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viernes, 5 de abril de 2019
El misterio de los cien monos (I)
La
leyenda tropical de los cien monos
Umbral y
masa crítica
En los años finales del siglo XX, una especie
de fábula comenzó a brotar por todas partes. Bien podría llamársela una leyenda
urbana, aunque su ubicación es en el trópico y no está protagonizada por seres
humanos. Según afirma esta “leyenda tropical”, todo comenzó en una remota isla
caribeña en donde un pequeño mono, tras tomar una de las frutas que constituían
su principal alimento, descubrió que era más fácil pelarla si la mantenía bajo
el agua por un tiempo. (En distintas versiones de esta historia, la
protagonista es una hembra, y lo que ella hace es lavar la fruta antes de
consumirla. En otras, aprende a desenterrar raíces de ciertas frutas.) Otro
mono, que observaba al primero a cierta distancia, lo imitó; más tarde un
tercero y luego otro, siguieron el ejemplo. En un corto tiempo, un centenar de
monos había hecho suya esa acción. Entonces, monos similares en otra isla muy
distante, sin contacto alguno con la isla en la que todo comenzó, empezaron a
pelar las frutas de igual manera. Quienes narran esta historia (tan frecuente
en Internet que ya puede ser considerada parte del “folclor de la red”) la
visten de “suceso verdadero” y hasta aportan nombres de lugares y otros
detalles que varían según el relator; lo curioso es que también varían las
moralejas y los contextos en que aparece: lo que se trata de “demostrar” con
esta narración es, en principio, tan vago como su origen.
Las
llamadas “leyendas urbanas” son historias generalmente impactantes que se
transmiten de boca en boca como “realmente acaecidas” y que suelen ventilar las
pesadillas de los núcleos citadinos. La curiosa historia de los monos tiene
algo de esa cualidad, aunque significativamente carece de lo atroz o lo
sórdido, y lo que hace es llamar la atención hacia una posibilidad que de otra
manera continuaría insospechada. En efecto, esa historia funciona de un modo
bastante menos elemental que las leyendas urbanas, es decir, no como un espejo
deformante sino uno que da a otros espejos. Si se hurga lo suficiente,
preguntando a los relatores dónde la escucharon y remontando este camino, surge
la evidencia de que en sus inicios fue una hipótesis científica conocida como
“Principio del centésimo mono”. En la extensa transmisión de esta idea, a veces
se le refiere como “Síndrome de los cien monos”; en otras ocasiones la primera
palabra es cambiada por “Fenómeno”, “Fórmula” y hasta por “Regla”.
Al
parecer, el primer registro de esta idea en libro (es decir, insertada en un
aparato de ideas) se debió a Lyall Watson, que en 1979 incluyó, en las páginas
de su Lifetide,[1] una historia
“real” ocurrida 27 años antes en la isla japonesa de Koshima. Según Watson, en
1952 ciertos primatólogos llevaron ahí a cabo un experimento con un grupo de
veinte monos de la especie macaca fuscata, consistente en poner a su
alcance tomates dulces colocados sobre la arena. Imo, una joven mona, lavó su
tomate en el océano antes de consumirlo. Con el tiempo (entre 1952 y 1958),
otros monos de la misma especie de macacos aprendieron el “truco” y lo
transmitieron a sus descendientes. En este punto, Watson escribe:
Uno tiene que reunir el resto de la historia a partir
de anécdotas personales y trozos de folclor entre los investigadores de
primates, porque todavía muchos de ellos no están seguros de lo que sucedió.
Así que me veo forzado a improvisar los detalles. [...] Digamos, en beneficio
del argumento, que el número [de monos que habían aprendido la nueva conducta]
era 99 y que a las once de la mañana de un martes, uno más fue convertido de la
manera usual. Pero la adición del centésimo mono aparentemente arrastró el
número más allá de una especie de umbral, impulsándolo a través de una suerte de
masa crítica.
Quienes leyeron esto, se desentendieron de la
expresión “digamos” y de la frase “en beneficio del argumento”, y registraron
una demostración, una evidencia. El “fenómeno” fue primero recogido con
singular entusiasmo por la literatura de la New Age y luego por la
memoria colectiva.
Una
transmisión pre-cultural
A finales de los años ochenta la fábula se
había extendido tanto, que la revista Skeptical Inquirer, órgano del
CSICOP (Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal),
grupo dedicado a desacreditar evidencias de lo paranormal, encargó una
investigación a Ron Amundson, maestro de filosofía en la Universidad de Hawai.
