apolo por el amor del bello Jacinto, a quien Céfiro mata por celos con un disco al que impulsa con una ráfaga.

          “No sabemos, hasta hoy en día, por falta de documentación fidedigna”, escribe la helenista Marta Alesso,[1] “si los dioses que luchan y sufren con los hombres en Ilíada y Odisea tienen las mismas características de aquéllos que conformaban el panteón en la época en que realmente se produjo la guerra de Troya.” ¿Existen, sin embargo, rasgos profundos que vencen a la lejanía y la tergiversación?

 

*

 

Nota

[1] Marta Alesso: Homero. Odisea. Una introducción crítica, Santiago Arcos Editor (Para leer / Clásicos 3), Buenos Aires, 2005.

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (V).]

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

martes, 15 de junio de 2021

Los dioses (Una tipología) (III)

DGD: Postales, 2021.
 

 

La naturaleza misma ha impreso en la mente de todos la idea de un Dios.

Cicerón

Él es quien inventa las cosas, / Él es quien se inventa a sí mismo: Dios. / Por todas partes es también venerado. / Se busca su gloria, su fama es la tierra.

Nezahualcóyotl

Los dioses son reales, y carnales con su carne; existen como nosotros, pero superiormente; obran como nosotros, pero completamente; nacen como nosotros, pero sin ocaso (sin crepúsculo) ni imperfección. [...] La razón sólo sube hasta los dioses porque los dioses son racionales; no sube hasta el Logos, porque ahí no hay razón.

Fernando Pessoa: Paganismo superior

Dios necesita al mundo para existir como Dios del mundo.

Ibsen: Peer Gynt

[A los dioses] Se los consideraba como amos crueles a los que se apaciguaba con súplicas y se corrompía a fuerza de dádivas.

Flaubert: Salambó

 

 

Nada está vacío de dioses

 

—“Nada está vacío de dioses”, exclama Marco Aurelio (Meditaciones, 3.3.6) cuando enuncia con un paradójico fervor la postura estoica ante la muerte. Al individuo le aconseja dejarse ir en estos términos metafóricos: “Te embarcaste, navegaste, arribaste. Desembarca. Si es a otra vida, nada está vacío de dioses, tampoco ahí. Si es en la insensibilidad, dejarás de soportar sufrimientos y placeres, dejarás de ser esclavo para un recipiente tan inferior como superior es la parte que manda comparada con la que sirve, porque mandan la inteligencia y el espíritu divino mientras que son sirvientes la tierra y los despojos sanguinolentos”.

          Marco Aurelio es un escéptico y no manifiesta apego por una determinada creencia; más bien considera las opciones y da una respuesta a cada una. Si el que fallece va a otra vida, ahí encontrará también a los dioses, que para el estoicismo son el lenguaje de la naturaleza aunada al Logos. Si lo que hay, en cambio, es la nada, será una liberación, pero en este caso podría usarse su propia máxima en otro sentido paradójico: “Nada está vacío de dioses... excepto la nada”.

 

 

Un poema atribuido a Petronio

 

Escalígero atribuyó a Petronio un poema incluido en la Antología Latina (466). Alexander Riese (1871) afirma que está sacado de alguna obra mayor, perdida. Alguna vez fue asignado a las partes perdidas del Satiricón.

 

Origen de la religión

Fue el miedo quien primero en el mundo hizo dioses,[1] cuando

caían del cielo ingentes rayos y entre llamas ardía el Ménalo[2]

y el Atos alcanzado; luego, Febo[3] que viaja hasta su salida

recorriendo el suelo, la vejez de la Luna[4] y la recuperación

de su esplendor; después las constelaciones diseminadas

por el globo y el año dividido según la mudanza de los meses.

Prosperó el fallo y ya el vano error ordenó a los campesinos

ofrendar los primeros honores de la siega a Ceres,

atar a Baco con pámpanos cargados, y a Pales[5] alegrarse

con el grupo de los pastores. Nada el náufrago anegado

en las aguas de Neptuno[6] y Palas reivindica las tiendas.[7]

Y el comprometido por un voto[8] y el que vende una ciudad[9]

ya cada cual para sí en ansiosa competencia inventa dioses.

