domingo, 5 de junio de 2022

Creer (X)

DGD: Postales, 2022.

 

Los pragmatistas —decía Juan de Mairena— piensan que, a última hora, podemos aceptar como verdadero cuanto se recomienda por su utilidad; aquello que sería conveniente creer, porque, creído, nos ayudaría a vivir. Claro es que los pragmatistas no son tan brutos como podríais deducir, sin más, de esta definición. Ellos son, en el fondo, filósofos escépticos que no creen en una verdad absoluta. Creen, con Protágoras, que el hombre es la medida de todas las cosas, y con los nominalistas, en la irrealidad de los universales. Esto asentado, ya no parece tan ramplón que se nos recomiende elegir, entre las verdades relativas al individuo humano, aquellas que menos pueden dañarle o que menos conspiran contra su existencia. Los pragmatistas, sin embargo, no han reparado en que lo que ellos hacen es invitarnos a elegir una fe, una creencia, y que el racionalismo que ellos combaten es ya un producto de la elección que aconsejan, el más acreditado hasta la fecha. No fue la razón, sino la fe en la razón lo que mató en Grecia la fe en los dioses. En verdad, el hombre ha hecho de esta creencia en la razón el distintivo de su especie.

Antonio Machado: Juan de Mairena

 

Frase suelta encontrada en una novela comercial: “Había un valor absoluto en ella, porque tenía seguridad en sí misma”. Esa es la palabra clave: seguridad. Es otra forma de decir “creía en sí misma”. Y la medida de su creencia era la de su seguridad. En un universo en el que lo único fijo es la inestabilidad, y lo único cierto la incertidumbre, el creer revela su poderío. Un poder exclusivamente práctico. Creer sirve para estar seguro, para fincar la ilusión de seguridad. Y lo único seguro termina siendo la creencia, a fuerza de ejercerla. No hay ninguna otra seguridad.

 

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En inglés se dice To make sense, literalmente “hacer sentido”. El sentido no se tiene (inmanencia): se hace (trascendencia), es hechura, constructio, convención. Es hechizo, facturado, formado (o como dice la moda, performado), fruto del homo faber, no del homo symbolicus y menos aún del homo sapiens. ¿Es el creer la herramienta principal para esta hechura de sentido?

 

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No soy crédulo. Tengo, por el contrario, una maravillosa propensión a la duda, y esta inclinación me impulsa a desconfiar del sentido común y hasta de la evidencia como de lo demás. A todo lo extraño que me dicen, me pregunto: “¿Por qué no?”. Ese “¿por qué no?” [...] me inclinaba a la credulidad, y es interesante advertir en esta ocasión que no creer nada es creerlo todo, y que no debe conservarse el entendimiento demasiado asequible por temor de que lo invadan aventuras de un género extravagante, impropias de inteligencias razonables y creyentes.

Anatole France: El asador de la reina Pédauque

 

En la religión católica hay una oración expresamente dirigida a eso. Pero el Credo no está diseñado para que yo lo pronuncie a solas: debe hacerse en comunidad. Debo declarar que creo frente a otras personas que están haciendo cada una lo mismo pero que en conjunto crean la fianza necesaria. La creencia, la credulidad, la credibilidad, la convicción, la confianza y en última instancia la fe son creadoras. Quizás en realidad no debería decirse “Creo en Dios” sino “Creo a Dios”.

          Todos esos matices, creer, ser crédulo, ser creíble, dar o generar confianza, tener la convicción, manifestar esperanza, tener fe, son siempre operativos, prácticos, pragmáticos: existen invariablemente en función de algo.

          Ejemplos: “Creo en Dios”; “soy crédulo respecto a las promesas de los políticos”; “un argumento determinado no es creíble”; “deposito mi confianza en mis maestros”; “tal o cual cosa ha generado en mí tal o cual convicción”; “demuestro a mis amigos que pueden confiar en mí”; “tengo esperanza en el futuro...”: “creo en mí, en el mundo, en el lenguaje, en la realidad”. Siempre respecto a algo: Dios, la política, los argumentos e historias, la educación, la amistad, el tiempo, la realidad, lo aceptable. Es imposible concebir el creer si no está en función de: demostrar, fundamentar, justificar, permitir.

          Y detrás de todos estos algos, hay un Algo ulterior al que mantengo vivo o activo cuando creo en tal o cual cosa en cualquiera de los matices del misteriosísimo acto de creer.

          No trato de hacer sentido. Ya bastantes sentidos se hacen a partir de mi credo y del credo de todos. Estoy tratando de deconstruir ese Algo y su sentido. O al menos eso creo.

 

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Frente a los pragmatistas escépticos no faltará una secta de idealistas, por razones pragmáticas, que piensen resucitar a Platón, cuando, en realidad, disfrazan a Protágoras. Lo propio de nuestra época es vivir en plena contradicción, sin darse de ello cuenta, o, lo que es peor, ocultándolo hipócritamente. Nada más ruin que un escepticismo inconsciente o una sofística inconfesada que, sobre una negación metafísica que es una fe agnóstica, pretende edificar una filosofía positiva. ¡Bah! Cuando el hombre deja de creer en lo absoluto, ya no cree en nada. Porque toda creencia es creencia en lo absoluto. Todo lo demás se llama pensar.

Antonio Machado: Juan de Mairena

 

¿En dónde cae la categoría de “lo increíble”? Cuando alguien dice “no lo puedo creer”, es que algo escapa a sus parámetros de lo “creíble”, una vaga zona en la que cabe desde lo “probado” hasta lo “posible”. Creer lo increíble es reajustar los parámetros que para cada quien definen a la realidad. Bien lo sabía el sagaz Robert Ripley cuando a principios del siglo XX dibujaba su serie Believe It or Not!, en la que presentaba hechos sorprendentes y que se convertiría en una franquicia de éxito apabullante. La inferencia del título era simple: “Esto es real, ya sea que usted lo crea o no”. Para Ripley era muy claro que el acto de creer tiene que ver íntimamente con el de negar, y que lo “inverosímil” no es sino algo que no guarda similitud con lo que se cree que es la realidad, otra zona vaga basada menos en lo que se deja adentro (lo creíble, verosímil, verdadero) que afuera (lo increíble, inverosímil, falso).

 

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[Leer Creer (XI).]

 

 

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