jueves, 5 de enero de 2023

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (VII)


 

 

Postales: imagen hablante y vocablo icónico (VII)

Entrevista con Daniel González Dueñas

Praxedis Razo

 

 

Hablas de un solo lenguaje que tiene como distintas manifestaciones a la imagen y a la palabra. ¿Qué pasa con géneros que parecen unificar ambas manifestaciones, el cómic por ejemplo?

            —O la novela gráfica, o en otro nivel la caricatura política, que por cierto en México ha logrado una depuración extraordinaria con artistas como Naranjo, Ahumada o Helioflores (sin mencionar la gran difusión de los extraordinarios libros gráficos de Rius). Desde luego, estas formas existen, incluso con carácter de “subgénero”, pero muy separadas tanto de la gran literatura como de la alta pintura. Un ejemplo radica en que si mencionamos al cómic o a la novela gráfica, por asociación tendríamos que incluir al arte naïf, o incluso a formas aparentemente ajenas al arte, como el retablo religioso popular, o a otras más bien espurias, como la fotonovela. Y es que todas estas manifestaciones existen en una especie de limbo, de zona de sombra entre los dos grandes antagonistas (lo icónico y lo textual), sólo toleradas en el área del “regusto popular”, o sea en el de la artesanía, y por tanto siempre vistas con condescendencia y casi nunca aceptadas (ni siquiera en sus mejores muestras) como arte.

            Respecto a las postales, hablar del cómic no es gratuito puesto que fue cómic lo primero que leí, con pasión y entrega, y fue el cómic el que me llevó a los libros. En México Alejandro Jodorowsky fue el primero en reclamar un estatus superior para esta forma del arte a la que consideraba la mitología de la modernidad; no sólo llegó a coleccionar una gran “comicteca”, sino que por largo tiempo publicó una página de cómic esotérico, las Fábulas pánicas, en un suplemento cultural dedicado a la literatura; fue además autor del primer cómic de ciencia-ficción en México, Aníbal 5 (más tarde en París se dedicó enteramente al cómic de alto octanaje y llegó a colaborar con grandes dibujantes en una etapa de memorables libros-cómic de lujosa edición). Ver al cómic como la mitología moderna invita a extender nuestras consideraciones hacia atrás en el tiempo, no sólo hasta el jeroglífico como forma embrionaria del arte sino también a toda la arquitectura sagrada, en cuyo arte está siempre presente la palabra (Fulcanelli definía a la catedral gótica como el gran libro de piedra).

            Entiendo que es arriesgado reclamar un carácter de “arte mayor” para el cómic o la novela gráfica, pero no será insensato reclamarlo para la caricatura, sobre todo si recordamos los momentos más depurados en la obra de Naranjo o aquella legendaria serie de Ahumada llamada “La vida en el limbo”, compuesta por pequeñas historias existenciales de una página en pocos cuadros y casi sin palabras, y en la que este artista mostró sus impresionantes dotes para abordar directamente terrenos como la poesía, el onirismo e incluso la metafísica.

 

Suele haber más revistas de corte literario en donde la plástica se incluye en dossiers o separatas, que revistas sobre plástica en donde se dé cabida a lo literario.

            —Sí. En todo caso se trata de intentos de mantener unidas a las artes, y son meritorios, pero no dejan de tener un lado más bien rutinario, que no termina por reunirlas realmente. Las especialidades se encargan de que no sea así.

            Quizás a este respecto la más fascinante forma del arte es el cine, que muchas veces ha sido definido como la reunión de todas las artes. En el primer cine había una curiosa conjunción de imagen y palabra con el uso de los intertítulos, esos letreros insertados que comentaban la acción e informaban al público sobre los cambios de lugar y tiempo, las motivaciones de los personajes... En la gramática del cine sonoro esto se ha perdido excepto en un caso: el cine hablado en un idioma y subtitulado a otro. En ciertos países (sobre todo Estados Unidos) el subtitulaje no tiene buena aceptación; aún hay personas que dicen “O veo, o leo”, y se quejan de que el letrero en la parte inferior de la pantalla los distrae a cada tanto y les impide seguir fluidamente la información visual. Este tipo de público prefiere siempre el doblaje de voces. Y en efecto, es ya casi un lugar común que “O se ve o se lee”. En primer lugar, esto demuestra que los actos de ver y de leer no sólo están contrapuestos sino que llegan a ser excluyentes entre sí. Es otro ejemplo de la separación casi constitucional entre imagen y palabra, a tal grado que bien podríamos dar la razón a quienes afirman que cada una pertenece a uno u otro de los hemisferios cerebrales.

            Lo que intento es sugerir que todas esas búsquedas de reunión entre lo icónico y lo verbal son maneras de perduración de un cierto modo de entender el mundo desde el arte, un modo que comienza contrarrestando la exclusión. Y es que la pintura, para ser reconocida como seria, suele excluir al texto, lo mismo que la literatura excluye a la imagen (el ver algo con condescendencia es ya una forma de exclusión). Mientras se excluyan de esa manera una a la otra habrá una pérdida. Si aciertan las tradiciones budistas, de lo que se trata es de contrarrestar el hecho de que un hemisferio cerebral, para funcionar, deba cancelar el funcionamiento del otro. (Es decir que también los hemisferios cerebrales son concebidos como contrapuestos y excluyentes entre sí.)

            Hay dos postales que parecen referirse a este esquivo fenómeno:

 


  

            Podría aplicarse esta observación de Gide a lo que decíamos de los hemisferios cerebrales: la reunión es imposible porque cada uno actúa cuando el otro descansa (o incluso podría decirse que descansa para que el otro actúe). Pero en uno de los diálogos posibles entre postales, esta otra sugiere una alternativa:

 


 

            Acaso ese ciclo de actuación-reposo (es decir, el ciclo de “Ahora tú, ahora yo”, o bien de “O veo o leo”) no sea necesario ni fatal. Tal vez se ha dado de esa manera para que ambos hemisferios busquen otra forma de conectarse. Y casi habría que decir “re-conectarse”, puesto que parece que hablamos de un estadio originario que fue manipulado. Una postal recoge un párrafo en el que Doris Lessing reflexiona sobre el misterio de la pintura rupestre:

 

 


 

            Si algo caracteriza al hombre moderno es que cada vez se siente menos “parte de todo”: a cada segundo se encierra más en sí mismo y si se siente parte de algo es de un sistema social. En efecto, unos cuantos individuos tienen alguna vez esos destellos en los que llegan a sentirse uno con los árboles, las plantas, las rocas. A esta excepcional apertura de conciencia podría llamarse “la mirada unitaria”, algo que en el pretérito no fue necesariamente excepcional. Ese párrafo de Lessing abre con una gran pregunta referida a los autores de la gráfica paleolítica (ancestros de los que nos separan entre cinco y cien milenios): ¿cómo podemos saber si vieron lo que nosotros vemos?, y cierra con otra, aún más resonante: ¿cómo sabemos que esta condición no fue su estado permanente?

 

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[Leer Postales: imagen hablante y vocablo icónico (VIII).]

 

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