 

 

Aspiraciones y deseos de los dioses

 

—¿Qué quieren los dioses? Acaso la más racional de las respuestas (con todas las ventajas pero también las desventajas de lo racional) es la de Marco Aurelio: “no quieren recibir adulaciones, sino que todo lo racional se les equipare y que la higuera haga lo propio de la higuera, el perro lo propio del perro, la abeja lo propio de la abeja, el hombre lo propio del hombre” (Meditaciones 10.8). La imagen es la de un cuerpo colegiado de vigilantes (un cuerpo policiaco, podría decirse, puesto que la vigilancia es la primera asignación de la policía), númenes intermedios entre la divinidad y el hombre, encargados de que los componentes de la creación hagan lo propio de cada uno. No hay en la mitología referencias a dioses preocupados por este cumplimiento, pero acaso ello se debe a que los mencionados por Marco Aurelio pertenecen a la filosofía (racionales), y no a la mitología (irracionales). Dicho de otra manera, los dioses de la razón son opuestos a los de la sinrazón y, por tanto, tienen deseos contrarios: estos últimos aspiran a la adulación; aquéllos, al cumplimiento de un orden. Si los dioses de la razón desean “que todo lo racional se les equipare”; ¿los dioses de la sinrazón desean, pues, equipararse con todo lo que escape a la razón? Tal vez no haya contradicción ni contraposición, sino complementariedad; así se explicaría que los dioses irracionales sean tan populares y sus contrarios tan poco frecuentes: con suficiencia se ha probado que lo racional (lo filosófico, lo apolíneo) es minoritario. Acaso por ello los dioses de la sinrazón (lo pasional, lo dionisíaco) conforman una indiscutible mayoría.

 

*

 

Notas

[1] Primus in orbe deos fecit limor. Es un pasaje famoso, reiterado por los ilustrados de todos los tiempos. Está también en el poema épico de Estacio, Tebaida, III 661. [Nota de Francisco Socas.]

[2] Serranía de Arcadia. [F.S.]

[3] El sol. El epicúreo Lucrecio, adversario de la religión, niega este punto, porque dice que los hombres primitivos estaban tan habituados como nosotros a la marcha y vuelta del sol (Sobre la naturaleza de las cosas, V 970-980). [F.S.]

[4] En la fase menguante. [F.S.]

[5] Divinidad tutelar de pastores y ganado. [F.S.]

[6] El miedo le hace creer que el mar es Neptuno. [F.S.]

[7] Tiendas de campaña. Minerva es diosa guerrera. [F.S.]

[8] El voti retís es aquel que ve realizada su petición y está obligado a cumplir la promesa hecha a los dioses. [F.S.]

[9] El hombre sin escrúpulos (este hemistiquio aparece igual en Lucano, Farsalia, IV 824). [F.S.]

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (IV).]

 

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

sábado, 5 de junio de 2021

Los dioses (Una tipología) (II)

DGD: Postales, 2021.

  

¿Son efectivamente dioses los que provocan este ardor en mi mente o cada hombre convierte en dios a sus deseos irresistibles?

Virgilio: Eneida IX 185

 Conviene que existan los dioses, y como conviene creer en su existencia, aportemos a los antiguos altares las ofrendas del incienso y el vino.

Ovidio: Arte de amar

 Fue el miedo quien primero en el mundo hizo dioses.

Petronio (Antología Latina)

 El miedo fue lo primero que dio en el mundo nacimiento a los dioses.

Estacio: Tebaida

 Ningún hombre, Cirno, es responsable de su propia ruina o de su propio éxito: estas dos cosas son don de los dioses. Ningún hombre puede llevar a cabo una acción y saber si su resultado será bueno o malo... La humanidad, completamente ciega, sigue sus fútiles costumbres, pero los dioses lo encaminan todo al cumplimiento que ellos han proyectado.

