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jueves, 5 de septiembre de 2019
El misterio de los cien monos (XVI)
Lo que está en el aire
La poesía unida a la realidad es la historia.
Pero, no es preciso decirlo así, no debiera serlo porque la realidad es poesía
al mismo tiempo y al mismo tiempo, historia. El pensamiento, el riguroso
pensamiento filosófico tradicional separó a ambas y casi las anuló,
reservándose para sí la realidad íntegra, para sustituirla en seguida por otra
realidad, segura, ideal, estable y hecha a la medida del intelecto humano.
María Zambrano
La
curvatura de alma original
El propio Rupert Sheldrake reconoce que los
múltiples y muy diversos fenómenos englobados por su teoría han sido notados
por numerosas personas en muy distintas especialidades a lo largo de las
décadas, tanto así que se ha llegado a formar un lugar común: “lo que está en
el aire”. Buen ejemplo es el caso de Newton y Leibniz, quienes a partir de 1675
pasaron años discutiendo cuál de los dos había creado el cálculo diferencial.
Los inventores, los diseñadores de modas, los guionistas cinematográficos
conocen bien el fenómeno. Sheldrake ha declarado que debe la idea de resonancia
a Matière et mémoire (1896) de Henri Bergson; con toda probabilidad, en
ese volumen el biólogo leyó con especial interés este párrafo:
¿Qué somos nosotros, qué es nuestro carácter sino la
condensación de la historia que hemos vivido desde nuestro nacimiento, antes de
nuestro nacimiento incluso, dado que llevamos con nosotros disposiciones
prenatales? Sin duda no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro
pasado; pero es con nuestro pasado todo entero, incluida nuestra curvatura de
alma original, como deseamos, queremos, actuamos...[1]
Sumergido a medias en lo cotidiano, el hombre
piensa con una parte de su pasado pero desea y actúa inmerso en la totalidad de
su ayer. Para Sheldrake, no sólo los campos morfogenéticos poseen una memoria,
sino que el incesante diálogo de todas estas memorias —es decir, la resonancia mórfica— podría jugar una
parte en el zeitgeist (“el espíritu de los tiempos”), en el sentido de
aquello que “está en el aire” y es recogido por mentalidades análogas
independientemente de la distancia que las separa, o incluso pese al hecho de
que los individuos quieran mantener sus descubrimientos en el más riguroso secreto.
La resonancia mórfica explicaría también cómo se “filtran” secretos militares o
de Estado a los territorios más fértiles al inconsciente, como el chiste, el
rumor, el folletín, las series de televisión o la Internet.
Sheldrake
se mantiene cauto ante las posibles ramificaciones de su teoría, sobre todo
ante la más subversiva de ellas: decir “el universo no tiene leyes sino
hábitos” es igual que exclamar “no hay leyes”. Por tanto, la ley darwinista de
la selección natural es sólo la observación de un hábito que, como todos los
hábitos, puede ser cambiado, por monumental que sea la inercia que lo mantiene.
Vistas de esta manera, las “leyes” evolutivas (las “fuerzas ciegas de la
selección natural”) se reducen a meros esquemas tan relativos y modificables como
cualquier otro. ¿Es esto lo que alienta en lo más profundo de la fábula de los
cien monos?
La
corrección de rumbo en los ojos
Aunque esta fábula —cuyo mejor apelativo es metáfora—
es una hipótesis, existen casos documentados de un patrón de conducta extendido
de modo similar. Uno de ellos fue registrado no por haber sido el primero, sino
porque se dio en un sitio en donde las observaciones comparativas fueron
posibles. En 1921, en Southampton, ciudad en la que los repartidores
acostumbraban dejar las botellas de leche en las puertas de las casas, la gente
comenzó a darse cuenta de que los tapones mostraban perforaciones y de que la
crema que se forma en la parte superior de las botellas había desaparecido. La
repetición del fenómeno permitió deducir que esto se debía a una variedad de
pájaros localmente llamados bluetit, que habían aprendido a abrir las
botellas y beber la crema.
