sábado, 25 de marzo de 2023

“Lince lleno de linces hasta el borde”: Eduardo Lizalde


DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

“Lince lleno de linces hasta el borde”: Eduardo Lizalde

 

Nota

Eduardo Lizalde (1929-2022), poeta, narrador y ensayista, a fines de los años cuarenta fundó, en colaboración con Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca, un movimiento que intentó reunir vanguardismo y política: el poeticismo. De ahí provino La mala hora (1956), un libro que el autor —en un caso similar al de los Salmos rojos borgesianos— retiró de su bibliografía. Con Cada cosa es Babel (1966) Lizalde entró de lleno en el territorio de la poesía mexicana en herencia de los poemas extensos y reflexivos a la manera de Sor Juana y Primero sueño, o de Gorostiza y Muerte sin fin. Luego vendrían El tigre en la casa (1970,), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Al margen de un tratado (1981-1983), Tabernarios y eróticos (1989), Rosas (1994) y Otros tigres (1995). Recibió los premios Xavier Villaurrutia, Nacional de Poesía Aguascalientes, Nacional de Lingüística y Literatura, Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde y el Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca. En esta entrega se ha hecho una antología de entrevistas a Lizalde con un especial acento en Cada cosa es Babel. Si la poesía es transparencia, desnudez, y asimismo precisión matemática (o en otros términos, acupuntura del alma), el último poema de Cada cosa es Babel (IV.3: “Lince lleno de linces hasta el borde...”) contiene el pareado más admirable de toda la poesía en lengua española: “tan claro que a través de su cuerpo se contempla, / reflejado en sí mismo como en agua”. Si no existieran más que este alejandrino y este endecasílabo, bastarían para situar a Lizalde en el ámbito de la poesía esencial de todos los tiempos. [DGD]

 

Misteriosamente El tigre en la casa se leyó muchísimo y aún se sigue leyendo. Es un libro, como se dijo, de un escritor tardío, porque yo tenía cuarenta años de edad cuando se publicó. Ahora bien, eso no es del todo exacto, porque en realidad desde el final de los años cincuenta ya tenía bastante avanzado Cada cosa es Babel y escribí El tigre en la casa en la primera mitad de los sesenta, cinco años antes de ser publicado.

            Así pues, soy muy lento por eso, porque generalmente no se me ocurren poemas sueltos, sino conjuntos, y aunque hay en mi obra muchos poemas sueltos tienen que ver con las mismas obsesiones que se hallan en los demás textos.

            Mis primeros poemas se publicaron en 1949 en El Universal y algunos de ellos están incluidos en Autobiografìa de un fracaso. Son poemas de los 18 años de edad. Pero no tardé en descubrir, leyéndome a mí mismo, que estaba haciendo poemas librescos, que no encontraba un camino personal, una expresión personal, aunque supiera versificar y entendiera la métrica y todo eso. [...] Descubrí a los Contemporáneos y, casi al mismo tiempo, a dos poetas latinoamericanos muy importantes: Neruda y Vallejo. [...]

            Leí la obra de Antonio Machado entera, la de Darío, y empujado por López Velarde, la de Leopoldo Lugones, que por supuesto también me sorprendió muchísimo, porque era un poeta muy diferente. [...] Leí por supuesto el maravilloso Minutero de López Velarde, un libro pionero y profético, estéticamente hablando, que me marcó para siempre. [...]

            Lo realmente extraño es que el nombre exista antes de que uno nazca. Quién no ha reflexionado sobre eso. Y ése es el hilo conductor, la columna vertebral de Cada cosa es Babel, un libro que me llevó varios años. Lo rehíce varias veces. Cuando se publicó, en 1966, ya tenía cinco años de haber sido escrito. Estuvo durmiendo el sueño del justo en los cajones del Fondo de Cultura, que ya había aprobado su publicación en 1965.[1]

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El poeta abreva en todo lo que puede, y cuando comienza a escribir bebe con abundancia de los demás poetas y escritores, que indefectiblemente glosa o saquea, antes de encontrar algo verdaderamente personal que decir por cuenta propia (si es que eso le ocurre alguna vez). Y las ideas sobre el mundo, tanto como las ideas sobre el quehacer artístico, son irrenunciables para los poetas, como irrenunciable fue para los primeros filósofos el instrumento poético antes de que se inventaran la filosofía sistemática y los sistemas científicos o seudocientíficos en general. Hice la carrera de filosofía (sin intentar jamás obtener un título), y sigo siendo lector asistemático de textos filosóficos, pero en realidad me nutro, como todos los escritores, de todo lo que cae en las manos, ya sea de los recetarios de cocina, de los manuales de ajedrez, de los libros históricos o filosóficos, de la crónica deportiva, de las guías turísticas, de la jerga urbana o de la página roja, lo mismo que de la literatura. Pertenezco a la especie de los poetas que practican con irregular continuidad la escritura como la redacción de un diario anímico, por supuesto nutrido de las experiencias y emociones personales, y algunas veces fielmente autobiográfico, pero por lo general, como el diario de una o varias personas imaginarias.

            Creo que la generación a la que uno pertenece es siempre más que la propia (si es que se logra pertenecer a una entidad como eso que se llama generación literaria), porque todos los escritores pertenecemos a varias generaciones colindantes del propio medio y de otros, del propio país y de otros. También pertenecemos a varios tiempos. [...] En esa atmósfera de intercambio inconsciente y consciente se desenvuelve siempre un escritor de cualquier rango, y es difícil por eso hacer siquiera la lista de los amigos de mayor edad o experiencia de los que hemos sido deudores en la juventud. Es más difícil aún hablar con detalle de la deuda que tengamos con autores vivos y muertos que hayamos leído o frecuentado.[2]

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En toda literatura, las entrañas del poema suelen ser en apariencia simples de observar, poemas de facilidad expresiva, como la de [Antonio] Machado, por ejemplo. Machado parece un poeta llano, de expresión lineal, y no lo es, es un poeta de complejidades filosóficas y culturales muy grandes. A veces el poema de lectura fácil es el más difícil de desentrañar. [...]

            A mí me ha sucedido que de pronto me entusiasmo con la idea de un texto que pienso que va a ser muy interesante, y ya escrito me veo obligado a descartarlo porque no encuentro que haya logrado expresar lo que imaginé que podría expresar. En cambio, de pronto encuentro otros, que me han hecho descubrir los lectores, en los que yo no había reparado y en los que se producen hallazgos que son, naturalmente, fruto del azar. El poeta no tiene normas de trabajo.

            No creo que exista el poema sin el lector. Creo que el poeta es un detonador de la poesía, tiene que dar los instrumentos de detonación, pero la detonación requiere de una pólvora, que es el oyente.[3]

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Hay textos muy revisados en los que se advierte la corrección y sobrecorrección del poema. La naturalidad de la expresión, por más complejo que sea el poema, es lo fundamental, y creo que es fundamental para todos los poetas. Los versos forzados, lo que se llamaba “verso ripioso” en el periodo romántico, son precisamente los que delatan el trabajo, el ladrillo forzado en la estructura. Se notan las costuras entre las imágenes y los conceptos. [...]

            La Vita nuova es un libro que marca no sólo el principio de la poesía de Dante, sino el principio de toda la poesía moderna. Dante es el padre de la concepción contemporánea de la poesía; era un genio verdaderamente descomunal. Ese modelo es la perfección; por eso llega tarde al endecasílabo la poesía española; por eso los poetas escriben “al itálico modo”: toman el modelo porque esa fue la lección magistral por muchos siglos. Es difícil entenderlo hasta que no se mete uno con el texto, con el poema, que debe tener ese aspecto de naturalidad y confrontar los modelos ejemplares. [...]

            La poesía no se hace personalmente, el arte no se hace personalmente: se trabaja generacionalmente, en una atmósfera de lecturas, de concepciones estéticas, de rompimientos, de referencias, de negaciones, y el poeta se encuentra generalmente siempre ante el vacío. La dificultad no consiste en escribir un texto decoroso y legible, sino en escribir un texto que tenga identidad propia a los ojos de todos. [...]

            El poeta escribe con su vida, con sus vísceras, con sus padecimientos, con el mundo que lo rodea; por eso no sólo es difícil, es imposible escribir de un mundo en el que no se haya vivido. [...] Nos alimentamos del lenguaje materno, el del país, el lenguaje familiar, la jerga. Los lenguajes son muy distintos y son los que marcan el tono, el sentido; son los que singularizan el flujo literario. El poeta vive de eso, de su mundo. Ahí reside la diferencia entre las creaciones librescas y las que no lo son; se reconocen como verdaderamente peculiares los textos. Eso me ocurrió, sí, con El tigre en la casa, no con Cada cosa es Babel. [...]

            El habla del poema no es el habla real; el habla del poema es una selección, un montaje (como el cinematográfico) de la realidad. Es una construcción, es algo que no se da en la realidad. [...] La realidad es un punto de referencia: no da sustento, en términos naturales, al poema. Y la dificultad de la creación es resistir a la copia libresca y a la reproducción exacta de la realidad.[4]

*

La poesía se escribe tarde y con lentitud. Intenté ser un poeta desde la infancia. Pero la poesía es un tipo de hechura que sólo ocurre en la madurez. [...] No se sabe cómo ocurre. Cuando se encuentra el camino no lo sabe ni el poeta. Depende de accidentes y posibilidades. Se tarda en descubrir. No sabe uno de qué manera se hace la poesía.[5]

*

El poeta es un disidente, un crítico del mundo que lo rodea. Mientras el político siempre dice sí a lo que le conviene, el poeta dice no. Yo siempre he dicho que la gran literatura es una bomba de tiempo: termina transformando la mentalidad, las ideas, las costumbres y aun la política.[6]

*

Para dibujar al tigre no busqué el remedo de los monstruos clásicos, sino los monstruos contemporáneos. Mis modelos se hallaban en las películas de terror: Frankenstein, Drácula, King Kong, en los cuentos de hadas... [...] Lo que rescaté en este poema y en todo el volumen son libros que me impresionaron en la infancia. Uno de ellos fue El libro de las tierras vírgenes, de Rudyard Kipling, que marcó también a Borges. Por eso hablo de Shere Khan, el monstruo terrible, el demonio mismo que aparece en estas páginas. Es el Moby Dick de la selva. [...] Es inasible e irrenunciable. Un terror flota en la atmósfera. ¿Cómo decirlo?: “Hay un tigre en la casa / que desgarra por dentro al que lo mira”. Lo miras pero el tigre no está allí. Por las noches crece, pierde la cabeza con facilidad, anda como un loco. Así es la relación amorosa y la relación con la poesía.[7]

*

¡Nadie sabe con exactitud qué es la poesía!, ni qué es el gran arte; se da en la práctica. Si usted trata de explicar con palabras en qué consiste el arte de Beethoven, Chopin o Bach, no logrará hacerlo, ¿cuál es la única manera de entender qué es eso? Escuchar la obra. Eso mismo pasa con la literatura. [...] Decir qué es la poesía es imposible, ¡nadie ha definido qué es la poesía! [...] El poeta, como dice Gorostiza, es hombre de dios, busca la belleza, la expresión de la belleza.[8]

*

Debo haberlo empezado a escribir hacia 1956, después de redactar La mala hora (que tardaría tres años en publicarse) y decidí llevarlo a la imprenta en 1962 porque ya no había otra manera de deshacerse de él. Y todavía tardó cuatro años en publicarse. [...] Con Cada cosa es Babel intenté un poema lírico y metafísico que trataba de exponer una poética personal y una poética de todos los tiempos, si fuera posible; con El tigre en la casa lo que primero intenté fue escribir otra poética de otra época de mi trabajo con los mismos instrumentos barrocos que consideraba rescatables del anterior libro, pero con un agregado: el tema amoroso, del que no me ocupaba desde los días de mi infancia.[...]

            Cuando apareció Cada cosa es Babel, alguien me reprochó “que hubiera caído en la tentación” del gran poema, sin conseguirlo, claro está. Es un poema influido por mis lecturas de Mallarmé, de Valéry, de Eliot mismo, de Perse, y por la que todos los poetas mexicanos de las últimas generaciones hemos hecho de Muerte sin fin, y en dirección contraria, por mis lecturas de Altazor y de Residencia en la Tierra, y al fondo de la noche, por la lectura de Góngora: Las soledades y el Polifemo.

            Intenté en Cada cosa es Babel [...] que hubiera todas las formas y todos los metros clásicos: liras, silvas, sonetos, décimas, eneasílabos, endecasílabos, alejandrinos, hexámetros, en fin. Ese rigor de planificación formal fue abolido por el propio impulso verbal al que se somete al poeta cuando redacta un poema largo y ambicioso. [...]

            Aquello de que el poeta da nombre a las cosas no es el tema principal, sino uno de los muchos que hay por ahí: el enfrentamiento del poeta con la realidad, el problema de qué hacer con la realidad y de cómo trabajar con el mundo y qué tipo de realidad puede haber en una obra artística.

            Se trataba de tocar también el problema del proceso histórico del lenguaje: cómo los lenguajes, y en especial el lenguaje poético, son entidades en desarrollo. En el fondo había la concepción dialéctica hegeliana y marxista. Pero como no existía para mí una estética marxista propiamente dicha, bien formulada, tuve la ambición —la presunción— de formular una poética personal, una poética de la ausencia, de la negociación de la poética, intento fallido, lo reconozco. También había el aspecto de la lucha entre realismo o naturalismo que existió en la poesía internacional, especialmente de la poesía de lengua española, y el supuesto barroquismo de la poesía “culta”. [...]

            Las cosas son como el agua: no tienen nombres definidos. Los nombres cambian, fluyen. El lenguaje primitivo, por ejemplo, es disperso y plurinominal, lo que impide la comunicación correcta. Los nombres de las cosas se mueven en y con la historia. El lenguaje ha evolucionado, si se observa bien, da pocos nombres a los objetos. Al desarrollarse, el lenguaje se simplifica y limita el número de sinónimos que denominan las cosas y en el libro yo intenté o propuse la tarea de dar nuevos nombres a las cosas y cosas nuevas a los nombres. Excavar en la cosa, esa es la tarea. [...]

            Al margen de un tratado, libro inconcluso, era un intento extremo, después de mi lectura de Wittgenstein y de otros filósofos de esa línea, de exponer todo un material filosófico que toca en especial temas de ética y de estética, lingüísticos y metafísicos, sin recurrir al manejo de la terminología técnica de los filósofos. Creo que en este sentido sería más afortunado que Cada cosa es Babel.[9]

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Fuentes

[1] Rafael Vargas: Entrevista a Eduardo Lizalde.

[2] Álvaro Quijano: “Autorretrato con tigre al fondo. Entrevista a Eduardo Lizalde”, en Vuelta 211, junio de 1994; Letras Libres, México, julio de 2022.

[3] José Homero: “El espíritu epigramático. Entrevista a Eduardo Lizalde”, en Luvina. Revista Literaria de la Universidad de Guadalajara, n. 108, otoño de 2022.

[4] Luis Vicente de Aguinaga: “El manotazo afortunado. Conversación con Eduardo Lizalde” (1990), en Revista Liber, México, enero 10 de 2023.

[5] Virginia Bautista: “El poeta, cuentista y ensayista Eduardo Lizalde es un tigre con 90 rayas”, en Excélsior, México, junio 26 de 2019.

[6] Mariana Escobar Roldán: “Las diatribas del último gran poeta de México. Entrevista a Eduardo Lizalde”, En El Tiempo, Bogotá, septiembre 3 de 2014.

[7] Marco Antonio Campos: “Entrevista con Eduardo Lizalde”, en Poéticas: Revista de Estudios Literarios, v. 1, n. 1, Granada, junio de 2016.

[8] Entrevista no acreditada: “No es fácil superar nuestra época”, Revista Zeta, Tijuana, enero 22 de 2018.

[9] Marco Antonio Campos: “Las andanzas del tigre”, en Letralia, año XIV, n. 221, Cagua (Venezuela), noviembre 9 de 2009. La poesía de Eduardo Lizalde. Entrevistas y ensayos (1981-2004), Ediciones de Educación y Cultura, Puebla, 2012.

 

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 [Leer Olga Orozco: la sabiduría de la sangre]

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P O S T A L E S  /  D G D  /  E N L A C E S

Voces de Antonio Porchia

Postales

Postales de poesía

 

 

miércoles, 15 de marzo de 2023

Jesús Hilario Tundidor: Reflexiones sobre la poesía


DGD: Postales, 2023.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Reflexiones sobre la poesía

Jesús Hilario Tundidor

 

Nota y montaje: Gloria Ribé y Daniel González Dueñas

 

Nota introductoria

El primer libro de Jesús Hilario Tundidor (Zamora, 1935-Madrid, 2021), Río oscuro, apareció en 1960; el segundo, Junto a mi silencio, recibió el Premio Adonais en 1963. “Desde ese primer libro”, escribe Joaquín Benito de Lucas refiriéndose ante todo a Junto a mi silencio, puesto que Tundidor retiró Río oscuro de su bibliografía, “su obra poética muestra una tendencia hacia la interpretación simbólica de la realidad ‘real’ en la que los elementos que la componen y aparecen en el poema quedan transformados en signos representativos de una realidad superior. Así, a lo largo de más de treinta años, ha ido creando una obra compuesta por libros en los que su visión del mundo se agranda y enriquece con nuevos motivos de contemplativa especulación. Y todo ello, estimulado por una incontrolable pasión por la vida. La realidad a la que el poeta se enfrenta acaba integrándose en el poema a través de un discurso a veces entusiasmado, a veces crítico, en el que la palabra poética adquiere un sentido único y universal al mismo tiempo.”[1]

       La obra de Tundidor habría de complementarse con Las hoces y los días (1966), En voz baja (1969), Pasiono (1972), Tetraedro (1978), Libro de amor para Salónica (1980, 2005), Repaso de un tiempo inmóvil (1982), Mausoleo (1988), Construcción de la rosa (1990), Lectura de la noche (1993), Tejedora de azar (1995), Las llaves del reino (2000), Fue (2008). Al finalizar la primera década del siglo XXI Tundidor emprendió una recopilación definitiva, es decir, la selección y reescritura de su obra completa como quería que fuera leída: Un único día. Poesía 1960-2008 (2010), en dos volúmenes que suman casi mil páginas. “Toda mi poesía”, declaró, “introduce siempre una teoría de conocimiento, epistemología que cae lejos de la pureza lógica que requiere, puesto que se realiza dentro de la más honda emoción humana que la interfiere y participa en el descubrimiento, el hallazgo y la reflexión.”

       En 1994 Tundidor dictó una conferencia en el colegio Universitario Santa María de la Universidad Autónoma de Madrid bajo el título Reflexiones sobre mi poesía; de este texto se ha hecho aquí un montaje intercalándolo con poemas de Tundidor procedentes de diversas épocas. “La poesía de Tundidor”, escribe J.P. Hilario Silva, “se convertirá en un largo recorrido de reflexiones fundamentales íntimas, de compromiso con su propia existencia y, como derivación, con la existencia del resto de los hombres, en busca siempre de la trascendencia de los hechos y de las cosas; todo lo cual lleva de igual forma a la indagación en el pasado (primordialmente a la infancia como inocencia y elemento primigenio perdido), como al compromiso solidario con una situación actual [...] y a mantener siempre presente la búsqueda de tipo religioso, la pasión erótico-amorosa o la reflexión filosófica e histórica.”[2]

G.R./D.G.D.

 

 

La poesía es pasión, selección emotiva y acto inteligente. Lo que no emociona no tiene cabida en lo poético; la vida y sus implicaciones, como acontecimiento en el corazón del hombre, son el verdadero camino del poema y el lenguaje su principal medio de expresión. La poesía no es un suceso ni gratuito ni sencillo y siempre, o casi siempre, lo es inexplicable.

            La poesía considerada como hecho intelectual presupone una aproximación y una dilucidación del mundo de lo real y lo existente al sentido mítico de la vida. En cuanto dilucidación, la poesía cae dentro de la fenomenología del conocimiento y actúa, se aplica y nace en, y desde, la materia de todo lo real que es lo más inmediato operante sobre los sentidos y las potencias y facultades intelectuales que de ellos nos ocupan.

            Todo poema representa desde el punto de vista de su fundamento y de su resultado, una enigmática propuesta creativa y original si olvidamos la parte operativa que le pertenece y atendemos a la finalidad de comunicación emocional que lo conforma. ¿Cómo poder explicarnos con exactitud las razones de su necesariedad lo mismo en su origen que en su destino? Lo más que podemos llegar a decir es que se produce en un estado urgente de expresión asociado a determinadas intuiciones de carácter sentimental y lingüístico que al límite del pensamiento desborda, a su vez, lo inteligente para apasionarse y apasionarnos desde las raíces primarias del subconsciente acumulativo. Todo poema es por eso también una fatalidad. Sólo una cosa nos es cierta: que la Poesía parte de hechos reales para ser una respuesta ante estados parciales del conocimiento y transformar toda realidad en donde estamos implicados, puesto que se ubica en el mundo del reto que la provoca. Tales hechos reales, bien sean de carácter mítico, intelectual o material, se trascienden y recrean con nuevas aportaciones imaginativas o interpretativas.

            Igualmente fascinador, misterioso y mágico es todo el hecho poético en general. Sabemos que la verdadera poesía es indefinible por naturaleza como lo es, por ejemplo, la emoción erótica que nos produce la belleza intelectual o la selectividad de la pareja amorosa o los mismos presentimientos con que a veces anticipamos la llegada de ciertos sucesos... La poesía auténtica es única, particular, libre, independiente, honda, inabarcable por su espacialidad y temporalidad e inalcanzable en su perfectibilidad. Como mucho, nos deja un merodeo sobre sus contornos o un acercamiento al ámbito de la idealización, pero jamás nos entregará, nos dejará que lleguemos a la perfección absoluta.

 

Con los ojos
rojos, escribo
para la inmortalidad.

Con los ojos
blancos, escribo
para nadie.

He dado mi vida
por la realidad.

Con los ojos
rojos, escribo,
sin embargo,
también para nadie.

 

Si pensamos que la escritura se inicia por necesidad personal, se convierte en pasión y se reconoce y convalida en la lectura del receptor, la calidad intrínseca del poema puede muy bien ser dilucidada por la crítica literaria, especialmente en sus materiales formadores, mas el reconocimiento emocional sólo es posible realizarlo cuando se reproduce por el acto de la lectura en el mismo agente lector.

            Debido a esto, la poesía fracasa de antemano como globalización y finalidad, pues toda solución poemática es parcial y todo destino de la obra poética inseguro. Nos exige la vida y nos apacigua con la incertidumbre. De aquí que en sus aspectos creacionales y operativos no podamos hablar de poéticas globalizadoras que tanto desbordan la imaginación de los estudiosos, poéticas totalizadoras valederas para definiciones de una obra completa —lo que a veces es perdonable por la necesidad de síntesis del correspondiente estudio monográfico—, sino que debemos hablar de multiplicidad y variedad de poéticas parciales que, eso sí, en su conjunto generan la posibilidad de valoración de la totalidad de un autor.

            Cada poema ha necesitado y ha engendrado a su vez una poética individualizada, suficiente para sí mismo y, por lo tanto, lo que es válido para uno no puede ni debe serlo para los demás. La misma unidad poemática inventa y usa sus exigencias, sus necesidades de elaboración, sus presupuestos creativos, siendo sus resultados distintos y particularizados por las propias necesidades inmediatas de cada objeto poético. De todas formas, podemos reducir el proceso de la poética a los aspectos generales que conciernen en todo poema la emoción trascendida, que se realiza en el proceso que ocupa desde la materialización de la intencionalidad a la materialización en el lenguaje.

 

LA VOZ

Viene
del aire, de la luz, del día.
Pero no hay nada en cada sueño. Sólo
una arena, una arena allá en el fondo tiembla.

Casi una playa,
levemente una playa,
dulcemente una playa donde reposa y muere.

Ella
llega del día,
del abedul, del álamo, del chopo.
Pero no hay nadie en la esperanza,
apenas un esfuerzo, una cruz última,
un último sonido de pájaro en la niebla.
Y se derrumba allí, por sortilegio de la tarde, cesa.

Viene
de la piedra o el agua.
Y nadie siente su humedad, su enorme
dimensión. Trae cintas, hojas, hierbas, plantas
olorosas. Nadie la escucha. Llega y sucede.

Sucede entonces, cuando
se hace lenguaje el corazón y canta.

 

Si integramos mi supuesto de las poéticas globalizadoras en la hipótesis de dar como acto posible una visión general del mundo, ¿cómo entonces poder alcanzar una aprehensión fundamental de lo que existe si lo fragmentario es, casi exclusivamente, como se nos presenta todo el acontecer que sufre el hombre?

            Sin duda, la forma de ofrecérsenos la realidad es fragmentaria, discontinua y caótica, agónica y desbarajustada. La complicidad en que aplicamos la gnoseología, delicada. Organizar este caos en que se nos ofrece lo real en una síntesis que produzca la emoción junto al conocimiento, es la auténtica misión del poeta, la justificación más pura como suceso intelectual de lo poético. La organización de este caos creando una unidad poemática es lo que da fundamento al poema.

            Por otra parte, a lo más que podemos aspirar en esta organización que fundamenta el poema es a determinadas ordenaciones o comprensiones parciales en los ámbitos de la creación que desarrollen la unidad temática que construye el poema y su campo significativo. Quien me esté siguiendo se estará dando cuenta de que en lo que cuestiono, de apariencia tan sencilla, está nada más y nada menos implicado el conocimiento mismo del hombre que al cabo es la conciencia intelectual, presente y única, de todo lo existente y el objeto más importante de toda la epistemología poética.

 

CREACIÓN

Toda la cercanía: esta sorpresa
de la semántica, ese tejido de las palabras
con que se dan al mundo, reposa ahí, bajo tu mano.
¡Cómo sientes la vibración, el estremecimiento
de la fábula! ¡Y que los nombres sean, y
que los nombres hagan maternidades, limiten
vida...! Labor del signo,
no hay silencio, aun lo callado, vive,
como en la fruta así se continúa
el conocer, desde
sí mismo hasta sí mismo, todo
en la recolección que hace el lenguaje
por la yesca del cántico:
Poesía esencial,
única, viva, derramada
desde el ser a las cosas, de las cosas
al ser, convertida en pasión, oh, prometida.

 

Todo poema es en exceso impúdico por la desnudez y carga que de uno mismo, lo aceptemos o no, conlleva. Y además amoral, puesto que debe romper toda ley lógica y ética en que vanamente intenta integrarse la totalidad para ser verdadero. De aquí que surja de la ratificación de búsqueda de la esencialidad crítica del ser poético y de toda la posibilidad de verdad que quepa en la participación de la ultimidad y fundamento de la ordenación cognoscitiva de lo real.

            Pero ¿qué es la verdad, qué es la verdad poética? ¿Existe, pues, una verdad que sea fuente y origen de lo que posteriormente utilizado nos llegue al poema como justificación básica de éste? ¿Está lo ineludible necesario en la realidad intelectual, en la sentimentalidad más o menos consciente, o en el proceso objetivo del lenguaje? ¿La creación es una función lógica o una reacción sentimental? ¿Nace de la finitud o del límite? Sin tener una precisa lucidez de estos postulados, ¿cómo poder entonces alcanzar una aprehensión fundamental y emocional de lo que existe en cuanto objetualización pensada de lo creativo poético?

 

LA PALABRA

Cautiva de su trama
cómo se enseñorea
sobre el agua

del aire. Cautiva
del caudaloso ritmo
de sí misma,

cómo se señorea,
brocal de plata,
sobre la existencia.

 

Aquellas raíces fundamentadoras que más arriba hemos anticipado están en mi poesía no en espacios superiores o mundos míticos sino en la misma razón de la vida, aquí, donde el vivir se pronuncia y nos pronuncia, nos sacrifica y enriquece y nos exige la necesidad y la fatalidad de la expresión.

            En una reducción simple estos radicales serían: la tierra, la naturaleza —rural y urbana—, el lenguaje, el acontecimiento humano, la temporalidad del suceso (por el cual tomamos conciencia de lo existente como transitoriedad) y, sobre todo, la emoción prístina de ser ante la conciencia y el fenómeno en la torpe desnudez desvalida de la experiencia diaria que nos define. No obstante, mi poesía no es nunca una hermenéutica de lo real sino, resumiendo lo dicho, una posible ordenación sentimentalizadora de lo inteligente.

            Son raíces atascadas en el ámbito extensivo, calificativo y trascendente de la significación existencial, de tan difícil comprensión cuando se ahonda en su radicalidad azarosa o determinativa. No olvidemos, no podemos olvidar, que la vida es misterio, que el mundo, el universo mismo como entidad viva, móvil y regulada es un misterio absoluto indesvelable hasta hoy mismo, por lo menos. Imposible salvar de esta concepción casi mágica de la totalidad este pequeño paréntesis que es lo poético ni como oficio ni como creación ni como Arte.

 

LA TIERRA QUE MÁS AMO

Esta tierra inmortal, tierra del vino,
tierra del pan, tierra de campos sola,
otero arriba el mar, la mar, la ola
del cielo azul inmenso sobre el pino.

Otro sueño aún mayor te lleva el sino
y donde el trigo es oro es desconsola-
ción la muerte y es doncella la amapola
enamorada por el sol y el trino.

Barcos de luz y pérgolas de azada
navegan el levante de la aurora
tan silenciosamente acompañada.

Y Antonio y Juan de Yepes y Teresa
bajan de Dios y escriben en la prora
el verso blanco de la luz ilesa.