Teognis de Megara

 

 La elegía

 

En Literaturas germánicas medievales (1966), Borges plantea una mecánica análoga: “Otra famosa elegía sajona es la titulada La ruina. Stopford Brooke dice con dignidad que los sajones desdeñaban vivir en ciudades; el hecho es que dejaron que las ciudades romanas que había en Inglaterra se derruyeran y luego compusieron elegías para deplorar esas ruinas”. Resulta evidente que no sólo los sajones sabotean, abandonan y destruyen para que sus descendientes tengan algo que cantar.

          El esplendor sólo existe en pasado: un pretérito a añorar es más importante que un presente insulso: “resplandecientes eran los castillos”, se canta en La ruina, “muchas las piletas, altas las torres numerosas, grande el tumulto de los hombres, muchas las salas llenas de alegrías humanas, hasta que el fuerte destino los derribó. Cayeron las murallas; días de pestilencia sobrevivieron en soledades, la ciudad se desmoronó”. El fuerte destino es una decisión humana, una forma de expresión verbal e incluso de estilo literario.

          Dios creó el mundo por medio de palabras: el lenguaje, como exclamaron los cabalistas, es sagrado. No sorprende, pues, que el mundo sea menos importante que su canto. Y si los pueblos felices no tienen historia, sabotear, abandonar y destruir no sólo parecen actos necesarios para que no falte asunto al canto de las generaciones futuras, sino para que haya generaciones futuras.

 

 

Inmortalidad de los dioses

 

—Héctor: “Así fuera yo inmortal, no tendría que envejecer y gozaría de los mismos honores que Atenea o Apolo...” (Ilíada VIII): los dioses son inmortales, no envejecen y gozan de honores.

          —“[L]os dioses, que han nacido para siempre” (Penélope, Odisea XXIII). Son inmortales pero han nacido. No son desde siempre. Cicerón muestra su desacuerdo: “Los dioses han existido siempre y nunca han nacido”.

          Los dioses, mortales (Heráclito). Uno de los aforismos que en mayor medida han granjeado a Heráclito el mote de “oscuro” es: “Los dioses, mortales; los hombres, inmortales”. Los estudiosos de Occidente encuentran imposible desentrañar el sentido de este aforismo; un filósofo oriental, sin embargo, Sri Aurobindo, intenta una respuesta:

 

Pero ¿resulta en verdad imposible si no aislamos a este pensador de las antiguas concepciones de los místicos? [...] En los Vedas constantemente se llama “hombres” a los dioses, y es tradicional emplear los mismos términos para designar a los hombres y a los inmortales. La inmanencia del principio inmortal en el hombre y el descenso de los cielos en la representación de la inmortalidad constituyen casi la idea básica de los místicos. Asimismo, Heráclito parece reconocer la unidad inseparable de lo eterno y lo contingente, lo que es siempre y por ello parece que no existe sino en esta lucha y cambio que son un continuo extinguirse. Los dioses se manifiestan como lo que cambia y perece sin cesar, y el hombre es en principio un ser eterno. No se trata de que Heráclito formule antítesis estériles; su método consiste en una exposición de antinomias y un bosquejo de conciliación en los términos mismos de su oposición.[1]

 

—La inmortalidad de los dioses no sólo se prueba, sino que depende de la mortalidad de los hombres: “Los dioses, que son inmortales, no se irritan por tener que soportar en tanta eternidad a los hombres a pesar de que son tan ruines y de que son tantos. Por añadidura, cuidan de ellos de todas las formas” (Marco Aurelio: Meditaciones, 7.70).

 

 

Atributos de los dioses

 

—“[L]os dioses lo saben todo” (Menelao, Odisea IV).