Amundson contactó a Masao Kawai, quien fuera en la década de los cincuenta el
jefe del grupo de primatólogos de la isla Koshima, y éste le confirmó que nunca
hubo una “transmisión pre-cultural” del cambio de conducta entre los monos. Si
bien entre 1952 y 1958 los monos jóvenes adoptaron la modalidad del lavado de
la fruta, ello no fue adquirido por los monos adultos nacidos antes de 1950.
Por lo demás, los “cien monos” eran en realidad sólo 36 en 1962. En los
reportes originales, que Lyall Watson dice haber consultado, no hay rastro
alguno de una transmisión inusual de conocimiento.[2]
Amundson informa de esto en “The Hundredth Monkey Phenomenon” (Skeptical
Inquirer, verano de 1985). La controversia resultante, así como las
declaraciones de Lyall Watson, provocaron una mayor investigación y otros dos
artículos de Amundson.[3] El caso fue tan
resonante, que cuando la revista publicó en libro una antología de sus
materiales más destacados, algunos de ellos con firmas de Isaac Asimov y Carl
Sagan, fue el artículo de Amundson (el de 1985) el que dio título a ese
volumen.[4]
Curioso
que se haya desatado tal polémica, cuando el propio Watson había advertido en Lifetide
que su versión era en su mayor parte imaginativa. No obstante, tal advertencia
manejaba con eficiente ambigüedad la línea entre hechos y fantasía: Watson no
dijo claramente que la anécdota lo había llevado a imaginar una conclusión. Esa
ambigüedad se convirtió en el perfecto caldo de cultivo para iniciar un árbol
de transmisión que continúa hasta la fecha. La historia del centésimo mono —a
la que Watson dio una envoltura científica sin cancelar su misterio de fondo—
lanzó a numerosos autores en inusitados rumbos de búsqueda, o al menos les dio
un principio sintético en torno al cual aglutinar ideas antes dispersas. En
mayor o menor medida, lo mismo parece suceder a quien escucha la historia, que
es lo suficientemente misteriosa como para trascender lo que tiene de mera
hipótesis científica.
El
siguiente en incluir la fábula como demostración de una posibilidad
insospechada fue Ken Keyes en un volumen llamado precisamente The Hundredth
Monkey (1982). A estas alturas, la historia ya se había convertido en el
muy serio “Fenómeno de los cien monos”, cuyo mensaje ulterior es descrito así
por Keyes: “Cuando el suficiente número de personas toma conciencia de algo,
todas las demás la adquieren. [...] ¡Hay mayor poder en los números de lo que
jamás hemos soñado!”.[5] Ya no hay
ambigüedad, sino un hecho que en este caso el autor usa en el contexto
de una advertencia sobre el peligro de las armas nucleares. Tras acumular
escalofriantes datos y estadísticas al respecto, Keyes propone que si un número
suficiente de individuos decide que las armas nucleares son letales y que deben
prevenirse a toda costa, los demás seres humanos llegarán a la misma
conclusión: de ese modo podrá evadirse la demencia nuclear.
*
Notas
[1] Lyall Watson: Lifetide:
a Biology of the Unconscious, Simon & Schuster, Nueva York, 1979.
[2] Esos
reportes se han vuelto en sí legendarios, puesto que son la “prueba” o
“evidencia” requerida por el mundo científico para otorgar su credibilidad. Por
lo pronto no se conoce a tales reportes sino por referencias y, desde luego, en
los fragmentos citados no está exento lo asombroso; así, se incluye una hazaña
más de la inteligente Imo. Según esta versión “citada”, los humanos hicieron
otra prueba: rociaron granos de arroz sobre la arena y pidieron a los monos que
los recogieran uno a uno. Imo los sorprendió lanzando un puñado de arena al
agua: la arena se hundió mientras que los granos flotaron. Como puede
observarse, en esta historia resulta muy delgada la línea entre los “hechos” y
la fantasía.
[3] Ron Amundson:
“Watson and the Hundredth Monkey Phenomenon” (1987), y “Senior Researcher
Comments on the Hundredth Monkey Phenomenon in Japan” (1996), en colaboración
con el físico alemán Markus Pössel.
[4] Kendrick Frazier
(ed.): The Hundredth Monkey and Other Paradigms of the Paranormal: a
Skeptical Inquirer Collection (1991).
[5] Ken Keyes Jr.: The
Hundredth Monkey, DeVorss & Co., Los Ángeles, 1982.
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