miércoles, 16 de enero de 2013

Tradición y ruptura: el conflicto esencial. Apostillas (IV: Tótem y tabú)


DGD: Redes 179 (clonografía), 2012

(IV) Tótem y tabú

Cuando se menciona la palabra “tótem”, numerosas personas piensan automáticamente en tribus primitivas, en supersticiones arcaicas, o bien en curiosos objetos folclóricos con los que decorar el jardín. Sin embargo, se trata de la creación cultural más alta y a la que el homo sapiens debe el no haber desaparecido.

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En Tótem y tabú (1913), Freud recoge las investigaciones de antropólogos ingleses como McLennan y Tylor, autores de la fórmula “el totemismo es el fetichismo más la exogamia y la filiación matrilineal”.
          Según la hipótesis central de Tótem y tabú, la experiencia filial del varón en el patriarcado (el complejo de Edipo y su “salida” a través de la castración simbólica del padre) repite a escala el origen de las sociedades (el parricidio perpetrado por el clan de hermanos y la “cena totémica” en la que éstos hacen una internalización del padre y su autoridad). La cultura y el Superyó tendrían un origen común.
          Ocupado en demostrar esta hipótesis, Freud desatiende un punto anterior y más esencial. El principio más inmediato, concreto y evidente de unión en un grupo son los lazos consanguíneos; sin embargo, las familias endogámicas terminan por destruirse, puesto que sólo validan y protegen a los integrantes ligados por la sangre; este es el nivel literal, el de las familias (en plural: clanes aislados, ajenos entre sí aunque vivan en una misma comunidad). Entonces aparece el tótem, una construcción mediata, abstracta y no evidente cuya función unificadora va más allá de lo literal: este es el nivel simbólico, el de la sociedad (familia de familias, clan de clanes relacionados entre sí aunque vivan en distintas comunidades).

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Gracias a la imagen totémica (que puede ser un animal, un árbol, una montaña o una fuerza natural como el relámpago, la lluvia o el fuego), una familia puede formarse ya no sólo con los parientes directos; dicho de otro modo: el parentesco que liga a los integrantes de un grupo ya no es sólo literal (biológico) sino totémico (simbólico): ha nacido la humanidad como tradición.

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Luego de la aparición del tótem la consanguinidad sigue teniendo un lugar preponderante, pero ya no es única: está envuelta en un contexto superior. Lo literal se revela como parte de lo metafórico. Aún más: la metáfora se erige como la fuente del poder de lo literal. No otra cosa es la magia: tomar un todo y develarlo como una parte de un todo mayor.

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La consanguinidad es lo literal, lo evidente, lo inmediato (es lo que se conoce como parentesco cognaticio: relaciones que surgen a través de una descendencia común desde una determinada pareja). Lo totémico es una ruptura de estos valores que, a través de lo simbólico, lo oculto y lo invisible, busca capturar un orden mayor (la agnación o parentesco agnaticio es una relación civil o jurídica que no supone necesariamente relación de sangre).

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Para que una comunidad de comunidades —una sociedad— no se comporte como una familia aislada, es decir para que no se cierre en sí misma y desaparezca debido a ello, el tótem aparece con la función de mantenerla abierta y en movimiento. De ahí el tabú, la prohibición del incesto literal.

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El tabú es un tótem, y a la inversa. Está en la palabra misma. Al parecer, el término tótem deriva de la palabra ototeman, que en la lengua algonquina de Ojibwa (América del Norte) equivale a “él los origina”, o bien “él es de mi parentela”. La raíz gramatical ote significa una relación de sangre entre hermanos que tienen la misma madre y no pueden casarse entre ellos. Sin embargo, lo que en un nivel es prohibición, en otro es incentivo.
          Porque si el tótem convierte a los miembros de una comunidad en parientes metafóricos, sigue habiendo un incesto simbólico, puesto que en el nivel de la metáfora todos ellos son parientes entre sí. Se proscribe el incesto literal (lo cerrado) al tiempo que se incentiva el incesto metafórico (lo abierto).
          La tradición es una consanguinidad metafórica, o mejor dicho, sagrada, que requiere la prohibición de lo literal o profano para conservarse. El tabú es indispensable al tótem.

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En su primera teoría sobre el totemismo, el funcionalista Alfred Reginald Radcliffe-Brown (1881-1955) encuentra la clave en el sentimiento que lleva a una comunidad a una conducta colectiva ritualizada cuyo símbolo es un objeto que los individualiza. Sentimiento, no superstición; conducta colectiva ritualizada, no rito impuesto (es por ello que el totemismo no es una religión); objeto que individualiza al abrirse a un orden cósmico (tradición), no al cerrarse a él.
          Lévi-Strauss se encargó de rescatar el significado simbólico del totemismo, e insistió en calificar como eminente a la inteligencia y cultura de estos hombres a los que la modernidad contempla como “primitivos”.

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El incesto literal cobra varias formas. En numerosas tribus ingerir la carne de su animal totémico era equivalente a devorar a un individuo de su misma especie, práctica tabú en muchas regiones.
          Lévi-Strauss define al totemismo como un modo elemental de organizar la experiencia humana, un sistema hereditario de ordenamiento cuya forma estructural sobrevive aun cuando la propia estructura sucumba: siempre hay un tótem mayor.

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La cosmovisión totémica es asombrosa: los hombres “primitivos” percibieron que no basta romper una vez lo literal y abrirlo a lo simbólico, metafórico o mágico, puesto que los sistemas tienden a absorber símbolos, metáforas y modos del pensamiento mágico y a volverse, una vez más, literales en el siguiente nivel. Así, los mitos y rituales totémicos se relacionan con un sistema vivido en todos los niveles, a la vez sucesiva y simultáneamente, es decir rompiendo siempre a los sistemas cuando se cierran y abriéndolos a un nuevo nivel más grande.

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1 comentario:

Josefina Jiménez dijo...

Gracias por compartir tu blog, Daniel; tus reflexiones sobre traducción y ruptura son muy ricas. Saludos