domingo, 26 de noviembre de 2017

El misterio de los actores y de la actuación (III)

DGD: Morfograma 3, 2017.


Recuento

En un programa especial de la serie Inside the Actors Studio, James Lipton hace un recuento tanto del método de esta escuela como de la serie misma. Lipton comienza explicando que en esencia hay dos corrientes en el sistema de Stanislavsky, ambas aún existentes y paralelas, que con frecuencia se cruzan y alcanzan el mismo resultado. Una de estas corrientes es la de Lee Strasberg, educado por Stanislavsky cuando éste fue a Nueva York en los años veinte. En los años siguientes el grupo de Strasberg, a partir de las enseñanzas de Stanislavsky, cambió el medio en Estados Unidos: transformó los modos en que los actores actuaban, los escritores escribían y los directores dirigían, y se volvió la fuerza dominante en teatro y cine.
          Esta poderosa corriente, que llegó a ser conocida sintéticamente como “el Método”, descansaba en una noción fundamental, la “memoria emocional” (también conocida como “memoria de los sentidos”, sens memory). Lipton explica este concepto:

La memoria emocional es lo que enseñó Stanislavsky cuando se quedó aquí después del Teatro de Arte de Moscú, y Strasberg y otros fueron muy influidos por eso. Es lo que mucha gente piensa que es el Método de Stanislavsky. Consiste en que el actor recuerda sus propias experiencias, que son parecidas o a veces idénticas a las del personaje, y las saca desde el centro mismo de su ser. No es realmente lo que la gente piensa que es; es más complejo y más interesante de lo que he descrito porque no sólo se trata de borrarse del mundo y recordar cuando el perro murió y abrir los ojos con lágrimas en ellos. Es mucho más interesante y complicado que eso, e implica recordar sucesos de nuestra vida que evocan emociones similares a las del personaje, y entonces uno las revisa, no en el sentido en que el público puede creer que esto se realiza, sino en el de recordar qué hora del día era, noche o día; si era dentro o fuera; si fue dentro, recordar la habitación: ¿era cálida, fría, podemos ver el papel tapiz en las paredes o el color de la pintura?, etcétera. Se trata de refinar y definir; recordar con el mayor detalle la experiencia, no necesariamente en voz alta sino en nuestro propio recuerdo. Usualmente se hace bajo la guía de un director, y lo que sucede es que cuando alcanzas un cierto nivel en ese ejercicio de memoria afectiva o emocional, empiezas a revivirla tan vívidamente, que cualquier emoción que tuvieras en aquel momento regresa avasalladoramente.

          Una discípula de Strasberg, Stella Adler, que había estudiado escrupulosamente el método stanislavskiano y sobre todo la “memoria emocional”, comenzó a volverse en contra de esta técnica, argumentando que a ella la “sacaba” del personaje y de los sucesos de la propia obra; la sentía como un impedimento. Esta oposición daría origen a la segunda corriente, la adleriana, que en rigor no es más que una revisión de la primera. Hacia 1934 Adler fue a París, en donde Stanislavsky se encontraba durante el verano y lo buscó para confrontarlo. Lipton recuenta:

Stella le dijo que su sistema la estaba volviendo loca. Stanislavsky oyó sus quejas y aceptó enseñarle, me parece que por unas seis semanas: la entrenó en un papel [role] y ella regresó a Nueva York con su grupo de colegas. Ellos la estaban esperando y le preguntaron: “¿Qué tenía que decir el maestro?”, y ella respondió: “Él ha abandonado la memoria emocional”. [...]

  Stella sentía a la memoria emocional como un impedimento. Mucha gente no estará de acuerdo con ella: aún hay muchos actores que la usan; en la memoria emocional estaba casi todo el énfasis de Strasberg en el Actors Studio. Pero Stanislavsky dijo a Stella: “Yo ya no la uso. En cambio, lo que me interesa es lo que el personaje quiere en cualquier momento dado y en cualquier circunstancia. Debes enraizarte en la obra, no apartarte de ella. No te separes de tu compañero o compañeros en la escena, no vayas tan dentro de ti misma que dejes de existir para tu compañero, y para el personaje, y para la obra”.

  Eso le dijo Stanislavsky y Stella lo repetía: “Debes estar tan inmerso en las circunstancias de la obra, que puedes decir, en cualquier momento, lo que el personaje quiere. Y cuando tratas de lograr lo que ese personaje quiere, las emociones surgirán”. Del mismo modo en que surgen si, por ejemplo, yo trato de convencerte de que jamás debes hablar a una determinada persona. Esa es mi acción, tratar de persuadirte, y si requiere una acción más poderosa, la persuasión será completa.

