sábado, 5 de diciembre de 2015

Auras y rasgos del ensayo (IV)



DGD: Redes 64 (clonografía), 2009


10. Fragmentación, reconstrucción. En el siglo XX, en Latinoamérica gracias a Borges, en México gracias a Alfonso Reyes, el ensayo alcanzó la gran ventaja de ser considerado un género (lo que significó ser tomado en serio) y el ensayo literario fue visto como la manifestación más alta de ese género. Liliana Weinberg sintetiza:

[T]al vez la mayor paradoja resulte en que buena parte de la crítica haya desconocido su complejidad [del ensayo] y haya preferido pensarlo como superficial, ligero, errático, asistemático, no comprometido con la cosa, abierto temática y estilísticamente a cualquier impulso de una subjetividad caprichosa. Nada más alejado del ensayo que esto último: en su dimensión como poética del pensar, en su capacidad de ofrecernos nuevos miradores para entender el mundo, en su más profunda ley intelectiva, el ensayo se nos muestra como la más íntima forma de vivir lo social y la más pública forma de dar a conocer nuestro singular modo de sentir el mundo.

Una de las definiciones parciales del ensayo indica que éste se caracteriza por la fragmentación; otro rasgo lo define como “un texto que parte del conocimiento establecido para romperlo”. Theodor W. Adorno especifica de qué tipo de fragmentación y de ruptura se trata cuando exclama que la primera ley del ensayo es la herejía, la continua ruptura de toda certidumbre tranquilizadora.

En su Tratado de la argumentación, Chaïm Perelman llama “argumentos por división” a aquellos de los que se sirve el ensayo: “en el argumento por división, las partes se enumeran de forma exhaustiva, pero pueden elegirse como se quiera y de manera muy variada, con la condición de que, por su adición, sean susceptibles de reconstruir un conjunto dado”. Hay aquí una definición parcial, un rasgo concreto: la fragmentación de un conjunto a la que sigue una reconstrucción desde partes de ese conjunto libremente elegidas y combinadas. Estos tres rasgos se acomodan en secuencia: ruptura, fragmentación, reconstrucción. Un modelo se deconstruye para reconstruirse de una forma inesperada.

11. Diálogo, ensamblaje. Otro rasgo que no puede desecharse consiste en que el ensayo, en sus orígenes, fue pensado como charla y luego como discusión. Ya en la Grecia clásica se había considerado como un género literario surgido precisamente de los Diálogos de Platón, continuado por los romanos (Cicerón, Luciano de Samosata) y revitalizado en el Renacimiento en latín (Erasmo) y en otras lenguas (Quevedo, Juan de Valdés). Podría remontarse el tiempo buscando rastros de esta estirpe de grandes “charlistas”, entre los que se encontrarían sin duda los presocráticos y la escuela pitagórica. Otro eminente charlista sería Plinio el Viejo, un agudo observador y enciclopedista cuya obra magna es la Historia Natural, una enciclopedia que reunía una gran parte del saber de su época y que ocupaba 160 volúmenes con la pretensión de “abarcar el mundo natural, o la vida”. En este inmenso tapiz hay de todo: astronomía, matemáticas, geografía, etnografía, antropología, fisiología humana, zoología, botánica, agricultura, horticultura, farmacología, minería, mineralogía, escultura, pintura, joyería...

Otro ilustre antecedente de Montaigne fue el romano Aulo Gelio, que vivió en la época de los emperadores Adriano y Marco Aurelio y que, con el único propósito de entretener y educar a sus hijos, se propuso escribir una serie de opiniones, cavilaciones, recuerdos, datos de la antigüedad, curiosidades de la vida romana, enseñanzas, anécdotas, rarezas y hechos insólitos que había oído o leído en su larga vida de lector ávido. Así redactó los veinte volúmenes de las Noches áticas, que no es un tratado sobre algo específico y en cambio sí una fascinante colección de casi cualquier materia (historia, geometría, derecho, gramática, crítica literaria, etimología, filosofía...). Como en el caso de Plinio, todos estos fragmentos eran ensamblados solamente por la voz que los reunía.

Esta es la tradición que recoge y transmite Montaigne: el ensayo como la voz que ensambla fragmentos, y no llevada por la compulsión de ordenar (apropiarse por medio de la categorización arbitraria del mundo), sino por el puro gusto de ver hasta dónde la voz personal puede ejercitar sus poderes, medir sus fuerzas, experimentar sus capacidades genéricas: conocerse.

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Bibliografía

Theodor W. Adorno: “El ensayo como forma” (1958), en Notas de literatura, Ariel, Barcelona, 1962; trad. de Manuel Sacristán.
Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca: Tratado de la argumentación: la nueva retórica, Gredós, Madrid, 2009.


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