sábado, 6 de julio de 2024

Borges y la poesía (4)

 

DGD: Postales, 2024.

 

r e t r a t o s   (e n)   (c o n)   p o s t a l e s

Borges lector

 

En 1980 Borges hizo una gira por Estados Unidos con el propósito de participar en una serie de diálogos organizados por las universidades de Chicago, Indiana y Columbia, entre otras. Cuando Willis Barnstone y Martín Hadis reunieron las transcripciones de estas charlas en el libro Borges: el misterio esencial (2021), Barnstone no dejó de subrayar en el prólogo un elemento esencial no sólo en estos encuentros sino en todas las entrevistas que se hicieron a Borges, y para ello da ejemplos elocuentes: “A lo largo de todos estos diálogos resaltan la timidez y la desconcertante modestia del autor de Ficciones. En la Universidad de Indiana, Borges declara: ‘Pienso que la gente ha exagerado mi importancia. Yo no creo que mi obra tenga tanto interés’. Y luego agrega: ‘Debo decir a todos ustedes que les agradezco que me tomen en serio. Es algo que yo no hago jamás’. Esta actitud, que en otra persona podría parecer una mera afectación, era en Borges frecuente y totalmente franca. Y es que no sólo hacía estos comentarios en público. Varios de sus amigos y familiares las escuchaban con frecuencia. Alicia Jurado solía recordar que una vez acompañó a Borges a cruzar la Plaza San Martín; mucha gente se acercaba para felicitarlo y ponderar sus textos. Borges, algo avergonzado y abrumado, agradecía una y otra vez sin decir nada. Pero al llegar a la avenida se puso serio y aclaró a Alicia: ‘Por favor, no vayas a creer lo que dice toda esta gente. Son todos ellos actores, contratados por mí. Creo que exageran, pero de todos modos hacen bien su trabajo, ¿no te parece?’. Otro testigo directo de estas situaciones fue su madre, Leonor Acevedo, que con frecuencia lo acompañaba en sus viajes. Al finalizar cada homenaje en el extranjero, Borges se volvía hacia ella y le susurraba perplejo: ‘Caramba, madre, ¡me toman en serio!’. Vale también aquí recordar aquella ocasión en que Borges se encontraba firmando ejemplares en una librería del centro de Buenos Aires. Un lector se le acercó con un ejemplar de Ficciones y le espetó: ‘¡Maestro! ¡Usted es inmortal!’, a lo que Borges respondió: ‘Bueno, joven, ¡vamos!... ¡No hay por qué ser tan pesimista!’”.

      En el transcurso de una entrevista realizada en el PEN Club de Nueva York en marzo de 1980 (incluida asimismo en El misterio esencial), el poeta Alistair Reid —también traductor de la obra borgesiana al inglés—, alcanza un momento de exasperación debida a esta actitud permanente del argentino y le pregunta: “Borges, ¿se le ha ocurrido alguna vez que usted a veces usa la modestia como un arma?”. Borges responde: “Lo siento. Les pido disculpas. No estoy usando la modestia, estoy siendo sincero”. Reid intenta retractarse: “Es sólo una observación, Borges. Discúlpeme usted a mí”. Borges: “¡No! Estamos todos juntos en esto”. Reid: “Sin embargo, para justificar lo grosero de mi anterior comentario, debo...”. Borges: “¡No!”. Reid: “...debo contar una anécdota que ocurrió hace unos años. En una ocasión en que nos encontramos en Escocia, usted me preguntó qué era lo que yo andaba haciendo últimamente, y yo le respondí que había escrito unos poemas. Entonces usted pensó por un minuto y dijo: ‘Ah... Yo también he escrito algunos versos’”. Borges: “Algunas líneas, sí, no versos”. Reid: “‘Algunas líneas’, sí. La modestia llevada hasta un extremo que me resultó un poco...”. Borges: “¿Incómodo?”. Reid: “Un poco incómodo, sí”. Borges: “Lo siento. Le pido disculpas”.

      En el mundo cultural, cuando la modestia y la humildad no son meros recursos escénicos y de trámite, se vuelven no solamente incomodidades sino actitudes sospechosas, y si se reiteran, casi escándalos. De ahí que el propio Borges tuviera que afirmar “No estoy usando la modestia, estoy siendo sincero”. Y en efecto, el más aclamado escritor de lengua española no miente. Aún más: es perfectamente posible decir que Borges carece de ego. Desde luego, sí lo tiene si el ego se define como la fuerza sostenedora de la vida individual, pero no si se le entiende como la natural posesión de la importancia personal del “hombre público”, esa personalidad-muralla de la figura de renombre, esa máscara que es el precio de la autoridad y del prestigio reconocido. En esto consiste la inmensa anomalía de Jorge Luis Borges, su misterio esencial. Para este escritor no era un mero lugar común la frase Estamos todos juntos en esto.

      La humildad de Borges lo lleva a casi disculparse por los libros que ha escrito, no así por los que ha leído (sobre todo de poesía, que sólo eventualmente podía estar cortada en versos). En el epílogo a El Hacedor (1960), asevera: “Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra”. En Elogio de la sombra (1969) pueden encontrarse los versos capitales: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he leído”. Y a Antonio Carrizo (Borges el memorioso, 1982) reitera: “Yo soy un lector, simplemente”. En esta entrada las postales aluden a algunos de los autores fervorosamente leídos por Borges. (DGD)

 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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