Cuando
eso mismo sucedió a cincuenta millas de Southampton y luego en otro punto al
doble de distancia, se habló de migraciones, pero estas aves no suelen
trasladarse más de cuatro o cinco millas. La conducta de estos pájaros se
extendió por toda Inglaterra y luego en Holanda y la región nórdica, en donde
era también usual esa forma de entrega de la leche. “Este ejemplo”, escribe
Sheldrake, “demuestra la extensión evolutiva de un nuevo hábito que
probablemente no es genético, sino que más bien depende de una especie de
memoria colectiva debida a la resonancia mórfica, es decir, al modo en
que se intercomunican los campos mórficos.”
Desde
tiempos inmemoriales, los poetas habían advertido otro diálogo a distancia. En Adán
Buenosayres (1948), Leopoldo Marechal incluye esta intuición: “después algo
indefinible que podía ser una conversación de gallos lejanísimos (los gallos
‘telepáticos’ de Lugones)”. En efecto, en “El pozo” (1927), Leopoldo Lugones
describe a estas aves que, “A un tiempo heraldos y paladines, / Incrépanse alto
y claro como héroes de Homero”. Entre tantos otros poetas, esa intuición se
halla en José Juan Tablada: “Gallera sinfónica, / Entre tus clarines
estridentes o roncos / Se fuga un azorado relincho / Como la estampida del
potro” (“El alba en la gallera”, 1928). O en
García Lorca: “Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora” (“Romance
de la pena negra”, 1924). Para la percepción común, regida por la lógica y la
ley causa-efecto, la proximidad del alba hace cantar a los gallos. Los poetas
consiguen una inversión prodigiosa: el diálogo lejanísimo de los gallos, su red
de voces tejida a lo largo del espacio, es la que de manera ritual llama al
amanecer, lo provoca, así como el cantar de las cigarras invoca a la
noche. La fábula de los cien monos es parte de esta arcana intuición de los
visionarios, de la inversión impensable, de la corrección de rumbo en los ojos:
en su ladera más profunda, su territorio primordial no es el de la ciencia sino
el de la poesía. Por ello no tiene el carácter esencial de “síndrome” sino de metáfora.
*
Nota
[1] En L’union
de l’âme et du corps chez Malebranche, Biran et Bergson (1947), Maurice
Merleau-Ponty estudia el sentido bergsoniano de “curvatura de alma original”
que, en otro terreno, bien podría equipararse a la “orientación” mencionada por
Jámblico en el Libro de los Misterios: “Los dioses no están contenidos
en los cuerpos, sino que sus vidas y sus acciones divinas los contienen; no
están orientados hacia los cuerpos, sino que los cuerpos que contienen están
orientados hacia la causa divina”.
Libros citados
Bergson, Henri: Matière et mémoire. Essai sur la
relation du corps à l’esprit, Alcan, París, 1896; Presses Universitaires de
France (Quadrige), París, 1999.
Marechal,
Leopoldo: Adán Buenosayres (1948), Fondo de Cultura Económica, col. Archivos, Madrid, 1997.
Lugones, Leopoldo: “El pozo” (de Poemas solariegos, 1927),
en Obras poéticas completas, Aguilar, Madrid, 1952.
Tablada, José Juan: “El alba en la gallera”, en La feria
(Poemas mexicanos), ed. de autor, Nueva York, 1928. Reunida en Obras I.
Poesía, Centro de Estudios Literarios de la UNAM (col. Nueva Biblioteca
Mexicana), México, 1971.
García
Lorca, Federico: “Romance de la pena negra” (de Romancero gitano,
1924-1927), en Obras completas, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,
Barcelona, 1980.
Merleau-Ponty, Maurice: L’union de l’âme et du
corps chez Malebranche, Biran et Bergson (1947), Librairie J. Vrin
(Bibliothèque des textes philosophiques), París, 1978.
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