          —“[L]os hombres eran de estatura menor [que los dioses]” (narrador, Ilíada XVIII). En el canto XXI de la Ilíada, Atenea ataca a Ares y éste cae cuan largo es: “El dios vino a tierra y ocupó siete yugadas”; si la yugada es la cantidad de tierra que puede arar una yunta o pareja de animales de labor en un día, puede considerarse el respetable tamaño del dios.

          —“[N]ingún hombre sabio se opone a los dioses”.[2]

          —“Los dioses destinaron a los míseros mortales a vivir en la tristeza, y sólo ellos están sin cuitas ni dolor” (Aquiles, Ilíada XXIV).

          —“[L]os dioses, que viven fácilmente” (Iftima, hija de Icario, Odisea IV; Calipso, Odisea V); la contraposición indica no sólo que los hombres viven difícilmente, sino que ambas condiciones, facilidad divina y dificultad humana, están relacionadas como causa y efecto.

          —“[L]os dioses no se desconocen entre sí por más que uno habite lejos” (narrador, Odisea V). Este conocimiento a distancia puede ser visto como ventaja (nada puede sorprenderlos) pero también como lo contrario (se vigilan constantemente unos a otros).

          —“Incluso los dioses inmortales respetan al hombre que llega errante como yo llego ahora a tu corriente y a tus rodillas después de sufrir mucho” (Odiseo, Odisea V): los dioses no respetan al hombre que no sufre mucho.

          —“[L]os dioses honran a los hombres de más edad, hasta en los juegos” (Antíloco. Ilíada XXIII).

          —“[En el Olimpo] está la morada siempre segura de los dioses, porque no es azotada por los vientos ni mojada por las lluvias, ni tampoco la cubre la nieve. Permanece siempre un cielo sin nubes y una resplandeciente claridad la envuelve. Ahí se divierten durante todo el día los felices dioses” (narrador, Odisea VI).

          —“Padre Zeus, ya nunca tendré honores entre los dioses inmortales si los mortales no me honran” (Poseidón, Odisea XIII): los dioses son tan celosos de las honras de los hombres para que los dioses mismos honren a sus iguales.

          —“Los dioses felices no aman a las acciones impías, sino que honran a la justicia y a las obras discretas de los hombres” (Eumeo, Odisea XIV). Esta observación, que no parece más que un deseo, atribuye a los dioses el carácter de sancionadores de aquello que los caracteriza (resulta evidente que aman las acciones impías, la primera de las cuales es definir una justicia que sólo beneficia a los dioses y a sus cómplices humanos).

          —“[L]os dioses no se hacen visibles a todos los mortales” (narrador, Odisea XVI).

          —“[L]os dioses, al dejarse ver, son terribles” (Hera, Ilíada XIX).

          —“[Q]ue es fácil para los dioses que poseen el vasto cielo exaltar a un mortal o arruinarlo” (Odiseo, Odisea XVI).

          —Los dioses ven completa e íntegra la realidad a la que los hombres sólo aprecian parcial y defectuosamente. Atenea dice a Diomedes: “[A]parté la niebla que cubría a tus ojos para que en la batalla conozcas bien a los dioses y a los hombres. Si alguno de aquéllos viene a tentarte, no quieras combatir con los inmortales; pero si se presentara en la lid Afrodita, hija de Zeus, hiérela con el agudo bronce” (Ilíada V): los dioses pueden ser heridos.

          —“[Apolo] formó un simulacro de Eneas”; “El funesto Ares, tomando la figura del ágil Acamante...” (narrador, Ilíada V): pueden formar simulacros.

          —“Atenea y Apolo, el del arco de plata, transfigurados en buitres, se posaron en la alta encina del padre Zeus” (narrador, Ilíada VII): pueden tomar la forma de animales.

          —“Que los dioses andan recorriendo las ciudades bajo la forma de forasteros de otras tierras y con otros mil aspectos, y vigilan la soberbia de los hombres o su rectitud” (pretendientes, Odisea XVII).[3]

          —Los dioses pueden ser reconocidos por sus huellas, aunque intenten disimular su presencia cobrando el aspecto de algún humano. “[H]e observado las huellas que dejan sus plantas y su andar [de Neptuno, que se hace pasar por Calcante], y a los dioses se les reconoce fácilmente” (Ayante de Oileo, Ilíada XIII).

