domingo, 5 de febrero de 2012

Tomás Segovia: una antología temática (IX. Deseo y apropiación)


DGD: Textil 132 (clonografía), 2011

[De El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, de Tomás Segovia; anotaciones de enero 2 a 4 de 1984 (título de DGD).]

Un texto de Tomás Segovia


Precisiones: “Eros” se toma en un sentido muy amplio: no sólo el deseo sexual o erótico, ni sólo el amor en el sentido habitual; también toda clase de simpatías, atracciones, admiraciones, gregarismos, afinidades: todo el goce originado en el otro o los otros, de cualquier clase que sea. Sin olvidar además que cada uno de estos valores positivos se corresponde con un valor negativo.

Por otra parte, lo apropiable (o el “deseo de apropiación”) no se refiere únicamente a lo que en nuestra civilización se entiende por propiedad (necesariamente privada; es absolutamente ilusorio que exista una propiedad colectiva). Se refiere a todo aquello que, si es consumido por uno, no puede a la vez ser consumido por otro. Si el gobierno ofrece un concierto gratuito, llamo “apropiable” en este sentido a la butaca que ocupo en la sala de conciertos, porque no puede ocuparla simultáneamente otro individuo. Es decir que si no la consumo literalmente (en el sentido de que al usufructuarla la destruyo), por lo menos dispongo de ella, que, momentáneamente, para otro posible ocupante, es lo mismo que si la destruyera. La ocupación de la butaca es condición para poder recibir la belleza del concierto (toda belleza, por supuesto, es material); pero no es lo mismo que esa belleza; porque una vez cumplida la condición de ocupar una butaca, mi absorción de esa belleza no sólo no excluye su absorción por mi vecino sino que incluso puede intensificarla. (Eso es lo que jamás han entendido nuestros doctrinarios.) La belleza por eso no es apropiable: no es económica. La ceguera fundamental de esta época (ideológica, naturalmente) es creer en el fondo que “material” y “valioso” se excluyen —y que lo “material” explica, absorbe y disuelve lo valioso. Que el valor oculta la materia, y que por lo tanto, una vez desenmascarado, muestra o materia o falsedad. Eso es justamente, por mucho que les sorprenda, una visión idealista del valor. Todo valor es material —es una carga de la realidad material. Hay también una realidad inmaterial (la de la matemática por ejemplo.) Ésa justamente no tiene carga valorativa. Pero lo material no es materia. La materia sólo existe justamente en el universo segundo de la objetivación —universo que se construye idealmente por reducción de lo valioso en lo material.

No es que el deseo enturbie la visión (¿es Sófocles quien dice eso?) —como si hubiera primero una visión y luego un deseo que la enturbia. La visión es deseo —y después se puede construir una visión-sin-deseo reduciendo su carga interesante (es decir, se puede hasta cierto punto, porque eso es necesariamente represión y es sabido que lo reprimido siempre retorna). Llamar a esa visión segunda visión clara es lícito en algún sentido, pero no en el que suele dársele.

Así es como hay que explicar ciertos traslapes.


Por ejemplo: traslape del deseo de apropiación en el deseo de amor —que es deseo de ser deseado. El deseo del otro no es apropiable porque nunca es verdad que pueda uno disponer de él.

El deseo es la libertad irreductible que habita al individuo: nadie puede disponer de esa libertad, ni siquiera él mismo.

El hombre ha llamado desde siempre deseo justamente a eso: el lugar donde soy libre incluso más allá de mi albedrío. Si no es libre no es deseo, es cuando mucho instinto. Si no está más allá del albedrío tampoco es deseo: es voluntad.

(Instinto: autonomía máxima en ausencia de toda libertad, o sea automatismo.)

El deseo es para la inteligencia lo más difícil y peligroso de pensar. Toda su astucia es poca para esa tarea.

El deseo se funda en el valor puro e incondicionado. Es sentido constituyente, y como todo sentido constituyente aparece como sinsentido para el sentido constituido. El deseo de que habla el psicoanálisis es deseo constituido.

Lo constituido supone siempre lo constituyente y nunca lo usurpa totalmente, es decir nunca lo constituye totalmente —si es que sigue teniendo sentido.

Sentido es excedente de sentido constituyente.

Posibilidad interminable de volver a la fuente, de recuperar el contenido. Por eso la interpretación es infinita.

El psicoanálisis se debate entre un deseo constituido, analizable, determinado, pero sin sentido, y un deseo con sentido pero inanalizable, inabarcable: inconstituible.

Por ejemplo: el psicoanálisis no puede hablar en ninguna medida de la preferencia, del gusto, de la belleza, del atractivo. Freud dice que el afecto es inabordable. Es pura arbitrariedad para el deseo constituido. Si yo veo una mujer atractiva, el psicoanálisis tiene que volver eso del revés y decir que no es que ella sea atractiva, sino que yo soy “atractible”. Porque es en ese atractivo donde el deseo inconstituible se manifiesta en medio del deseo constituido.


Lo más generalmente deseable es el Espíritu. O sea: lo más generalmente deseable para el humano es ser humano: ser que habla y entiende. (Y también, circularmente, ser que valora.)

De acuerdo en que ese valor es tan general que en ciertos niveles no es pertinente. Pero funda lo que en esos niveles es pertinente.

Todo lo que el hombre hace, incluso conocer “desinteresadamente”, presupone que el hombre valora. Y todo lo que se valora presupone que hablar, entender y valorar son valiosos: interesan.

Lo más generalmente valioso se confunde con el sentido mismo. “Hay sentido” equivale a: La vida es un campo de valores, la vida es interesante.

De eso no hay conocimiento objetivo. Conocimiento objetivo es desvalorización (la “decoloración del mundo” de Bachelard). La desvalorización no puede conocer el valor.

El valor del Espíritu (el interés de la historia del hombre, de sus lenguajes y su entendimiento) es un comienzo absoluto. No proviene de nada: todo lo demás proviene de eso. Es irrebasable.

Es estúpido pensar que el valor del Espíritu es instrumental (o enmascarador): que valoramos el lenguaje y el entendimiento porque son instrumentos para adquirir la riqueza y el poder. La riqueza es obviamente instrumental (aunque sea como instrumento para conseguir el poder).

El poder es otra cosa; pero el poder como tal, que no es ni la riqueza ni el placer, que pueden o no ir asociados con él, el puro poder sobre los hombres y sus decisiones, no tendría para un hombre ningún valor si los hombres y su historia no fueran valiosos. No se puede simultáneamente desear el poder y desear la desaparición del hombre como tal (ser histórico y entendiente). En cambio se puede desear esa humanidad del hombre deseando simultáneamente la desaparición del poder.

(“No se puede” significa aquí: no puede mi deseo; tal vez pueda mi albedrío, tal vez incluso ese albedrío llegue a imponerse; pero entonces el deseo aullaría. O sea: hay efectivamente actitudes esquizofrénicas; no explican nada; tienen que ser explicadas.)

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[Termina aquí el adelanto-novenario de esta antología temática de El tiempo en los brazos de Tomás Segovia.]

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