viernes, 15 de octubre de 2021

Los dioses (Una tipología) (XV)

DGD: Postales, 2021.

 

 

La jerarquía suprema

 

Dios es el Hombre de otro dios más grande.

Fernando Pessoa

También Zeus sirve piadosamente al Destino, pero además, en donde la luz más inescrutable oculta a todo pensamiento, ahí, más allá del límite, el Destino sirve constantemente al Desconocido primigenio, cuyo nombre está prohibido.

Hermann Broch: La muerte de Virgilio

Soy Dios, pero no soy el único Dios. Otros dioses me limitan y no conozco mi origen ni intento conocerlo. Tal vez todos los dioses seamos el artilugio autotrófico de un Dios omnipotente.

Jonuel Brigue: Holadios

Llamamos destino a todo cuanto limita nuestro poder.

Ralph Waldo Emerson

...y en la ruta que marca el destino / sobre las arenas que esperan camino / dolorosamente se alarga mi sombra / sobre el medanal.

Rafuche: “Sombra en los médanos”

 

 

—En la Eneida (XII, 816-817), Juno, la diosa hija de Saturno, hace un juramento a su consorte, Júpiter, y para volverlo realmente grave y solemne, jura —dice Virgilio— “por las fuentes implacables del río estigio, / el solo temor religioso que se asignó a los dioses del cielo”. ¿Quién —o qué— asignó a los dioses el único culto al que están sujetos (las aguas Estigias)? La mitología responde: la laguna Estigia no es un sitio impuesto a todos los dioses: esta laguna había ayudado a Júpiter en la Gigantomaquia y en compensación éste le concede el privilegio de que los dioses juren por ella.

          Y sin embargo los relatores de mitos parecen ignorar deliberadamente este origen debido a Júpiter y siguen señalando en los dioses un temor religioso y un culto que los desborda. ¿A qué —o a quién—? La respuesta se entrevé apenas en ciertos giros a través de eufemismos como Destino (Fatum: en la misma escena de la Eneida Juno pide a Júpiter algo “que no está fijado por ley alguna del destino”, lo cual hace posible que el padre de los dioses se lo conceda). En todo caso ha sido establecida esa jerarquía a la que aluden mitos y poetas por igual: también los dioses tienen un culto al que están obligados a atender y por el que juran con un temor religioso.

          En la Elegía 7, Tibulo señala a las Parcas, también llamadas Moiras, como las más poderosas de las deidades: “A este día lo han profetizado las Parcas que tejen los hilos del destino, a los que ningún dios puede romper”.

          En el último capítulo de Metamorfosis, Venus suplica a los dioses que eviten el asesinato de Julio César y lo hace de un modo que “conmueve a los dioses”. Sin embargo, éstos son incapaces de acceder a esa súplica porque “no pueden infringir los férreos decretos de las antiguas hermanas [Las Parcas]”. Como último recurso, la diosa acude ante el propio Júpiter y éste le dice: “¿Tú sola, hija, pretendes cambiar el destino inevitable? ¡Entra si quieres tú misma en la morada de las tres hermanas! Ahí verás en una inmensa mole de bronce y de sólido hierro el archivo del mundo, que no teme ni las sacudidas del cielo ni la ira del rayo, ni, seguro y eterno, a ninguna otra ruina. Ahí encontrarás el destino de tu descendencia grabado en un metal indestructible. Yo mismo lo he leído y lo grabé en mi memoria, y te lo referiré para que no sigas desconociendo el futuro”. El Dios desconocido (Deus Ignotus) es llamado solamente por medio de eufemismos. El más preciso de todos ellos es Destino.

          El mismo Ovidio no deja de burlarse de su solemnidad. En Arte de amar apunta que Júpiter “por las aguas de Estigia solía jurar con engaño ser fiel a Juno, y su mal ejemplo alienta hoy a todos los perjuros”. Júpiter es el único capaz de usar en vano el juramento que él mismo ha instituido como absolutamente coercitivo para los demás dioses. Pero Ovidio alcanza su fin último: “con su propio ejemplo nos apoya Júpiter ahora” (a los que juran en vano para conseguir una conquista amorosa).

          En Amores (I, 8, 85) había advertido: “Y no temas jurar en falso, si engañas a alguno. Venus vuelve sordas a las divinidades en estos juegos eróticos”. Tibulo va aún más allá en esta línea: “No temas hacer juramentos. Los perjurios de Venus los llevan vanos los vientos por la tierra y la superficie de los mares. Muchas gracias a Júpiter. El Padre mismo decretó que no tuviera valor todo lo que hubiera jurado apasionadamente un amante insensato” (Elegía 4). Y si bien Tibulo exclama: “El amante tiene dioses que lo protegen”, Calímaco esclarece el sentido de esa protección: “Juramento de amor no entra en el oído de los dioses”.

          Ovidio espera en un puerto el regreso de la amada y exclama: “Yo seré el primero en distinguir y reconocer tu nave desde la playa, y diré: ‘esa nave trae consigo a mis dioses’” (Amores, II, 11, 44). Es casi un lugar común la divinidad otorgada a la amada por los grandes elegiacos[1] y acaso no hay amante apasionado que desconozca esta tendencia.

          Sin embargo, hay quizás otra lectura. Cuando Ovidio en el contexto de sus Metamorfosis describe la morada de los dioses, apunta: “en esta parte los habitantes del cielo más poderosos e ilustres colocaron sus penates”[2] (I, 175). Los dioses dan culto a otros dioses que pertenecen a una esfera superior.

          —De una u otra manera, los autores paganos admitían a un dios supremo entre los dioses, que era superior a las deidades inferiores. A esta deidad mayor Orfeo la llamó grande; Antistane, artífice del Universo; Aristóteles, sumo; Séneca, dios de dioses; Cicerón, supremo; el pueblo griego, Zeus; el pueblo romano, Júpiter.

          (¿Por qué en la literatura medieval, y específicamente en el más representativo e influyente de sus textos, Le Roman de la Rose, cuando para designar al diablo se usa el nombre Mesfes, o Maufez (que dará Mefistófeles), los escoliastas explican que el origen etimológico de este nombre es fatum, “destino”?)

 

*

 

Notas

[1] Cf. G. Lleberg: Puella divina, Ámsterdam, 1962.

[2] En la vida de la Roma antigua, los penates, emparentados con los lares, los genios y las larvae, eran dioses de los hogares que ofrecían protección a la casa (penates familiares o menores); existían también los protectores del Estado (penates públicos o mayores).

 

 

[Leer Los dioses (Una tipología) (XVI).]

 

 

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