domingo, 15 de enero de 2012

Tomás Segovia: una antología temática (VII. Ver y mirar)


DGD: Redes 142 (clonografía), 2012

[De El tiempo en los brazos. Cuadernos de notas, de Tomás Segovia; anotación del 23 de diciembre de 1991, en México (título de DGD).]


Un texto de Tomás Segovia


La diferencia entre ver y mirar es que mirar no es simplemente abrir los ojos para que reciban lo visible, sino lanzarse por ellos a apresarlo.

La verdad no es otra cosa que lo visible como presa. La presa que la mirada hace en lo visible. En un sentido la verdad no es más que lo visible: lo visible mismo. Pero lo visible sólo se hace lo visible mismo cuando está apresado en la mirada.

La verdad, como todo el mundo sabe, es intangible. Eso significa: es objeto de una devoración que no la destruye, que no la consume, que “no la toca”. Noli me tangere. Esa presa intocada hace a su vez de nosotros su presa. La mirada es esencialmente predadora, pero de una manera enteramente distinta de las otras predaciones, en el sentido de que se arroja sobre el mundo con un hambre violenta, pero es hambre de arrojarse, no de apropiarse. La mirada es ese animal de presa que se disuelve en la presa en lugar de disolverla. Por eso la verdad originaria y naciente, la evidencia, es a la vez y sin contradicción presa de la mirada y verdad desarmante. La evidencia salta a la vista. Como una liebre. O sea: si se pone a la vista llama inmediatamente a la mirada. La desarma en el sentido de que no le deja escapatoria.

La evidencia es lo que no se deja no mirar. La presa que se hace apresar invenciblemente, y en ese sentido hace de nosotros su presa.

En cuanto al decir, su relación con el hablar es en alguna medida paralela a la relación entre mirar y ver. El decir es la verdad del hablar como el mirar es la verdad del ver. Pero hay también diferencias importantes: el decir pasa necesariamente por un transitorio enmudecimiento.

Para decir hay que empezar por callarse, o más bien por callar al hablar, por taparle momentáneamente la boca al hablar, mientras que para mirar no hay que dejar de ver, no hay que cerrar los ojos. Justamente se puede (tal vez) ver con los ojos cerrados; pero no mirar.

No, no es eso. Tampoco para decir es necesario dejar de hablar. Lo que pasa es que el decir en su radicalidad, el decir mismo, está más allá del hablar. También lo mirado dice algo. También lo pintado dice algo (y lo compuesto sonoramente, etc.). El decir es el sentido mismo en cierta perspectiva. Todos los verbos relacionados con dar, recibir, tener, ver, seguidos de la palabra “sentido”, son sinónimos de “decir”: dar sentido, tomar sentido, tener sentido, mostrar sentido, etc. “No me dice nada” significa “Para mí no tiene sentido” o “No le veo el sentido”.

Entonces se puede decir tanto hablando como callando, pero también de las dos maneras se puede no decir.

Lo que no se puede es decir hablando (simplemente hablando) lo que se dice callando. O sea: lo que una pintura dice se puede decir puesto que la pintura misma lo dice; pero no se puede hablar de ello. Lo que dice un cuadro, o lo que dice la pintura, se puede decir hablando del cuadro o de la pintura, pero no se puede hablar de ello, incluso (o sobre todo) cuando se está hablando del cuadro o de la pintura.

Esto no es sino el principio general de la poesía. El sentido de la realidad, de la vida, de la vida real y la realidad viva, se puede decir, pero no se puede hablar de él. Se puede decir hablando, pero hablando de otra cosa: de la realidad, de la vida, pero no del sentido de la realidad y de la vida.


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[Leer Tomás Segovia: una antología temática (VIII. Crítica y modernidad).]


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