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r e t r a t o s (e n) (c o n) p o s t a l e s
Kafka en la memoria de Borges (1 de 2)
[En una nota al poema “Ein Traum” (“Unos sueños”, en La moneda de hierro, 1976), Borges acota que esta página fue don de un sueño: “me fue dictada una mañana en East Lansing, sin que yo la entendiera y sin que me inquietara sensiblemente; pude transcribirla después, palabra por palabra”. El poema cierra con estos dos versos atribuidos a la voz de Kafka: “he quedado solo. / Dejaré de soñarme”. Según Enrique Mandelbaum, se trata de “una pesadilla peor de aquellas soñadas en los escritos de Kafka: la pesadilla de que Kafka deje de soñarse a sí mismo, es decir, la pesadilla de no tener entre nosotros su escritura”. La imagen es acaso aún más escalofriante: es la pesadilla del cese recíproco del nosotros, como se prefigura en Las ruinas circulares. Pero tal vez la mayor precisión del sueño kafkiano fue la que Borges intercaló en una entrevista de 1984: “Yo creo que Kafka agrega al mundo algo que no existía antes”. (DGD)]
Yo leí por primera vez un texto de Kafka en una de las dos revistas en que él publicaba, no sé si Die Aktion o Sturm, que eran revistas expresionistas. Hablo del año 1916, 1917. Entonces fui tan insensible que me pareció un poco anodino, ya que estaba rodeado de toda clase de esplendores verbales de los expresionistas.[1]
[Cuando lo leí por primera vez] Me llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo que yo mismo pudiera entenderlo, a pesar de que el movimiento expresionista, que era tan importante, en esa época fue en general un movimiento barroco que jugaba con las infinitas posibilidades del idioma alemán. Después tuve oportunidad de leer El proceso y a partir de ese momento lo he leído continuamente.[2]
Cuando yo escribí “La Biblioteca de Babel” trataba de ser Kafka. Luego comprendí que Kafka lo había hecho mejor que yo.[3]
Yo he escrito también algunos cuentos en los cuales traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka. Hay uno, titulado “La biblioteca de Babel” y algún otro, que fueron ejercicios en donde traté de ser Kafka. Esos cuentos interesaron pero yo me di cuenta de que no había cumplido mi propósito y que debía buscar otro camino. Kafka fue tranquilo y hasta un poco secreto y yo elegí ser escandaloso.[4]
“La biblioteca de Babel” es simplemente una tentativa, una vana tentativa de ser Kafka, me parece. Aunque dicen que el resultado es distinto (felizmente para Kafka, desdichadamente para mí).[5]
Dos ideas —mejor dicho, dos obsesiones— rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas.[6]
Franz Kafka, simbolista o alegorista, es un buen miembro de una serie tan antigua como las letras; Franz Kafka, padre de sueños desinteresados, de pesadillas sin otra razón que la de su encanto, logra una mejor soledad. No sabemos —y quizá no sabremos nunca— los propósitos esenciales que alimentó.[7]
Según se sabe, Virgilio, a punto de morir, encargó a sus amigos que redujeran a cenizas el inconcluso manuscrito de la Eneida, en la que se cifraban once años de noble y delicada labor [...]; Kafka encomendó a Max Brod que destruyera las novelas y narraciones que aseguraban su fama. [...] La afinidad de estos episodios ilustres es, si no me engaño, ilusoria. Virgilio no podía ignorar que contaba con la piadosa desobediencia de sus amigos; Kafka con la de Brod. [...] El hombre que realmente quiere la desaparición de sus libros no encarga esa tarea a otro. Kafka y Virgilio no deseaban su destrucción; sólo anhelaban desligarse de la responsabilidad que una obra siempre nos impone. Virgilio, creo, obró por razones estéticas; hubiera querido modificar tal cual cadencia o tal cual epíteto. Más complejo es, me parece, el caso de Kafka. Cabría definir su labor como una parábola o una serie de parábolas, cuyo tema es la relación moral del individuo con la divinidad y con su incomprensible universo. [,,,] Kafka veía su obra como un acto de fe y no quería que ésta desalentara a los hombres. Por tal razón encargó a su amigo que la destruyera. Podemos sospechar otros motivos. Kafka, sinceramente, sólo podía soñar pesadillas y no ignoraba que la realidad se encarga sin cesar de suministrarlas.[8]
Kafka hubiera deseado escribir una obra venturosa y serena, no la uniforme serie de pesadillas que su sinceridad le dictó.[9]
De todos modos Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria.[10]
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Fuentes
[1] Osvaldo Ferrari: En diálogo. Edición definitiva, 2 v., Sudamericana, Buenos Aires, 1998; Siglo XXI, México, 2005.
[2] J.L.B.: “Un sueño eterno (En el centenario de Kafka)”, en El País, Madrid, julio 3 de 1983; Textos recobrados 1956-1986, Emecé, Buenos Aires, 2003.
[3] Entrevista de Antonio Fernández Ferrer: “La palabra de arena”, Revista El Paseante, n. 3, Madrid, verano de 1986.
[4] J.L.B.: “Un sueño eterno (En el centenario de Kafka)”, op. cit.; Textos recobrados 1956-1986, op. cit.
[5] Osvaldo Ferrari: En diálogo. Edición definitiva, 2 v., op. cit.
[6] J.L.B.: prólogo a El buitre de Franz Kafka, en Prólogos a la Biblioteca de Babel, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
[7] J.L.B.: La Prensa, Buenos Aires, 2 de junio de 1935; Textos recobrados 1931-1955, Emecé, Buenos Aires, 2002.
[8] J.L.B.: prólogo a El buitre de Franz Kafka, en Prólogos a la Biblioteca de Babel, op. cit.
[9] J.L.B.: prólogo a La metamorfosis de Franz Kafka, Prólogos con un prólogo de prólogos, Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1975.
[10] J.L.B.: “Un sueño eterno (En el centenario de Kafka)”, op. cit.; Textos recobrados 1956-1986, op. cit.
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