          —“[A] los hombres, [...] el Cronión [los] hace venir a las manos por una roedora discordia” (narrador, Ilíada VII).

          —Los dioses son capaces de cambiar de forma. Las Metamorfosis de Ovidio describen a dioses cambiando la forma de los mortales, o cambiando la propia figura.

          —Los dioses se enamoran. “Así pues, hasta los dioses se enamoran. Júpiter no halló en todo su cielo al objeto de su amor; por eso bajó a la tierra a satisfacer su pasión, pero sin perjudicar a nadie. La Ninfa que raptó a Hylas habría dominado a su pasión si hubiera pensado que Hércules vendría a reclamar sus derechos sobre ese joven. Apolo hizo revivir en una flor la sombra del joven Jacinto; y todas las fábulas están llenas de amores sin rivalidades” (Petronio: Satiricón).

          —“No le pidas que te salve por segunda vez. ¿Recuerdas cómo Eolo recibió a Ulises cuando éste volvió a pedirle vientos favorables por segunda vez? A las deidades no les gusta repetirse a sí mismas” (Henryk Sienkiewicz, Quo Vadis, XXXIII).

          —En cuanto a la voz de los dioses, acaso no hay descripción más memorable que la de C.S: Lewis en su novela Mientras no tengamos rostro (1955): “Esta es, en fin, otra característica de las voces de los dioses: una vez han cesado, aunque haya pasado apenas el tiempo que tarda el corazón en dar un latido, y aunque las firmes, diáfanas sílabas, las gruesas columnas u obeliscos inmensos del sonido aún estén haciendo mella en nuestros oídos, es como si hubieran cesado hace mil años, y esperar que se vuelvan a pronunciar es como pedir una manzana a un árbol que dio fruto el día de la creación”.

 

*

 

Notas

[1] Sri Aurobindo: “Heráclito y Oriente”, en Arya, 1916-1917. Acaso esto se relaciona con una frase atribuida a Pitágoras: “El hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos”. Según Miroslav Markovich, la traducción completa del fragmento 47 (62 para Diels-Kranz) es: “Los inmortales son inmortales, los mortales, inmortales; porque aquéllos primeros viven de la muerte de estos últimos, y de su vida se morirían”. Markovich lo comenta de este modo: “Los inmortales (héroes) y los mortales (sobrevivientes de batalla) son ‘uno’, porque aquéllos primeros gozan de su vida eterna exactamente gracias a la condición mortal de estos últimos: de ganar éstos la inmortalidad, aquéllos tendrían que perderla, ya que la noción misma de la Polis (ciudad-Estado) envuelve una existencia simultánea tanto de ‘dioses’ (es decir, semi-dioses o héroes) como de ‘hombres mortales’, tanto de ‘hombres libres’ como de ‘esclavos’ (sin tal diferenciación no se da una Polis)” (Heraclitus. Editio minor, Talleres Gráficos Universitarios, Mérida, Venezuela, 1968).

[2] Robert Graves: The Siege and Fall of Troy, Cassell, Londres, 1962. [La guerra de Troya, El Aleph, Barcelona, 2009; trad.: Lucía Graves.]

[3] Este mitema tiene incluso un nombre: teoxenia. Se le encuentra en las tradiciones mitológicas del próximo Oriente, los cuentos de hadas, así como en la Biblia e incluso entre los pueblos de América del Norte. En la teoxenia un dios o dioses visitan la tierra de incógnito y bajo formas humanas humildes, y piden hospitalidad. Los númenes, luego de manifestarse como tales, recompensan a los que los acogieron y castigan con la muerte a quienes los despreciaron. (Cf. Ovidio, Metamorfosis VIII, historia de Filemón y Baucis.)

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (III).]

 

 

P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía