lunes, 16 de noviembre de 2009

La extrañeza como brújula

DGD: Textiles-Serie blanca 2, 2008
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El mundo de la cultura humana es un vasto laberinto cuyo derrotero más inmediato es, por supuesto, el extravío, pero sin duda una forma fructífera de surcarlo es llevando a la extrañeza como brújula. ¿Por qué la extrañeza? El yo es demasiado poderoso y absorbente; creemos tener una experiencia del otro, de lo otro, pero esa experiencia está altamente contaminada por el uno, es decir, por el cristal a través del cual miramos el mundo. Algunos individuos poseen la extrañeza en la misma medida en que el común de sus semejantes poseen (o, mejor dicho, son poseídos por) lo que ellos mismos llaman “normalidad”. Así, esos privilegiados individuos consiguen asomos a aquello que está fuera del rango posible de las experiencias permitidas a quien vive en la normalidad.
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Por ejemplo: ¿bajo qué otro rubro que extrañeza podrá acogerse mejor aquella metáfora que incluyó el uruguayo Julio Herrera y Reissig en el primer poema que publicó —a los 23 años de edad—, llamado “Miraje” (1898)? La décima estrofa, que habla de los insectos, dice:

Son cual luceros que desprendidos
de gasas de oro de mil corolas,
semejan besos entretejidos
en alas negras que tienen nidos
entre esmeraldas que forman olas!
Más que una metáfora es una alucinante amalgama de ellas, una dentro de otra como muñecas rusas. Resulta siempre peligroso hablar de “etapas”, y más en la obra de un poeta, pero en este caso cómo evitar la idea de que “Miraje” —de perfecto título— inicia la obra publicada y se sitúa por tanto antes del hermetismo, de las crisis y las amarguras; antes de que Herrera incurriera en los “sonetos psicológicos”; antes de la misantropía de la Torre de los Panoramas, en donde los elitistas invitados fumaban opio y practicaban el espiritismo.
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En cierta forma es un poema escrito en el paraíso, mucho antes de la expulsión y de la búsqueda de paraísos artificiales. Según Darío, Herrera le dijo: “No soy un vicioso. Cuando tengo que escribir algún poema en el que necesito volcar todo mi ser, todo mi espíritu, toda mi alma, fumo opio, bebo éter y me doy inyecciones de morfina. Pero eso lo hago cuando tengo que trabajar. Los paraísos artificiales son para mí un oasis”.
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Algún crítico escribió de él: “Poeta uruguayo iniciado en un tardío romanticismo, con obras juveniles de escasa significación, y que a la vuelta del siglo empieza a evolucionar hacia las propuestas simbolistas y parnasianas”. Esta ficha sintética (la cultura humana consiste en una miríada de fichas sintéticas) sólo resulta útil para darse cuenta de que “Miraje” es un poema escrito antes de que el poeta se convirtiera en Julio Herrera y Reissig (es decir, en una entrada de enciclopedia); un texto que se ubica en un punto en que todo está por delante, perfectamente indiferente a su “tardío romanticismo” y, sobre todo, a su “escasa significación”.
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Feliz la “escasa significación” de un joven poeta que apenas ha vivido y leído y cuya ansia —esa hambre del lenguaje, esa “locura verbal” que le atribuyó Neruda— lo lleva a enlazar, con el fino hilo del delirio lúcido, a luceros, gasas, oro, corolas, besos, alas, nidos, esmeraldas y olas, todo en cinco versos cuyas ligas son todo menos lógicas.
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De los poetas “raros” como Herrera (“raros” en el sentido que dio Darío a esta palabra), la crítica, acostumbrada a tratar de un solo modo a la extrañeza, afirma que su genio es puramente verbal, que pueden cantar al mar sin haberlo visto y que, de hecho, haberlo visto antes de cantarlo habría entorpecido el canto. El fin último de esta crítica es obligarnos a aceptar que el poeta “raro” no contempla el mundo sino el lenguaje, y si debemos aceptar esto es para que esa obra permanezca encerrada en el ámbito de la filología y ya nunca pueda salir hacia otros ámbitos en los que la crítica se siente menos cómoda (la metafísica, por ejemplo).
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Otra forma de entorpecer el canto es el vano intento de “analizarlo”; sin embargo, no por análisis sino por deslumbramiento puro el lector puede hacer el intento de imaginar la forma en que los insectos son, primero, “cual luceros”; luego, que se desprenden de “gasas de oro de mil corolas”; a continuación, que no sólo “semejan besos” sino que éstos se entretejen en “alas negras”, que a su vez “tienen nidos entre esmeraldas”, que por su parte “forman olas”. Si una mirada así contiene una “escasa significación”, habrá que celebrarla con múltiple entusiasmo porque posee todo lo demás en abundancia: una abundancia paradisíaca. Esa estrofa es uno de esos portentosos hallazgos que surgen “al principio del camino” y que luego el poeta se pasa la vida y la obra enteras tratando de recuperarlos.
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A fuerza de saturación, de imponer un nuevo hallazgo antes de que el anterior pueda ser asimilado, el poeta termina menos hablando que creando: hay en él menos lenguaje que conjuro, es decir, pasaje. Esos insectos son luceros, gasas, corolas, besos, alas, nidos, esmeraldas, olas..., más el poeta que mira y el lector que se extraña y embriaga hasta que sus ojos son insectos que son luceros... Una verdadera bacanal de palabras y de imágenes que ya no está sólo compuesta por palabras y por imágenes. Un incendio transmitido de ojo a ojo. Un devastador asomo de una más profunda realidad. Las entrevisiones de este tipo se engarzan y terminan por conformar un hilo de Ariadna que es en sí un íntimo laberinto y a la vez una guía, de centro en centro, de milagro en milagro.
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Daniel:
Otro "raro", otro "inclasificable".
Martha

Daniel González Dueñas dijo...

Sí, querida Martha, y a medida que uno avanza en este territorio y descubre estos testimonios de la extrañeza más pura y más subversiva, no queda otro remedio que decir "otro", esto es, reunir en una sola categoría a estos seres sui generis, aunque cada uno sea un reino (un laberinto) en sí mismo. Mira si no el poema completo que a continuación incluyo. Un abrazo.

Daniel González Dueñas dijo...

Miraje (1898)
Julio Herrera y Reissig

Muere la tarde... Copos de llamas
forman las nubes puestas en coro...
Velos carmíneos, vivas soflamas
sangre del cielo: —¡mil oriflamas,
cráteres rojos que vierten oro!

Muere la tarde... ¡qué poesía
ostenta el cielo, lleno de galas!
La luz, imagen de la alegría,
tiene esplendores en su agonía,
y, ave que muere, tiende sus alas!

El sol se ha puesto... Dalia dorada
que se ha dormido sobre topacios...
Seno gigante de ninfa alada,
flor de los cielos nunca agostada,
ígnea pupila de los espacios!

Nacen las sombras de ignotos nidos,
y cual blandones de inmensa fosa
brillan los astros estremecidos,
y son diamantes allí prendidos
a los cabellos de alguna diosa!

Blancos cendales de tenue bruma
ciñen del monte los verdes flancos,
y son suspiros de casta espuma,
nube perlada que el aire ahuma,
vapor nacido de besos blancos!

Tiemblan los lirios, como si heridos
buscasen vendas entre las hojas;
¡niños que sueñan medio dormidos,
besos que ríen estremecidos
en los contornos de bocas rojas!

Harpa de llanto, fiera aulladora,
semeja el bosque que se lamenta...
Lira de trueno, boca que llora,
ola gigante, murmuradora,
que expulsa un himno cuando revienta!

Ya todo duerme, ¡y es la cuchilla
el seno hinchado de la natura,
lecho ofrecido por la gramilla
al cardo agreste y a la flechilla
que van subiendo de la llanura!

Y esos insectos, esos chispeos
que van surgiendo de los juncales,
son cual fantáseos chisporroteos
de los ensueños, de los deseos
de mil perfumes primaverales!

Son cual luceros que desprendidos
de gasas de oro de mil corolas,
semejan besos entretejidos
en alas negras que tienen nidos
entre esmeraldas que forman olas!

Una serpiente de nácar bello
parece el río que el astro argenta,
brazo de espuma que es un destello
de albino cisne, lústrico cuello
que entre las frondas regio se ostenta!

Y el cerro escueto que se levanta
como atalaya que al llano asombra,
cíclope negro de regia planta
con su pupila que se agiganta
cuando batalla contra la sombra!

Que es el gigante faro, en la cima,
cuando a intervalos su luz difunde,
buque incendiado que se aproxima...
Mas una oleada le salta encima
y en boca negra rápido lo hunde!

Surge la luna como de un nido
de auroras blancas como alabastro,
como la Venus de un mar dormido,
como un ensueño de amor florido
que tiene un ala prendida a un astro!

Y en la espesura nace un paisaje
todo estrellado de nieve alada
que mueve el viento sobre el ramaje
como las blondas de un albo traje
que en sus jardines luciera un Hada!

Muestra a la sombra de los barrancos
el espinillo su aguda zarpa;
y de la loma sobre los flancos
llora el arroyo de rizos blancos,
cual plañidera tocando un harpa.

Las altas copas se balancean
como columpios de alegres nidos,
parecen naves que el aire ondean,
pájaros verdes que se recrean
sobre los pastos humedecidos.

Y el avispero, bebiendo aroma
—pues las corolas le dan su aliento—
es algo blanco que allí se asoma,
como el alaje de una paloma
que escucha inmóvil gemir el viento.

Las brisas silban una sonata,
llegan los ecos de alada orquesta,
y cual bandera sutil de plata
flota una nube que se desata
cruzando un cielo que está de fiesta.

Todo nos habla con la ternura
de una mejilla que se arrebola...
Todo nos mira con la dulzura
de una esperanza que se abre pura,
como los labios de una amapola.

Alas que danzan—notas de ensueños,
vagos acordes—risas ufanas,
fluyen del aire... Semejan sueños
de esos amores que son risueños
como los nidos en las mañanas!