martes, 5 de febrero de 2019

El misterio de los actores y de la actuación (XLVI)

DGD: Morfograma 46, 2019.



Un pase a la parte posterior del escenario

Robert De Niro, sin duda una presencia en el sentido del star system hollywoodense, defiende su propia postura (que coincide ampliamente con lo que sostiene Anthony Hopkins): “Escuchar es esencial. A veces los actores sienten que no están haciendo lo suficiente. Hay actores que no pueden confiar en sí mismos si no hacen más de lo que están haciendo. No hay nada más que hacer que no hacer nada. Tal como uno lo hace en la vida: uno se sienta y escucha, o responde, o lo que sea” (V-8, 31-1-1999).
          Resulta curioso que, en la abismal ambigüedad que rodea a cualquier definición de la experiencia del actor, hay elementos que coinciden en ciertas áreas. Por ejemplo, si Hopkins señala que el actor debe hacer menos, De Niro no titubea en afirmar que debe hacer nada (en todo caso, nada más que reaccionar ante estímulos dados).
          Alfred Hitchcock relaciona el no hacer nada del actor con una de esas puestas en escena de las que es maestro, en las que la técnica engloba a todos los rubros de una película y no sólo a la actuación de los protagonistas:

Cuando se construye una película de esta manera, no es necesario recurrir a actores virtuosos que alcancen efectos y momentos de alta tensión por sus propios medios o que actúen directamente sobre el público por el poder de sus dones y de su personalidad. En mi opinión, en una película el actor debe ser mucho más flexible y en realidad no debe hacer absolutamente nada. Debe tener una actitud tranquila y natural —lo que, por otra parte, no es tan fácil como parece— y debe aceptar ser utilizado y completamente integrado a la película por el director y la cámara. Debe dejar a la cámara el cuidado de encontrar los mejores acentos y los mejores puntos culminantes. [François Truffaut: Le Cinéma selon Hitchcock, Robert Laffont, París, 1966.]

Hitchcock entiende el “hacer nada” como “tener una actitud tranquila y natural”, y agrega, como para desagraviar al actor: “lo que, por otra parte, no es tan fácil como parece”.
          Evidentemente hay aquí una complejidad de niveles superpuestos. Acaso no se trata de dos definiciones posibles para un fenómeno, sino de dos fenómenos que coexisten: no todas las puestas en escena son como las que Hitchcock describe y encarna, en las que el personaje está compuesto por todos los rubros del discurso fílmico cuidadosamente engarzados (es en este tipo de película que el hacer nada se vuelve muy arduo para el actor, puesto que a través de su técnica interpretativa debe asimilar y vehicular el impulso artístico de la dirección de arte, la fotografía, el sonido, el guión, etcétera). En conversación con Hitchcock, François Truffaut lo ejemplifica a través del desempeño de James Steward en dos películas hitchcockianas, La ventana indiscreta y Vértigo. “En estas dos películas”, comenta Truffaut, “James Stewart no tiene que expresar nada; simplemente usted le pide que lance tres o cuatro miradas y luego nos muestra lo que él ve. Esto es todo...”.
          En el otro extremo de la escala, la mayoría de las puestas en escena son elementales (la fotografía se limita a mostrar, la dirección de arte a envolver, el guión a “guiar la acción”, etcétera); en estos casos, el actor renuncia a interpretar al personaje y su trabajo suele limitarse a imponerlo a los espectadores. Así pues, habría para el actor dos formas opuestas de hacer nada.


Creer no es una cosa simple

Otro actor de esta línea de pensamiento, Harrison Ford, declara: “Todo ayuda pero ayuda si te dices que estás ahí para ayudar a contar la historia; eso simplifica espectacularmente las cosas. El actor está en el ramo de servicios [a la comunidad]” (VI-12, 20-8-2000). Y agrega: “Hay una cierta disciplina en creer. Creer no es una cosa simple. El vestuario ayuda, la otra gente y el set ayudan, ayuda escuchar y estar realmente disponible, ayuda despojarte de toda ambición y expectativa; todo eso te deja con algo real”. Así pues, bien podría concluirse que la presencia carismática (el actor que se facilita las cosas, el que confía en su instinto, el que se representa a sí mismo mejor que cualquier otro) comienza por despojarse de toda ambición y expectativa. El propio Ford explica los términos digamos altruistas de este despojo:

Soy una persona privada en mi vida privada; en mi vida profesional espero dar a mi público un acceso completo y total: todos tienen un pase a la parte posterior del escenario [back stage pass]. Uno debe estar dispuesto a vivir ante la gente, dejarlos ver lo bueno, lo malo, lo horrible, lo débil, lo fuerte, lo conflictivo, lo terrible... Una de las cosas de la actuación que me da la mayor satisfacción es la oportunidad para ese ejercicio emocional, esa inmersión al punto que produce una verdadera emoción. No es acerca de ti de nuevo; es acerca de la continuidad entre tú y el resto de tu raza, es acerca de ser humano, y es acerca de compartir esa humanidad y conocer a esa humanidad. Ser capaz de hacer eso está entre los mejores momentos de mi vida. La verdadera ambición es darte a ti mismo a ese momento.

Cate Blanchett menciona otro conjuro al ego cuando subraya la importancia que para ella guarda el trabajo de grupo: “Para mí lo mejor es que uno tiene como actor una serie de técnicas a su disposición para resolver los problemas. No soy una actriz que sabe lo que tiene que hacer, lo que los demás deben darle, las circunstancias que necesita para que todo funcione. Cada proyecto, cada grupo de actores dicta el modo en que una actúa, y eso es lo que amo en el trabajo grupal, el modo en que los integrantes de ese grupo aprenden a trabajar juntos” (X-4, 14-12-2003).
          Si cada actor elige una técnica específica para resolver los problemas, el trabajo de grupo parece impracticable (técnicas disímiles difícilmente conciliables ni en fuerza, ni en ritmo, ni en tono), a menos que el grupo mismo (guiado pero no resuelto por el esfuerzo del director) practique una suma provisional de todas las técnicas individuales y las armonice para construir una técnica colectiva que sólo funciona (cuando funciona) una sola vez.




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