martes, 16 de enero de 2024

Omar Khayyam: “El mundo es cuerpo”

DGD: Postales, 2023.


r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Omar Khayyam: “El mundo es cuerpo”

D.G.D.

 

Matemático, astrónomo y poeta persa, Ghiyath al-Din Abul-Fath Omar ibn Ibrahim Jayyam Nishapurí nació en Nishapur, entonces capital selyúcida de Jorasán —actual Irán— hacia 1048 y falleció en la misma ciudad hacia 1131. La occidentalización de su nombre tiene tantas variables como las nacionalidades y gustos de sus estudiosos; de forma mayoritaria suele encontrarse escrito de acuerdo con la transcripción inglesa, Omar Khayyam (porque en inglés no existe el sonido de la “j” española que sí existe en persa). De manera minoritaria aparece la versión árabe, Omar al-Jayyam u Omar ibn al-Jayyam. A mitad de camino existen innumerables aliteraciones: Kayam, Kayyam, Khayam, Khayyán, Jayam, Jayyam... (Borges prefiere “Omar Jaiyám”.) La traducción literal de su apellido es “fabricante de tiendas (de campaña)”, relacionado esto con la palabra española de origen árabe jaima, que es la profesión de la que se supone habría una tradición en su familia.

   Rubaiyat es el plural de ruba’i, que significa “cuarteta”. Las cuartetas (rubaiyyat) de Omar Khayyam no se conocieron en Occidente sino hasta que a mediados del siglo XIX las tradujo al inglés Edward FitzGerald (1809-1883), experiencia memorable recuperada por Borges en un texto de Otras inquisiciones: “Un milagro acontece: de la fortuita conjunción de un astrónomo persa que condescendió a la poesía, y de un inglés excéntrico que recorre, tal vez sin entenderlos del todo, libros orientales e hispánicos, surge un extraordinario poeta, que no se parece a los dos”.[1]

   El escritor iraní Sadeq Hedayat (1903-1951), estudioso de las Rubaiyat, habla de Omar desde dos vertientes: como filósofo materialista, pesimista y escéptico, y como un poeta para quien la naturaleza es indiferente y el cielo está vacío y no atiende a los gritos de nadie. Según Chesterton, hay en Khayyam a la vez “una melodía que se escapa y una inscripción que dura”. Por su parte, T.S. Eliot anotó: “La lectura de las cuartetas fue como una conversión repentina; el mundo se veía de otra forma, pintado con colores brillantes, deliciosos y dolorosos”. Borges destaca: “Vivió en alegre y estudiosa quietud. Su actividad fue igualmente ilustre en la observancia de los siete cielos del mundo —no regía entonces el espacio estelar que hoy nos raya el pecho de infinitud— y en la dicción de las soltadizas imágenes que privilegian la lírica del Islam”.[2]

   La abundancia de aliteraciones en el nombre de este poeta no se debe únicamente a la distancia temporal y lingüística: en un cierto sentido, simboliza un acto mágico. El fervor que genera la lectura y el tono mismo de las Rubaiyat generan un margen de incertidumbre que es en realidad una resonancia: en gran parte las cuartetas han sido reconstruidas a partir de copias distintas, y es posible que en alguna recopilación, o incluso en todas ellas, haya versos no debidos a Khayyam. Y es que la intemporal nobleza de las Cuartetas persas invita a un diálogo directo que a veces toma la forma de la paráfrasis (bien lo intuyó FitzGerald), como un ritmo musical que dan ganas de tararear más allá de sus límites aparentes.

 


 

 


 


 


 


 

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Notas

[1] Jorge Luis Borges: “El enigma de Edward FitzGerald”, en Otras inquisiciones, Sur, Buenos Aires, 1952.

[2] Jorge Luis Borges: “Omar Jaiyám y FitzGerald”, en Inquisiciones, Proa, Buenos Aires, 1925.

 

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 [Leer Tarkovski: la imagen absoluta (1)]

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