lunes, 15 de agosto de 2011

Los que saben no hablan

DGD: Paisajes-Serie ártica 17 (clonografía), 2009


Un antiguo principio del Zen rinzai indica: “Los que saben no hablan; los que hablan no saben”. En la “era de la información”, la práctica mística de la iniciación puede actualizarse de este modo: “Los que hablan están informados, algunos de ellos conocen, ninguno sabe. Los que saben no están informados, algunos de ellos conocen, ninguno habla”.

Estar informado es con frecuencia el mayor impedimento para conocer. Conocer es con frecuencia el mayor impedimento para saber.

“La sabiduría no conoce, pero ilumina la más profunda hondura”, dice la doctrina Zen.

La “era de la información” comete la falacia de considerar al conocimiento como punto medio entre estar informado y saber.

Los que están informados confunden información con conocimiento. Esa confusión los hace perder por completo el contacto con la sabiduría.

Los que saben no necesitan el conocimiento, pero algunos lo buscan por elección y casi por gusto. Casi todos ellos se desentienden por completo de la información, pero unos pocos la acumulan como entrenamiento, e incluso, a veces, llegan a hablar como amorosa penitencia.

Entonces dicen, con Antonio Porchia: “Hablo pensando que no debiera hablar: así hablo”. Pero hablan. Y el porqué hablan es claramente expuesto por otro hombre que sabe y habla, Tomás Segovia:



Hablar es desarmarse porque es estar siempre en falta abiertamente. Es cierto pues que seul le Silence est grand, tout le reste est faiblesse. Pero esta debilidad puede ser el principio de una fuerza. El que se transporta, el que habla y con ello abre la puerta a la duda, el que se explica y de ese modo se descubre, el que se expresa y por tanto nunca coincidirá exactamente consigo mismo, el que se delata y se traiciona, en fin, renuncia a la victoria. Lo cual no significa necesariamente que esté por debajo de la victoria. Puede quizá aspirar a una victoria más alta, no sobre el contrincante, sino sobre la guerra misma. [...] Perderse en explicaciones es correr efectivamente el riesgo de perderse. Pero todo lo que puede perderse puede también salvarse, e incluso sólo eso puede salvarse.

Las escuelas esotéricas y herméticas de Occidente asumen el no hablar como ocultar; de manera muy distinta, Oriente denuncia la total incompatibilidad de la sabiduría y la razón, y ante todo la racionalidad del lenguaje. El occidental calla para mantener en secreto de élite las claves y principios; el oriental no habla porque considera que la verdadera iniciación es ajena al pensamiento discursivo y que la verbalidad racional sólo produce falsas iluminaciones.

En un momento en que Occidente se ha extendido a casi todo el mundo y ha impuesto su cultura basada en la información, saber ya no puede ser el antagónico de hablar. El que sabe debe hablar, aun con todos los “aunques” imaginables: aunque nuestra modernidad coloca a todo hablar en un mismo nivel superficial equivalente a hacer ruido con la boca; aunque vivamos en una verborrea diseñada por el poder para enmudecer el sentido y mantenerlo mudo; aunque haya tantos informados y conocedores que hablan casi como tiros al aire, esperando que de modo espontáneo y azaroso adquirirán (así lo dicen) alguna sabiduría, o al menos ese simulacro que tanto deslumbra en las academias.

De ahí la amorosa penitencia del que sabe y habla. Sabe que no debería hablar, pero habla. Se dirige a todos, amorosamente, y no sólo a aquellos que saben que escuchar es la forma más íntima de saber. Porque también sabe que su palabra habrá de distinguirse de la de los que hablan sin saber, y que un día será la única palabra posible: la que se expone, descubre y desnuda, la que se pierde para salvarse.


1 comentario:

Unknown dijo...
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