lunes, 5 de noviembre de 2018

El misterio de los actores y de la actuación (XXXVII)



DGD: Morfograma 37, 2018.


Los personajes históricos

Las “historias reales” —o “basadas en un hecho real”— parecen plantear al actor idénticas exigencias que las “ficticias”. Cuando se habla de la interpretación de personajes históricos, la investigación exhaustiva parece esencial en la preparación del actor. Sin embargo, Gary Oldman, encargado de interpretar a Ludwig van Beethoven en la película Immortal Beloved (Bernard Rose, 1994), opina de modo distinto: “Uno tiene que verlo finalmente como fantasía. El personaje al que toma el director está filtrado por su visión, así que es un trabajo de ficción. De tal manera que consultar libros para encontrar la verdad acerca de Beethoven no te ayuda realmente porque de todas maneras estás aprisionado en el guión” (declaraciones contenidas en el DVD de Immortal Beloved).
          Sin embargo, este aprisionamiento varía ampliamente de dimensiones según el caso. En una película como Immortal Beloved, la celda es grande y espaciosa. La actriz Johanna Ter Steege, que interpreta a la amada inmortal del título, refiere:

Generalmente hago mucha investigación, pero en este caso el director me pidió que no investigara. [...] Yo estoy acostumbrada a hablar mucho con el director acerca de las emociones y de las decisiones que una tiene que tomar, etcétera, y él director me dijo: “Bueno, yo no estoy muy acostumbrado a hablar de emociones”. Él realmente confiaba en sus actores. Una vez me dijo: “No puedo decirte mucho acerca de tu parte porque tú eres la parte”.

La actriz comenta: “En lo personal pienso que es muy difícil averiguar cuál fue la historia real. Porque si hablamos de historia hay siempre versiones diferentes, de tal manera que ésta es sólo una de ellas”. Cada historia es, en efecto, una versión posible de la Historia y se sitúa entre muchas otras, pero resulta evidente que las “versiones” pueden colocarse como graduaciones en una escala; en un extremo de ésta se hallan directores como Rose, que confían implícitamente en el actor y le dejan la mayor libertad posible para que encuentre su propia verdad.
          En el extremo opuesto de esa escala se localiza, por ejemplo, Amadeus (1984) de Milos Forman. Ya la propia elección del actor encargado de representar a Mozart (Tom Hulce) es el primer paso de una interpretación concreta y cerrada que proviene específicamente de la obra de teatro de Peter Shaffer, también autor del guión del filme. Tanto el tipo físico de Hulce como su principal tendencia en tanto actor coinciden funcionalmente con el “tipo” (Mozart) entrevisto en la obra de teatro y en el guión; es, pues, un elemento de la historia cincelado por Forman y Shaffer, y en realidad se le deja una muy pequeña latitud, aunque parezca lo contrario: en este caso el “aprisionamiento en el guión” equivale a una celda de muy reducidas dimensiones.
          La libertad de Hulce se limita a ajustarse lo más posible a un personaje minuciosa e inconfundiblemente definido por el dramaturgo-guionista y el director: este actor no podría “cuestionar” desde dentro a esa interpretación que Brook y Forman hacen de Mozart sin quebrar del mismo modo la credibilidad de su actuación. Tom Hulce no recibe la confianza del director y del guionista sino que es, por así decirlo, una manifestación de la confianza que tienen director y guionista sobre la hechura de ellos mismos (versión, interpretación, explicación). No puede decirse siquiera que el papel fue hecho como un traje a la medida de Hulce, sino que este actor fue elegido porque llenaba mejor que otros un traje preestablecido. Y es que en realidad el filme debería llamarse Salieri, puesto que éste es el verdadero centro del proyecto; no por otra razón la Academia hollywoodense otorgó un Oscar al actor encargado de representar a Antonio Salieri (F. Murray Abraham) y no a Hulce.
          Pese a que el papel de Salieri estaba también muy restringido, la latitud disponible a Abraham era mucho más amplia, puesto que disponía de una mayor libertad para encontrar matices y tonos en la característica de su personaje (la envidia), mientras que de Hulce no se esperaba que “ilustrara”, y menos aún que definiera, la característica del suyo (el “genio”).
          Muy distintos eran los determinantes y posibilidades del trabajo de Gary Oldman como Beethoven. Este actor cuenta una anécdota esencial del rodaje de Immortal Beloved: el día inicial del rodaje, cuando se atavió por primera vez con el traje de Beethoven, y ya tenía el maquillaje y el peinado correspondientes, algo indefinible sucedió: “Era en los estudios [de Barandorf], un lugar fantasmal y muy extraño; me vi en el espejo y recuerdo haber dicho a mi hermana, que estaba ahí: ‘No tengo la menor idea de lo que estoy haciendo ni de cómo voy a actuar’. Pero cuando caminé hacia el set, algo sucedió. Algo se abrió paso de golpe”.
          No es excesivo imaginar que en el momento de verse al espejo con vestuario y maquillaje, y en el entorno adecuado (“un lugar fantasmal y muy extraño”), Oldman se convirtió en su primer espectador; sin embargo, esto significaba en principio verse desde afuera, como cualquier espectador. En el camino al set, pues, se dio un proceso de afuera hacia adentro, el misteriosísimo proceso conocido como “creación de personaje”. Esta expresión puede entenderse, con toda razón, como un acto creativo del propio actor, pero también es posible entenderlo literalmente, como creación debida al propio personaje. (Esto es lo que se dice de los actores capaces de “borrarse”, es decir, de volverse Nadie, de no interponer su personalidad sino convertirla en vehículo, casi en el sentido de médium.)
          Oldman intenta describir más a fondo ese algo que sucedió en el camino al set: “Los actores siempre piensan acerca de aquel a quien están interpretando. Siempre hay ideas e instintos que viven fuera del texto, sencillamente porque uno está pensando en ellas”. Ese “pensar”, evidentemente, es muy distinto en un actor que en cualquier otro artista (sin mencionar otras laderas del quehacer humano ligadas con el pensamiento). Acaso podría ilustrarse por medio del testimonio de ciertos arqueólogos heterodoxos que en el transcurso de sus investigaciones de campo se topan con antiguos objetos cuyo uso es por completo desconocido en la modernidad: cuando la etapa de investigación y deducción se ha agotado, utilizan un último recurso: llevarlos en una mano esperando un momento de suprema distracción en que el objeto mismo revele su uso.
          Oldman habla de su método personal: “Hay una gran diferencia entre una elección [a choice] y una decisión [a decision]. Las decisiones son para mí lo cerrado y sellado, lo fatal y preconcebido, mientras que las elecciones viven y respiran, y entonces lo que haces y tus elecciones dependen de lo que el otro actor hace en el momento”. Hollywood y el cine convencional trabajan invariablemente a través de decisiones (aprisionamiento mayor en el guión; de éste en la producción; de ésta en el sistema) y su método consiste en predeterminar lo más posible las elecciones (ya no sólo del actor, sino de todos los profesionales involucrados, e incluso las del público) y restringir las libertades sin que se note esta restricción. Es el método primordial del poder.




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