domingo, 26 de enero de 2020

El misterio de los cien monos (XXX)

DGD: Morfograma 81, 2019.



El Multiverso

El físico Nick Herbert, cuando dice que todo lo que el ser humano toca se vuelve materia, se refiere, en cierto modo, al cruce (¿interferencia?) entre la teoría holográfica y la física cuántica. Mas este aserto es en todo caso vertiginoso. La teoría cuántica supone que cualquier sistema físico permanece en un estado en el que se superponen todas sus posibilidades hasta que interactúa con la mente de un observador. En algún instante, uno de esos posibles universos alternos “produce” una forma de vida que lo observe: un animal con un sistema nervioso lo suficientemente evolucionado para formar una relación simbiótica con una mente primordial. El primer acto de observación de esta mente causa que todo el “multiverso” (es decir, la superposición de todos los universos posibles para ese estado) caiga de inmediato en una sola de sus innumerables alternativas, eliminando a las demás.
          Dicho de otra forma: para cualquier sistema físico, sólo uno de sus estados potenciales puede volverse real, y es el acto de la observación lo que obliga al rango de potencialidades a asumir un solo valor. La materia y la energía no son fenómenos en sí, y no se vuelven fenómenos sino hasta que interactúan con la mente. Lo que las ecuaciones matemáticas de la física cuántica describen no es la existencia, sino la potencialidad para la existencia. Al trabajar las ecuaciones de mecánica cuántica para un sistema compuesto por partículas fundamentales, se produce un rango de ubicaciones, valores y atributos potenciales de las partículas, un rango que evoluciona y cambia con el tiempo. “Todo lo que tocamos se vuelve materia”: todo lo que la mente colectiva percibe se vuelve real (o bien, un holograma). Sin embargo, ¿“real” necesariamente significa sucesivo o no-simultáneo?
          La física cuántica se ha abierto a lo simultáneo de modos que provocan vértigo a los propios expertos. Nick Herbert recuerda haber aprendido en la escuela que la llamada realidad cuántica es una suprema abstracción matemática para estudiar movimientos de partículas. Ahí se le dijo que un átomo que está siendo medido tiene siempre valores definidos para sus atributos (por ejemplo posición y momentum), mientras que los átomos no medidos nunca los tienen, de tal forma que cualquier átomo en el universo que no está siendo medido posee (al menos en su descripción matemática) no uno sino todos los valores posibles de atributo, lo que Herbert compara con un aparato de televisión que transmitiera todos los canales al mismo tiempo. Si la mirada cuántica se asume como metafórica, como abstracción que permite entrever lo invisible, Herbert se pregunta qué tipo de realidad simboliza esa representación del universo no medido, ¿lo multivaluado, lo difuso, lo desconocido, lo inexistente?


La conexión cuántica

El propio creador del Principio de Incertidumbre, Werner Heisenberg, optó por esto último a través de la famosa y extendida “Interpretación Copenhague”, según la cual el átomo no medido no es real, en tanto sus atributos son creados o descubiertos en el acto de medirlo; en otras palabras, se trata de la negación de cualquier realidad profunda más allá de la realidad física. Es aquí en donde se inserta en sentido opuesto el revolucionario teorema de John Stewart Bell llamado de la no-localidad, para el que los atributos medidos de un átomo no sólo son determinados por los sucesos del sitio en donde se mide, sino que recibe influencias de sucesos lejanos, provenientes de otras ciudades, otros países y probablemente de otras galaxias (a esto se llama “conexión cuántica”: para afectar la medición, ciertas influencias viajarían más rápido que la luz). La aserción “nada es local” significa enfrentar una simultaneidad que parece absolutamente impermeable a la razón. Herbert escribe:

Cuando pregunté a mis maestros lo que la teoría cuántica significaba realmente, es decir, cuál era la realidad detrás de las matemáticas, me dijeron que era inútil para un físico formular preguntas sobre la realidad. Me advirtieron que era mejor apegarse a las matemáticas y a los hechos experimentales, y dejar de preocuparse por lo que ocurre detrás del escenario. Nadie ha expresado mejor la reticencia de los físicos para enfrentar la realidad cuántica que Richard Feynman, un premio Nobel que ahora trabaja en el Tecnológico de California, y que afirmó: “Creo que es seguro decir que nadie entiende la mecánica cuántica. Si pueden evitarlo, no sigan diciéndose a sí mismos ‘pero ¿cómo puede ser así?’, porque se irán ‘por el caño’ hasta un callejón sin salida del que nadie ha escapado todavía. Nadie sabe por qué puede ser así”. [Quantum Reality, 1987.]


Nuestra ininterrumpida creación de realidad

Sin embargo, cada día son más los investigadores que buscan detrás del escenario y deliberadamente se lanzan “por el caño” hasta caer en el callejón sin salida, llevados por la fragorosa intuición de que tal salida existe. Es el caso de la teoría holográfica cuando se hace una pregunta esencial: si el universo es un holograma, ¿por qué nuestras manos no pasan a través de los objetos cotidianos? Los teóricos sugieren que los hologramas fabricados por el hombre son imperfectos, aparenciales, despojados de conciencia. Que el universo es consciente se demuestra en nuestra propia e ininterrumpida “creación de realidad”. Dicho de otro modo: los procesos cognitivos del cerebro influyen en el mundo físico tanto como éste influye en el hombre. Así pues, la teoría holográfica explicaría los sueños, la hipnosis, el shamanismo, los fenómenos paranormales conocidos como poltergeist, las experiencias místicas y parapsicológicas... e incluso el amor humano, que a escala individual reflejaría la tendencia general de los “haces de interferencia” hacia la Unidad. ¿Una nueva “teoría de todo”? ¿Otro paradigma digno de una cultura posmoderna? ¿O una visión que reúne a la ciencia ya no con la religión sino con la parte más inquieta de la ciencia-ficción?

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Libros citados
Heisenberg, Werner: Physical Principles of the Quantum Theory, Dover Publications, Mineola (Nueva York), 1930.
Herbert, Nick: Quantum Reality: Beyond the New Physics, Anchor Books, Nueva York, 1987.





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