          Brota aquí la palabra clave: persuasión. Con objeto de persuadir al espectador de que el personaje es real, el actor debe persuadirse primero a sí mismo; sin embargo, el panorama es mucho más complejo, puesto que con gran frecuencia lo que hacen los actores es persuadirse unos a otros, de la misma manera en que lo hacen entre sí los personajes a los que aquéllos representan. Las persuasiones son concéntricas, y de ahí que se diga que no otra cosa es la vida social sino un inmenso campo de persuasiones: de padres a hijos, de maestros a discípulos, de un grupo a otro, de los media a la sociedad civil, de los individuos a sí mismos.
          Aquí Lipton recuerda la intervención, en uno de los episodios de la serie, del director Mark Rydell, que comentó: “Uno puede darse cuenta de cuándo un actor está realmente haciendo algo, o bien de cuándo imita hacer algo. Y si realmente lo hace, todo lo demás viene con eso, y todo lo que uno tiene que hacer para probarlo es poner a alguien en un clóset y cerrar la puerta con llave y pedirle que salga. Si realmente trata de salir, en un minuto estará saturado de emociones, debido a su hacer y a la imposibilidad de lograr su objetivo”. [III-1, 1997; este episodio en el que aparece Rydell no fue transmitido en su momento; algunos fragmentos fueron luego incorporados al episodio antológico número 100.]
          El ejercicio propuesto no implica, desde luego, encerrar a un alumno en un clóset verdadero: basta que se imagine en esa situación a mitad de un escenario vacío y que la viva. Lipton añade: “No vas a recordar una emoción que sentiste en una situación parecida; todo lo que vas a pensar es en salir del maldito clóset”. Y continúa con su recuento:

Ese era el énfasis de Stella. No digo que uno u otro lado sea el correcto; de hecho, creo que la mejor técnica reúne a ambas corrientes, porque hay momentos en que uno tiene problemas para acceder a las emociones profundas y conflictivas de uno mismo y un ejercicio de memoria afectiva puede soltarlas y tener un magnífico efecto.

  En todo caso, creo que Stella enfatizaba el saber lo que quieres. En nuestro programa, Alan Alda decía que debería haber un letrero en la entrada a todo escenario, dedicado a los actores: “¿Qué es lo que quieres?”. Claro que es más complicado que eso: se divide en bits, en las decisiones de cada momento acerca de lo que quiere el personaje, y asimismo en una acción general [overall action], el superobjetivo [super objective], que te lleva a lo largo de toda la obra, etcétera, pero hablando en general, eso es lo que Stella enseñaba. Hay ejercicios que enseñan a hacerlo. No es fácil. Suena más simple de lo que es.

  Por décadas han estado de un lado Strasberg y sus discípulos, que enfatizan la memoria emocional, pero no exclusivamente, y del otro Stella Adler, Harold Clemen, Robert Lewis, Sanford Meisner, que fueron grandes exponentes del último trabajo en la vida de Stanislavsky: la acción, el objetivo, el superobjetivo (la acción general) y la devoción a ciertas circunstancias. Ambos lados enfatizan la concentración: debes concentrarte de una forma en la que la gente normal no lo hace.

          La “memoria emocional”, como técnica exclusiva, podría ser no sólo contraproducente sino devastadora; el “superobjetivo”, más exterior, menos comprometido, podría fomentar actores igualmente superficiales si fuera la única técnica a desarrollar. Aquí es donde comienza el misterio: el ser humano es deseo pero no sabe realmente lo que quiere; por eso se concentra en los mil y un requerimientos de lo cotidiano, que le parecen “objetivos” e inmediatos, y rehúye la suma, el gran Deseo (en este contexto podría llamarse “superdeseo”), que le resulta “subjetivo” y lejano. Lo mismo hace el actor, pero ya no como una vaga postura existencial sino como técnica: puesto que no sabe realmente lo que su personaje quiere en última instancia (sólo intuye lo subjetivo y lejano), se concentra en los pequeños requerimientos operativos (puede manejar lo objetivo e inmediato). Ese intuir vagamente lo esencial a partir de lo superficial operativo, lo hermana, de entrada, con cada uno de los espectadores.
          Lipton cierra la exposición subrayando la diferencia en los sentidos del verdadero actor a través de una especie de iniciación:

Yo fui el deán fundador de la Actors Studio Drama School en la Pace University y lo fui por diez años; ya no lo soy, pero cuando llegan los estudiantes, les doy una conferencia y les digo: “Con el trabajo que van a hacer aquí, con estos ejercicios de memoria emocional que también se llaman memoria de los sentidos, porque son la memoria de esos cinco sentidos a los que ustedes van a hacer extremadamente sensibles, están a punto de separarse del resto del mundo. Va a llegar un punto en su educación en nuestra escuela (en cualquier buena escuela) en que alcancen lo que se llama rompimiento [breakthrough], y es como el cruce del Rubicón: ya nunca podrán regresar. Porque ahora sienten más que la gente normal: ven, oyen, huelen, tocan, saborean más que otra gente. ¿Y respecto a qué serás sensible? Al momento, a tu compañero de escena, a tu acción, a la acción de tu compañero que afectará a la tuya, a la obra, de una manera en que otra gente no está sensible”. [...]

  A lo largo de la serie hemos tenido 250 invitados en dieciséis años, y suelo preguntarles qué es la cosa más importante que dirían a un actor, y casi siempre responden: “escuchar”. Pero es de esa clase particular de escuchar de la que un actor se vuelve capaz con el tiempo, porque no sucede en un día. Cuando Paul Newman fue nuestro primer invitado, alguien le pidió “Dame una palabra”, y él respondió: “Persistencia”.



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