 

Verdaderamente, la poesía carece de definición, pero esto no es privativo del acontecimiento poético sino que es común al Arte y genera su particularidad. Precisamente en aquello que no se define está en el Arte su naturaleza, lo intrínsecamente distinto a la Artesanía, al resto de la obra realizada por el hombre. Su ánima es la bifurcación de su sentido, la interpretación múltiple de la emocionabilidad inconsciente pero personificada. Prefiero que quien lea un poema mío sienta la inocencia de lo inmarchitable de la creación, la emoción del temblor ante lo irrepetible, todo antes que caer en la linealidad de la definición, la catalogación o la aberrante costumbre de la incorporación al cuadro sinóptico de las clasificaciones extemporáneas.

            Una poesía rica en experiencias surgidas de la propia vida, profunda en reflexión y estructurada en sentimentalidad, no puede darse nunca con el realismo considerado como objetivación que no hace sino presentarnos una cuenta de debe y haber en un libro de contabilidades. Si así fuese, estaría condenada a la muerte como lo está todo realismo poético desde su nacimiento, pues el poema se trasciende, nos penetra y se recrea en la mente y en el corazón como recreamos y penetramos el sueño siempre inédito y próximo de nuestra amada, por ejemplo, en los más hondos ámbitos de nuestra interioridad.


Definitivamente he comprendido.
Todo el que bulle o hace ruido o grita
y gesticula y queda, unos instantes,
en la primera página de un mundo
inútil, locuaz mudez de muerte
representa. Paso fugaz, ira fugaz
es en el amplio conocer que olvida,
máscara, son, viento de una mañana.

Pero aquel que se sabe poderoso,
encauzado en el mar, llamado dentro
de una mortal entrega, de una lenta
labor, en la que vida o muerte sólo
es material de arquitectura o tránsito,
aquel que sufre y calla, acepta y toma
su herramienta, derrumba y edifica,
desnuda y viste, y multiplica el único
instante concedido, siendo humilde
penetra victorioso, pues conoce
que su ámbito es la luz y allí es su triunfo.


En nuestro tiempo apenas si tienen cabida y puesto seguro la fijación y las operaciones de la idealidad por la idea misma y, sin embargo, no hay otro camino más certero que ella misma para acercarse a la cosa en sí. Todos los aspectos mágicos de la coetaneidad que se supeditan a la humildad y a la soberbia del conocimiento han quedado perdidos, confundidos o degenerados. Ni siquiera el poema mismo, que es una condensación material del sentimiento y la reflexión, se ofrece libremente al entramado... Y no hay nada más mágico, ni intuitivo, a pesar de ser consecuente, que las ideas cuando resuelven aspectos de lo real extensivo. Ni nada más efímero en nuestro tiempo que la ideología ni más transformable.

            Con las ideas el realismo, tan opaco, tan frío, tan mimético, confraterniza con la intuición, haciéndola operativa y pasando a ser, como la idea misma, ardor vivo, emoción viva, presencia viva del corazón del hombre que la ha dotado de objetividad, después de un largo proceso de aprendizaje y experiencia en el subconsciente, de un largo proceso de hondas adquisiciones vitales, intelectuales, sensitivas, culturales...

            Dando al lenguaje la primera calidad que conlleva como relación y consolidación de lo fluyente, aceptamos, humildemente, la única claridad definitiva de nuestro verso, la sinrespuesta de lo que no tiene salida: la eternidad efímera del hombre.

 

Doliente eternidad que no tiene respuesta,
el azul infinito, miro.
Abejorros de luz, fantasmas vanos, tiempo
y tiempo de soledad reconstruida, caída
torre, lucubración inútil
del miedo. ¿Madeja es
o acaso? ¿O telar es
o es
una quimera inválida sin mano ni sentido?
Árbol de la verdad: cierra
tus ramas. Si el sol así esplendiese
no día sino puro
pensar fuera
el difluyente albor de la alegría.

Doliente eternidad, siempre
también doliente eternidad el hombre.

 

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Notas

[1] Joaquín Benito de Lucas: presentación a Reflexiones sobre mi poesía de Jesús Hilario Tundidor, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, Cuaderno de Literatura, n. 14, Madrid, 1994. La cita siguiente corresponde la misma fuente.

 

[2] J.P. Hilario Silva: De la luz y la presencia. Tetraedro en la obra poética de J.H. Tundidor, Zamora, 1990.

 

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 [Leer “Lince lleno de linces hasta el borde”: Eduardo Lizalde]

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