martes, 15 de julio de 2014

Notas dispersas a La cura de luz, IV


DGD: Textiles-Serie negra 5 (clonografía), 2008

La orden genésica Fiat Lux (“Hágase la luz”) es una mala traducción del lenguaje divino. Se trata de una traducción sucesivista que convierte a una creación plural y simultánea en un acto único e irrepetible. Menos equívocos habría habido si en el canon se hubiera registrado la orden como Fieri Lux. No “Hágase” sino “Dé en hacerse”.
          La luz hecha sólo puede contemplarse desde fuera, lo mismo que sucede con la frase hecha y el hombre hecho. En cambio, de la luz por hacerse (o mejor, en hacerse), sólo podrían desprenderse una frase que nunca puede terminar de pronunciarse y un hombre haciéndose sin fin.
          La luz no significa nada si se mira desde fuera; el hombre carece de sentido si se concibe como mero espectador de un universo ajeno, incomprensible, indiferente y amenazador. La luz y el hombre no han sido “hechos” sino dados en hacerse: fueron hechos para darse y fueron dados para hacerse desde dentro.

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En la noche 284 de Las mil y una noches, Ibrahim ben-Sayar pregunta: “¿Qué cinco cosas creó el Altísimo antes que a Adán?”. La respuesta es: “¡El agua, la tierra, la luz, las tinieblas y el fuego!”.
          He aquí un giro inquietante, puesto que casi todos los libros sagrados coinciden en que “En el principio era la oscuridad”. Queda el recurso de considerar, por un lado, a la oscuridad primigenia, y por otro a las tinieblas creadas junto con la luz, del mismo modo en que podría concebirse a esa oscuridad “primera” (u originaria) como un eufemismo del vacío o la nada; las tinieblas ya serían “algo”, del mismo modo en que lo es la materia oscura.
          Porque la orden genésica no fue “Hágase la oscuridad”. En la fórmula sagrada “En el principio era la oscuridad”, las tres primeras palabras son retóricas (equivalen al imposible “antes del origen”, es decir, “antes de que fuera posible decir antes”). “En el principio” es una fórmula humana: la oscuridad era. No estaba “hecha”: era. Y era absoluta. No puede, por tanto, llamársele originaria; después de esa oscuridad vendrían las tinieblas, que apenas se le asemejan, sobre todo porque ellas sí pueden ser reconocidas como originarias.

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Puesto experimentalmente en términos sucesivos: había vacío y de pronto hubo oscuridad; ésta es el principio porque, si se hace caso a la dialéctica, lo oscuro implica a lo luminoso, del mismo modo en que lo alto implica a lo bajo o lo caliente a lo frío. En otras palabras: oscuridad es sinónimo de ausencia de luz.
          La oscuridad era el principio y, podría decirse, también el final. Pero aún si fuera así, se trataría de dos oscuridades diferentes. Una, la del principio, es aquella que ignora que es ausencia de luz: no la conoce, sólo la implica. Ignora que está enferma. La oscuridad del final, en cambio, es la que ha conocido a la luz y su viaje portentoso. Es una oscuridad curada.

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La oscuridad no es sólo el principio: es también el Creador. El primer acto de la cura de luz fue crear a la divinidad capaz de pronunciar el sagrado Fiat lux.

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Acaso el Fiat lux es “Hágase la cura”, y otro modo de decirlo sería “Hágase la conciencia”. Y otro modo de decirlo es “Sea Yo consciente”. Y otro modo de decirlo es “Sea Yo”.

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